De Zannini a Felipe Solá... Todos
Si la política está hecha de gestualidades y símbolos, un repaso rápido por la disposición de los que acompañaron en el palco a CFK en el acto del 25 de mayo, podría dar alguna pista del futuro cercano. Si tomamos la primera línea, parece claro que, aun cuando no sepamos en qué orden ni en qué lugar exactamente, la candidatura a presidente y vice, y la candidatura para la gobernación de Buenos Aires, tendría los nombres puestos: De Pedro, Massa y Kicillof.
Las especulaciones son varias y hay hasta quienes dicen que De Pedro o Massa podrían ir a la gobernación en tanto Kicillof sería el candidato a presidente. Mi intuición dice que Kicillof se queda en Provincia donde hoy es el favorito, pero todo puede pasar.
A nivel nacional, en todo caso, aun si se tomara la decisión de que fuera Kicillof, el dilema es similar al del 2019: ¿vamos con los propios para transformarnos en una oposición robusta o tratamos de abrir lo más posible, incluso al precio de que el presidente no sea de los nuestros, para intentar ganar? Si se elige la primera alternativa, Kicillof o Wado serían los posibles candidatos, ambos hijos de la generación diezmada. Si se elige la segunda, allí entraría Massa.
¿Por qué no elegir la estrategia de 2019 si electoralmente fue exitosa? Porque, hoy en día, abrirse a uno “de afuera”, como podría ser Massa, no garantiza el triunfo. De aquí que muchos vean las encuestas y digan: ya que vamos a perder, perdamos con uno de los nuestros y garanticemos un bloque homogéneo en las cámaras.
Siguiendo con el acto, si bien está claro que CFK no se retira de la política, detrás de ella estaba su familia, incluso sus nietos por primera vez en un lugar central. Una vez más: el futuro siempre es incierto en Argentina, pero el 25 daba la sensación de que CFK, si bien no se despedía, difícilmente vuelva a ser candidata. En todo caso se reservará un liderazgo en las sombras y su capital simbólico. No es poco.
Y a propósito del futuro, aunque el discurso hizo énfasis en la necesidad de renegociar con el FMI y establecer algunos mínimos acuerdos, como suele ocurrir en las intervenciones públicas, CFK estuvo más preocupada por reivindicar su gobierno que por exponer los senderos por los que debería transitar un eventual próximo mandato. Pareciera tan potente ese pasado, que no tiene lugar para la novedad.
Pero digamos que con CFK y Macri afuera de la contienda electoral, parece abrirse una nueva etapa en la Argentina. Si será mejor o peor, no lo sabemos. Es que, generacionalmente, con la excepción de Patricia Bullrich, todos los potenciales candidatos a presidente con aspiraciones andan por los 50 y pico y, en el caso de Wado, apenas 46.
Con las enormes transformaciones que se han sucedido en el mundo, a priori se podría suponer que una nueva generación de dirigentes es necesaria, pero debemos recordar también que lo nuevo no siempre es lo bueno. En todo caso, pertenecer a una generación diezmada o a los hijos de esa generación, no garantiza nada y no hay ninguna virtud intrínseca en el hecho de haber nacido después que otros.
Era hora de que así fuese, pero quizás no haya sido casual que el kirchnerismo haya corrido sutilmente su discurso para dejar de hablar de los jóvenes y centrarse en los hijos de la generación diezmada, aquellos que, con cuarenta y pico largos, ya han dejado de ser jóvenes aunque intenten aparentarlo. Es que la juventud, a diferencia de lo que sucedía 10 años atrás, es, como mínimo, un terreno en disputa donde hay una enorme cantidad de sub 20 que son partidarios de visiones de derecha, seguramente algo cansados de que una nueva religión les diga qué comer, cómo hablar, cómo comportarse, a quién amar y qué chistes hacer.
Si la juventud, o una parte de ella al menos, ya no es tan confiable, hay que centrarse en los “hijos de” (nosotros). Una vez más, presentarlo de ese modo no es casual pues lo que se intenta es trazar una continuidad ideológica más que un rango etario. Al fin de cuentas, Milei tiene 5 años más que Wado de Pedro y calificaría como hijo de la generación diezmada si nada más que de la edad se tratara.
Pero allí surge otro interrogante: ¿cuál es la propuesta de país que tienen los hijos de la generación diezmada? ¿O acaso los hijos de la generación diezmada vienen a proponer lo mismo que sus padres, aunque con menos arrugas y canas? No estaría ni mal ni bien, pero en todo caso habría que decirlo. Si traen alguna novedad, ¿cuál sería? ¿Hay alguna diferencia en la visión de país de Wado y CFK? ¿Y entre la de Kicillof y CFK?
Este planteo obedece a que quizás pueda tener un rédito electoral hablar de “hijos de una generación diezmada” pero también supone un riesgo. Dicho en otras palabras, detrás de esa denominación subyace una idea victimista demasiado acorde a los tiempos. Efectivamente, como todos sabemos, hoy en día lo único que importa es poder justificar de alguna manera ser víctima de algo porque una vez establecida esa condición, se otorga una suerte de cheque en blanco y se corre del debate a cualquiera que ose ponerlo en duda. La víctima siempre tiene razón y en tiempos donde ni siquiera es posible discutir sobre una base empírica común, una condición que nos permita siempre estar en la verdad, vale oro.
Pasó en la semana con el exabrupto de Levinas que, al tratar de explicarlo, tartamudeó más que el aludido. El ejemplo viene al caso, porque cuando todos pretenden ser víctimas de algo, si hay alguien que efectivamente ha sido víctima de algo es Wado de Pedro, por la historia familiar trágica que todos conocemos. Wado es el ejemplo de cómo la dictadura militar le ha jodido la vida a generaciones de argentinos con consecuencias todavía visibles. Y sin embargo, si él fuera el candidato, sería bueno que quienes lo elijan, lo hagan independientemente de esa condición, porque ser víctima no lo va a hacer mejor gobernante. Aunque resulte una obviedad hay que decirlo: su eventual gobierno dependerá de su capacidad y no de lo que padeció.
Para finalizar, si el acto tuvo una única convocante, también tuvo un único excluido: el presidente.
Asumiendo cada vez más un perfil meramente protocolar, el presidente no gobierna, pero da entrevistas. No mucho más que eso. En todo caso anotará como una victoria propia si el internismo y algún ego desbocado obliga a unas PASO en el oficialismo. Con todo, como ya hemos dicho aquí: si hay algún tipo de acuerdo entre kirchnerismo y massismo, como parecería que va a haber, difícil que haya una PASO en el oficialismo.
Aunque no lo podrá decir públicamente, en todo caso, el gran triunfo del presidente es haber logrado que el dedo de CFK ya no alcance para ungir presidentes. Sin embargo, probablemente sí alcance para ungir candidatos irresistibles dentro del Frente.
Y hablando de resistencias, con algunos espacios dentro del oficialismo, a saber, movimiento Evita, CGT, algunos gobernadores, etc., sucede algo curioso: se pasan 3 años y medio tratando de esmerilar a CFK hasta que ven las encuestas y vuelven cansados a casa. Desde el 2013, al menos, vienen haciendo eso. Alguna vez les resultará porque ni CFK ni el kirchnerismo son eternos, pero hasta ahora han fracasado y solo reivindican la unidad cuando de armar listas competitivas se trata. Con el albertismo, que nunca existió, seguramente esté pasando algo similar, y de hecho ya se ve a algunos de los pocos que todavía se mantienen cerca del presidente, pegar el salto.
La mesa política que el kirchnerismo y el massismo le reclamaban al presidente, parece que ya no será necesaria porque entre los primeros tomarán las decisiones, le guste o no a un presidente que aspira a que una lectura benevolente lo recuerde como un presidente que tuvo mala suerte.
En las próximas semanas sabremos por fin cuáles serán las fórmulas y comenzará una etapa en la que sin un presidente que busque la reelección, todos los candidatos serán opositores, incluso hasta el propio Massa, el actual administrador del gobierno. El hecho de que haya un 10% de inflación mensual en alimentos, obliga a que, independientemente de la generación a la que pertenezcan, nos digan rápido qué piensan hacer.