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jueves, 22 de septiembre de 2022

FINALMENTE HA OCURRIDO: EL "DIA P", por Christian Cirilli (para "Facebook" del 21-09-22)



Bueno... finalmente ha ocurrido el «desembarco» de decisiones, el «Día P».

Ayer el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, dirigió un discurso a la nación, y por elevación, a todo el planeta, dado que las consecuencias de lo asumido sin duda repercutirán en el resto de los países del mundo.

Veníamos diciendo desde este humilde estrado que el principal Talón de Aquiles de Rusia en el conflicto con la OTAN montado sobre el escenario ucraniano es su escasez de mano de obra, que ha provocado, sin menospreciar la planificación y ejecución de las tropas ucroatlantistas, el repliegue de Járkov y asimismo, los lentos avances en otros frentes.

Como las acciones de Occidente Colectivo tienden a perpetuar la guerra hasta que los niveles de sostenibilidad desfallezcan, entonces, Rusia debe emprender acciones en consonancia o, de lo contrario, aceptar una retirada con sabor a derrota.

Putin abrió su discurso sin preámbulos para referirse a la situación en Donbás y a la marcha de la «operación militar especial» para la liberación del «régimen neonazi» que secuestró el gobierno de Ucrania en 2014 como resultado de un golpe de Estado.

Si bien las adjetivaciones son osadas, no falta a la verdad. El golpe del Euromaidán fue incentivado por las usuales agencias golpistas estadounidenses (NED y USAID, fundamentalmente), tuvo la asistencia supervisora de representantes del 𝐷𝑒𝑒𝑝 𝑆𝑡𝑎𝑡𝑒 (Victoria Nuland, John McCain, Christopher Murphy, entre otros), y fue del beneplácito de los socios locales, esto es, los oligarcas ruso-ucranianos - esos mismos que fueron descabezados en Rusia - que organizaron milicias neonazis como grupos de choque.  

Rápidamente, Putin habló de la soberanía, seguridad e integridad territorial de Rusia, y de la «voluntad y deseo» de los «compatriotas» (𝑒𝑠𝑜𝑠 que viven en Ucrania) para decidir su futuro, pero sobre todo, en desafío a las «élites occidentales» que intentan preservar su dominio global, eliminando cualquier tipo de desarrollo soberano a fin de sembrar sus 𝑝𝑠𝑒𝑢𝑑𝑜𝑣𝑎𝑙𝑜𝑟𝑒𝑠.

Esto confirma ¡una vez más! que lo que está en juego en Ucrania no es un asunto territorial, ni una disputa por recursos naturales, ni mucho menos una controversia religiosa o, como muchos quieren hacer creer, un proyecto de renacimientos nacionalistas, con añoranzas soviéticas o imperiales.

Lo que está en juego en esta 𝑙𝑖́𝑛𝑒𝑎 𝑑𝑒 𝑓𝑟𝑎𝑐𝑡𝑢𝑟𝑎 - que no es ni será la única, lo profetizo aquí - supera (sin negar que también la comprende) la geografía y los ámbitos de influencia, y se centra sobre el núcleo central de la gobernanza mundial: las hegemonías.

Rusia ha dado en 2022 el más decidido grito contra-hegemónico en una disputa que se mantuvo larvada en años anteriores por una mera cuestión de potencialidades y imposibilidades (de agrupación).

Por supuesto, no fue el primero: a su modo y con sus particularidades, Irán, Venezuela, Siria y la Libia de Muamar el Gadafi han intentado librar esa batalla en total inferioridad de condiciones. El mandatario susodicho, que intentó salirse del dólar y organizar un gran mercado común africano, fue asesinado sumariamente por los yihadistas subsidiados de la CIA - con la cobertura aérea atlantista - ante la sonrisa de satisfacción de la secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton.

Y cualquiera puede corroborar las numerosas guerras, operaciones y golpes que han sufrido los otros países nombrados por resistir de manera soberana e independiente el diktat occidental.

Rusia, por supuesto, tiene mayor espalda, máxime, luego de los 20 años de recuperación propiciados por el putinismo. Aún así debe ser el país más enérgicamente vilipendiado por un colectivo de vigorosas naciones en los últimos tiempos.

La posición de Rusia tampoco es producto de una veta revolucionaria que de pronto fervorizó a la dirigencia. Para nada. Es resultado de una incesante campaña de acoso, desde el minado de sus proyectos de desarrollo económico y de asociación virtuosa, mediante todo tipo de artilugios financieros, políticos, propagandísticos y comerciales, hasta la promoción de insurgencias 𝒅𝒆𝒏𝒕𝒓𝒐 (los quintacolumnistas de Navalni, las ONGs libertarias, el movimiento LGBT+) y 𝒇𝒖𝒆𝒓𝒂 (el terrorismo wahabita/occidental que instauró la República Chechena de Ichkeria, la invasión georgiana a las repúblicas de Abjasia y Osetia del Sur, las revoluciones de color en Bielorrusia y Kazajistán, etc.) de la Federación.

Por supuesto, todo lo anterior siempre vino matizado con las constantes ampliaciones de la OTAN hacia el este, con los consecuentes despliegues de escudos antimisiles balísticos para invalidar su capacidad de reacción y los simulacros de invasiones 𝑎̀ 𝑙𝑎 𝐵𝑎𝑟𝑏𝑎𝑟𝑟𝑜𝑗𝑎.

Es por ello que Rusia no puede dejar de ver la subversión de Ucrania del 2014 - momento verdaderamente inicial de esta guerra, con el cambio de ideología abrupto - y la membresía exprés que se preparaba para 2022, como la primera fase de un plan mucho más amplio para aplastarla, colapsar su economía, destituir a sus líderes, apoderarse de sus recursos naturales, fragmentar su territorio y proyectar el poder de Estados Unidos y sus vasallos a través de Asia Central hasta el borde del Pacífico.

China, evidentemente, tiene la misma mirada. No la une a Rusia el amor, sino el pavor que genera su poderoso enemigo común. 

Ucrania (como Taiwán, su reflejo) es un tema de hegemonía, imperio y poder puro e inmaculado. Ucrania es la primera batalla en una Tercera Guerra Mundial, una guerra que fue programada y lanzada (con provocaciones imposibles de soslayar) por Washington para asegurarse otro siglo indiscutible de primacía estadounidense.

Lo explicita el discurso de la OTAN; no es la paranoica imaginación de los rusos: https://twitter.com/NTY57NTY/status/1572246820889284608

Detrás de la posición hegemónica estadounidense, están, como dice Putin, las élites, o sea, el corporativismo financiero, los milmillonarios dueños de la banca, la energía y el armamento, corporizados en la FED (que a la vez es controlada por 6 grandes corporaciones, Merrill Lynch, JPMorgan Chase, Bank of America, Wells Fargo, Citigroup y Goldman Sachs), el cartel petrolero liderado por Halliburton y el complejo militar-industrial, absolutamente ligados a la realeza británica y a ciertas familias nobles europeas, agrupadas en el Grupo Bilderberg y el Foro de Davos, y a fundaciones ultrapoderosas como Open Society.

Estas élites impulsan un nuevo esquema mundial bajo la llamada Agenda 2030. Esto no es conspiranoia, es dato. Lo dicen, lo expresan, lo manifiestan y lo impulsan sin ningún tipo de secreto. Recuerden las arengas de Soros pidiendo la destrucción de Putin y Xi Jinping porque 𝑎𝑡𝑒𝑛𝑡𝑎𝑛 𝑐𝑜𝑛𝑡𝑟𝑎 "𝑠𝑢" 𝑐𝑖𝑣𝑖𝑙𝑖𝑧𝑎𝑐𝑖𝑜́𝑛. 

Este «nuevo orden» occidental significa una «nueva supremacía» sobre poblaciones y recursos, administrados eficientemente en pos de las élites dominantes, con una propaganda avasalladora que los 

confina a no consumir, no prosperar y no reproducirse; y donde los Estados-Nación son desvalidos gestores de esos objetivos, sin ninguna pretensión soberana en favor de las sociedades.

Putin nos advierte que esta guerra es una forma de poner un límite, porque subyace la imposición de un capitalismo des-humanizado, de corte financiero, con homogeneidad cultural, uniformidad de pensamiento y rigidez organizacional. Es lo que llama «unilateralidad» o directamente «globalismo».

Por el contrario, se alza una «multilateralidad» en donde los Estados-Nación sean actores de la economía, estandarte de los valores e intérpretes de las demandas sociales. Además, que sean garantes del intercambio plural, de la heterogeneidad cultural, del respeto por la 𝑣𝑒𝑟𝑑𝑎𝑑𝑒𝑟𝑎 diversidad, por los dogmas religiosos o los distintos modos de organización social y política, sin diseños sociales falsamente disfrazados de 𝑙𝑖𝑏𝑒𝑟𝑡𝑎𝑑𝑒𝑠 (o 𝑝𝑠𝑒𝑢𝑑𝑜𝑣𝑎𝑙𝑜𝑟𝑒𝑠, como los llama él).

Putin, además, confesó algo que resulta evidente y que he insistido en recalcar desde esta tribuna: que al cuarto día de la Operación Militar Especial, el 28 de febrero, en Gomel (Bielorrusia), pudo haberse logrado un acuerdo de paz - los negociadores ucranianos estaban dispuestos a asumirlo - y que fue boicoteado por la Anglósfera. Denis Kireyev, uno de los negociadores más proclives a pactar con los rusos, fue torturado y asesinado por el SBU apenas unas horas de regresar. 

Aún así, hubo 4 rondas de negociaciones posteriores, la última, en Estambul, donde se habían llegado a algunos acuerdos de 𝑏𝑢𝑒𝑛𝑎 𝑣𝑜𝑙𝑢𝑛𝑡𝑎𝑑 como la retirada rusa de las afueras de Kiev... pero enseguida se montó la escenografía de Bucha, siguiéndole la más abyecta propaganda rusofóbica y la operación política en el Consejo de DDHH de la ONU.

Vale decir, Rusia se convenció 5 veces que la idea nunca fue llegar a un punto de equilibrio y un acuerdo negociado, sino la instauración de una guerra permanente. 

Si faltaba mayor convencimiento, el vicepresidente de la Comisión Europea y Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, se encargó varias veces de decir que la única salida era la derrota total y definitiva de Rusia.

En base a todos estos antecedentes, el gobierno y el ministerio de Defensa dispusieron para el escenario o «línea de fractura» ucraniana:

1) Dar el mismo estatus (con los mismos derechos y apoyos) a los milicianos del Donbás que a los soldados regulares del Ejército Ruso, dado que están hermanados en el campo de batalla. 

2) Apoyar los referéndum y los resultados que surjan de los mismos que se están organizando entre los días 23 y 27 de septiembre en las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk y las regiones de Zaporozhie y Jerson.

3) Llevar a cabo una movilización parcial en la Federación Rusa a efectos de poner en disponibilidad a una parte de los reservistas con el propósito de compensar la carencia de mano de obra. Esto, en números, sería un aumento de 300.000 tropas, aunque no todas se destinarían al frente ucraniano.

4) Incrementar la producción de armas y equipamiento militar, así como de aumentar las capacidades de producción. 

5) Advertir que si se amenaza la integridad territorial de Rusia - y cuando se dice '𝑅𝑢𝑠𝑖𝑎' se está incorporando a los 4 ex oblast ucranianos que se sumarían por referéndum - se tendrá el derecho de utilizar 𝑡𝑜𝑑𝑜𝑠 𝑙𝑜𝑠 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑜𝑠 a disposición para proteger el territorio y la población, incluyendo armamento nuclear.

Respecto de este último punto, Putin advirtió que 𝒏𝒐 𝒆𝒓𝒂 𝒖𝒏 𝒇𝒂𝒓𝒐𝒍, es decir, que se trata de una aviso en serio.



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