Por Eduardo Aliverti
26 de septiembre de 2022
El alegato final de Cristina Fernández parece empequeñecer cualquier consideración sobre todo otro episodio del escenario noticioso.
Eso es así sea que se estime a la pieza declarativa desde lo emocional, debido al impacto generado por la sola figura y su oratoria extraordinaria (lo cual es admitido hasta por quienes la aborrecen); o fuere que -como cree quien firma- pasa por enmarcar al proceso contra CFK en un operativo político sistemático, violento, de intenciones destructivas que exceden largamente a los acusados.
Pero es imposible desconocer que el ataque se centra sobre Cristina.
No ocurre de ninguna manera sensata que ella sufre esta embestida debido a defecciones, responsabilidades o imputaciones que pudieran adjudicársele en una causa judicial, aun cuando se sospeche en forma legítima por el enriquecimiento desmesurado de ciertos personajes ligados a la obra pública y a las licitaciones estatales (de ser por eso, la famiglia Macri y sus hermanos del alma y de la vida, según consta a través de testimonios propios, dan una cátedra insuperable).
Cristina atraviesa esta circunstancia por lo que representa socialmente como barrera activa -no importa si devaluada en sus chances electorales- contra el enseñoreo definitivo de la derecha ensamblada entre su poder corporativo, mediático y tribunalicio.
Cometió y comete yerros, al igual que todo líder de todo tiempo, pero vale caer en el lugar común de que no pretenden devastarla ni asesinarla por sus errores, sino por las virtudes que todavía le garantizan el apoyo de una parte significativa, movilizadora, de nuestra sociedad.
Este comentarista, como corresponde, vuelve a eximirse de ingresar en aspectos de técnica o disquisición jurídicos que sobrepasan a sus saberes.
Los lectores de Página/12, en particular, disponen además de colegas como Irina Hauser, Raúl Kollmann, Mario Wainfeld, cuyas coberturas y análisis son de brillantez quirúrgica en el seguimiento del caso.
Pero tampoco hacen falta abundantes conocimientos específicos a fines de desentrañar lo que está desnudo para quien quiera ver en vez de mirar, y escuchar en lugar de oír.
No hubo testigos, ni expedientes ni auditorías que demostraran maniobras delictuales.
Todos los presupuestos de obras viales resultaron aprobados por ambas cámaras del Congreso Nacional, y la oposición en su conjunto no reprochó absolutamente nada sobre las partidas santacruceñas.
No hubo testigos que reconocieran haber recibido órdenes de CFK, ni de funcionario alguno, en torno de favoritismos hacia Lázaro Báez.
Cristina, encima de haber sufrido la pornografía de que los mensajes del celular de José López se introdujeran en la instancia de alegatos, no aparece en ninguna comunicación directa.
No se probaron sobreprecios.
Y, en el colmo de los colmos, la fiscalía argumentó que Cristina no podía no saber.
¿Habrá algún antecedente de un proceso en que obra, como fundamento clave, incriminar en función del cargo desempeñado por la acusada y no por lo que hizo?
Los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola, objetivamente, no fueron capaces de presentar apenas una prueba sólida, sino, y gracias, conjeturas que pudiesen comprometer a la vicepresidenta.
Invitamos a recorrer las publicaciones y dichos mediáticos de estos días. Es fácil. Está todo en los sitios web.
Se advertirá de inmediato que son los mismísimos opinadores y especialistas del conglomerado anti K quienes aceptan que el desarrollo expositivo de Carlos Beraldi, abogado de CFK, fue brillante como mostranza de “coartadas” que la des-inculpan.
Traducción elemental: dicen que los ilícitos existieron, perche mi piace, pero admiten que no hay forma de probar la implicación de Cristina porque su defensor demostró la insolvencia de unos fiscales que, profesionalmente, deberían avergonzar al mundo del Derecho.
Y al de la derecha también, claro, pero ya debiera saberse que esto no es cuestión de seriedad pericial, sino de efectividad política.
El problema no es una condena a Cristina que ya estuviera decidida y redactada, a pesar de que comprobarle el delirio de una asociación ilícita involucraría a varios turnos gubernamentales y al Congreso Nacional.
Lo más probable y solamente eso, porque con semejante Poder (judicial, a efectos del tema) nunca puede estarse del todo seguro, es que le caigan con el delito de haber defraudado a la administración pública.
Como fuese, es cierto que, incluyendo los tiempos de esta Justicia, no hay chances de que la proscriban como eventual candidata a algo.
No es eso lo que interesa fundamentalmente, porque, antes que nada, la derecha es conteste de que si tal cosa sucediese habría un incendio quizá incontrolable.
Lo que importa es desgastar, cercar, agotar, rendir, a la y a lo que simboliza una resistencia.
El grado de esa resistencia sí se presta a la subjetividad.
Por ejemplo: puede reflexionarse que el apoyo de Cristina y del “kirchnerismo duro” a un programa económico como el implementado por Sergio Massa, al que varios o muchos dentro del palo oficial designan como neo-menemista, constata que la resistencia es una añoranza y que ella se allanó al pragmatismo.
Que ella ya no es quien era, en su acepción de custodiar a rajatabla las necesidades populares.
O puede entenderse que, simplemente, no había ni hay otra posibilidad que acomodar, primero, lo macro de la economía. Conseguir que “el campo” liquide sus dólares. Recomponer reservas. Evitar corridas cambiarias. Impedir que el Fondo Monetario ahorque ya mismo, o un poco más adelante. Trazar confianza acerca de que el gasoducto, y Vaca Muerta, y el litio junto con la explotación minera en general, y su ruta, ponen al país en una perspectiva inmejorable. Histórica, se animan a pronosticar algunos.
Se interprete lo que se quiera, Cristina (les) sigue siendo una jodida a la que es mejor sacarse de encima.
Nada distinto, y ni siquiera diferente, a lo que pasó con Lula, con Evo, con Chávez, con Correa.
Quienes aspiren al interrogante genuino u honestidad intelectual de que los procesos que se le siguen a CFK tienen raigambre judicial y merecen respeto competente, porque sería obvio que tuvo relación consentida o difusa con corruptos evidentes, debieran asumir que los Reyes son los padres.
Ojalá fuese inconcebible que saquen patente de moralistas republicanos quienes fueron el gobierno del saqueo de la soberanía. Del endeudamiento externo por generaciones. De las mesas judiciales. Del espionaje a los familiares de las víctimas del ARA San Juan. Del prófugo Pepín. Del intento de meter por la ventana a jueces de la Corte Suprema. De haber desguazado por decreto una ley de Medios audiovisuales -hoy vieja, es verdad, en términos tecnológicos pero no en su concepción- que sólo aspiraba a un esquema más equilibrado en el reparto comunicacional.
Sin embargo, no es inconcebible.
Es cada vez más real y, con la inflación disparada hasta niveles inerciales, descontrolados, se vive lo casi inenarrable de que quienes fundieron al país podrán ser gobierno nuevamente.
Una parte de lo que les falta para obtenerlo consiste en que, por las dudas, se termine de derrumbar al último bastión que es. O que mucha gente necesita que sea.
Que instrumenten una causa jurídicamente insostenible vendría a ser lo de menos.
Ya cruzaron todo límite con el intento de matarla, y continúan cruzándolo cuando remiten a que sólo se trata de copitos nacidos de un repollo.
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