Fernando VII de Borbón, con una banda con los colores de su familia. Muy parecida a la Banda presidencial argentina.
La situación era realmente confusa. Desde hacía más de veinte años los europeos y sus colonias vivían en guerra permanente. Desde el estallido de la Revolución Francesa las fronteras se movían, los países nacían y morían, y muchos reyes eran pasados a retiro y reemplazados por Repúblicas.
España llevaba dos años de crisis política muy profunda. Primero el dueño de Europa, el Emperador francés Napoleón I Bonaparte había persuadido al monarca español Carlos IV a abdicar en su hijo, el joven príncipe Fernando VII. El líder galo había pensado que el joven e inexperto rey español sería manejable, pero las cosas salieron de otra manera, y lo terminó teniendo que arrestar para luego ponerlo preso en Francia.
Napoleón instaló en Madrid a su hermano, José Bonaparte. No era la primera vez que los españoles tenían un rey extranjero, pero el corso no despertó demasiadas simpatías. España se dividió entre quienes apoyaban los derechos del monarca borbónico aprisionado por el Emperador, y quienes aceptaban a quien pronto recibió el apodo de “Pepe Botella” (aunque era abstemio).
Había detrás una puja ideológica entre quienes sostenían el absolutismo monárquico, y quienes pensaban que, en ausencia del rey, el poder revertía al pueblo. Esta idea era muy propia de los pensadores de la Revolución Francesa, como Jean Jacques Rousseau, pero en España tenía un fuerte arraigo por la influencia de dos pensadores locales: Juan de Mariana (1536-1624) y Francisco Suárez (1548-1617), quien con matices y con fundamentos basados en el cristianismo, ya la habían desarrollado.
Los españoles resistieron por las armas la presencia francesa, no logrando evitar la ocupación pero obligando a Bonaparte a una lucha continua, mientras que organizaron Juntas Populares que gobernaban en nombre de Fernando VII (que como estaba preso, y no había wasap, era un jefe muy complaciente). Luego se organizó una Junta Central en Sevilla, y más adelante un Consejo de Regencia.
Pero hubo un momento, allá por 1810, que no sólo no quedaba claro quien gobernaba España, sino que tampoco era demasiado claro si ese país seguía existiendo como Estado independiente.
En ese momento empezaron las rebeliones latinoamericanas, en medio de una enorme confusión, ya que se entrecruzaban muchos conflictos paralelos. En América se daba la misma oposición entre absolutistas y aquellos que querían que el pueblo participara del gobierno. Pero no era el único conflicto. Algunos querían que los territorios americanos se independizaran, mientras que otros se conformaban con otra organización política dentro del Imperio Español. Estas divisiones se daban entre los criollos y peninsulares, pero el grueso de la población latinoamericana estaba constituido por mestizos, pueblos originarios y africanos-que en su mayoría aún eran esclavos-. No en todas las regiones pudieron todos estos sectores marchar juntos. En muchas regiones los criollos y los peninsulares se unieron ante el temor de una rebelión de los sectores populares americanos o africanos. La rebelión de Tupa Amaru II en el área andina se había producido treinta años atrás, y todavía era recordada con preocupación. La exitosa rebelión de los esclavos haitianos era aún más reciente.
En lugares como México, Perú y la actual Bolivia, los criollos le tenían más miedo a sus pobres que a los españoles. Las rebeliones fueron exitosas en los lugares donde los distintos sectores sociales pudieron trabajar juntos, como fue el caso del Río de la Plata o Venezuela.
También fueron fuertes los conflictos regionales, generalmente entre puertos y zonas interiores, lo que provocó en muchas áreas la aparición de secesionismos o de disputas entre centralistas y federalistas.
Por eso no todos luchaban por lo mismo y, lo que es peor, no todos sabían por que luchaban. El fenómeno fue similar en todas partes: los “vecinos” (criollos y españoles prósperos) desplazaban al Virrey o al Gobernador en el caso de las Capitanías y lo reemplazaban por una Junta Popular, que gobernaba en nombre de Fernando VII, el jefe ideal porque estaba preso a miles de kilómetros de distancia, y sin poder comunicarse con sus subordinados.
El Río de la Plata era un Virreinato que comprendía las actuales Argentina, Uruguay, Bolivia, Paraguay, y pequeños sectores de Chile y Brasil, y el desplazamiento del Virrey Don Baltasar Hidalgo de Cisneros tuvo características muy interesantes.
En un Virreinato que superaba el millón de habitantes, con una ciudad capital que tenía unos 50.000, la decisión la tomaron dos centenares de “vecinos”. Fue necesario enviar luego de conformada la Junta invitaciones al interior para que participara, lo que eventualmente derivó en la formación de la Junta Grande.
La decisión fue acompañada por una multitud que presionaba desde la Plaza. Todos recordamos los actos escolares con dos personajes casi angelicales, French y Berutti, que repartían escarapelas… Hoy sabemos que esos dos dirigentes, Domingo French y Antonio Luis Beruti, comandaban a unos muchachos de los suburbios conocidos como “chisperos” o “infernales” que estaban en la plaza controlando el ingreso, por lo que eran cualquier cosa menos angelicales. Hoy quizás les dirían piqueteros…
Para desplazar al Virrey se juntaron muchos sectores: los más radicales o revolucionarios, como Mariano Moreno, Manuel Belgrano o Juan José Castelli, se unieron a figuras más conservadoras, como el líder del Regimiento de Patricios, don Cornelio Saavedra, y conformaron una Junta que no sólo incluía dos españoles peninsulares (Larrea y Matheu), sino que además juró por Fernando VII:
“Juráis a Dios nuestro Señor y a estos Santos Evangelios reconocer la Junta Provisional Gubernativa de las provincia del Río de La Plata a nombre del Sr. D. Fernando Séptimo, y para guarda de sus augustos derechos, obedecer sus órdenes y decretos, y no atentar directa ni indirectamente contra su autoridad, propendiendo pública y privadamente a sus seguridad y respeto.”
Por supuesto que en Buenos Aires siguió ondeando la bandera española, situación que no cambiaría hasta 1815. Cuando en 1812 don Manuel Belgrano hizo ondear la albiceleste en Rosario… las autoridades de Buenos Aires le ordenaron guardarla, y seguir usando la española.
Y no sólo la Junta de Buenos Aires incluía dos españoles, sino que los dos Generales “españoles” que lucharon contra los “patriotas” desde el Norte, Goyeneche y Pío Tristán, eran criollos y peruanos.
Todo este proceso revolucionario fue muy confuso, y presentaba aspectos novedosos mezclados con otros muy tradicionales. Ni siquiera era la primera vez que los porteños se cargaban a un Virrey: ya lo habían hecho durante las invasiones inglesas al echar a Sobremonte y reemplazarlo por Santiago de Liniers.
Al principio la lucha tenía todas las características de una Guerra Civil, por lo que todas las decisiones que se tomaron fueron eminentemente políticas. Se juntaron sectores que pensaban distinto para echar al Virrey, se siguió usando la bandera española y respetando a la figura del rey, se incluyó peninsulares en la Junta, se evitó durante años hablar de independencia, se hizo la escarapela y la bandera con los colores de la familia Borbón. Todas decisiones políticas necesarias para que se formara un bloque de poder lo suficientemente poderoso como para poder llevar adelante el proceso revolucionario.
Y si: los próceres, hacían política.
Adrián Corbella,
24 de mayo de 2021
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