Mauricio Macri y Donald Trump.
El crédito del FMI que Trump le dio a Cambiemos para su campaña y que hoy hunde a la Argentina
En la gira europea Alberto Fernández cosechó el apoyo de Portugal, España, Francia, Italia y el Papa para renegociar la deuda con el FMI, parte esencial del demoledor legado económico de Macri. La esperanza en que Biden replique la lógica que aplicó internamente: reactivar la economía apoyándose en el Estado.
Por Luis Bruschtein
15 de mayo de 2021
La sombra devaluada de Mauricio Macri fue una de las protagonistas de la gira europea del presidente Alberto Fernández para renegociar la deuda externa argentina. La negociación es por un préstamo monumental e incobrable que el ex presidente norteamericano Donald Trump hizo que el FMI le cediera a su amigo para sacarlo del marasmo económico con que llegaba a las elecciones.
Para la mirada internacional, Trump es un energúmeno y Macri un gran inepto. Y la Argentina quedó ensanguchada y apaleada entre estos dos personajes lamentables, debiendo una fortuna que ni siquiera quedó en el país porque sólo sirvió para alimentar la fuga-festichola de capitales organizada por los amigos de Macri que, además, perdió las elecciones.
Alberto Fernández se reunió con los presidentes de España y Portugal, y los primeros ministros de Francia e Italia, además del Papa. Lo más probable sea que, por una cuestión de buen gusto, no se haya mencionado al padre del borrego, pero cada vez que hablaban de la cifra inusitada que cedió el FMI, a todos se les tiene que haber representado la figura de Macri con mucha claridad, junto a la del desaforado Donald Trump.
En ese momento, sus interlocutores captaban la dimensión del drama argentino, ponían una mano sobre el hombro de Fernández, como quien da un pésame, y le aseguraban que apoyarán la posición argentina ante el Club de Paris y ante el FMI para resolver el enredo fatal que generaron estos dos siniestros.
Esta deuda se contrajo con los Estados, porque el Fondo Monetario Internacional está integrado por representantes de las principales potencias del planeta. No son acreedores privados. Por eso es imposible plantear quitas, como hizo Néstor Kirchner en su gobierno. Tanto el Fondo, como el Club de Paris están integrados por Estados.
La negociación no la puede realizar solamente el ministro de Hacienda, Martín Guzmán, y requiere de la intervención de Alberto Fernández porque es un tema entre Estados. El presidente viajó porque Argentina necesitaba una postergación del vencimiento, este mes, de alrededor de 2400 millones de dólares de una cuota de la deuda con el Club de París que, en su mayoría fue contraída durante la dictadura.
Este año también habrá vencimientos de la deuda con el Fondo: unos 3500 millones de dólares, mientras la renegociación todavía está en la mesa. Hay coincidencia en que la deuda argentina se encuadre en un programa de Facilidades Extendidas, que le daría un plazo de gracia de cuatro años y bajaría a la mitad los intereses. Pero están en discusión las condiciones y los plazos de pago.
El Fondo exige el monitoreo de la economía mientras dure el acuerdo. Este punto estaría semiacordado porque de lo contrario se cerraba la negociación y porque lo que importa más son las condiciones cuyo cumplimiento se va a monitorear. La tradición es que el Fondo exija ajustes en el “gasto” público, lo que implica bajas jubilaciones, menos salud y menos educación, aunque para eso haya que aumentar el gasto bélico para reprimir la protesta.
El socio mayor del Fondo es Estados Unidos que, por lo general, impone el peso de su economía en las decisiones. El presidente Joe Biden anunció hace unos días una inversión pública billonaria para reactivar la economía de su país. Sería esquizofrénico o perverso aplicar esa política para su reactivación y rechazarla para la reactivación de la Argentina. En este momento, Estados Unidos le está diciendo al planeta que todo el discurso antiestatal del neoliberalismo ha sido una gran mentira.
En otro punto controvertido, el FMI se opone a alargar los plazos de pago a diez años. Argentina tendría que pagar 3500 millones antes de fin de año; 18 mil millones el año próximo, y 19 mil millones en 2023. Esto fue lo que firmó Macri con lo cual reventaba al país y condenaba a los argentinos a la pobreza eterna. Es inaudito que semejante personaje y sus colaboradores se mantengan en el escenario político.
Para salvar a Macri, Trump obligó al FMI a transgredir sus estatutos. Y el apuro de Macri hizo que tampoco se cumplieran los procesos legales argentinos. Estas transgresiones, sumadas a la situación de pandemia mundial, que afectó la economía de todo el planeta, fortalecen los argumentos de la parte argentina.
En esta gira, Alberto Fernández consolidó las relaciones con las potencias europeas que respaldaron la postergación del vencimiento. Solamente falta Angela Merkel, con la que el presidente hablará la próxima semana, ya que Alemania es el principal acreedor, dentro del Club de Paris. De todos modos, ayer los bonos de las empresas argentinas que cotizan en la bolsa de Nueva York tuvieron un alza del siete por ciento. Fue una señal de que la postergación se da como un hecho. Implicaría también un cambio en las prácticas del Club de París, ya que no toman decisiones de este tipo sin que el deudor haya arreglado previamente un programa con el Fondo.
No sorprende que desde el principio, la prensa hegemónica fuera agorera con relación a esta gira. Todo lo que se relacione con la deuda deja en ridículo a Macri. Cuando Alberto Fernández se reunió con el presidente español Pedro Sánchez, sacaron de contexto una frase del mandatario peninsular como si fuera una crítica al argentino por el proyecto de ley con premisas sanitarias que envió al Congreso.
Lo ridículo de esa imagen donde Sánchez criticaba a Alberto para exaltar a Horacio Rodríguez Larreta, que boicotea esas premisas sanitarias, es que Sánchez tiene el mismo problema que Alberto Fernández. En realidad, la que se opone a la política sanitaria de Sánchez, es la ultraderecha de Vox y el Partido Popular, que en esa ecuación serían los equivalentes a Larreta.
También hicieron un fuerte escándalo por el comunicado de cancillería ante la nueva crisis en Medio Oriente. Fue una forma de correr el punto de atención. En este sentido, y más allá de la discusión sobre el Estado de Israel, lo cierto es que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu es un fanático nacionalista cuya carrera política está ligada al guerrerismo. Es un país manejado por un capitán de comandos desde el comienzo de su carrera política en 1996.
En 2015, apenas ganó las últimas elecciones, utilizó el atentado a la AMIA como bandera política contra Irán. Es un personaje que se escuda detrás de la tragedia judía en la Segunda Guerra Mundial para intervenir en los asuntos internos de otros países, como hizo con Francia, tras el atentado contra la revista Hebdo, que aprovechó para su campaña política, en Estados Unidos para usarlo contra Obama y en Argentina contra Cristina Kirchner.
En este momento su gobierno estaba acorralado por denuncias de corrupción y no había podido renovar alianzas, por lo que estaba obligado a retirarse del poder. No parece una casualidad que se produjera esa manifestación de colonos invasores israelíes en los barrios árabes de Jerusalén. Fue una provocación premeditada porque todo el mundo sabía que iba a suscitar la furia legítima de los pobladores árabes. Y lo mismo la represión brutal, sobredimensionada, a la protesta lógica de los árabes en las calles.
La guerra y las víctimas civiles de uno y otro lado son lamentables. Pero allí hubo una maniobra para generarle una situación de hecho a su sucesor. Netanyahu ha gobernado con el miedo de los palestinos y con el miedo de los israelíes, una forma de gobernar que siempre necesita de la represión y la guerra y es lo que se ha provocado ahora. Hay una minoría en Israel que vota por la paz. Pero en las últimas décadas, una mayoría votó por mano dura a un energúmeno y este es el resultado.
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