Imagen: Kala Moreno Parra
La primera movilización de apoyo al oficialismo desde el comienzo de la pandemia
Por María Daniela Yaccar
Este 17 de octubre tuvo varios significados. La movilización de miles de personas a las calles no fue impulsada por el odio: los rostros, las palabras, los cuerpos no expresaban rabia, sino sentimientos positivos, como alivio y alegría. Hubo un respeto casi unánime al distanciamiento social, marcando una diferencia con las marchas anticuarentena, ya que la mayoría de las personas se expresó desde su vehículo personal y, quienes lo hicieron de a pie, tuvieron en cuenta que no hubiera “amontonamientos”. La bandera argentina ocupó el centro de la escena como en aquellas marchas, combinando en esta ocasión sus colores con las imágenes de Néstor y Cristina, de Perón y Evita, y con pañuelos verdes, whipalas y banderas bolivianas. Reapareció el choripán –más que una comida, un símbolo–, y hasta ingeniosos inventos que pronto se hicieron virales como “El Chorimóvil”.
Es difícil no caer en un juego de espejos, no comparar las dos escenas, no jugar a encontrarles similitudes y diferencias. Coronavirus mediante, parecía que la derecha se había apropiado de las calles, pero este sábado ocurrió algo diferente. En la ciudad de Buenos Aires, tan sólo uno de los lugares donde hubo marchas, los paralelismos podían surgir de todo tipo de detalles, como la dirección de los coches: llegaban desde el sur –muchos del conurbano– y no desde el norte, se aproximaban hasta el Obelisco y giraban en dirección a Plaza de Mayo. En la 9 de Julio, bocinazos constantes, a lo mejor alguna cumbia sonando fuerte, banderas y banderas que flameaban con las ventanillas bajas. Algunos aprovechaban el semáforo, bajaban y se expresaban, como dos hombres con pecheras de la CGT a los gritos: “¡Para vos Baby Etchecopar!” “¡Para vos Larreta!”.
Durante la mañana la caravana la protagonizaron los sindicatos, en cambio la tarde fue de los “sueltos”, cuya ideología quedaba plasmada en las banderas, carteles y hasta barbijos alusivos. Desde la vereda algunos contemplaban gozosos ese clamor popular graficado en un tráfico incesante, y sonreían, devolvían dedos en “V” o alguna expresión de festejo. Parado en la esquina de 9 de Julio y Corrientes, Norberto Arnoux (63 años) contaba a Página/12 que era la primera vez que salía a la calle desde que comenzó la cuarentena. Tenía ganas de llorar. Recordaba los tiempos en que “los plebeyos tenían al obrero debajo de las plantas de los pies” hasta que Perón les dio “ocho horas de trabajo, jubilación y pensión”. “Vivo a tres cuadras. No me podía perder esto. Acá no hay amontonamientos como pasa con los cipayos macristas”, comparaba también. Se veían varias personas mayores motivadas por el sentido histórico de la fecha más que por la coyuntura.
Norberto filmaba con su celular a un vendedor de banderas nacionales que estaba concretando una oferta: 2 por 500. De la enorme cantidad de vendedores que había -todos viviendo un drama en estos tiempos- ellxs eran los predominantes. “El lunes –el día del banderazo del 12 de octubre– también vine a vender. Me gritaron negra de mierda”, recordó una de ellas.
El discurso del Presidente se oyó a todo volumen desde los parlantes de los autos y fue aplaudido. En Diagonal Norte, la voz de Alberto Fernández siguió a los bombos de un grupo de UPCN. Entre las bicis, motos, camionetas y autos llamaban la atención algunos taxi. Un hombre al volante portaba una bandera con la cara de Cristina. “Salté de ser apolítico a ser kirchnerista, y de eso a ser cristinista”, se definió Rubén. “Tenemos otro coche y decidimos venir con el taxi para que se vea lo que pensamos”, completó su mujer, Paula. En esa calle atraía las miradas un hombre vestido como el papa Francisco.
Otra diferencia: en esta marcha del Día de la Lealtad, la vicepresidenta, principal destinataria de la violencia que destilan los anticuarentena, era una de las figuras más admiradas. “Hay algo misógino en el odio. Es miedo a una mujer sin miedo, a la mujer que tiene el poder político más grande”, reflexionaba Abril García Mur, de 23 años, del mundo de las Ciencias Políticas. Muy dubitativa por la pandemia, había llegado a Plaza de Mayo en bicicleta; a una Plaza de nuevo inundada por el humo y el aroma del choripán, donde se escuchaba cumbia, se vendían barbijos, cerveza y empanadas, entre otras cosas, y se entonaba la marcha peronista.
“Hace siete meses que estoy cagado de hambre”, decía Ezequiel, un vendedor de choripanes y hamburguesas ubicado frente al Cabildo. Contó, como contaron otros de sus colegas, que más temprano la Policía de la Ciudad había querido sacarlos del lugar. “La gente saltó a favor de los laburantes”, reveló. No había vendido mucho porque la mayoría de las personas se movía en vehículos. El precio había aumentado: pre pandemia 100; pandemia 150 (“sube el dólar, sube el chori”). “Los vendedores somos del pueblo, de la gente, de la calle. Tocás un puesto hoy en día y tocás al pueblo”, expresó Osmar Miranda, vendedor de cerveza. Un compañero suyo ofrecía “cerveza más fría que el corazón de Macri”. Prácticamente todxs los manifestantes llevaban barbijo, y la consigna del distanciamiento social se mantuvo salvo por escasas excepciones, como un cántico eufórico para las cámaras de C5N. Ante la imposibilidad de poblar el escenario virtual –por un “ataque masivo” a la web 75octubres– para algunxs fue imprescindible recuperar la calle. Y así fue no solamente en la Capital Federal, sino también en distintos municipios del Gran Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Trelew, Bariloche y otras ciudades.
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