Por Sandra Russo
Todavía
uno no sale de la estupefacción agregada por el cambio de discurso del
PRO, probablemente porque se produjo justo en el momento de la otra
estupefacción, la que produjeron los magros tres puntos por los que ganó
su candidato en la ciudad. Eso rompía con un imaginario instalado,
según el cual el PRO, y el propio Macri, habían hallado Eldorado de la
idiosincrasia porteña, consistente en autosatisfacerse con peloteros y
bicisendas, y con una inercia mental renuente al debate de ideas, y un
abandono a cualquier cosa que propusiera ese dirigente político que
insta a despolitizarlo todo.
Lo primero que uno se preguntaba cuando escuchaba el abucheo de los
propios a un Macri que desplegaba su flamante credo proestatal, es cómo
se las iba a arreglar para acomodarse a esas ideas que eran las
contrarias a las que cualquiera sabe que son las ideas del PRO. Mal que
le pese a Macri, lo que ya tiene construido lo tiene en base a
formulaciones claras y explícitas, exhibidas a lo largo de los años
tanto en lo discursivo como en lo fáctico de sus dos gobiernos. No hace
falta que se explicite demasiado al respecto: los que estaban en el
bunker no eran ciudadanos sueltos sino funcionarios, militantes y
miembros del partido gobernante en la Capital. Si ellos lo abuchearon,
es porque ese nuevo discurso los tomaba tan de sorpresa como a cualquier
televidente de cualquier signo político, y defraudaba sus expectativas
privatizadoras, devaluadoras, elitistas, tributarias a la Alianza del
Pacífico, en fin: el significante PRO tenía un campo semántico cubierto
con una batería de ítems que si lo identifica, es porque esa
caracterización ha sido tallada en base a una identidad política que
existe en Buenos Aires y en el interior del país, y en el resto de la
región, y en buena parte del mundo. El problema es que de un largo
tiempo a esta parte, esos sectores que creen en un modelo en el que
tienen todo el derecho a creer, no gana elecciones en algunos países del
Cono Sur, que el PRO travestiría si pudiera en un Cono Gol. Mal que le
pese a Macri, es increíble, la fuerza política de la que él es líder
tiene una identidad ya cimentada, y no es la que refleja su nuevo
discurso.Así está inscripto en la reciente cultura política argentina, y lo que se inscribe en la cultura no se borra de un plumazo ni con un correo electrónico de la jefatura del partido donde, como reveló Página/12 ayer, se instruye a sus candidatos cómo responder preguntas periodísticas sobre el giro de Macri y el de todos ellos. Ya lo habían ensayado sin suerte, unos diciendo “¡Si Mauricio lo viene diciendo desde hace años!” y otros “Y bueno, uno aprende y cambia”. De un modo que lo hace entrar a uno de nuevo en la estupefacción, se repasaba en ese instructivo cada vuelta carnero y se daba la respuesta que no llegaba ni al Multiple Choice: sin fundamentación política y por lo tanto sin discusión política de por medio, sin análisis decente, se bajaba la línea dura y sucinta para salir del aprieto en entrevistas, sin mucho margen para la improvisación o la inspiración de cada uno. Por eso cuando hablan los dirigentes del PRO sobre temas específicos, nunca ninguno dice lo que piensa: repiten todos el estribillo de la canción que les componen.
Está clarísimo que el giro obedece a una realidad que está del otro lado de la grieta. Esa grieta tan mentada no es una que atraviese a esta sociedad por su medio, que divida familias, que provoque miedo, que ponga de un lado a los buenos y del otro a los malos, de un lado a los honestos y del otro a los corruptos, de un lado a los amigos y del otro a los enemigos. Esa es una fabulosa operación mediática que esconde la otra grieta a la que apuntan los medios concentrados aquí y en todo el mundo: de un lado, la realidad cotidiana de millones de personas, su complejidad, sus matices, sus debes y sus haberes, sus diferencias, sus objetivos en común, en fin, todo lo que cabe en la realidad, y del otro, una realidad construida antojadizamente, con sobreventas de pasajes en Aerolíneas y desmanejo en la empresa, por ejemplo, según estalló esa agenda esta semana.
Esos medios no lo trataron bien a Macri en estos días. Ellos no formaron parte, al parecer, del giro del discurso. Pero mientras sus columnistas eran ríspidos con el jefe de gobierno porteño, y lo criticaban explícitamente en sus comentarios, desde las cocinas editoriales ya le generaban a Macri un buen despegue de su nuevo biriri: el tratamiento que le dieron a Aerolíneas esta semana y las denuncias contra Mariano Recalde, están destinadas a operar de base para el argumento de “si es estatal, que se administre con eficiencia”. Aerolíneas fue consensuadamente “eficiente” durante la reciente campaña electoral en la que Mariano Recalde fue el candidato del FpV. Y sin embargo, tres semanas después, cuando Recalde ya volvió a su escritorio, necesitan desestimar esa eficiencia para que Macri tenga de dónde morder en este tramo incómodo, en el que advirtió que con sus propias ideas no levanta el piso, y necesita travestirse con un atributo que sin embargo también rechaza la realidad: el PRO podrá ser un partido percibido como “líquido” o “divertido”, pero no se diría que sus dirigentes se han destacado alguna vez por su compulsión al trabajo ni por su eficiencia en la resolución de conflictos.
No es ninguna novedad, sucede desde hace mucho que la derecha le usurpa el lenguaje a la izquierda, para decirlo un poco bruscamente. Hace un par de años cité un hermoso trabajo del filólogo español Juan Luis Conde —“Cómo llenar palabras vacías: el caso de ‘libertad’”—, en el que analizaba la evolución y el uso histórico que se le ha dado a esa palabra a lo largo de los siglos, y al servicio de qué intereses contrapuestos fue usada. Son palabras, como decía también el Papa recientemente, que “se resisten a una definición: conviene que cada uno que la escuche le ponga la suya”. De ese orden también es la palabra “Estado”, que Macri y los suyos, mail instructivo mediante, han comenzado a repetir.
En su trabajo, Conde citaba en una reflexión sobre el Estado al cura Henri Lacordaire, que en 1848 dio una memorable conferencia sobre el tema en la iglesia de Nôtre Dame. Decía Conde: “Entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, entre el amo y el siervo, es la libertad la que oprime y la ley la que redime. En otras palabras, como cualquiera entendería en un combate entre un peso pluma y un peso pesado, en una situación de flagrante desigualdad, no hay nada más injusto y peligroso que la libertad. Sin equidad, sin árbitro, sin reglas, la libertad es pura barbarie”. Si la libertad es la de los mercados, vean Europa. A que Mirtha Legrand a Merkel no le dice dictadora.
En cuanto a Macri, todo se reduce a pedirle especificaciones. Esa es la gran pregunta. No debería ser complicada de responder por un candidato a presidente: “Específicamente, ¿usted qué quiere decir?”.
Publicado en:
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-277831-2015-07-25.html
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