Por qué ahora revela el secuestro de su sobrina desaparecida.
Era llegar de la escuela, ir derecho a encender el Zenith para ver a Los Tres Chiflados y después aceptar la decisión de mi madre y de todas las madres para poner Almorzando con Mirthalegrand, así todo junto, porque todavía no era Mirtha, ni La Señora.Y en blanco y negro descubrimos la rosas rococó rosadas, aprendimos de sus modales, sus criterios estéticos, sus valores y la manera correcta de ser argentinos. Eran tiempos en que el Ser Argentino era el gran dilema a desentrañar, y Mirtha lo desentrañaba.Ella fue el argentino que pedía Orden en los años bravos, que pedía mano dura cuando la mano venía mal, que invocaba la valentía y el coraje cuando la valentía y el coraje (la improbable valentía de aquellos militares) eran valores superiores al de la democracia. Y es que la democracia era lo más parecido a la anarquía, al viva la pepa. La democracia era ese sistema donde cada uno hacía lo que quería, en tiempos en que era insoportable lo que una parte de la población quería. Parafraseando a Aldo Rico, la democracia era la jactancia de los países cultos y poderosos.Y Mirtha no parecía diferente a esos millones que aceptaban las calles acuchilladas por tanques, fálcones y patrulleros que tenían una tarea difícil por hacer: limpiar la sociedad de los grupitos de antisociales que querían imponer un estilo de vida anti-argentino. Pero Mirtha sí era diferente, era un megáfono glamoroso que decía aquello que muchos querían escuchar para tranquilizar sus dudas. Esas dudas que podrían traducirse en “¿Será cierto que los torturan y después los tiran al río?”. No, señora, quedesé tranquila, esa es la mentira que utilizan esos subversivos que no tienen límites. Que son capaces de inventar esas historias macabras para desprestigiarnos a todos, cuando en realidad están escondidos en Europa tocando la guitarra y planeando la manera de destruir nuestros valores.Año 2010. Mirtha ya no es masiva como supo serlo durante tantos años, no es masiva pero sigue manteniendo parte de la representatividad que la hizo masiva, famosa y rica. Por eso sigue teniendo importancia lo que dice, porque lo que dice es lo que muchos piensan, pensarán o tienen ganas de pensar pero no se animan. Ella fue la única que se atrevió a expresar aquella duda existencial de “¿Se viene el zurdaje?”. Aquel “se viene el zurdaje” que ella se lo endosó a “lo que dice la gente” fue el testimonio de su más honda concordia con los valores de la dictadura militar y el conservadurismo con spray en la cabeza.Y aunque sea tentador pensar que el endoso a la gente fue una manera de no hacerse cargo, lo cierto es que Mirtha sintoniza bien con su público, y es su público –y su público y ella tenían buenas razones para temer el regreso de ese fantasmagórico zurdaje– que finalmente Mirtha tuvo que soportar, con sus políticas y discursos que exhumaron cuestiones como las luchas sociales, lo nacional, las políticas populistas, los derechos humanos, el Estado que si bien no es plenamente benefactor es sin dudas –y si me permiten– ciudadano friendly, todo esto sazonado con algo de camporismo que pone los pelos de punta –de espanto o de entusiasmo–. Pero el mal mayor de este –su– zurdaje es que exhumó nuestra historia reciente.Y entonces Mirtha vuelve a combatir al grupito que llegó para destruir nuestros valores, dice tenerles miedo, dice que son totalitarios, que cercenan libertades, que roban, que destruyen, que son el Mal. Hasta que un día, hace público un relato que ella suponía privado aunque los delitos nunca lo son: la historia de Mirtha, su sobrina y el marido secuestrados. Ella que habla con Harguindeguy. Harguindeguy que se la salva. Mirtha que cuenta la historia ahora. Y el marido de su sobrina que ahora sigue desaparecido.Si uno la escucha atentamente se detecta el respeto que todavía tiene por aquel General de la Nación, un hombre que hacía su trabajo tal y como la Patria –en peligro– se lo demandaba. La Argentina acechada por una juventud violenta y cautivada por fuerzas extra-nacionales. Su sobrina que es parte de esa juventud, y ella que actúa como la tía Rosa (Rosa María Juana Martínez Suárez), traicionando el compromiso político de la ciudadana, la pública, Mirtha Legrand. Mirtha obligada por lazos y afectos familiares, que muchas veces nos hacen actuar en contra de nuestras convicciones.Mirtha combate a los montoneros, pero la tía Rosa salva a su sobrina. Ya no están Los Tres Chiflados, ni el Zenith, ni mi madre, pero Mirtha sí y después de todo este tiempo nos cuenta esta historia de su sobrina. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Por qué nos revela que ya en 1977 ella supo que torturaban y desaparecían personas? ¿Para qué participarnos?Quizá sea tautológicamente para eso: para participarnos, para hacernos partícipes de la crueldad que ella toleró y ayudó a tolerar y a comprender como necesaria. La crueldad que tantos negaban porque la negación es la mejor manera de tolerar. Pero Mirtha pasó de la tolerancia al respaldo entusiasta. Sus almuerzos fueron una pedagogía de lo siniestro, el doméstico televisor desde donde nos decía y nos sigue diciendo que somos argentinos, que somos su público, que somos como ella y que debemos ser como ella.Mirtha nos cuenta y cuenta con nosotros, que si la miramos nos vemos a nosotros mismos en un espejo que nos dice que tendremos suerte. Porque su programa trae suerte.
Por:
Carlos Barragán, periodista
cultura@miradasalsur.com
Publicado en forma digital en :
http://sur.elargentino.com/notas/mirtha-una-tia-especial
La nota original salió en la versión impresa de “Miradas al Sur” del domingo 20 de junio de 2010.
Carlos Barragán, periodista
cultura@miradasalsur.com
Publicado en forma digital en :
http://sur.elargentino.com/notas/mirtha-una-tia-especial
La nota original salió en la versión impresa de “Miradas al Sur” del domingo 20 de junio de 2010.
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