1) Zuckerberg
Quien puede que sea uno de los hombres más poderosos del mundo casi pierde una entrevista con un presidente porque es incapaz de levantarse de la cama antes del mediodía; se trata de la misma persona que antes de una reunión donde hablaría para los más importantes mandatarios del mundo retrasa el vuelo porque se ha olvidado su pasaporte; exige que le construyan un espacio de recepción propio aislado de los mosquitos que pueden transmitir el virus zika, muy riesgoso para la salud de los embriones, ya que no quiere perder la oportunidad de la ovulación de su mujer, y le pide a su asesora que le explique qué son las Naciones Unidas.
Hablamos, ni más ni menos, que de Mark Zuckerberg, el actual CEO de META, a partir de las revelaciones que se pueden encontrar en Los irresponsables, un libro de reciente aparición escrito por Sarah Wynn-Williams, una exempleada de Facebook que fue cesada de sus funciones tras una serie de conflictos con la empresa.
Si bien la propia compañía ha afirmado que las revelaciones que en este libro se vierten son falsas y/o tendenciosas, el perfil de Zuckerberg, y de los principales cerebros de la empresa, coincide con comentarios de otras fuentes. De aquí que no sorprenda cuando la autora afirma que el trabajo diario en Facebook, antes que interpretar capítulos de Maquiavelo, se parecía más a “cuidar de una pandilla de chavales de catorce años a los que les habían dado superpoderes”.
Según este perfil, Zuckerberg se parece bastante a un idiota en el sentido más moderno que se la da al término como sinónimo de alguien carente de inteligencia, pero también en el sentido original y antiguo de aquel que desprecia la vida pública completamente ensimismado en su yo y su vida privada.
2) Thiel
Algunas semanas atrás me topé con una entrevista al fundador de Paypal y Palantir, Peter Thiel. https://legrandcontinent.eu/es/2025/04/20/peter-thiel-no-hay-nada-mas-aceleracionista-que-el-katechon-primera-parte/ Se trata de una figura mucho más formada que Zuckerberg y en el extenso reportaje reflexiona acerca de la IA y la tecnología en clave teológica.
Thiel afirma que la IA es una incógnita y que frente a la eventual pérdida de trabajo de millones y millones de personas alrededor del mundo, se inclinaría por el altruismo efectivo, una suerte de beneficencia en la que estarían pensando desde hace algo más de una década buena parte de los cerebros de Silicon Valley. Almas tan caritativas como ingenuas.
Pero lo más interesante de la conversación es su planteamiento acerca de dos grandes peligros para el futuro próximo de la humanidad: por un lado, la guerra nuclear, las armas biológicas descontroladas y una IA militarizada con sistemas de armas autónomos; por otro lado, la posibilidad de un gobierno totalitario. Y el problema está en que muchos creen que lo segundo es la solución para lo primero.
Dicho de otra manera, Thiel refiere al Apocalipsis indicando que el avance descontrolado de la tecnología puede llevar al Armagedón y observa que muchos entienden que solo un Estado mundial sería capaz de evitarlo. Pero, claro está, lejos de la tradición kantiana, su espíritu libertario ve en ello la gran amenaza pues peor que el Estado sería un Estado mundial el cual se erija, justamente, azuzando el temor de la autodestrucción de la humanidad.
“El Anticristo hablará todo el tiempo del Armagedón.
Asustará a la gente y luego les ofrecerá salvarlos”, su lema es “paz y seguridad”, advierte Thiel, y el Anticristo es el gran Estado supranacional. Sin embargo, se habla demasiado del Armagedón y poco del Anticristo, el cual, a su vez, si seguimos la Biblia, llegará primero. De hecho, se puede inferir que para Thiel ya está entre nosotros.
Si bien el fundador de Palantir plantea la urgencia con que debemos enfocar estos temas, al mismo tiempo refiere al concepto de “katechon” (lo que retiene) y lo extrae de la epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, que Thiel interpreta como una fuerza capaz de mantener contenido al caos y al mal, logrando que no se desborden.
Si había lugar para la esperanza, aquí Thiel solo aporta incertidumbre: Estados Unidos es un candidato ideal tanto para el katechon como para el Anticristo, afirma. O sea, si hace un giro soberanista, de repliegue sobre sí, puede ser “lo que contiene”; pero su fuerza también lo puede llevar a ser el que lidere el autoritario gobierno mundial si es que se lo propusiese, en la línea mundialista en la que pensaran Roosevelt y los herederos del New Deal.
De aquí que Thiel entienda que las elecciones en Estados Unidos son de total relevancia a diferencia de lo que sucede en una Europa debilitada que parece ir por detrás sin control alguno sobre los acontecimientos.
3) Yarvin
La última referencia a la que quería aludir es a Curtis Yarvin, un bloguero que defiende una monarquía de CEOs tecnológicos, critica al Deep State conformado por el Congreso, las agencias y los tribunales, como así también a lo que él llama La Catedral, esto es, las ONG, la prensa y las universidades que hegemonizan los discursos y determinan el alcance de lo decible y lo pensable. “El Estado profundo es el cuerpo del régimen, la catedral es su cerebro”, indicaba en un artículo a propósito de los seis meses de la nueva gestión de Trump. https://legrandcontinent.eu/es/2025/07/19/tras-seis-meses-de-trump-curtis-yarvin-llama-al-golpe-de-estado/
Considerado parte central de una corriente neorreaccionaria defensora de una ilustración oscura, Yarvin ha escrito mucho y sus textos pueden encontrarse en libros compilatorios, pero me serviré de algunas de sus últimas declaraciones públicas.
Apenas algunos días después de la asunción de Trump, Yarvin afirmaba que Roosevelt, Washington o Lincoln finalmente manejaban el poder de manera totalizante y administraban el país como una start up, en otras palabras, eran CEOs nacionales que fueron presidentes que exigieron poderes especiales y gestionaron de manera fuertemente verticalista.
Para Yarvin, además, el nazismo y el comunismo son hijos de la revolución democrática global que invade Europa desde la última mitad del siglo XVIII.
En este sentido, la democracia representativa no se opondría a esos regímenes totalitarios, sino que éstos serían variantes de aquélla, lo cual le permite justificar su pretensión monarquista para Estados Unidos.
Yarvin además dice no creer en el voto y frente a la objeción de que un país no es una empresa, responde que los objetivos de una compañía no son solamente maximizar los beneficios sino hacer que la empresa prospere, algo que podría aplicarse a los países.
En el artículo antes mencionado, Yarvin entiende que, en la primera gestión, Trump no se animó a cruzar el Rubicón contra el Estado profundo y que ahora al menos lo ha intentado, aunque con la excepción de haber cortado los fondos de la USAID, no ha hecho mucho daño. Además, reparte críticas al populismo republicano, a la corporación demócrata e incluso al espíritu Silicon Valley de los Señores Tech.
Pero hay algo más: Yarvin afirma que quienes componen la administración Trump están atrapados y que la única manera de que el poder real no acabe llevándolos a la cárcel es no perder más una elección. Esta afirmación conectada a su insistencia en las bondades de la monarquía, independientemente de quién esté al mando (un Obama con el 100% de poder haría mucho mejor gobierno que un Trump que solo tiene un 0,1%, indica), abren, para ser generosos e ingenuos, un interrogante acerca de lo que está proponiendo para el futuro inmediato del país más poderoso del mundo.
Incluir estos tres ejemplos de figuras, en principio, dispares, tanto en lo que respecta a su importancia en el debate público como en su formación y su capacidad de injerencia en la toma de decisiones a nivel global, no deja de ser arbitraria pero pretendió mostrar que mientras estamos discutiendo el día a día, quien ha sido determinante en la constitución de la subjetividad de más de una generación, es un idiota que no sabe qué son las Naciones Unidas; el fundador de algunas de las empresas más importantes del mundo entiende que el futuro se dirime entre el Armagedón y el Anticristo; y, en Estados Unidos, un bloguero neorreaccionario cuyas ideas circulan a gran velocidad incluso entre miembros de la administración Trump, propone una monarquía y da a entender que la única posibilidad de supervivencia del actual gobierno es una suerte de autogolpe de Estado.
Si el futuro va a estar moldeado por idiotas, anticristos y monarquistas, hay razones para preocuparse (y para ocuparse).
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