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domingo, 13 de agosto de 2023

Barbie y el nuevo catecismo "woke", por Dante Augusto Palma

 



A días del estreno, Barbie, la película de Greta Gerwig protagonizada por Margot Robbie, se ha transformando en un éxito de taquilla y ha comenzado a generar sus primeras polémicas gracias a un guion bastante particular. 

Para quienes no la hayan visto, Barbie vivía feliz en el mundo ficticio y perfecto de Barbie Land, el cual se basaba en una suerte de “matriarcado” en el que las mujeres no solo tenían su propio gobierno y ocupaban todos los cargos de la Corte Suprema, sino que también se hacían cargo de los trabajos incómodos como los de los obreros de la construcción. Los hombres que habitaban Barbie Land, los Ken, eran apenas una sombra al servicio de las Barbie. 

El punto es que la Barbie protagonista comienza a tener “imperfecciones” que nunca tuvo: piensa en la muerte, no logra caminar en puntas de pies como si estuviera usando tacos y observa celulitis en sus piernas.

La solución para ello está en el mundo real, porque esa imperfección padecida por la muñeca obedece a que su dueña humana le ha transmitido sus padecimientos y pensamientos oscuros. 

Al viajar al mundo real junto a Ken, Barbie se da cuenta que allí todo es distinto y que, en este mundo, las mujeres no solo no son autónomas ni gobiernan, sino que se encuentran constantemente en tensión y agredidas: los hombres las miran lascivamente y les dicen cosas por la calle; incluso uno de ellos se propasa con Barbie y la que acaba presa es ella tras darle una bofetada.

Asimismo, Barbie va a la empresa que la ha fabricado, Mattel, y allí se da cuenta que todos los altos ejecutivos son varones, con lo cual experimenta el “techo de cristal”, y también sufre en carne propia el mansplaining (la actitud machista de algunos hombres de menospreciar a las mujeres creyendo que deben explicarle todo porque, en tanto hombres, saben más que ellas); por si esto fuera poco, la hija adolescente de su dueña acusa a Barbie de ser el prototipo de la sexualización capitalista, de retrasar al movimiento feminista, de matar al planeta por impulsar el consumismo y de ser, finalmente, aquello que puede resumir todo lo que no nos gusta, esto es, ser fascista. 

En el mundo real, Ken aprende los principios del patriarcado y regresa a Barbie Land para imponer que todas las mujeres acaben rindiendo pleitesía a los varones; incluso aquellas que eran escritoras, ganadoras de premios Nobel o presidentas, devienen “siervas” y obsecuentes de unos Ken que gozan de los privilegios de la masculinidad. 

Sin embargo, la dueña de Barbie, una mujer “ordinaria”, realiza un discurso frente a las Barbie a las que les explica todo lo que una mujer padece, cómo el sistema las obliga a ser “sororas” pero a su vez ser competitivas; a estar perfectas, pero, a su vez, encargarse del cuidado de los demás, etc., y aquello se transforma en una revelación que empodera a las Barbie y las hace tomar conciencia para rebelarse contra el patriarcado. 

Paso seguido, se dan cuenta que la manera de vencer al sistema es enfrentar a los Ken entre sí porque los varones son competitivos. Entonces seducen cada una a un Ken, pero luego se van con otro para promover los celos y el enfrentamiento. Finalmente, mientras ellos se pelean, las mujeres vuelven a tomar el poder.

Hacia el final, aparece el personaje de Ruth Handler, la ya fallecida creadora de Barbie, donde le explica su origen y su sentido, el cual es, justamente, no representar ninguna esencia, no tener ningún final “predeterminado”. Barbie, a su vez, ofrece un mensaje claramente individualista cuando le explica a Ken que él no debe vivir para Barbie ni para nadie; que él debe encontrar su verdadero yo sin nadie más.   

Por último, en el nuevo gobierno femenino de Barbie Land, buscando hacer un guiño al pretendido progreso que supondría el feminismo queer, el muñeco “raro” de la saga, claramente homosexual, Allan, formará parte del gobierno. Lo mismo sucede con una Barbie desvencijada y maltratada, otra “rara” y aparentemente lesbiana, quien también tendrá un lugar central en la administración, a diferencia de los Ken a los cuales ni siquiera se les dará un escaño en la Corte Suprema de Barbie Land.   

Si usted no ha visto la película y se sorprende por este tipo de mensajes entenderá que el film acaba encorsetado en una suerte de nuevo catecismo woke y pierde la frescura del entretenimiento. Como observador, la idea es que se ha elegido un guion repleto de los lugares comunes del feminismo mainstream, aquel que suele encontrarse bastante alejado de las mujeres de carne y hueso, a pesar de que al final de la película la dueña humana de Barbie pide a los ejecutivos de Mattel que hagan una Barbie común y ordinaria para representar a las mujeres de verdad. 

Claro que las mujeres padecen, por suerte cada vez menos, especialmente en Occidente, muchos de los aspectos que se mencionan en la película pero que ese mensaje se promueva desde una megacorporación con una inversión millonaria y en simultáneo en todo el mundo, muestra a las claras que desde hace ya unos cuantos años hay un conjunto de reivindicaciones del feminismo que han sido abrazados abiertamente por el establishment.   

Por otra parte, la película recurre al ya demasiado trillado recurso que alguna vez señalara Mark Fisher: la corporación que promueve un producto con un discurso crítico hacia las propias corporaciones, lo cual funciona en la práctica como un ejemplo de cinismo y como una forma de esterilización sobre la crítica que eventualmente pudiera acabar con el privilegio del que esas corporaciones gozan. 

Pero si hablamos de estereotipo, más que el de la propia Barbie, deberíamos posarnos en el rol de vanguardia esclarecida que la directora y guionista asigna tanto a la mujer “común” dueña de Barbie como a la anciana creadora de la muñeca y a la Barbie “rara”. La escena es muy burda: las Barbie que habían sido cooptadas por el patriarcado son sentadas frente a las mujeres que han comprendido el sistema de opresión y por el solo hecho de que se les explica su rol de sometimiento construido socialmente, se les hace un “click”, literalmente, les brillan los ojos, salen de la alienación y se empoderan. Más prejuicio universitario woke no se consigue; faltaba que se les asignara un curso de capacitación anticapitalista. Por cierto, alguna vez alguien deberá explicar cómo el patriarcado, la construcción social más perfecta e invisibilizada de la historia de la humanidad, sucumbe ante un grupo de jóvenes universitarias que leen a Foucault y a Butler para divulgarlo entre las mujeres alienadas que esperan el esclarecimiento. 

Para finalizar, la película propone jugar entre el mundo real y ficcional pero su creadora no hace más que expresar su propio mundo paralelo, su “Feminismo Land” en el que aparecen todos los prejuicios que cierto feminismo mainstream pretende instalar. Las problemáticas de las mujeres ordinarias de carne y hueso no aparecen allí y las referencias a los padecimientos existentes se presentan eludiendo sutilezas y complejidades mientras el mensaje que se pretende dar es el de una guerra entre las Barbie y los Ken. Al repudiable mansplaining se lo pretende combatir con un womansplaining que no logra romper la cámara de eco de universidades, redes y medios progresistas. 

Twittear contra el fascismo, subir una foto a Instagram vestido de rosa en la puerta del cine, adorar a Margot Robbie a pesar de su belleza hegemónica y volver a twittear contra el fascismo. Así militan algunos los derechos de las mujeres hoy. Si no hay revolución, que al menos haya fantasía.

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