Nuestra especie, el Homo Sapiens Sapiens, ocupa la Tierra desde hace unos 100.000 años. Y, si bien desde un aspecto físico no se ha modificado demasiado, si bien un bebé recién nacido hace diez mil años es exactamente igual a un niño nacido hoy, absolutamente indistinguible, una característica de nuestra especie es la diversidad. Esta diversidad se manifiesta en una serie de cosas muy distintas, como el aspecto físico, las costumbres, la cultura.
Nuestras costumbres, nuestra cultura, nuestra sexualidad o la forma de analizar las cuestiones de género son muy distintas a las que tenía un ser humano de hace diez mil o cincuenta mil años.
Pero no solo somos distintos a otros humanos del pasado. Somos distintos a otras personas de nuestra época: un habitante de una gran urbe como Buenos Aires es muy distinto a un poblador de la Puna de Atacama –en el otro extremo de Argentina- pero también lo es respecto a un nativo de Tokio, o a un integrante de una tribu del Amazonas. E, incluso dentro de una misma zona del planeta, los humanos presentamos diferencias en cuestiones más sutiles como la orientación sexual o las cuestiones de género.
Si pudiéramos dormir 200 años y despertarnos en 2221, toda la cultura de esa época nos parecería incomprensible, seríamos auténticos extranjeros. Y seríamos extranjeros por igual todos: los de distintas culturas y países, los heterosexuales y los homosexuales, los religiosos y los ateos, las “feminazis” y los “machirulos”.
Quizás a la gente de mi generación (tengo 56) estas cuestiones le resultan más difíciles de asimilar que a los más jóvenes, a las generaciones de mis hijos, ya que hace treinta o cuarenta años la consideración de estas cuestiones era distinta –las culturas cambian-. Pero, en la historia de los seres humanos, los cambios son acompañados de continuidades. Hay situaciones que se repiten, aunque cambien los detalles.
Hay que cuestionar duramente el concepto de “normalidad” que pretenden imponer ciertos sectores de pensamiento jurásico. Desde que nuestra cultura “occidental y cristiana” existe, ha habido tanto heterosexuales como homosexuales. Eso es nuestra “normalidad”: una mayoría de heterosexuales, y una minoría de homosexuales. Pero, no debemos olvidar que la historia de la humanidad es mucho más larga y compleja que nuestra cultura. Y sin irnos demasiado lejos, basta con analizar lo que fue la “normalidad” para dos culturas que son fuentes importantes en las que se nutrió la nuestra: la griega y la romana. Hemos tomado muchísimas cosas de esas dos antiguas culturas del Mediterráneo: la lengua, los sistemas políticos, la filosofía, la religión (el cristianismo es una religión semítica “romanizada”, por eso la Iglesia se llama “Iglesia Católica Apostólica Romana”), el derecho, el teatro y mucho del arte en general…. La lista es muy larga. Y para esas culturas, que hacen a los fundamentos de mucho de lo que somos culturalmente, lo “normal” era la bisexualidad… Es decir, para un romano o un griego de la época clásica lo “normal” era tener relaciones sexuales con personas de ambos sexos. A cualquiera de ellos le hubiera costado mucho entender tanto nuestro concepto de “heterosexual”, como nuestro concepto de “homosexual”…
Algo similar sucede con las cuestiones de género. En la historia humana ha habido infinidad de culturas que fueron profundamente patriarcales, en las que las mujeres eran sometidas a un rol subordinado. La lucha de las mujeres por lograr una igualdad social, política y laboral con los varones es ya más que centenaria, y si bien ha logrado muchos éxitos, quedan muchas cosas por resolver. Las consecuencias de esta cultura patriarcal se infiltran por todos lados, hasta en el habla; en nuestro idioma el masculino actúa como genérico, y de ahí la introducción del lenguaje inclusivo, el reemplazo de la ”o” por la “e”. Entonces cuando decimos que somos todos “Homo Sapiens Sapiens” estamos usando la palabra “Homo”… ¿Deberíamos decir “Home”?
Por eso, y no debe extrañar, a veces a las personas de mi generación (o mayores) nos pueden resultar extrañas algunas de las tácticas que desarrolla esta lucha, pero lo que es indudable es que el reclamo de una absoluta igualdad para todos los seres human[e]s, sin importar su género, su orientación sexual, u otras características culturales, es completamente válida.
No debemos olvidar que la discriminación hacia determinados colectivos no sólo es social, sino que tiene consecuencias laborales muy negativas cuando se les paga distinto que a integrantes de otros grupos, o simplemente no se los contrata. Las dificultades para conseguir empleos de los integrantes de algunos colectivos que se alejan demasiado de lo que algunos consideran como “normalidad” es un problema dramático de urgente resolución.
La diversidad es un rasgo estructural del hom[e] sapiens sapiens. Pretender que uno de los grupos de seres humanos representa una autoproclamada “normalidad” y que los demás son extraños no sólo es inaceptable: es absurdo, histórica y socialmente absurdo.
La igualdad en la diversidad es un objetivo que debería ser aceptado por todos.
Adrián Corbella
19 de enero de 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario