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viernes, 10 de octubre de 2014

Jefazo, la biografía de un líder, por "Miradas al Sur" del 06-09-14

 

Retrato íntimo. Fragmento de la nueva edición de la biografía personal y política del presidente boliviano Juan Evo Morales Ayma, que el historiador y periodista Martín Sivak publicara en 2008.


 "(...) Para su elite, el Oriente boliviano representa la modernidad, la libre empresa, el éxito y la inserción del país en el mundo. Se ven a sí mismos como amigables, hospitalarios, emprendedores y creyentes. El Occidente, según ellos, significa atraso, indios, izquierdismo y aislamiento. El Oriente es un archipiélago de departamentos liderados por Santa Cruz, el más rico del país. Extendido por la vasta llanura chaquena hasta la Amazonia y los contrafuertes andinos, Santa Cruz cultiva soja, extrae gas y petróleo y goza de temperaturas cálidas. El Occidente, cuyo centro simbólico es La Paz, se extiende sobre un altiplano frío; la plata y el estaño, los minerales que fueron su riqueza, han recuperado mercados y algo de su valor recién en los últimos años. En octubre de 2003, durante la caída de Sánchez de Lozada, el mundo y muchos bolivianos vieron por primera vez el choque, no sólo ideológico, entre Oriente y Occidente. La mayoría de los crucenos siguió la revuelta de La Paz y El Alto sólo como un espectáculo que irrumpía desde sus televisores. En las calles de la ciudad de Santa Cruz, dos grupos se enfrentaron. Sectores campesinos, indígenas y estudiantiles marcharon reclamando la renuncia del Presidente. Los enfrentaron los militantes del Comité Pro Santa Cruz y de otras organizaciones afines, que reclamaban la continuidad institucional –la continuidad de Goni en el gobierno– y apoyaban la exportación de gas a los Estados Unidos vía Chile. La batalla se libro en la plaza 24 de Septiembre –la principal de la ciudad–, que finalmente ocuparon los grupos aliados al Comité. Festejaron cantando el himno del departamento. El Comité Pro Santa Cruz, autodenominado el “gobierno moral de los crucenos”, es el mayor representante de la elite cruceña y de la cruceñidad en el conflicto con Occidente. Hacia el 2003 contaba con un amplio apoyo social y gran capacidad de movilización, ya que conseguía atraer a sectores medios y bajos. Durante la revuelta de octubre, el Comité vivió un cambio radical. Después de la renuncia forzada de Sanchez de Lozada, reclamó una transformación de raíz del sistema político “para evitar la escisión de Santa Cruz de Bolivia”. Desde su punto de vista, también el país estaba mutando, el movimiento social de Occidente había turmbado a un presidente y conseguido instalar la llamada agenda de Octubre que reclamaba la nacionalización de los recursos naturales y la convocatoria a una asamblea constituyente que refundaría el país. La elite oriental lanzo una serie de máximas, autonomía, elección de prefectos (gobernadores) y el fin de los cortes de rutas. “Ahora se puede orientalizar a los occidentales”, declaró Rubén Costas, el entonces presidente del Comité. Desde la perspectiva de la elite cruceña, la historia de la relación de Santa Cruz con el Occidente había sido de ninguneo, desprecio e imposición. Durante el siglo XIX, Santa Cruz se sintió discriminada y relegada por el poder central y se alzó en armas dos veces en reclamo de una nueva relación con el Estado central. En 1876 lo hizo el grupo liderado por el federalista Andrés Ibáñez, cuyo discurso igualitarista encontró la oposición de la elite de su tierra. En 1891 fue la Revolución de los Domingos, llamada así porque se inició un domingo y por el nombre de los militares que la encabezaron: Domingo Ardaya y José Domingo Avila. Ambas intentonas fracasaron, pero inauguraron la serie de reclamos de Santa Cruz al Estado central. Más tarde, durante la primera mitad del siglo xx, la elite cruceña reclamó la integración de manera pacífica. En las primeras tres décadas priorizó la construcción de un ferrocarril para llegar al Occidente y para que el Occidente llegara hasta las llanuras. La Revolución Nacional de 1952, liderada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), se convirtió en la gran fuerza unificadora entre Occidente y Santa Cruz. El MNR llevó adelante la “Marcha Hacia el Oriente”. Buscaba la diversificación económica –que haría al país menos dependiente de la minería– y el poblamiento de grandes extensiones de territorio en Santa Cruz y en los departamentos vecinos. La elite cruceña, representada por el Comité fundado en 1950 y por la Falange Socialista Boliviana (FSB), se enfrentó con el MNR, y gobernó la ciudad entre 1957 y 1959, cuando el Ejecutivo recuperó el control de Santa Cruz mediante las Fuerzas Armadas. El Comite suspendió sus actividades hasta 1965. Mas allá de los avatares de la política, en la década del sesenta Santa Cruz pretendía modernizarse. Para ello, exigió servicios públicos como agua y cloacas. Como nunca llegaron, tuvo que construirlos con sus propios recursos. La elite ha dado relieve a esos logros con el fin de instalar la idea de que la Santa Cruz de la Sierra actual es una ciudad creada sin el apoyo del Estado central. El agua, la electricidad y otros servicios están en manos de cooperativas manejadas por dos de las logias secretas de la ciudad: Caballeros del Oriente y Toborochis. En agosto de 1971, la elite de Santa Cruz colaboro con el golpe que llevó al poder a Hugo Banzer Suárez, uno de los tres presidentes crucenos de la historia. El Banzerato (1971-1978) impulsó el primer gran boom económico de Santa Cruz. Concedió beneficios a los poderosos de la región: créditos estatales, una devaluación que ayudó a los agroexportadores y, finalmente, entregó tierras estatales a un grupo de banzeristas y a familias acomodadas. El narcotráfico jugó un papel en esta expansión, y no fue menor, según revelaron investigaciones académicas y periodísticas. El segundo gran momento del despegue económico se produjo Después de la implementación de las medidas neoliberales de 1985. Las inversiones extranjeras en petróleo e hidrocarburos, como las que hicieron YPF-Repsol y Petrobras, y las ganancias de la agroindustria transformaron a Santa Cruz en la locomotora económica de Bolivia y en el principal destino para los migrantes internos: en treinta años, la población de la capital del departamento creció de cincuenta mil habitantes hasta un millón doscientos mil. El fin del siglo XX encontró a Santa Cruz, según el sociólogo Fernando Calderón, “más boliviana que nunca”. Pero los primeros años del XXI la encontraron más enfrentada que nunca al Occidente. Evo Morales, una de las encarnaciones del altiplano, se convirtió en objetivo dilecto de los ataques del Oriente. No fue el único. El 17 de octubre de 2003, al reemplazar a Sánchez de Lozada en la presidencia, Carlos Mesa asumió el rol de funambulista. Trató de establecer un equilibrio entre Occidente y Oriente como entre otros actores políticos. Ese balance incluía al Congreso, donde los partidos políticos tradicionales retenían la mayoría. también lidiaba con las presiones de empresas y gobiernos extranjeros que ante la incertidumbre exigían garantías. Mesa carecía de un partido propio, de experiencias como político y de dotes de administrador. Me recibió en su despacho el primer jueves de diciembre de ese año. El Palacio, en silencio y despoblado, reflejaba la poca expectativa que despertaba su permanencia. –Desde el punto de vista objetivo lo peor que hoy te puede pasar en la vida es ser presidente de Bolivia –abrió sonriendo, y no era fácil refutarlo. Para explicar cómo gobernaría, levantó del sillón su metro noventa y busco una encuesta que le daba ochenta y dos por ciento de aprobación. Creía en esas mediciones, pero más todavía en su capacidad oratoria: su presidencia fue una larga sucesión de discursos que pronunciaba sin ayudamemoria. Quería prolongar su relación con el público a través de la buena imagen que había ganado en una carrera de periodista e historiador. Los presidentes lo desairaban. Para el 15 de noviembre había fijado un encuentro con Nestor Kirchner en la cumbre Iberoamericana de Santa Cruz, pero el argentino falto a la cita. Sí se reunió, en cambio, con Morales, convertido en mandatario paralelo y líder de la contracumbre que se hizo en la ciudad. Kirchner, como el gobierno de los Estados Unidos y como Hugo Chávez, le daba poco tiempo de vida a su gobierno. Pero a Washington le preocupaba aún más la proyección futura de Morales. Días Después de su reunión con Kirchner, un funcionario estadounidense llevó un documento a la cancillería argentina en el que definía al jefe cocalero como “narcoterrorista”. La relación de Evo con la gestión de Mesa tuvo un momento fundacional. Ocurrió cuando se opuso, después de la caída de Sánchez de Lozada, a la creación de una junta revolucionaria con un paquete de medidas radicales como la expropiación de las petroleras que proponían algunas organizaciones. Con todo el costo que tiene para el que lo corran por izquierda, Evo impulso la sucesión presidencial. En una primera etapa, apostó a una convivencia con Mesa. Ante su equipo político, sostuvo que debían apoyar al nuevo presidente para conseguir ciertas revindicaciones propias, como la Asamblea Constituyente y una nueva Ley de Hidrocarburos. Anunció, sin embargo, que rechazarían cargos en el Ejecutivo, a pesar de las insistencias de Mesa en sentido contrario. En el mediano plazo y pensando en las elecciones de 2007, planeaba organizar mejor su partido, ganar gobiernos municipales y prepararse para la administración del Estado. Su vínculo con el Presidente siempre fue frío. Ni siquiera como periodista Mesa había conseguido una relación con el jefe del MAS. Evo se llevaba mejor con los reporteros rasos, y casi nunca con editores y propietarios. De hecho, cuando asumió la vicepresidencia, Mesa pidió una cena privada con él para conocerse más, pero Morales la rechazo: todos los vínculos que establece son políticos, y aun para comer una parrillada elige a sus compañeros o a personas de su confianza. Y Mesa siempre le provocó desconfianza. El Presidente necesitaba con desesperación la paz social que podía garantizarle Evo y cierto apoyo de la bancada del MAS en el Parlamento, En sus primeros encuentros, respetuosos pero distantes, Mesa buscó darle a cambio una certidumbre: si le iba bien, Morales encontraría un escenario favorable para sus aspiraciones. Frente a los Estados Unidos, dijo el presidente en esa entrevista en el Palacio, intentaría trabajar “con un mínimo de dignidad”. Washington aportaba noventa y cuatro millones de dólares anuales en varios rubros de ayuda y exigía la erradicación total de cocales. Aceptó la coexistencia de Mesa con Morales porque el jefe del MAS se había convertido en un protagonista de la política boliviana, pero la embajada estadounidense no lo aceptaba como interlocutor, ya que lo seguía considerando parte del problema del narcotráfico y no de su solución. Mesa consiguió un equilibrio entre ambas partes: firmo un acuerdo para que cada familia cocalera tuviera un cato de coca (una hectárea). Las acusaciones de oficialista incomodaban a Evo: “Me llamaron –dijo en una entrevista– llama, policía, trompetista. En la Casa Blanca me llaman narcoterrorista [...] Me llaman oficialista sin entender que en algunas propuestas para el país el MAS tiene derecho de apoyar al Gobierno. ¿Que opino de Mesa? Es un prisionero de los partidos del modelo económico, de la Embajada de los Estados Unidos, de algunos sectores sociales. Quiere caer bien a todos: quiere estar bien con las trasnacionales y con el pueblo.” En mayo de 2004, la relación con Mesa tuvo una crisis cuando se aprobó en el Congreso una ley que daba inmunidad a las tropas estadounidenses para entrar a Bolivia. Y provocó el fin del vínculo de Morales con Filemon Escobar, el viejo dirigente trotskista que pasó catorce años en El Chapare formando política e ideológicamente a los cocaleros y apuntalando la carrera política de su Hder. Ni Filemon ni los senadores del MAS asistieron a la sesión en la que el proyecto de inmunidad se convirtió en ley. “Ésta es una traición”, declaró Morales. Después denunció que los habían comprado con cincuenta mil dólares que Escobar repartió entre la bancada. Lo acusó de agente de la CIA y a los senadores de “platistas” codiciosos. Escobar, ferreo defensor del entendimiento con Mesa, rechazó las acusaciones y argumentó que no se ausentaron de manera deliberada, sino que estaban reunidos con su bancada cuando el presidente del Senado, Horrnando Vaca Diez, aprovechó para que se aprobara la ley. Tambien ofreció una definición de Morales: “Es un muchacho malcriado”. Desde entonces, no dejaron de agredirse y acusarse. Mesa tuvo otra diferencia importante con Evo durante el referéndum de julio de 2004, en el que busco legitimar su política carburífera. Antes de dar a conocer al país las cinco preguntas sobre las que debería pronunciarse, se las mostró a Morales, que apoyó las primeras tres. Estaba a favor de la derogación de la Ley de Hidrocarburos de Sánchez de Lozada, de la recuperación de la propiedad de todos los hidrocarburos en boca de pozo para el Estado boliviano, y de la refundación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). En cambio, no aceptó que se usara al gas como recurso estratégico para recuperar “una salida útil y soberana al Océano Pacifico” y que el Estado boliviano cobrara impuestos y/o regalías a las empresas petroleras “llegando al cin-cuenta por ciento del valor de la producción del gas y el petróleo a favor del país”. El porcentaje le parecía bajo. En ese encuentro con Morales, Mesa busco consensuar un apoyo a las cinco preguntas y se mostro abierto a realizar cambios. Pero para disgusto del presidente, Evo se anticipó e hizo pública su posición. El día que Mesa gano el referéndum del 18 de Julio –aunque las últimas preguntas obtuvieran menos votos que las primeras tres– llamó a Morales para hablar de la propuesta de Ley de Hidrocarburos que enviaría al Congreso. –Estoy en Cochabamba, no puedo... devolverle la llamada. A posteriori, el presidente construyo un relato sobre la estrategia de Evo. “El siempre supo –me diría Mesa durante una entrevista en 2006– que no me podía dar el aire para que yo creciera políticamente y ocupara el centro y el centro izquierda. No me podía estrangular, hasta que decidió estrangularme.” Uno de los mediadores entre ambos, el alcalde de La Paz Juan Del Granado, vio que la actitud despectiva del presidente y la desconfianza de Morales obstaculizaron esa relación. Mesa –describiría también el alcalde– creyó que podía mutar de garante a líder de la transición. Evo no lo permitiría. Durante la discusión sobre la nueva Ley de Hidrocarburos, las diferencias se amplificaron. Mesa proponía treinta y dos por ciento de impuestos y dieciocho por ciento de regalías, mientras que el MAS reclame cincuenta por ciento de regalías. Evo le advirtió en público al presidente que podría terminar como Goni, y lo intimó a no exportar gas hasta que se aprobara una legisla-ción. Permeable a las presiones de las empresas, Mesa permitió que su gran amigo y mano derecha, el ministro de la Presidencia Pepe Galindo, estableciera una relación íntima con Petrobras. El Presidente buscó contener a Morales a través de Hugo Chávez. Informes de inteligencia le aseguraban que existía un mecanismo de financiamiento de Caracas al MAS que nunca pudo comprobarse. Mesa se convenció de que Chávez apoyó primero a Felipe Quispe pero que después de 2002 empezó a apostar por Morales. En concreto, le pidió a Chávez que le mostrara a Evo el modelo venezolano y que le explicara que no se podía hacer una nacionalización como el MAS pretendía. Sobrestimaba la influencia de Chávez. Y subestimó a Morales. Los embates de Evo contra Mesa se detenían cuando vislumbraba un peor sucesor: en noviembre de 2004 denunció un complot entre grupos de poder y la embajada estadounidense para interrumpir su mandato y convertir a Vaca Diez en jefe de Estado. No sólo en ese tema optó por ver a Mesa como el mal menor, también apoyó el controversial acuerdo con la Argentina en el que Bolivia se comprometía a venderle gas a un dolar por millón de BTU. Lo llamaron precio “solidario”, pero debieron llamarlo precio “regalado”: en el siguiente acuerdo que firmaron Argentina y Bolivia, con Morales como presidente, el precio subió a cinco dólares. Santa Cruz seguía presionando. La primera gran movilización organizada por el Comité Pro Santa Cruz fue el cabildo abierto del 22 de junio de 2004. Acudieron cincuenta mil personas según el diario El Deber. La llamada agenda de junio contenía un reclamo regional, la autonomía, y otro nacional, la pacificación social. Así pretendía contrabalancear la agenda de Octubre. “Las elites cruceñas tienen una visión provinciana”, declaró Mesa el 24 de octubre de 2004, después de recibir presiones del Comité para acelerar el proceso de autonomía. El movimiento cívico de Oriente contestó con un paro, amenazó con una “resistencia civil al centralismo” y reclamó una convocatoria para un referéndum antes de fin de año. La elite veía al presidente como un títere de Morales. Algunos medios crucenos iniciaron una campaña agresiva en su contra, en la que participaron genistas deseosos de revancha. Cuando el Presidente llamó a Oswaldo Monasterios, cabeza de una familia de grandes terratenientes dueña de la cadena televisiva Unitel, para buscar una tregua recibió una respuesta inesperada: “El señor está durmiendo la siesta y nadie lo puede molestar”. Monasterios nunca contestó la comunicación, según la versión de Mesa. Las elecciones municipales de diciembre de 2004 profundizaron la regionalización de la política, ya que los partidos locales ganaron las principales ciudades. Y eso perjudicó al propio Morales: aunque el MAS resultó la fuerza política más votada, sacó un diecisiete por ciento, menos de los que esperaba. En su lectura, la coexistencia con Mesa había afectado sus posibilidades; lo tomó en cuenta para lo que vendría. El incremento en el precio del diésel decidido por el gobierno el último día de 2004 provocó el suceso de que Occidente y Oriente encontraran la misma razón para protestar. En un discurso, el presidente dijo que dos puntas –dos extremos– no lo dejaban gobernar. Uno “quiere un cambio de modelo, nacionalización y echar a las compañías extranjeras del país”, mientras que el otro “quiere preservar el orden liberal y sus intereses particulares”. El Comité Pro Santa Cruz dio otro paso con el cabildo del 28 de enero, al que asistieron doscientos ochenta mil personas (ciento setenta mil según la policía). El discurso de Costas, su presidente, asumió un espíritu triunfante cuando anunció que era “el primer día de autonomía”. Además de los ataques a Morales (“afuera de Bolivia no deben pensar que somos sólo cocaleros”) y al presidente (“tenemos derecho a tener un gobierno que gobierne”), pretendía instalar la inexorabilidad de la autonomía. Estados Unidos volvió a intervenir en voz alta. El 20 de enero, el ex jefe del comando sur del Ejército, general James Hall, declaró que Chávez financiaba a Morales. Tres semanas Después, la flamante secretaria de Estado, Condoleezza Rice, se refirió a Bolivia en una audiencia ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Dijo que estaba ocurriendo algo “curioso” con el fortalecimiento del “partido de los cocaleros”. Y remató: “Estamos muy preocupados por ese partido”. A principios de marzo, Morales, que en enero había pedido el acortamiento del mandato de Mesa, lanzó un bloqueo nacional de caminos hasta que el Congreso votara la Ley de Hidrocarburos y llamara a una Asamblea Constituyente. Quiso sorprender y capitalizar el descontento contra el presidente. Mesa renuncio el 6 de marzo. En su discurso, justificó su decisión por las protestas de Morales, a quien mencionó veinticinco veces contra siete veces que dijo Carlos Mesa. Con un estilo inusualmente agresivo en su carrera de periodista, historiador y político, senaló al jefe del MAS con el dedo como no había hecho con nadie: –Evo Morales, con quien he hablado muchas veces y le he explicado detalladamente esta realidad, tiene mucha facilidad para salir a bloquear Bolivia [...] Venga usted a gobernar y verá usted lo que es la administración del Estado, la responsabilidad de un hombre de Estado. Y usted, honorable Evo Morales, es el jefe de la oposición, ya no puede permitirse el lujo de salir a las calles como un dirigente sindical, dirigente sindical que cómodamente se sienta en su silla y dice: “A bloquear, vamos todos a bloquear”. En un principio, ese discurso benefició a Mesa. La oposición rechazó su renuncia en el Parlamento, consiguió que los bloqueos perdieran legitimidad y se limitaran geográficamente. Una corriente mesista emergió en la sociedad boliviana, en especial entre los sectores medios, que rubricó su apoyo en la llamada Marcha de los pañuelos blancos, donde pidió que las dos puntas dejaran gobernar al presidente. El día de la renuncia agredieron a Morales en un aeropuerto. Un grupo de pasajeros le reclamaba que organizaba bloqueos y los eludía con vuelos de línea. También recibió insultos en la calle y hasta lo escupieron. “Esta es la guerra contra nosotros”, le advirtió al entonces diputado Antonio Peredo, que también había experimentado el rechazo social al MAS. Una encuesta realizada Después de la dimisión del presidente mostró que en las cuatro ciudades principales del país (Santa Cruz, El Alto, La Paz y Cochabamba) la desaprobación a Morales llegaba al setenta y tres por ciento. Su equipo evaluó que Mesa se afirmaría en su gobierno y que completaría el mandate hasta el 2007. Evo estaba ensimismado y machucado. Reapareció en su círculo íntimo una persona que sería clave en 2005: el periodista y editor Walter Chávez. Aunque había trabajado en la campaña de 2002, se había alejado porque cuestionaba la política dialoguista con Mesa. “Este cojudo siempre le va a negar a los indios la posibilidad de que se autorrepresenten”, le dijo Chávez en su estilo vehemente. Y lo instó a que enfrentara aún más al mesismo. Otro sector del círculo de Morales, donde figuraba el editor José Antonio Quiroga, impulsaba un mayor entendimiento con el presidente. Durante las grandes crisis, como las del 6 de marzo, Evo escucha más y esa vez escuchó a todos. “Voy a combatirlo y voy a tumbarlo”, le dijo a Chávez al definir su posición y rechazó firmar un acuerdo de salvación nacional promovido por Mesa. Cortó abruptamente su vínculo con Quiroga, a quien acusó de traidor. Decidió recostarse en un espacio que lo había acusado de oficialista: el que componían una Central Obrera Boliviana (COB) revitalizada y más radical, y el siempre intransigente Felipe Quispe. Su futuro, de repente, asomó muy incierto. El Comité Pro Santa Cruz no advirtió la oportunidad de acordar con el presidente. En un claro ejemplo de su incapacidad para entender la dimensión nacional de la crisis, anunció un “gobierno de facto” en caso de que no se alcanzara la autonomía. La elite cruceña Creía que su agenda no tenía por qué tener en cuenta la debilidad de Mesa, los reclamos de Occidente y la falta de legitimidad del Congreso. Seguía creyendo, a pesar de toda evidencia en contra, que Mesa era un títere de Morales. El ex presidente Jorge Tuto Quiroga, un aliado de Santa Cruz, se convenció de que ante una eventual caída de Mesa él se convertiría en una opción electoral victoriosa. (...)"

Publicado en:
http://sur.infonews.com/nota/764/jefazo-la-biografia-de-un-lider 


NOTA DEL EDITOR:
MIRANDO HACIA ADENTRO apoya oficialmente la candidatura del compañero EVO MORALES a la presidencia de Bolivia.

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