Retrato íntimo. Fragmento de la nueva edición de la biografía personal y política del presidente boliviano Juan Evo Morales Ayma, que el historiador y periodista Martín Sivak publicara en 2008.
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Para su elite, el Oriente boliviano representa la modernidad, la libre
empresa, el éxito y la inserción del país en el mundo. Se ven a sí
mismos como amigables, hospitalarios, emprendedores y creyentes. El
Occidente, según ellos, significa atraso, indios, izquierdismo y
aislamiento. El Oriente es un archipiélago de departamentos liderados
por Santa Cruz, el más rico del país.
Extendido por la vasta llanura chaquena hasta la Amazonia y los
contrafuertes andinos, Santa Cruz cultiva soja, extrae gas y petróleo y
goza de temperaturas cálidas. El Occidente, cuyo centro simbólico es La
Paz, se extiende sobre un altiplano frío; la plata y el estaño, los
minerales que fueron su riqueza, han recuperado mercados y algo de su
valor recién en los últimos años.
En octubre de 2003, durante la caída de Sánchez de Lozada, el mundo y
muchos bolivianos vieron por primera vez el choque, no sólo ideológico,
entre Oriente y Occidente. La mayoría de los crucenos siguió la revuelta
de La Paz y El Alto sólo como un espectáculo que irrumpía desde sus
televisores. En las calles de la ciudad de Santa Cruz, dos grupos se
enfrentaron. Sectores campesinos, indígenas y estudiantiles marcharon
reclamando la renuncia del Presidente. Los enfrentaron los militantes
del Comité Pro Santa Cruz y de otras organizaciones afines, que
reclamaban la continuidad institucional –la continuidad de Goni en el
gobierno– y apoyaban la exportación de gas a los Estados Unidos vía
Chile. La batalla se libro en la plaza 24 de Septiembre –la principal de
la ciudad–, que finalmente ocuparon los grupos aliados al Comité.
Festejaron cantando el himno del departamento.
El Comité Pro Santa Cruz, autodenominado el “gobierno moral de los
crucenos”, es el mayor representante de la elite cruceña y de la
cruceñidad en el conflicto con Occidente. Hacia el 2003 contaba con un
amplio apoyo social y gran capacidad de movilización, ya que conseguía
atraer a sectores medios y bajos.
Durante la revuelta de octubre, el Comité vivió un cambio radical.
Después de la renuncia forzada de Sanchez de Lozada, reclamó una
transformación de raíz del sistema político “para evitar la escisión de
Santa Cruz de Bolivia”. Desde su punto de vista, también el país estaba
mutando, el movimiento social de Occidente había turmbado a un
presidente y conseguido instalar la llamada agenda de Octubre que
reclamaba la nacionalización de los recursos naturales y la convocatoria
a una asamblea constituyente que refundaría el país. La elite oriental
lanzo una serie de máximas, autonomía, elección de prefectos
(gobernadores) y el fin de los cortes de rutas. “Ahora se puede
orientalizar a los occidentales”, declaró Rubén Costas, el entonces
presidente del Comité.
Desde la perspectiva de la elite cruceña, la historia de la relación de
Santa Cruz con el Occidente había sido de ninguneo, desprecio e
imposición.
Durante el siglo XIX, Santa Cruz se sintió discriminada y relegada por
el poder central y se alzó en armas dos veces en reclamo de una nueva
relación con el Estado central. En 1876 lo hizo el grupo liderado por el
federalista Andrés Ibáñez, cuyo discurso igualitarista encontró la
oposición de la elite de su tierra. En 1891 fue la Revolución de los
Domingos, llamada así porque se inició un domingo y por el nombre de los
militares que la encabezaron: Domingo Ardaya y José Domingo Avila.
Ambas intentonas fracasaron, pero inauguraron la serie de reclamos de
Santa Cruz al Estado central.
Más tarde, durante la primera mitad del siglo xx, la elite cruceña
reclamó la integración de manera pacífica. En las primeras tres décadas
priorizó la construcción de un ferrocarril para llegar al Occidente y
para que el Occidente llegara hasta las llanuras. La Revolución Nacional
de 1952, liderada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR),
se convirtió en la gran fuerza unificadora entre Occidente y Santa Cruz.
El MNR llevó adelante la “Marcha Hacia el Oriente”. Buscaba la
diversificación económica –que haría al país menos dependiente de la
minería– y el poblamiento de grandes extensiones de territorio en Santa
Cruz y en los departamentos vecinos. La elite cruceña, representada por
el Comité fundado en 1950 y por la Falange Socialista Boliviana (FSB),
se enfrentó con el MNR, y gobernó la ciudad entre 1957 y 1959, cuando el
Ejecutivo recuperó el control de Santa Cruz mediante las Fuerzas
Armadas. El Comite suspendió sus actividades hasta 1965.
Mas allá de los avatares de la política, en la década del sesenta Santa
Cruz pretendía modernizarse. Para ello, exigió servicios públicos como
agua y cloacas. Como nunca llegaron, tuvo que construirlos con sus
propios recursos. La elite ha dado relieve a esos logros con el fin de
instalar la idea de que la Santa Cruz de la Sierra actual es una ciudad
creada sin el apoyo del Estado central. El agua, la electricidad y otros
servicios están en manos de cooperativas manejadas por dos de las
logias secretas de la ciudad: Caballeros del Oriente y Toborochis.
En agosto de 1971, la elite de Santa Cruz colaboro con el golpe que
llevó al poder a Hugo Banzer Suárez, uno de los tres presidentes
crucenos de la historia. El Banzerato (1971-1978) impulsó el primer gran
boom económico de Santa Cruz. Concedió beneficios a los poderosos de la
región: créditos estatales, una devaluación que ayudó a los
agroexportadores y, finalmente, entregó tierras estatales a un grupo de
banzeristas y a familias acomodadas. El narcotráfico jugó un papel en
esta expansión, y no fue menor, según revelaron investigaciones
académicas y periodísticas.
El segundo gran momento del despegue económico se produjo Después de la
implementación de las medidas neoliberales de 1985. Las inversiones
extranjeras en petróleo e hidrocarburos, como las que hicieron
YPF-Repsol y Petrobras, y las ganancias de la agroindustria
transformaron a Santa Cruz en la locomotora económica de Bolivia y en el
principal destino para los migrantes internos: en treinta años, la
población de la capital del departamento creció de cincuenta mil
habitantes hasta un millón doscientos mil. El fin del siglo XX encontró a
Santa Cruz, según el sociólogo Fernando Calderón, “más boliviana que
nunca”. Pero los primeros años del XXI la encontraron más enfrentada que
nunca al Occidente. Evo Morales, una de las encarnaciones del
altiplano, se convirtió en objetivo dilecto de los ataques del Oriente.
No fue el único.
El 17 de octubre de 2003, al reemplazar a Sánchez de Lozada en la
presidencia, Carlos Mesa asumió el rol de funambulista. Trató de
establecer un equilibrio entre Occidente y Oriente como entre otros
actores políticos. Ese balance incluía al Congreso, donde los partidos
políticos tradicionales retenían la mayoría. también lidiaba con las
presiones de empresas y gobiernos extranjeros que ante la incertidumbre
exigían garantías. Mesa carecía de un partido propio, de experiencias
como político y de dotes de administrador.
Me recibió en su despacho el primer jueves de diciembre de ese año. El
Palacio, en silencio y despoblado, reflejaba la poca expectativa que
despertaba su permanencia.
–Desde el punto de vista objetivo lo peor que hoy te puede pasar en la
vida es ser presidente de Bolivia –abrió sonriendo, y no era fácil
refutarlo.
Para explicar cómo gobernaría, levantó del sillón su metro noventa y
busco una encuesta que le daba ochenta y dos por ciento de aprobación.
Creía en esas mediciones, pero más todavía en su capacidad oratoria: su
presidencia fue una larga sucesión de discursos que pronunciaba sin
ayudamemoria. Quería prolongar su relación con el público a través de la
buena imagen que había ganado en una carrera de periodista e
historiador.
Los presidentes lo desairaban. Para el 15 de noviembre había fijado un
encuentro con Nestor Kirchner en la cumbre Iberoamericana de Santa Cruz,
pero el argentino falto a la cita. Sí se reunió, en cambio, con
Morales, convertido en mandatario paralelo y líder de la contracumbre
que se hizo en la ciudad.
Kirchner, como el gobierno de los Estados Unidos y como Hugo Chávez, le
daba poco tiempo de vida a su gobierno. Pero a Washington le preocupaba
aún más la proyección futura de Morales. Días Después de su reunión con
Kirchner, un funcionario estadounidense llevó un documento a la
cancillería argentina en el que definía al jefe cocalero como
“narcoterrorista”.
La relación de Evo con la gestión de Mesa tuvo un momento fundacional.
Ocurrió cuando se opuso, después de la caída de Sánchez de Lozada, a la
creación de una junta revolucionaria con un paquete de medidas radicales
como la expropiación de las petroleras que proponían algunas
organizaciones. Con todo el costo que tiene para el que lo corran por
izquierda, Evo impulso la sucesión presidencial.
En una primera etapa, apostó a una convivencia con Mesa. Ante su equipo
político, sostuvo que debían apoyar al nuevo presidente para conseguir
ciertas revindicaciones propias, como la Asamblea Constituyente y una
nueva Ley de Hidrocarburos. Anunció, sin embargo, que rechazarían cargos
en el Ejecutivo, a pesar de las insistencias de Mesa en sentido
contrario. En el mediano plazo y pensando en las elecciones de 2007,
planeaba organizar mejor su partido, ganar gobiernos municipales y
prepararse para la administración del Estado.
Su vínculo con el Presidente siempre fue frío. Ni siquiera como
periodista Mesa había conseguido una relación con el jefe del MAS. Evo
se llevaba mejor con los reporteros rasos, y casi nunca con editores y
propietarios. De hecho, cuando asumió la vicepresidencia, Mesa pidió una
cena privada con él para conocerse más, pero Morales la rechazo: todos
los vínculos que establece son políticos, y aun para comer una
parrillada elige a sus compañeros o a personas de su confianza. Y Mesa
siempre le provocó desconfianza.
El Presidente necesitaba con desesperación la paz social que podía
garantizarle Evo y cierto apoyo de la bancada del MAS en el Parlamento,
En sus primeros encuentros, respetuosos pero distantes, Mesa buscó darle
a cambio una certidumbre: si le iba bien, Morales encontraría un
escenario favorable para sus aspiraciones.
Frente a los Estados Unidos, dijo el presidente en esa entrevista en el
Palacio, intentaría trabajar “con un mínimo de dignidad”. Washington
aportaba noventa y cuatro millones de dólares anuales en varios rubros
de ayuda y exigía la erradicación total de cocales. Aceptó la
coexistencia de Mesa con Morales porque el jefe del MAS se había
convertido en un protagonista de la política boliviana, pero la embajada
estadounidense no lo aceptaba como interlocutor, ya que lo seguía
considerando parte del problema del narcotráfico y no de su solución.
Mesa consiguió un equilibrio entre ambas partes: firmo un acuerdo para
que cada familia cocalera tuviera un cato de coca (una hectárea).
Las acusaciones de oficialista incomodaban a Evo: “Me llamaron –dijo en
una entrevista– llama, policía, trompetista. En la Casa Blanca me llaman
narcoterrorista [...] Me llaman oficialista sin entender que en algunas
propuestas para el país el MAS tiene derecho de apoyar al Gobierno.
¿Que opino de Mesa? Es un prisionero de los partidos del modelo
económico, de la Embajada de los Estados Unidos, de algunos sectores
sociales. Quiere caer bien a todos: quiere estar bien con las
trasnacionales y con el pueblo.”
En mayo de 2004, la relación con Mesa tuvo una crisis cuando se aprobó
en el Congreso una ley que daba inmunidad a las tropas estadounidenses
para entrar a Bolivia. Y provocó el fin del vínculo de Morales con
Filemon Escobar, el viejo dirigente trotskista que pasó catorce años en
El Chapare formando política e ideológicamente a los cocaleros y
apuntalando la carrera política de su Hder. Ni Filemon ni los senadores
del MAS asistieron a la sesión en la que el proyecto de inmunidad se
convirtió en ley. “Ésta es una traición”, declaró Morales. Después
denunció que los habían comprado con cincuenta mil dólares que Escobar
repartió entre la bancada. Lo acusó de agente de la CIA y a los
senadores de “platistas” codiciosos.
Escobar, ferreo defensor del entendimiento con Mesa, rechazó las
acusaciones y argumentó que no se ausentaron de manera deliberada, sino
que estaban reunidos con su bancada cuando el presidente del Senado,
Horrnando Vaca Diez, aprovechó para que se aprobara la ley. Tambien
ofreció una definición de Morales: “Es un muchacho malcriado”. Desde
entonces, no dejaron de agredirse y acusarse.
Mesa tuvo otra diferencia importante con Evo durante el referéndum de
julio de 2004, en el que busco legitimar su política carburífera. Antes
de dar a conocer al país las cinco preguntas sobre las que debería
pronunciarse, se las mostró a Morales, que apoyó las primeras tres.
Estaba a favor de la derogación de la Ley de Hidrocarburos de Sánchez de
Lozada, de la recuperación de la propiedad de todos los hidrocarburos
en boca de pozo para el Estado boliviano, y de la refundación de
Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). En cambio, no
aceptó que se usara al gas como recurso estratégico para recuperar “una
salida útil y soberana al Océano Pacifico” y que el Estado boliviano
cobrara impuestos y/o regalías a las empresas petroleras “llegando al
cin-cuenta por ciento del valor de la producción del gas y el petróleo a
favor del país”. El porcentaje le parecía bajo. En ese encuentro con
Morales, Mesa busco consensuar un apoyo a las cinco preguntas y se
mostro abierto a realizar cambios. Pero para disgusto del presidente,
Evo se anticipó e hizo pública su posición.
El día que Mesa gano el referéndum del 18 de Julio –aunque las últimas
preguntas obtuvieran menos votos que las primeras tres– llamó a Morales
para hablar de la propuesta de Ley de Hidrocarburos que enviaría al
Congreso.
–Estoy en Cochabamba, no puedo... devolverle la llamada. A posteriori,
el presidente construyo un relato sobre la estrategia de Evo. “El
siempre supo –me diría Mesa durante una entrevista en 2006– que no me
podía dar el aire para que yo creciera políticamente y ocupara el centro
y el centro izquierda. No me podía estrangular, hasta que decidió
estrangularme.”
Uno de los mediadores entre ambos, el alcalde de La Paz Juan Del
Granado, vio que la actitud despectiva del presidente y la desconfianza
de Morales obstaculizaron esa relación. Mesa –describiría también el
alcalde– creyó que podía mutar de garante a líder de la transición. Evo
no lo permitiría.
Durante la discusión sobre la nueva Ley de Hidrocarburos, las
diferencias se amplificaron. Mesa proponía treinta y dos por ciento de
impuestos y dieciocho por ciento de regalías, mientras que el MAS
reclame cincuenta por ciento de regalías. Evo le advirtió en público al
presidente que podría terminar como Goni, y lo intimó a no exportar gas
hasta que se aprobara una legisla-ción. Permeable a las presiones de las
empresas, Mesa permitió que su gran amigo y mano derecha, el ministro
de la Presidencia Pepe Galindo, estableciera una relación íntima con
Petrobras.
El Presidente buscó contener a Morales a través de Hugo Chávez. Informes
de inteligencia le aseguraban que existía un mecanismo de
financiamiento de Caracas al MAS que nunca pudo comprobarse. Mesa se
convenció de que Chávez apoyó primero a Felipe Quispe pero que después
de 2002 empezó a apostar por Morales.
En concreto, le pidió a Chávez que le mostrara a Evo el modelo
venezolano y que le explicara que no se podía hacer una nacionalización
como el MAS pretendía. Sobrestimaba la influencia de Chávez. Y subestimó
a Morales.
Los embates de Evo contra Mesa se detenían cuando vislumbraba un peor
sucesor: en noviembre de 2004 denunció un complot entre grupos de poder y
la embajada estadounidense para interrumpir su mandato y convertir a
Vaca Diez en jefe de Estado. No sólo en ese tema optó por ver a Mesa
como el mal menor, también apoyó el controversial acuerdo con la
Argentina en el que Bolivia se comprometía a venderle gas a un dolar por
millón de BTU. Lo llamaron precio “solidario”, pero debieron llamarlo
precio “regalado”: en el siguiente acuerdo que firmaron Argentina y
Bolivia, con Morales como presidente, el precio subió a cinco dólares.
Santa Cruz seguía presionando. La primera gran movilización organizada
por el Comité Pro Santa Cruz fue el cabildo abierto del 22 de junio de
2004. Acudieron cincuenta mil personas según el diario El Deber. La
llamada agenda de junio contenía un reclamo regional, la autonomía, y
otro nacional, la pacificación social. Así pretendía contrabalancear la
agenda de Octubre.
“Las elites cruceñas tienen una visión provinciana”, declaró Mesa el 24
de octubre de 2004, después de recibir presiones del Comité para
acelerar el proceso de autonomía. El movimiento cívico de Oriente
contestó con un paro, amenazó con una “resistencia civil al centralismo”
y reclamó una convocatoria para un referéndum antes de fin de año. La
elite veía al presidente como un títere de Morales. Algunos medios
crucenos iniciaron una campaña agresiva en su contra, en la que
participaron genistas deseosos de revancha. Cuando el Presidente llamó a
Oswaldo Monasterios, cabeza de una familia de grandes terratenientes
dueña de la cadena televisiva Unitel, para buscar una tregua recibió una
respuesta inesperada: “El señor está durmiendo la siesta y nadie lo
puede molestar”. Monasterios nunca contestó la comunicación, según la
versión de Mesa.
Las elecciones municipales de diciembre de 2004 profundizaron la
regionalización de la política, ya que los partidos locales ganaron las
principales ciudades. Y eso perjudicó al propio Morales: aunque el MAS
resultó la fuerza política más votada, sacó un diecisiete por ciento,
menos de los que esperaba. En su lectura, la coexistencia con Mesa había
afectado sus posibilidades; lo tomó en cuenta para lo que vendría.
El incremento en el precio del diésel decidido por el gobierno el último
día de 2004 provocó el suceso de que Occidente y Oriente encontraran la
misma razón para protestar. En un discurso, el presidente dijo que dos
puntas –dos extremos– no lo dejaban gobernar. Uno “quiere un cambio de
modelo, nacionalización y echar a las compañías extranjeras del país”,
mientras que el otro “quiere preservar el orden liberal y sus intereses
particulares”.
El Comité Pro Santa Cruz dio otro paso con el cabildo del 28 de enero,
al que asistieron doscientos ochenta mil personas (ciento setenta mil
según la policía). El discurso de Costas, su presidente, asumió un
espíritu triunfante cuando anunció que era “el primer día de autonomía”.
Además de los ataques a Morales (“afuera de Bolivia no deben pensar que
somos sólo cocaleros”) y al presidente (“tenemos derecho a tener un
gobierno que gobierne”), pretendía instalar la inexorabilidad de la
autonomía.
Estados Unidos volvió a intervenir en voz alta. El 20 de enero, el ex
jefe del comando sur del Ejército, general James Hall, declaró que
Chávez financiaba a Morales. Tres semanas Después, la flamante
secretaria de Estado, Condoleezza Rice, se refirió a Bolivia en una
audiencia ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Dijo que
estaba ocurriendo algo “curioso” con el fortalecimiento del “partido de
los cocaleros”. Y remató: “Estamos muy preocupados por ese partido”.
A principios de marzo, Morales, que en enero había pedido el
acortamiento del mandato de Mesa, lanzó un bloqueo nacional de caminos
hasta que el Congreso votara la Ley de Hidrocarburos y llamara a una
Asamblea Constituyente. Quiso sorprender y capitalizar el descontento
contra el presidente.
Mesa renuncio el 6 de marzo. En su discurso, justificó su decisión por
las protestas de Morales, a quien mencionó veinticinco veces contra
siete veces que dijo Carlos Mesa. Con un estilo inusualmente agresivo en
su carrera de periodista, historiador y político, senaló al jefe del
MAS con el dedo como no había hecho con nadie:
–Evo Morales, con quien he hablado muchas veces y le he explicado
detalladamente esta realidad, tiene mucha facilidad para salir a
bloquear Bolivia [...] Venga usted a gobernar y verá usted lo que es la
administración del Estado, la responsabilidad de un hombre de Estado. Y
usted, honorable Evo Morales, es el jefe de la oposición, ya no puede
permitirse el lujo de salir a las calles como un dirigente sindical,
dirigente sindical que cómodamente se sienta en su silla y dice: “A
bloquear, vamos todos a bloquear”.
En un principio, ese discurso benefició a Mesa. La oposición rechazó su
renuncia en el Parlamento, consiguió que los bloqueos perdieran
legitimidad y se limitaran geográficamente. Una corriente mesista
emergió en la sociedad boliviana, en especial entre los sectores medios,
que rubricó su apoyo en la llamada Marcha de los pañuelos blancos,
donde pidió que las dos puntas dejaran gobernar al presidente.
El día de la renuncia agredieron a Morales en un aeropuerto. Un grupo de
pasajeros le reclamaba que organizaba bloqueos y los eludía con vuelos
de línea. También recibió insultos en la calle y hasta lo escupieron.
“Esta es la guerra contra nosotros”, le advirtió al entonces diputado
Antonio Peredo, que también había experimentado el rechazo social al
MAS. Una encuesta realizada Después de la dimisión del presidente mostró
que en las cuatro ciudades principales del país (Santa Cruz, El Alto,
La Paz y Cochabamba) la desaprobación a Morales llegaba al setenta y
tres por ciento. Su equipo evaluó que Mesa se afirmaría en su gobierno y
que completaría el mandate hasta el 2007.
Evo estaba ensimismado y machucado. Reapareció en su círculo íntimo una
persona que sería clave en 2005: el periodista y editor Walter Chávez.
Aunque había trabajado en la campaña de 2002, se había alejado porque
cuestionaba la política dialoguista con Mesa. “Este cojudo siempre le va
a negar a los indios la posibilidad de que se autorrepresenten”, le
dijo Chávez en su estilo vehemente. Y lo instó a que enfrentara aún más
al mesismo. Otro sector del círculo de Morales, donde figuraba el editor
José Antonio Quiroga, impulsaba un mayor entendimiento con el
presidente.
Durante las grandes crisis, como las del 6 de marzo, Evo escucha más y
esa vez escuchó a todos. “Voy a combatirlo y voy a tumbarlo”, le dijo a
Chávez al definir su posición y rechazó firmar un acuerdo de salvación
nacional promovido por Mesa.
Cortó abruptamente su vínculo con Quiroga, a quien acusó de traidor.
Decidió recostarse en un espacio que lo había acusado de oficialista: el
que componían una Central Obrera Boliviana (COB) revitalizada y más
radical, y el siempre intransigente Felipe Quispe. Su futuro, de
repente, asomó muy incierto.
El Comité Pro Santa Cruz no advirtió la oportunidad de acordar con el
presidente. En un claro ejemplo de su incapacidad para entender la
dimensión nacional de la crisis, anunció un “gobierno de facto” en caso
de que no se alcanzara la autonomía. La elite cruceña Creía que su
agenda no tenía por qué tener en cuenta la debilidad de Mesa, los
reclamos de Occidente y la falta de legitimidad del Congreso. Seguía
creyendo, a pesar de toda evidencia en contra, que Mesa era un títere de
Morales. El ex presidente Jorge Tuto Quiroga, un aliado de Santa Cruz,
se convenció de que ante una eventual caída de Mesa él se convertiría en
una opción electoral victoriosa.
(...)"
Publicado en:
http://sur.infonews.com/nota/764/jefazo-la-biografia-de-un-lider
NOTA DEL EDITOR:
MIRANDO HACIA ADENTRO apoya oficialmente la candidatura del compañero EVO MORALES a la presidencia de Bolivia.
NOTA DEL EDITOR:
MIRANDO HACIA ADENTRO apoya oficialmente la candidatura del compañero EVO MORALES a la presidencia de Bolivia.
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