Hay cosas que son casi eternas. Aunque cambian …
Cambian porque las sociedades y las tecnologías en las que están insertas cambian.
Pero ciertos principios permanecen.
Aunque se transforme su contenido.
Principios como la libertad de expresión y la libertad de prensa son vitales para una sociedad democrática. Y, expresados con simpleza, como el derecho de toda persona a expresar y publicar sus ideas y opiniones libremente, son y serán inseparables de cualquier sistema democrático que pueda concebirse.
Sin embargo, reafirmar la plena vigencia de estos principios no significa mantener inalterada una definición que se elaboró en el siglo XVIII, y que ya no responde a la realidad.
Un hombre de 1800, por ejemplo, sólo podía pensar en la posibilidad de manifestarse políticamente acerca de algo en un lugar público, o de publicar esas opiniones en un diario o en un libro … En 1800 no existía ni teléfono, ni telégrafo, ni celular, ni Internet, ni trenes, ni autos, ni aviones …
La mejor manera de enviar un mensaje era escribir una carta (con pluma y tintero) y enviarla con un mensajero a caballo, en un barco a vela o mediante una paloma mensajera. Y , cuando ese hombre pensaba en el “enemigo” que podía amenazar su libertad de expresarse y de informarse, siempre pensaba en el poder del Estado, en algún gobierno autoritario que impusiera una dura censura y persiguiera a los opositores, o simplemente a todos los que pensaran distinto.
Por eso, garantizar la libertad de prensa, la libertad de los diarios a expresarse, era un objetivo perfectamente coincidente con la libertad de expresión individual de cada ciudadano.
Los diarios, por ese entonces medios generalmente muy pequeños que tenían menos de media docena de empleados, eran el reaseguro de la libertad de expresión individual.
Un hombre del 2011 vive otra realidad. Existen muchísimos medios para acceder a la información e incluso para participar en su difusión y gestación. Cualquiera puede con su celular sacar fotos, filmar, acceder a Internet, subir esas fotos o videos, acceder a Twitter, Facebook, a alguna página , a su Blog, o a otras redes sociales y verter opiniones sobre las cosas más diversas. Puede así dar a conocer su opinión, publicar sus ideas, sus fotos y sus grabaciones.
¿Qué rol juegan entonces los viejos diarios?... Uno se animaría a decir que los diarios no existen más… Al menos no existen esos diarios que eran empresas modestísimas, con un puñado de empleados. Estos viejos diarios vendían un único producto : la información. Por eso para ellos la información era sagrada.
Los diarios de hoy son otra cosa. Quizás nacieron hace mucho tiempo con mucha modestia. Pero hoy son empresas enormes. Son grupos mediáticos oligopólicos que controlan diarios, radios, empresas de TV por cable, empresas que proveen servicios de Internet, imprentas, editoriales, telefonía, fábricas de papel, empresas que producen contenidos culturales, educativos, o de entretenimiento para TV. Y luego se extienden a emprendimientos que nada tienen que ver con el periodismo, la información o la cultura, a empresas comerciales, agropecuarias o industriales… El crecimiento de estos grupos mediáticos no se da en una ciudad o región sino que alcanza todo un país, y luego desborda sus fronteras creciendo en otras geografías…
Si en 1800 el negocio de los diarios era la información, y por eso la respetaban como al bien más importante, hoy lo que ocupa ese lugar es el poder. Para los medios de hoy el respeto a la información queda varios escalones por debajo de la adoración del poder. Porque estas empresas son muchas veces más poderosas que muchos gobiernos.
Estos multimedios oligopólicos construyen una realidad mediática acorde a sus propias necesidades corporativas, fijan agenda, crean y destruyen candidatos, exaltan o invisibilizan problemáticas y noticias, ayudan a construir el “sentido común” de la época. Estos monstruos globalizados, como los viejos Césares, usan su pulgar para decidir la vida o la muerte mediática, para poner y sacar gobiernos.
Ya no es tan claro como era hace doscientos años que la defensa irrestricta de la libertad de las empresas periodísticas, bestias multifacéticas y todopoderosas, coincide con la defensa de la libertad de expresión y de comunicación de los simples ciudadanos (y menos aún de los periodistas que trabajan para ellas). Estas empresas tienen su lista de prioridades. Nosotros ni siquiera tenemos un lugar en esa lista.
Cuando se postuló el principio de la libertad de prensa se pretendía proteger a los periódicos de un agobiante poder, el poder político, para así defender los derechos básicos del ciudadano común.
Hoy el principio sigue teniendo vigencia, pero sólo si se le hace una pequeña enmienda. En nuestros tiempos el poder político sigue teniendo capacidad para afectar estas libertades básicas del ciudadano, vinculadas al derecho a expresarse, informarse y publicar .Pero el poder político ya no es el poder más peligroso.
Hoy el poder económico ha alcanzado límites insospechados en el siglo XVIII, desarrollando empresas multinacionales que se ubican por encima del poder de los gobiernos, y que tienen al menos la misma capacidad que éstos para amenazar la libertad de prensa, la de expresión, la de información. En realidad muchas veces tienen más poder que los gobiernos, ya que el nivel de concentración y la posibilidad de manipular la realidad que muestran resultan apabullantes.
Hoy los grupos mediáticos oligopólicos construyen poder. Son grandes maquinarias informativas que defienden posiciones sectoriales e intereses corporativos. Y estos monstruos avanzan, aplastando a su paso la veracidad de la información , la objetividad, la libertad de expresión de los ciudadanos, … y la propia libertad de prensa.
Adrián Corbella, 16 de junio de 2011.
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