La primavera camporista
Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 4 de Junio de 2011
Por Nilda Garré
Ministra de Seguridad de la Nación.
Nilda Garré, diputada durante el gobierno de Cámpora, sostiene: “Habíamos pasado por dictaduras, gobiernos fraudulentos, otros de escasa legitimidad. Finalmente, habíamos llegado.”
El gobierno del FREJULI que encabezó Héctor J. Cámpora fue para mi generación una experiencia pendular a la que ingresamos jubilosamente y de la que salimos con dudas y preocupaciones, que culminaron en tragedia. Vista a la distancia, aquella experiencia fue, efectivamente una primavera que dejó profundos trazos en la política argentina, así como en la cultura popular.
Estábamos seguros de haber conquistado con nuestros méritos un gobierno que impondría en los hechos la justicia social y los ideales nacionales y populares por los que veníamos confrontando a una dictadura, con el objetivo de recuperar la democracia y repatriar al líder del movimiento nacional y popular, el general Juan Domingo Perón.
Entendimos que al gobierno de Cámpora habíamos llegado por nuestra lucha. Habíamos sido perseguidos, muchos de nuestros compañeros y amigos habían estado presos, víctimas de tormentos o muertos también. Estaban muy presentes los fusilamientos de Trelew de 1972.
Pero además, considerábamos que esa victoria electoral estaba inscrita en un movimiento histórico popular, anticolonialista y antiimperialista que arrancaba en Mayo del siglo anterior, tomaba su fuerza de la guerras gauchas por la independencia, en los caudillos federales, en las conquistas obreras de comienzos del siglo XX, el industrialismo yrigoyenista, Forja y la década peronista, con las figuras emblemáticas de Perón y Evita a la cabeza.
Nuestra visión histórica estaba forjada además en la resistencia. Habíamos pasado por dictaduras, gobiernos fraudulentos y otros de escasa legitimidad democrática. Finalmente, habíamos llegado.
La alegría fue el signo de nacimiento del gobierno nuevo, sólo oscurecida por el ataque reaccionario de la derecha en Ezeiza. Más tarde entendimos que ese había sido el preanuncio de un escalamiento de la violencia criminal que tomó forma perfecta del ’76 al ’83 con el terrorismo de Estado que implementó la dictadura.
Pero nada logrará borrar el recuerdo de aquella alegría colectiva, fundada en valores e historia compartidos y vociferados por una juventud muy comprometida. El 25 de mayo de 1973 fue un día claro, de resarcimiento de las heridas propias, pero también de las penurias por las que habían atravesado generaciones de luchadores en busca de conquistar derechos democráticos.
En lo personal, fui elegida diputada nacional por la Capital Federal, cargo que desempeñé hasta el nefasto 24 de marzo de 1976.
Los escasos días de primavera camporista fueron largos y de opciones dramáticamente existenciales. El proceso político, luego, derrapó hacia otro lugar, con el desplazamiento de Cámpora y la Juventud Peronista del círculo íntimo del gobierno y, con la muerte de Perón, la historia se hizo más oscura, hasta enterrarse en la peor tragedia de la historia argentina tras el golpe de Estado.
No puedo, sin embargo, dejar de destacar que aquel entusiasmo militante, ese ánimo de celebración puesta en la tarea de construir una nueva Argentina, aquellas convicciones colectivas luminosas y fundadas en el amor –contestadas por el terror desde el Estado, por la desilusión y por el neoliberalismo– regresaron otro 25 de mayo, esta vez de 2003.
Aquellos jóvenes de la Plaza del ’73, los que están y los que pagaron con su vida su rebeldía en los años de plomo, volvimos a estar unidos y celebrando el triunfo de Néstor Kirchner. Él primero, y Cristina Fernández ahora conduce un proyecto político que recupera las banderas de la primavera camporista, depurada en el tamiz de la historia, ajustada a los tiempos actuales.
Y el tiempo presente, precisamente, lleva la marca de la juventud y del gobierno nacional y popular que, confiamos, completará la institucionalización de los logros de la gestión a partir de la reelección de Cristina en octubre.
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