"Las consecuencias sociales de los programas de enfriamiento de la economía sobre las clases populares siempre han sido mucho más graves que los efectos de la inflación. La inflación le quita poder de compra, pero el ajuste les quita el trabajo.
En la Argentina, la inflación históricamente ha sido un mecanismo de licuación de los salarios; al ser más lenta la recomposición salarial, siempre fue detrás de los precios, y en ese proceso se perdió gran parte del poder de compra de los trabajadores, como así también se generaron innumerables océanos de rentabilidad en las grandes empresas.
Utilizando una metáfora que repito insistentemente, la inflación es a la economía lo que la fiebre a las personas, un síntoma y no una enfermedad en sí misma. Entonces, puesto que nadie está enfermo de fiebre, la discusión de fondo es determinar cuál es la enfermedad.
Este diagnóstico de los orígenes de la inflación excede ampliamente el ámbito económico, ya que la adopción de una u otra explicación revelan ideologías y políticas bien definidas.
La crisis financiera internacional de la que se está saliendo no sólo con gran dificultad, sino también con altos costos sociales, en especial en lo relativo al desempleo, fue generada en gran parte por la aplicación de las recetas monetaristas y el conocido andamiaje teórico neoliberal del consenso de Washington. Sin embargo, las grandes debilidades que exhibió la crisis sobre las teorías que alimentaron su gestación no fueron suficientes para que las mismas perdieran adeptos.
Por eso aún hoy es habitual encontrar en el plano internacional, y especialmente entre los gurúes de la economía argentina, quienes relacionan la inflación con la emisión monetaria.
Personalmente, he tenido que rebatir esta tesis hace sólo unos días ante un economista ortodoxo al discutir la situación de la economía argentina. No sólo resulta inaplicable en un país como el nuestro, con un muy bajo nivel de monetización, sino que puede citarse que desde el primer trimestre de 2008 la base monetaria ha venido creciendo bastante menos que el PBI nominal, con lo cual, aplicando la errónea tesis, los precios deberían haber bajado, una situación que huelga decir que no se cumplió.
Generalmente, esta preocupación por la expansión monetaria viene montada sobre otra mucho más habitual: el origen de la inflación se encuentra en el incremento desmesurado del gasto público. Esta tesis también puede ser refutada con la simple observación de la realidad.
A finales de diciembre de 2008 y principios de 2009, como consecuencia de la crisis, tanto las expectativas de inflación como la inflación se frenaron, a pesar de que venía aumentando el gasto público con las políticas anticíclicas.
Cuando la gente retrajo su consumo por el temor a la crisis, los empresarios redujeron su margen de ganancias y aplicaron grandes rebajas, pero al recomponerse el consumo (gracias a medidas sociales del Gobierno) rápidamente comenzaron a aumentar algunos rubros, en especial los más sensibles.
Queda claro entonces que la suba de precios no tiene su origen en el aumento del gasto, sino en el poder de los formadores de precios. Y si la suba se produce en alimentos y bebidas, es porque con la universalización de la asignación por hijo y sobre aguinaldo de jubilados, entre otras iniciativas, se produjo una distribución del ingreso que fue a los sectores que dedican la gran mayoría de su gasto a los alimentos y bebidas.
De la misma forma puede suceder con el último aumento del 8,2 por ciento a jubilados, una gran masa de dinero, en una economía que no se encuentra al borde de la capacidad instalada, sino que se está manejando con niveles de capacidad ociosa, por lo cual no debería “recalentar” los precios.
Pero, si bien los números y la realidad las refutan, tanto la tesis de la expansión monetaria como la del gasto público sirven para presentar un enfriamiento de la economía como saludable. Y en este aspecto hay una cuestión fundamental: las consecuencias sociales sobre las clases populares de los programas de enfriamiento de la economía -o de ajuste, como también suelen denominarse- siempre han sido mucho más graves que los efectos de la inflación. La inflación les quita poder de compra, pero el ajuste les quita el trabajo.
El origen de la inflación es estructural, es fruto de la puja distributiva. Pero conviene aclarar que es una puja bastante desigual, puesto que los precios siempre le terminan ganando a los salarios, salvo en periodos recientes en los cuales algunos sectores de trabajadores tuvieron un incremento en su poder de compra.
Encontrarle una solución al problema que aqueja actualmente a la economía argentina, donde los formadores de precios se apropian del mayor poder de compra de la población, no es una tarea fácil ni unidireccional. Se necesita revitalizar los engranajes de un Estado que fue desarmado en los noventa, y que no fue reconstruido con la fortaleza suficiente en los últimos años de bonanza, para que afiance la fuerza que el Estado necesariamente debe ejercitar para cumplir sus funciones.
Paralelamente, es necesario desarrollar mecanismos de participación popular, para que los ciudadanos se involucren activamente en estos cambios. Y para ello hay que dar un combate ideológico que tiene que ver con la definición de las causas de la inflación, pero que se centra en la construcción de un modelo de país más humanitario, solidario y popular."
En la Argentina, la inflación históricamente ha sido un mecanismo de licuación de los salarios; al ser más lenta la recomposición salarial, siempre fue detrás de los precios, y en ese proceso se perdió gran parte del poder de compra de los trabajadores, como así también se generaron innumerables océanos de rentabilidad en las grandes empresas.
Utilizando una metáfora que repito insistentemente, la inflación es a la economía lo que la fiebre a las personas, un síntoma y no una enfermedad en sí misma. Entonces, puesto que nadie está enfermo de fiebre, la discusión de fondo es determinar cuál es la enfermedad.
Este diagnóstico de los orígenes de la inflación excede ampliamente el ámbito económico, ya que la adopción de una u otra explicación revelan ideologías y políticas bien definidas.
La crisis financiera internacional de la que se está saliendo no sólo con gran dificultad, sino también con altos costos sociales, en especial en lo relativo al desempleo, fue generada en gran parte por la aplicación de las recetas monetaristas y el conocido andamiaje teórico neoliberal del consenso de Washington. Sin embargo, las grandes debilidades que exhibió la crisis sobre las teorías que alimentaron su gestación no fueron suficientes para que las mismas perdieran adeptos.
Por eso aún hoy es habitual encontrar en el plano internacional, y especialmente entre los gurúes de la economía argentina, quienes relacionan la inflación con la emisión monetaria.
Personalmente, he tenido que rebatir esta tesis hace sólo unos días ante un economista ortodoxo al discutir la situación de la economía argentina. No sólo resulta inaplicable en un país como el nuestro, con un muy bajo nivel de monetización, sino que puede citarse que desde el primer trimestre de 2008 la base monetaria ha venido creciendo bastante menos que el PBI nominal, con lo cual, aplicando la errónea tesis, los precios deberían haber bajado, una situación que huelga decir que no se cumplió.
Generalmente, esta preocupación por la expansión monetaria viene montada sobre otra mucho más habitual: el origen de la inflación se encuentra en el incremento desmesurado del gasto público. Esta tesis también puede ser refutada con la simple observación de la realidad.
A finales de diciembre de 2008 y principios de 2009, como consecuencia de la crisis, tanto las expectativas de inflación como la inflación se frenaron, a pesar de que venía aumentando el gasto público con las políticas anticíclicas.
Cuando la gente retrajo su consumo por el temor a la crisis, los empresarios redujeron su margen de ganancias y aplicaron grandes rebajas, pero al recomponerse el consumo (gracias a medidas sociales del Gobierno) rápidamente comenzaron a aumentar algunos rubros, en especial los más sensibles.
Queda claro entonces que la suba de precios no tiene su origen en el aumento del gasto, sino en el poder de los formadores de precios. Y si la suba se produce en alimentos y bebidas, es porque con la universalización de la asignación por hijo y sobre aguinaldo de jubilados, entre otras iniciativas, se produjo una distribución del ingreso que fue a los sectores que dedican la gran mayoría de su gasto a los alimentos y bebidas.
De la misma forma puede suceder con el último aumento del 8,2 por ciento a jubilados, una gran masa de dinero, en una economía que no se encuentra al borde de la capacidad instalada, sino que se está manejando con niveles de capacidad ociosa, por lo cual no debería “recalentar” los precios.
Pero, si bien los números y la realidad las refutan, tanto la tesis de la expansión monetaria como la del gasto público sirven para presentar un enfriamiento de la economía como saludable. Y en este aspecto hay una cuestión fundamental: las consecuencias sociales sobre las clases populares de los programas de enfriamiento de la economía -o de ajuste, como también suelen denominarse- siempre han sido mucho más graves que los efectos de la inflación. La inflación les quita poder de compra, pero el ajuste les quita el trabajo.
El origen de la inflación es estructural, es fruto de la puja distributiva. Pero conviene aclarar que es una puja bastante desigual, puesto que los precios siempre le terminan ganando a los salarios, salvo en periodos recientes en los cuales algunos sectores de trabajadores tuvieron un incremento en su poder de compra.
Encontrarle una solución al problema que aqueja actualmente a la economía argentina, donde los formadores de precios se apropian del mayor poder de compra de la población, no es una tarea fácil ni unidireccional. Se necesita revitalizar los engranajes de un Estado que fue desarmado en los noventa, y que no fue reconstruido con la fortaleza suficiente en los últimos años de bonanza, para que afiance la fuerza que el Estado necesariamente debe ejercitar para cumplir sus funciones.
Paralelamente, es necesario desarrollar mecanismos de participación popular, para que los ciudadanos se involucren activamente en estos cambios. Y para ello hay que dar un combate ideológico que tiene que ver con la definición de las causas de la inflación, pero que se centra en la construcción de un modelo de país más humanitario, solidario y popular."
Carlos Heller, 2010
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