* Ignacio Ramonet, periodista y profesor universitario, es una de las figuras mundiales más destacadas en temas de geopolítica y medios de comunicación.
Esta entrevista fue realizada por Gloria Ribé, directora y guionista de cine y televisión, el pasado 28 de junio, en París. Publicada originalmente en el semanario mexicano Proceso, se reproduce en Sala de Prensa con la autorización expresa de la subdirección editorial.
Gloria Ribé: ¿Por qué y cómo los medios de comunicación han adquirido tanto poder?
Ignacio Ramonet: Efectivamente, nunca en la historia ha habido tantos medios con tanta influencia. Además de la prensa escrita, la radio y la televisión, ha venido a añadirse Internet, un verdadero continente nuevo. Por otra parte, en los últimos 10 ó 15 años, la propia televisión ha conocido un desarrollo cuantitativo extraordinariamente importante. Hoy en día se puede recibir televisión por la línea telefónica. Esto quiere decir que en un hogar de clase media, sobretodo en los países desarrollados, hay una capacidad de recibir información como nunca en la historia. Por otra parte, en esta época de la globalización, las empresas de los medios de comunicación tienden a querer dominar un mercado cada vez más importante. Esto hace que los grupos mediáticos, que antes eran locales o nacionales, hoy tienden a ser por lo menos regionales, continentales o a veces, planetarios, como es el caso de la CNN, que desde finales de los años 80 ha tenido como objetivo el dirigirse al mundo entero.
Hoy los medios pertenecen a empresas extremadamente poderosas, por ejemplo, la empresa de Rupert Murdoch, un grupo de comunicación que difunde información por televisión, por radio, por prensa escrita, pero además posee empresas que producen música, televisión, cine, se ocupan del ocio, de la diversión, de cultura de masas, etcétera, a tal grado que ya no sabemos distinguir entre cultura de masas, publicidad e información. No sólo son grupos de comunicación importantes, sino grupos empresariales extremadamente influyentes y que tienen la capacidad de aprovecharse de las oportunidades que les da la globalización para instalarse en muchos países, para tener influencia sobre muchos dirigentes políticos y sobre la opinión pública. Orson Wells en 1941, en su película El ciudadano Kane, ya planteaba estos problemas, sólo que Kane era un señor que tenía ambiciones políticas y poseía algunos periódicos… pero en un solo país. El ciudadano Kane de hoy tendría muchos periódicos, muchas emisoras de radio y muchos canales de televisión en muchos países.
GR: ¿Por qué los dirigentes políticos han cedido tanto poder a los grupos financieros y mediáticos?
IR: En efecto, en muchas regiones del mundo, los dirigentes políticos han cedido poder a esos grupos. Por ejemplo, todo el fenómeno que llamamos privatizaciones no es más que una transferencia del poder del Estado al poder privado, es decir que el gran enfrentamiento en esta época de la globalización es el enfrentamiento entre el mercado y el Estado. El Estado se había mantenido un poco protegido por los dirigentes políticos pero ahora, como en un Caballo de Troya, en el Estado se han introducido empresarios o políticos con mentalidad empresarial que en realidad son los que están vaciando al Estado de muchas de sus prerrogativas, en particular de su función de actor económico. En ese contexto, los medios de comunicación tienen como función principal: convencer al conjunto de las poblaciones de que hay que hacer esas reformas, así como de votar por aquellos que estén dispuestos a llevarlas a cabo. Obviamente los medios, como grupos industriales y económicos, van a beneficiarse de esas reformas. Por consiguiente, vemos que existe una alianza entre el mensaje de la globalización en favor de lo privado y en favor del capital, y esos grupos mediáticos que encuentran su provecho difundiéndolo.
GR: ¿Podríamos pensar que se trata de un nuevo proyecto imperial?
IR: Las configuraciones geopolíticas del mundo actual hacen aparecer por primera vez una hiperpotencia sin ningún tipo de rivalidad: Estados Unidos. Una hiperpotencia que se manifiesta en diversos sectores: el político, el económico, el tecnológico y, evidentemente, el militar. A esto hay que añadir que en el mundo occidental la cultura de masas dominante es la cultura de masas estadounidense, y que además es una cultura muy rentable. Las exportaciones, en términos de comunicación en cultura de masas por televisión, por cine, por libros, etcétera, ocupan el segundo lugar de las exportaciones estadounidenses, después de la aeronáutica y antes de la farmacéutica. Ahora, ¿esto corresponde a un proyecto imperial? Podríamos decir “si” y “no”. En realidad, los mensajes del cine de Hollywood, o las series de televisión difundidas por Estados Unidos, globalmente, la cultura de masas estadounidense, transmiten la ideología de su propia supremacía. Entonces, en términos de contenidos, sí hay un proyecto imperial. Ahora, ¿significa eso que en la administración de Estados Unidos, en torno al presidente, hay reuniones cada semana para estudiar cómo se va a dominar al mundo mediante las películas estadounidenses? La respuesta es “no”. No es un proyecto político, es un proyecto que resulta de la voluntad de dominar y obtener provecho de un mercado a escala mundial. Por consiguiente, no es un proyecto imperial ejercido desde la cúpula política, sino un mensaje que ideológicamente sirve a Estados Unidos.
GR: Esa voluntad de “americanizar” al mundo, ¿qué efectos produce en otras culturas?
IR: Evidentemente produce efectos, por un lado, digamos “positivos”. Por ejemplo, hoy en día, en toda Europa, se ha admitido globalmente la idea de “americanizar”. El modelo de comportamiento, la manera de vivir el ocio, la manera de organizarse en su propia casa, de amueblarse, de comer, el concepto de democracia, el sentido del humor mismo, etcétera, nos hacen constatar que, antropológicamente, el modelo estadounidense se está extendiendo. De igual forma vemos que para las clases medias o las clases altas de Asia y América Latina, “vivir bien” quiere decir vivir a la “americana”. Por otro lado, también ha tenido efectos muy negativos en áreas culturales donde esa voluntad de “americanizar” se percibe como una agresión al modo de vida tradicional, particularmente no occidental. Por ejemplo, en el mundo árabe y musulmán, donde no hay democracia, donde no ha habido movimientos de ascensión social de las clases más humildes, donde pervive la dominación del hombre sobre la mujer, y donde las relaciones tribales y la religión son extremadamente fuertes. En este contexto, la “americanización” significa la derrota del Islam y por consiguiente, defender el Islam es defender la tradición y, evidentemente, agredir al que está difundiendo esas tesis. De ahí los atentados del 11 de septiembre. Hoy sabemos que los autores de esos atentados no se habían limitado a usar cuatro aviones; el plan original contemplaba diez aviones. Aunque no sabemos a dónde iban a ir, pero siguiendo la lógica de la agresión simbólica al poder económico (World Trade Center), al poder político (Washington) y al poder militar (Pentágono), podemos imaginar que uno de esos aviones hubiese golpeado los estudios de Hollywood o Disneylandia, como uno de los símbolos de la supremacía de la cultura de masas que se impone al el mundo.
GR: El poder de los medios y su influencia en la opinión pública, ¿están vaciando a la democracia de su sentido?
IR: Es una cuestión que hoy se plantea en muchas sociedades. Por ejemplo, ¿votamos libremente? ¿Es mi libre albedrío el que me conduce a votar por este señor o por esta señora, o bien, en realidad, es porque me han metido en la cabeza una serie de ideas que hacen que yo, como una marioneta, voy a votar por lo que me han dicho? Esta pregunta es evidentemente importante hoy día, en la medida en que las cosas se han complicado enormemente. Hoy es extremadamente difícil comprender la economía y la política. Por ejemplo, en Europa, es muy difícil distinguir lo que depende de la autonomía de cada Estado y lo que corresponde a la influencia de la Unión Europea; y si a esto le agregamos el aspecto social, donde muchas leyes responden a las exigencias del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, de la OMC, de la OCD, etcétera, nos damos cuenta de que el panorama mundial se ha vuelto enormemente complejo. Sin embargo, frente a esta complejidad tenemos unos medios de comunicación que exigen la simplificación absoluta, reduciendo esa complejidad a una lectura elemental de las cosas. Esta contradicción ha producido un mensaje muy maniqueo, muy elemental, y ese mensaje tiene efecto en su traducción política. Entonces, nos damos cuenta de que, de hecho, los medios pueden falsificar la democracia. Está probado que la credibilidad de las informaciones televisadas es más elevada en la medida en que el nivel socioeconómico y cultural de los telespectadores es más bajo. Las capas sociales más modestas apenas consumen otros medios de comunicación y casi nunca leen periódicos; por eso no pueden cuestionar la versión de los hechos propuesta por la televisión.
El telenoticiero constituye la información del pobre. En esto estriba su importancia política. Manipula más fácilmente a los que menos defensa cultural tienen.
GR: ¿Cómo percibe la relación entre libertad y censura?
IR: Seguimos pensando, por hábito o por pereza intelectual, que la censura sólo la ejercen los gobiernos autoritarios, porque es una censura ostensible, muy visible. No queremos plantearnos el problema de saber cómo funciona la censura en la democracia. Partimos del principio de que la censura es lo propio de la dictadura, cuando en realidad hay que partir del principio de que la censura es lo propio del poder, de todo poder. Hoy, la censura ya no funciona por restricción o por supresión, como se hace en los países donde se mata o se encarcela a los periodistas o se cierra un periódico, etcétera. En las grandes democracias desarrolladas eso prácticamente ya no ocurre, pero lo que sí ocurre es que hay mucha información que no circula, por que hay sobreinformación, es decir que en las democracias, la censura funciona por asfixia. Nos ofrecen tanta información y consumimos tanta información, que ya no nos damos cuenta de alguna que no está. La ocultación y la disimulación en esa masa de información que se consume, es la censura de hoy. Estamos pues en una situación en la que creemos que, por el hecho de tener más información, tenemos más libertad, cuando en realidad, si analizamos bien, tenemos mucha menos que en otros momentos.
GR: ¿Estos cambios afectan a la profesión y a la ética del periodista? ¿Por qué cada vez más ciudadanos se preguntan dónde está la verdad?
IR: Yo soy periodista y creo que el trabajo del periodista tiene mucha influencia en la democracia. Muy a menudo digo que la calidad de la democracia depende de la calidad de la información y por consiguiente, las condiciones del ejercicio de la libertad de expresión en las que actúa el periodista tienen una gran influencia en toda la sociedad. Lo que ha ocurrido es que todos estos cambios, tecnológicos, económicos y políticos, han sido apoyados ciegamente por muchos periodistas, y ahora se dan cuenta de que eso crea una serie de dificultades. Por ejemplo, lo que sucedió con el prestigiado New York Times y con el popular USA Today, cuando descubrieron que sus más importantes periodistas falsificaban las informaciones. Y ahora, con lo que empezamos a saber sobre la guerra de Irak, en que nos damos cuenta de que nunca hubo armas de destrucción masiva, ni relaciones entre el régimen de Sadam Hussein y Al Qaeda –que eran las dos razones oficiales para invadir a Irak–, el New York Times, que había apoyado en primera plana esas tesis oficiales, ahora –dando ejemplo de autocrítica–, declara públicamente: “Nos equivocamos”. Este tipo de escándalos hace que efectivamente, la pregunta obligada sea: ¿Dónde está la verdad? Si los principales medios no me dan garantía de que lo que me informan es verdadero, yo como ciudadano, obviamente voy a preocuparme por la información que recibo. Todo esto está creando un fenómeno que podemos llamar un estado de inseguridad informacional. Eso significa que cuando el ciudadano recibe una información de la radio, la prensa o la televisión, no sabe si es verdadera o falsa. No sabe si dentro de un mes van a decirle: “Mire, lo que le dije hace un mes, no era cierto”.
GR: Como profesor universitario, ¿qué percibe usted en las nuevas generaciones de comunicadores?
IR: Nos damos cuenta de que, hoy en día, hay una sensibilidad ciudadana extremadamente elevada respecto de los problemas de los medios y su relación con la sociedad. Basta ver lo que sucedió en España. Tres días después de los atentados del 11 de marzo, había elecciones. Y la gente, mediante el uso del teléfono portátil o de Internet, envió una serie de mensajes para alertar sobre las dudas que podrían existir respecto de la verdad oficial que estaba dando el gobierno. Y el simple hecho de que el público, los ciudadanos, empezaron a dudar de la versión oficial, hizo que más de un millón y medio de personas que, según los sondeos y las encuestas, iban a votar por el partido que estaba en el gobierno, cambiaran su voto a favor de la oposición. Eso significa que existe una extrema sensibilidad a la manipulación mediática, la gente sabe que los medios son una bomba atómica que les entra en el cerebro y por consiguiente, no quieren que se abuse de esa bomba atómica. Esa sensibilidad se encuentra en los estudiantes. Hoy, los estudiantes se interesan en la forma como funciona este sistema de mentiras.
GR: ¿Cómo funciona ese sistema de mentiras?
IR: Actualmente, la peor crisis geopolítica del mundo es la guerra de Irak, y es una guerra que se ha hecho bajo falsos pretextos que han dado lugar a mentiras de Estado, en que el presidente de un gobierno ha difundido informaciones falsas y que, además, sabía que eran falsas. Esto es algo que uno puede imaginar en dictadores o en regímenes autoritarios. Pero que, desde un país democrático, con el apoyo de los medios, se haya podido hacer esta gigantesca manipulación con las consecuencias dramáticas y prácticas que eso supone, hace que hoy en día haya una sensibilidad particular a este problema y que cada vez haya una mayor exigencia de que nos dotemos de algún sistema que nos permita tener garantías. Por ejemplo, con la información está ocurriendo lo que pasó hace unos 15 años con la alimentación, es decir que en algunos países se pasó de una alimentación que era estructural e históricamente una alimentación de penuria, a una situación de abundancia de todos los productos, en todas las estaciones del año. Pero ahora se descubre que esa alimentación está contaminada con pesticidas y fertilizantes químicos, y que ello provoca toda una serie de muertes por cáncer, por infartos o por problemas de obesidad. Esto creó tal desconfianza que, ahora, existen tiendas donde sólo se venden productos orgánicos, producidos sin pesticidas y sin elementos dañinos para la salud. Con la información está ocurriendo lo mismo. Antes no había información, ahora hay mucha información, pero esa información está contaminada con mucha mentira, con mucha falsedad, con mucha ocultación, etcétera. Entonces, hay cada vez más gente que quiere y busca una información orgánica, con un sello que diga: “Esta es una información orgánica, sin falsedad, sin mentiras. Una información que no daña su salud”.
GR: ¿Qué garantía ofrece un periódico como Le Monde Diplomatique?
IR: Digamos que la desconfianza que existe actualmente hace que los medios dominantes vean su credibilidad descender y que los medios alternativos, que proponen otra concepción de la información, vean su credibilidad ascender. Le Monde Diplomatique se encuentra quizá en este segundo grupo: el que apuesta por la inteligencia y el sentido crítico del lector. Aquí tratamos de presentar la “séptima faz del dado”, la cara escondida de la información. A pesar de todo, y a veces a contracorriente, hoy en día existen en el mundo muchos periodistas y muchos medios que trabajan en esa misma vía. Y esto, para muchos, puede significar una buena noticia.
Ignacio Ramonet: Efectivamente, nunca en la historia ha habido tantos medios con tanta influencia. Además de la prensa escrita, la radio y la televisión, ha venido a añadirse Internet, un verdadero continente nuevo. Por otra parte, en los últimos 10 ó 15 años, la propia televisión ha conocido un desarrollo cuantitativo extraordinariamente importante. Hoy en día se puede recibir televisión por la línea telefónica. Esto quiere decir que en un hogar de clase media, sobretodo en los países desarrollados, hay una capacidad de recibir información como nunca en la historia. Por otra parte, en esta época de la globalización, las empresas de los medios de comunicación tienden a querer dominar un mercado cada vez más importante. Esto hace que los grupos mediáticos, que antes eran locales o nacionales, hoy tienden a ser por lo menos regionales, continentales o a veces, planetarios, como es el caso de la CNN, que desde finales de los años 80 ha tenido como objetivo el dirigirse al mundo entero.
Hoy los medios pertenecen a empresas extremadamente poderosas, por ejemplo, la empresa de Rupert Murdoch, un grupo de comunicación que difunde información por televisión, por radio, por prensa escrita, pero además posee empresas que producen música, televisión, cine, se ocupan del ocio, de la diversión, de cultura de masas, etcétera, a tal grado que ya no sabemos distinguir entre cultura de masas, publicidad e información. No sólo son grupos de comunicación importantes, sino grupos empresariales extremadamente influyentes y que tienen la capacidad de aprovecharse de las oportunidades que les da la globalización para instalarse en muchos países, para tener influencia sobre muchos dirigentes políticos y sobre la opinión pública. Orson Wells en 1941, en su película El ciudadano Kane, ya planteaba estos problemas, sólo que Kane era un señor que tenía ambiciones políticas y poseía algunos periódicos… pero en un solo país. El ciudadano Kane de hoy tendría muchos periódicos, muchas emisoras de radio y muchos canales de televisión en muchos países.
GR: ¿Por qué los dirigentes políticos han cedido tanto poder a los grupos financieros y mediáticos?
IR: En efecto, en muchas regiones del mundo, los dirigentes políticos han cedido poder a esos grupos. Por ejemplo, todo el fenómeno que llamamos privatizaciones no es más que una transferencia del poder del Estado al poder privado, es decir que el gran enfrentamiento en esta época de la globalización es el enfrentamiento entre el mercado y el Estado. El Estado se había mantenido un poco protegido por los dirigentes políticos pero ahora, como en un Caballo de Troya, en el Estado se han introducido empresarios o políticos con mentalidad empresarial que en realidad son los que están vaciando al Estado de muchas de sus prerrogativas, en particular de su función de actor económico. En ese contexto, los medios de comunicación tienen como función principal: convencer al conjunto de las poblaciones de que hay que hacer esas reformas, así como de votar por aquellos que estén dispuestos a llevarlas a cabo. Obviamente los medios, como grupos industriales y económicos, van a beneficiarse de esas reformas. Por consiguiente, vemos que existe una alianza entre el mensaje de la globalización en favor de lo privado y en favor del capital, y esos grupos mediáticos que encuentran su provecho difundiéndolo.
GR: ¿Podríamos pensar que se trata de un nuevo proyecto imperial?
IR: Las configuraciones geopolíticas del mundo actual hacen aparecer por primera vez una hiperpotencia sin ningún tipo de rivalidad: Estados Unidos. Una hiperpotencia que se manifiesta en diversos sectores: el político, el económico, el tecnológico y, evidentemente, el militar. A esto hay que añadir que en el mundo occidental la cultura de masas dominante es la cultura de masas estadounidense, y que además es una cultura muy rentable. Las exportaciones, en términos de comunicación en cultura de masas por televisión, por cine, por libros, etcétera, ocupan el segundo lugar de las exportaciones estadounidenses, después de la aeronáutica y antes de la farmacéutica. Ahora, ¿esto corresponde a un proyecto imperial? Podríamos decir “si” y “no”. En realidad, los mensajes del cine de Hollywood, o las series de televisión difundidas por Estados Unidos, globalmente, la cultura de masas estadounidense, transmiten la ideología de su propia supremacía. Entonces, en términos de contenidos, sí hay un proyecto imperial. Ahora, ¿significa eso que en la administración de Estados Unidos, en torno al presidente, hay reuniones cada semana para estudiar cómo se va a dominar al mundo mediante las películas estadounidenses? La respuesta es “no”. No es un proyecto político, es un proyecto que resulta de la voluntad de dominar y obtener provecho de un mercado a escala mundial. Por consiguiente, no es un proyecto imperial ejercido desde la cúpula política, sino un mensaje que ideológicamente sirve a Estados Unidos.
GR: Esa voluntad de “americanizar” al mundo, ¿qué efectos produce en otras culturas?
IR: Evidentemente produce efectos, por un lado, digamos “positivos”. Por ejemplo, hoy en día, en toda Europa, se ha admitido globalmente la idea de “americanizar”. El modelo de comportamiento, la manera de vivir el ocio, la manera de organizarse en su propia casa, de amueblarse, de comer, el concepto de democracia, el sentido del humor mismo, etcétera, nos hacen constatar que, antropológicamente, el modelo estadounidense se está extendiendo. De igual forma vemos que para las clases medias o las clases altas de Asia y América Latina, “vivir bien” quiere decir vivir a la “americana”. Por otro lado, también ha tenido efectos muy negativos en áreas culturales donde esa voluntad de “americanizar” se percibe como una agresión al modo de vida tradicional, particularmente no occidental. Por ejemplo, en el mundo árabe y musulmán, donde no hay democracia, donde no ha habido movimientos de ascensión social de las clases más humildes, donde pervive la dominación del hombre sobre la mujer, y donde las relaciones tribales y la religión son extremadamente fuertes. En este contexto, la “americanización” significa la derrota del Islam y por consiguiente, defender el Islam es defender la tradición y, evidentemente, agredir al que está difundiendo esas tesis. De ahí los atentados del 11 de septiembre. Hoy sabemos que los autores de esos atentados no se habían limitado a usar cuatro aviones; el plan original contemplaba diez aviones. Aunque no sabemos a dónde iban a ir, pero siguiendo la lógica de la agresión simbólica al poder económico (World Trade Center), al poder político (Washington) y al poder militar (Pentágono), podemos imaginar que uno de esos aviones hubiese golpeado los estudios de Hollywood o Disneylandia, como uno de los símbolos de la supremacía de la cultura de masas que se impone al el mundo.
GR: El poder de los medios y su influencia en la opinión pública, ¿están vaciando a la democracia de su sentido?
IR: Es una cuestión que hoy se plantea en muchas sociedades. Por ejemplo, ¿votamos libremente? ¿Es mi libre albedrío el que me conduce a votar por este señor o por esta señora, o bien, en realidad, es porque me han metido en la cabeza una serie de ideas que hacen que yo, como una marioneta, voy a votar por lo que me han dicho? Esta pregunta es evidentemente importante hoy día, en la medida en que las cosas se han complicado enormemente. Hoy es extremadamente difícil comprender la economía y la política. Por ejemplo, en Europa, es muy difícil distinguir lo que depende de la autonomía de cada Estado y lo que corresponde a la influencia de la Unión Europea; y si a esto le agregamos el aspecto social, donde muchas leyes responden a las exigencias del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, de la OMC, de la OCD, etcétera, nos damos cuenta de que el panorama mundial se ha vuelto enormemente complejo. Sin embargo, frente a esta complejidad tenemos unos medios de comunicación que exigen la simplificación absoluta, reduciendo esa complejidad a una lectura elemental de las cosas. Esta contradicción ha producido un mensaje muy maniqueo, muy elemental, y ese mensaje tiene efecto en su traducción política. Entonces, nos damos cuenta de que, de hecho, los medios pueden falsificar la democracia. Está probado que la credibilidad de las informaciones televisadas es más elevada en la medida en que el nivel socioeconómico y cultural de los telespectadores es más bajo. Las capas sociales más modestas apenas consumen otros medios de comunicación y casi nunca leen periódicos; por eso no pueden cuestionar la versión de los hechos propuesta por la televisión.
El telenoticiero constituye la información del pobre. En esto estriba su importancia política. Manipula más fácilmente a los que menos defensa cultural tienen.
GR: ¿Cómo percibe la relación entre libertad y censura?
IR: Seguimos pensando, por hábito o por pereza intelectual, que la censura sólo la ejercen los gobiernos autoritarios, porque es una censura ostensible, muy visible. No queremos plantearnos el problema de saber cómo funciona la censura en la democracia. Partimos del principio de que la censura es lo propio de la dictadura, cuando en realidad hay que partir del principio de que la censura es lo propio del poder, de todo poder. Hoy, la censura ya no funciona por restricción o por supresión, como se hace en los países donde se mata o se encarcela a los periodistas o se cierra un periódico, etcétera. En las grandes democracias desarrolladas eso prácticamente ya no ocurre, pero lo que sí ocurre es que hay mucha información que no circula, por que hay sobreinformación, es decir que en las democracias, la censura funciona por asfixia. Nos ofrecen tanta información y consumimos tanta información, que ya no nos damos cuenta de alguna que no está. La ocultación y la disimulación en esa masa de información que se consume, es la censura de hoy. Estamos pues en una situación en la que creemos que, por el hecho de tener más información, tenemos más libertad, cuando en realidad, si analizamos bien, tenemos mucha menos que en otros momentos.
GR: ¿Estos cambios afectan a la profesión y a la ética del periodista? ¿Por qué cada vez más ciudadanos se preguntan dónde está la verdad?
IR: Yo soy periodista y creo que el trabajo del periodista tiene mucha influencia en la democracia. Muy a menudo digo que la calidad de la democracia depende de la calidad de la información y por consiguiente, las condiciones del ejercicio de la libertad de expresión en las que actúa el periodista tienen una gran influencia en toda la sociedad. Lo que ha ocurrido es que todos estos cambios, tecnológicos, económicos y políticos, han sido apoyados ciegamente por muchos periodistas, y ahora se dan cuenta de que eso crea una serie de dificultades. Por ejemplo, lo que sucedió con el prestigiado New York Times y con el popular USA Today, cuando descubrieron que sus más importantes periodistas falsificaban las informaciones. Y ahora, con lo que empezamos a saber sobre la guerra de Irak, en que nos damos cuenta de que nunca hubo armas de destrucción masiva, ni relaciones entre el régimen de Sadam Hussein y Al Qaeda –que eran las dos razones oficiales para invadir a Irak–, el New York Times, que había apoyado en primera plana esas tesis oficiales, ahora –dando ejemplo de autocrítica–, declara públicamente: “Nos equivocamos”. Este tipo de escándalos hace que efectivamente, la pregunta obligada sea: ¿Dónde está la verdad? Si los principales medios no me dan garantía de que lo que me informan es verdadero, yo como ciudadano, obviamente voy a preocuparme por la información que recibo. Todo esto está creando un fenómeno que podemos llamar un estado de inseguridad informacional. Eso significa que cuando el ciudadano recibe una información de la radio, la prensa o la televisión, no sabe si es verdadera o falsa. No sabe si dentro de un mes van a decirle: “Mire, lo que le dije hace un mes, no era cierto”.
GR: Como profesor universitario, ¿qué percibe usted en las nuevas generaciones de comunicadores?
IR: Nos damos cuenta de que, hoy en día, hay una sensibilidad ciudadana extremadamente elevada respecto de los problemas de los medios y su relación con la sociedad. Basta ver lo que sucedió en España. Tres días después de los atentados del 11 de marzo, había elecciones. Y la gente, mediante el uso del teléfono portátil o de Internet, envió una serie de mensajes para alertar sobre las dudas que podrían existir respecto de la verdad oficial que estaba dando el gobierno. Y el simple hecho de que el público, los ciudadanos, empezaron a dudar de la versión oficial, hizo que más de un millón y medio de personas que, según los sondeos y las encuestas, iban a votar por el partido que estaba en el gobierno, cambiaran su voto a favor de la oposición. Eso significa que existe una extrema sensibilidad a la manipulación mediática, la gente sabe que los medios son una bomba atómica que les entra en el cerebro y por consiguiente, no quieren que se abuse de esa bomba atómica. Esa sensibilidad se encuentra en los estudiantes. Hoy, los estudiantes se interesan en la forma como funciona este sistema de mentiras.
GR: ¿Cómo funciona ese sistema de mentiras?
IR: Actualmente, la peor crisis geopolítica del mundo es la guerra de Irak, y es una guerra que se ha hecho bajo falsos pretextos que han dado lugar a mentiras de Estado, en que el presidente de un gobierno ha difundido informaciones falsas y que, además, sabía que eran falsas. Esto es algo que uno puede imaginar en dictadores o en regímenes autoritarios. Pero que, desde un país democrático, con el apoyo de los medios, se haya podido hacer esta gigantesca manipulación con las consecuencias dramáticas y prácticas que eso supone, hace que hoy en día haya una sensibilidad particular a este problema y que cada vez haya una mayor exigencia de que nos dotemos de algún sistema que nos permita tener garantías. Por ejemplo, con la información está ocurriendo lo que pasó hace unos 15 años con la alimentación, es decir que en algunos países se pasó de una alimentación que era estructural e históricamente una alimentación de penuria, a una situación de abundancia de todos los productos, en todas las estaciones del año. Pero ahora se descubre que esa alimentación está contaminada con pesticidas y fertilizantes químicos, y que ello provoca toda una serie de muertes por cáncer, por infartos o por problemas de obesidad. Esto creó tal desconfianza que, ahora, existen tiendas donde sólo se venden productos orgánicos, producidos sin pesticidas y sin elementos dañinos para la salud. Con la información está ocurriendo lo mismo. Antes no había información, ahora hay mucha información, pero esa información está contaminada con mucha mentira, con mucha falsedad, con mucha ocultación, etcétera. Entonces, hay cada vez más gente que quiere y busca una información orgánica, con un sello que diga: “Esta es una información orgánica, sin falsedad, sin mentiras. Una información que no daña su salud”.
GR: ¿Qué garantía ofrece un periódico como Le Monde Diplomatique?
IR: Digamos que la desconfianza que existe actualmente hace que los medios dominantes vean su credibilidad descender y que los medios alternativos, que proponen otra concepción de la información, vean su credibilidad ascender. Le Monde Diplomatique se encuentra quizá en este segundo grupo: el que apuesta por la inteligencia y el sentido crítico del lector. Aquí tratamos de presentar la “séptima faz del dado”, la cara escondida de la información. A pesar de todo, y a veces a contracorriente, hoy en día existen en el mundo muchos periodistas y muchos medios que trabajan en esa misma vía. Y esto, para muchos, puede significar una buena noticia.
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