Publicado el 20 feb. 2020
Por Carlos Caramello
“Tenemos destino de boomerang,
porque como los novios, los asesinos
y los cobradores, volvemos siempre”
Enrique Santos Discépolo
Cuando murió Evita, cuando en 1955 la Fusiladora desterró a Juan Perón (ante la imposibilidad política de matarlo), cuando en 1974 murió el General y tantas tantas otras veces, los creativos del antiperonismo apelaron a una frase tan remanida como poco feliz: “Muerto el perro, se acabó la rabia”. Quizá por eso, en el regreso de la democracia, algunos jóvenes intelectuales de aquel momento, tuvieron la brillante idea de una pintada que rezaba: “Somos la rabia”. En respuesta a tantas muertes anunciadas pero, también, haciendo un guiño sobre su adhesión a la protesta de estudiantes parisinos de 1968 y las consignas de aquel Mayo Francés. Un error de juventud, seguramente. El país salía del momento más oscuro de la historia nacional y la juventud peronista advertía a los argentinos que éramos la rabia. Un horror.
Sin embargo, y a pesar de los errores cometidos, el peronismo ha demostrado tener en forma el músculo de la supervivencia. El peronismo o, mejor dicho, todos los peronismos que lo constituyen.
“Yo te daré…”
A punto de cumplir sus primeros 75 añitos, el peronismo muestra tener más vidas que un gato (perdón por la referencia, señor EX – Presidente). No había nacido aún y los medios de comunicación de la época y los sectores que éstos expresaban anunciaban la rápida desaparición de aquel fenómeno que pintaría de manera tan reveladora el historiador Félix Luna en su libro “El 45”: “… ese día, cuando empezaron a estallar voces y a desfilar las columnas de rostros anónimos color tierra, sentíamos vacilar algo que hasta entonces había sido inconmovible. Y nos preguntamos, apenas por un instante, si no tendrían razón ellos, los extraños, los que pasaban y pasaban y seguían pasando, sin siquiera mirarnos, coreando sus estribillos y sus cantos, lanzando como una explosión el rotundo nombre de aquel hombre. Sin embargo, no alcanzamos a dudar. Simplemente pensamos que era una lástima tanta gente buena defendiendo una mala causa”.
Felix Luna, en 1968, 23 años después de aquel 17 de octubre determinante para la historia argentina, aún no podía dar crédito de lo que sus ojos de estudiante y militante radical vieron en esa jornada fundacional. Es más, escribía “aquel hombre”, como si en su espíritu estuviese incorporado el sueño húmedo de la Revolución Libertadora: “si no nombramos más a Perón, desaparece”. Incluso después de haber escuchado a la muchedumbre cantando “Yo te daré, te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con P… PERÓN”.
La visión retrospectiva de este historiador se parece, en mucho, a los titulares de los diarios de la época que lo reflejaban. Crítica, de Natalio Botana, el mismo medio que el 16 de octubre había señalado a Perón como “mito fascista” reseñaba: "Grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino tratan de intimidar a la población". La Nación, por su parte, reflejaba “el insólito y vergonzoso espectáculo de los grupos que se adueñaron durante un día de la Plaza de Mayo" y La Razón tituló que “Diversos grupos de Avellaneda organizaron una manifestación que recorrió las calles de la ciudad”. Todo ligado a una expresión del entonces presidente Edelmiro Farrell quien, pocas horas antes, había dicho: “Perón ya no constituye un peligro para el país”. Antes del alumbramiento del Peronismo, Farrell ya lo daba por muerto.
“Volveré y seré millones”
Otro hito de la gorilidad bramante fueron los días de la enfermedad y muerte de Evita. Si bien los diarios de entonces no podían soslayarse con el mal, las paredes de Buenos Aires lo festejaban a los gritos: Viva el Cáncer fue, entonces, algo más que una celebración. Los detractores de la abanderada de los humildes hablaban de “bonapartismo en faldas” y hubo hasta quien la definió a como una “artista de radioteatro y cine poco cotizada y muy de segundo plano” que surgía a la vida política como producto de “las necesidades, ansiedades y fantasías de la gente pobre”. Eduardo Galeano, alguna vez, ensayó una explicación para el fenómeno Eva Perón. Dijo: “La odiaban los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente. Ella los desafiaba hablando y los ofendía viviendo. Nacida para sirvienta (…) Evita se había salido de su lugar”.
Como se dijo antes, los diarios no reflejaron sus verdaderos sentimientos sobre esta muerte. Clarín tituló “Ha muerto la señora Eva Perón” y La Nación, en página interior, “Ha fallecido la esposa del Jefe del Estado”. Sobrios. Distantes. Muy alejados de la emoción y la congoja que producía esta muerte en el pueblo. Claro que no todo fue juiciosa medianía. El diario Democracia, por ejemplo, fundado en 1945, rezaba “Llora el Pueblo su más grande dolor” y abajo, con tipografía para catástrofes, escribía: “EVITA”. Otro tanto hacía Noticias Gráficas, en cuya portada se leía: “Luto y Pesadumbre en la Tierra que Ella redimió”.
Pero así como las paredes reflejaban el odio y el resentimiento del antiperonismo por Esa Mujer, los corrillos gorilas empezaban a cuchichear que, muerta Evita, Perón no podría mantener su poder sobre los trabajadores. Por primera vez, de boca en boca y como un reguero de pólvora, corría el “Muerta la Perra (1) se acabó la rabia”… Sobra decir que, a la luz de lo que es hoy el peronismo y, sobre todo la figura de Eva, se equivocaron fiero.
“Se prohíbe nombrar”
La Revolución Fusiladora, luego de derrocar a Perón, decidió hacer desaparecer todo vestigio de peronismo apostando a que, de esta manera y con el tiempo, el Pueblo iba a olvidar al líder y a su esposa. Acaso porque su poeta mayor, Jorge Luis Borges, decía que “en las letras de 'rosa' está la rosa”.
El 5 de marzo de 1956 se publicaba el famoso Decreto Ley 4161 a través del cual se prohibía “la utilización de la fotografía retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto el de sus parientes, las expresiones «peronismo», «peronista», «justicialismo», «justicialista», «tercera posición», la abreviatura PP, las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales «Marcha de los Muchachos Peronista» y «Evita Capitana» o fragmentos de las mismas, y los discursos del presidente depuesto o su esposa o fragmentos de los mismos”. Intentaban, de esta manera, firmar el certificado de defunción del peronismo.
La respuesta fue la Resistencia. Millones de hombres y mujeres comenzaron a trabajar silenciosamente, casi en la clandestinidad, contra el régimen golpista y con el objetivo de repatriar a Perón desde el exilio. La Generación del Luche y Vuelve. La utilización de la flor de Nomeolvides prendida en la solapa como código íntimo de pertenencia. La militancia circulando en secreto cartas y mensajes del General desde Puerta de Hierro. Movilización. Reuniones. Vida… “Creen que me matan, yo creo que se suicidan”, escribió, alguna vez, Antonio Porchia.
“Murió”
Perón volvió. Básicamente porque el peronismo nunca se había ido. Nunca habían podido desterrarlo del corazón del Pueblo. El General volvió, y volvió para ser Presidente. Con el 62% de los votos (lo destaco más para marcar la base opositora… el número que, por derecha o por izquierda, junta el antiperonismo). Apenas por un rato. Como un sueño. Una de esas alegrías tan intensas que no pueden durar mucho porque se parecen demasiado a la felicidad.
El 1 de julio de 1974, murió el Líder. Desde la tapa de Noticias, un diario de la tendencia que dirigía Miguel Bonasso, se resumía en una palabra el sentimiento de un pueblo. Decía: “Dolor”. La crónica la firmaba Rodolfo Walsh. La contracara de eso fue, como casi siempre, La Nación, que en su tapa tituló “Juan D. Perón dejó de existir ayer; asumió la Vicepresidenta”. El diario Crónica, por su parte, desplegaba lo que, a juicio de muchos periodistas, ha sido uno de los mejores títulos de la historia de la prensa argentina. En cuerpo de letra catástrofe rezaba: “Murió”. Y Clarín, un Clarín aun equilibrista, planteaba “Inmenso dolor popular por la muerte de Perón”. Le dolía al pueblo… no a Clarín ni a los argentinos.
Nadie se atrevió en aquel momento al festejo, ni a la burla ni a la crítica abierta. Pero, tal y como recuerda el periodista Rubén Luis Castejón: “Cuando Perón falleció, el antiperonismo eligió -paradójicamente- un refrán ya existente para expresar su alegría <
“Estoy persuadido”
A pesar de esa afirmación descerrajada por un general trasnochado sobre el fin de “la rabia” (léase el peronismo), los militares no estaban tan seguros y jaquearon al gobierno de Isabel Perón hasta dar un nuevo golpe de Estado. El más cruento de nuestra historia. El más sangriento. Convencidos de que no alcanzaba con un decreto que prohibiese el peronismo, decidieron aniquilarlo. El terrorismo de Estado hincó fuerte su diente bestial entre nuestros jóvenes. Nuestros, porque fueron peronistas la mayoría de los muertos y detenidos desaparecidos, a pesar de que, en apariencia, también había otros enemigos de otras coloraturas políticas.
En 1983, en la recuperación democrática, el triunfo del alfonsinismo en las urnas trajo nuevos aires de “victoria” a los sectores más gorilas de la sociedad: había perdido el peronismo… los militares había hecho algo bien. Es más, Alfonsín estaba “persuadido” de que una parte del voto peronista había sido para Renovación y Cambio y lo decía entre sus íntimos.
La alegría duró poco: también aquel radicalismo tenía veleidades populistas y pretendía producir el Tercer Movimiento Histórico. Los poderes fácticos no iban a dejar pasar semejante desafío así como no iban a permitir que el juicio a las Juntas pudiese extenderse más allá de tres o cuatro cabezas condenadas de antemano.
La rebelión Carapintada, el Plan Primavera y el ataque al regimiento de La Tablada, la pelea con Clarín, el abucheo en la Rural y la derrota del radicalismo en la Provincia de Buenos Aires fueron apenas preludios del inevitable regreso del peronismo al poder.
“Síganme”
Campechano. Simpático. Seductor. Hábil. Una verdadera bestia política del futuro, disfrazada de caudillo del siglo XIX, apareció en el cenit del neo-peronismo justo el día después de que Antonio Cafiero le ganara la gobernación a Juan Manuel Casella. Carlos Menem empapeló Capital y Conurbano con un afiche que rezaba: “Ahora, Menem” y desató la batalla hacia adentro del partido justicialista. Una pelea íntima, intensa, que se sintetizó en el viejo apotegma: “los peronistas somos como los gatos, cuando parece que nos estamos peleando, nos estamos reproduciendo”.
Menem ganó la interna (Cafiero lo acompañó porque, por aquel entonces, “el que gana gobierna y el que pierde acompaña”) y el riojano compitió en las elecciones contra Eduardo Angeloz (gobernador cordobés hasta ese momento). Le ganó, lo obligó a perderse el lápiz rojo y Alfonsín tuvo que adelantar seis meses la entrega del poder porque se había instalado por esos días que “los únicos que pueden gobernar la Argentina son los peronistas”.
Durante los siguientes 10 años y seis meses, exactamente hasta el 10 de diciembre de 1999, el peronismo estuvo allí. A la manera, claro, de aquel peronismo que se parecía -pero no- a su peor enemigo, o sea la oligarquía. Justicialismo new age que, bajo el paraguas de la globalización, entregaba la economía del país al mundo; que alquilaba técnicos foráneos como Domingo Felipe Cavallo y Roque Fernández; que tenía relaciones carnales con los Estados Unidos y les mandaba ositos Winnie Pooh a los kelpers malvinenses… Y, sin embargo, era violentamente resistido por la derecha vernácula. El profesor Mariano Grondona operaba de lenguaraz de aquella furia pertinaz: “Acuerdo con casi todas las políticas pero reniego de sea un peronista quien las lleva a cabo”. Seguíamos vivos, en el rencor y a pesar de todo.
“Dejar las convicciones”
La derrota de Eduardo Duhalde a manos de Fernando de la Rúa volvió a poner una bocanada de esperanza a las calenturientas mentes del antiperonismo estructural. Porque ese radicalismo, a diferencia del de 1983, respondía a los designios y los deseos del neoliberalismo global. La bocanada fue, en realidad, un suspiro. A los pocos días de cumplir dos años de mandato y en un clima caótico tanto en lo económico como en lo político y social (el neoliberalismo nunca falla en producir ese tipo de crisis) De la Rúa huía en un helicóptero desde el techo de la Casa Rosada y el peronismo, en distintas versiones, volvía a instalarse en el poder. Tres dirigentes peronistas ocuparon la presidencia de la Nación en menos de dos semanas (Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Sáa y Eduardo Caamaño) hasta que Duhalde, vía Asamblea Constituyente, logró ser el nuevo presidente. Y, otra vez, “Perón al Poder”.
Duhalde cumplió lo prometido: en 2 años llamó a elecciones y entregó el poder. Durate la campaña electoral de 2003, se posicionaron Carlos Menem y Ricardo López Murphy quienes apuntaban a llegar a competir en ballotage. Una hábil jugada plasmada a través de un par de encuestadores, despertó al pueblo ante la posibilidad de que las dos opciones presidenciales terminaran siendo de derecha y así, casi como un designio de la Historia, Néstor Kirchner alcanzó el segundo lugar con alrededor del 22 % de los votos. Menem advirtió que un porcentaje importante de la sociedad iba a votar en su contra y anunció que se retiraba de la competencia. De esta manera, el hasta entonces gobernador peronista de Santa Cruz (que había comenzado su instalación para competir en 2007), devino presidente de los todos Argentinos y dio inicio a los 12 años más peronistas de la historia de nuestro país luego de los gobiernos del propio Juan Perón.
En su discurso de asunción, habló de esas “convicciones no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada”. Veinte días antes, el subdirector de La Nación, Claudio Escribano, en un desayuno que compartieron junto a Alberto Fernández, le había deslizado una especie de pliego de condiciones para su gobierno advirtiéndole que las siguiera “si no quería durar sólo un año como presidente”. Otra vez, la oligarquía, preanunciaba el fin del peronismo. Y otra vez contestábamos.
“Piquetes de la abundancia”
Néstor no sólo gobernó los cuatro años del período presidencia en contra de los deseos de sus apretadores mediáticos: ordenó la economía, le pagó al Fondo Monetario Internacional, renegoció la deuda externa con una quita del 66%, creó empleo, bajó los planes sociales, estabilizó la moneda y, en 2007, se dio el lujo de colocarle la banda presidencial a su esposa, Cristina Fernández de Kirchner.
Demasiado. Too Much para una clase dominante que vio volver al peronismo con todo su esplendor y con toda su carga doctrinaria. Nuevamente La Nación -esta vez a través de un consultor apodado “Chendo”, reconocido por su inveterada relación con las Fuerzas Armadas-, volvió con un pliego de condiciones para alcanzar un gobierno exitoso… sin éxito. “Nos dicen kirchneristas para bajarnos el precio”, había sentenciado Néstor. “Yo no soy progre, soy peronista”, reafirmaba Cristina. Y como para que no hubiera dudas, la 125: una resolución que cambiaba la fórmula de determinación aplicable a las posiciones arancelarias de cereales y oleaginosas. Esa mala costumbre del peronismo de sacarle a los ricos para darle a los pobres.
Y entonces, asonada… perdón: tractorazo. El Campo, la representación corpórea de la oligarquía ganadera en estos arrabales de América del Sur, salió a las rutas a cortar la circulación, a derramar miles de litros de leche en las banquinas, a patearle el vehículo a todo el que le criticaba la actitud (a mi me pasó a la entrada de Gualeguay). Cacerolazos en Recoleta; voto no positivo del vicepresidente Julio Cleto Cobos (que regresó a su provincia en una especie de caravana de la victoria, creyéndose San Martín) y vuelta olímpica de la Derecha dando por muerto, una vez más, al peronismo. La tapa de La Nación del 18 de julio de 2008 titulaba “El Día más Triste y Atribulado del Kirchnerismo” y la de Clarín, “Cristina habló de una Traición del peronismo”. Pero los dos diarios remarcaron que Cobos no pensaba renunciar y que el vicepresidente había viajado “a Mendoza en auto y lo pararon en varios pueblos”.
Pero lo más notable vino de la pluma de Joaquín Morales Solá que el 28 de diciembre de ese mismo año escribió una columna titulada “El Kirchnerismo como ciclo político está terminado”, idea que creyeron ver cristalizada cuando Néstor Kirchner perdió las elecciones intermedias en la provincia de Buenos Aires. “Con esta elección terminó el ciclo potente y prepotente del Kirchnerismo”, le dijo Mauricio Macri a Clarín el 30 de junio de 2009. Empresarios y paisanos se restregaban las manos como muestra de alegría pero se les vino encima la Ley de Medios, luego una marcada recuperación de la popularidad de Cristina y el 54% de los votos en las elecciones de 2011, cuando la Presidenta fue reelecta.
En el medio del proceso de recuperación, la muerte de Néstor fue motivo de una nueva alegría por parte de los poderes concentrados. “Sola no va a Poder”, volvió a la carga Rosendo Fraga desde La Nación, con el cadáver del ex presidente aún caliente. Y muchos analistas creyeron ver en esa pérdida, a todas luces irreparable, el inicio de un camino que llevaba a una Cristina débil y desolada, a rendirse ante la oposición. Las elecciones del 23 de octubre les mostrarían una realidad absolutamente diferente: 11.863.054 votos, el mayor porcentaje desde el regreso de la democracia. Y eso que una semana antes algunas consultoras decían que no iba a alcanzar los 40 puntos necesarios para evitar una segunda vuelta y hasta hablaban de empate técnico. Otra vez, el peronismo daba claras señales de sobrevida a los augures de su desaparición.
“Volvimos mejores”
La derrota de Daniel Scioli frente a Mauricio Macri en 2015 constituyó una nueva esperanza de realización de la fantasía erótica del antiperonismo y produjo la consumación de la frase: “No Vuelven Más”. Se instaló la noche del triunfo, en el bunker macrista (nunca mejor aplicada la palabra bunker) y de allí se disparó como consigna.
Mirtha Legrand lo afirmó convencida en uno de sus almuerzos. Explicó que ella decía eso porque “estudio, leo, miro, observo, pienso, deduzco…” mientas negaba sistemáticamente con la cabeza. Pamela David, por su parte, en un reportaje concedido a Luis Novaresio, manifestó: “no vuelve, tenemos un límite” y el conductor Baby Etchecopar se regodeó: “No vuelven más, son minoría… aunque llenen la Plaza de Mayo”. Otro que boqueó fue el inefable Alejandro Fantino, un verdadero animal suelto. En diálogo con Jorge Asís lo chicaneó: “murió el peronismo”, y advirtió “no vuelven más, porque Mauricio repite en 2019 y en 2023 pone a Vidal” además de asegurar que “Marquitos Peña ganando elecciones es bueno, es el Cholo Simeone de las elecciones, no perdió una”… Se te nota el sobre, dijeron por ahí.
Ellos y otra caterva de energúmenos con el erpio contrito de Alfredo Leuco, su hijito, Luis Majul, Eduardo Feinnman & compañía, sin olvidar las Tres M (Mauricio, Maiu y Marquitos) que fueron los verdaderos voceros de aquel diagnóstico que sirvió a las huestes cambiemitas tanto para abrir como para cerrar una polémica. Sobradores a veces, crispados las más, gritaban: “No vuelven más… No vuelven más”.
Y cuando ya se creían, hubo gambito de dama y una vez más, pericia y política mediante, alumbró peronismo en el futuro. Primero arrasando en las PASO y luego (y a pesar del esfuerzo denodado del tout derechoso, FMI y EEUU incluidos), con 48% de los votos (8 puntos de ventaja) lo que evitó ballotage y dudas.
La noche del festejo por la victoria de la fórmula Fernández-Fernández, un Alberto exultante pero conciliador, como es su característica, dijo: “Hace cuatro años venimos escuchando que dicen *No Vuelven Más*, pero una noche volvimos y vamos a ser mejores".
¿Mejores… que quién? es la pregunta que hoy agita el debate interno del Peronismo.
Para las compañeras y los compañeros, ensayo una primer respuesta: Mejores que Ellos.
[1] La Perra era uno de los apelativos despectivos con los que se nombraba a Evita
Foto: https://perio.unlp.edu.ar/
Fuente: Liliana López Foresi
Publicado en:
https://lilianalopezforesi.com.ar/es/noticia/no-vuelven-mas-de-aca
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