16-11-2010 /
por Jorge Giles
Recordemos este día. Que nadie lo olvide fácilmente.
Guardemos esta prosa en algún rincón de la memoria para leerla cuantas veces fuese necesario.
Es 17 de Noviembre, el Día del Militante y entonces, hay que jugarse entero.
Por los ideales, por las convicciones, por los principios.
Por los compañeros que no están, pero muchos más por los que vendrán.
Y estas banderas valen para el que se sienta oficialista y para el que no también, para el militante político, social o cultural.
Valen para todos los que quieran cambiar el mundo, el continente, el país, su provincia, su pueblo.
O tan solo el barrio donde vive, que es una manera de cambiar el mundo.
En tiempos de cambio nadie puede ser indiferente, decía Elie Wiesel.
El militante es ese hombre o mujer al que le duele el odio pero mucho más la indiferencia ante el dolor ajeno.
Tenga el carné que tenga, el militante no puede ser jamás un indiferente, sino su negación.
¿Algún legislador o legisladora podrá decir hoy que justifica su indiferencia ante el dolor de un pueblo?
¿Alguien se atreverá a entrar al recinto de los diputados y gritar a viva voz que le importa un comino si se hace o no el Gasoducto del NEA para abastecer a todos los que habitan en esa zona de la Argentina profunda?
¿Alguien se animará a dejar sin presupuesto las partidas para la Asignación Universal por Hijo?
¿Alguien se animará a no entrar al recinto para sentarse luego con el alma derrotada a la banca de un programa de TN?
En el Día del militante hay que animarse más que nunca a enarbolar las banderas.
Las banderas propias. Las del comité, de la unidad básica, el local, la casa, la parroquia, las banderas de la vida. Las de Yrigoyen y Perón, las del Che y las Evita, las de Lisandro de la Torre y Alfredo Palacios.
Las de Alfonsín y las de Kirchner.
La indiferencia es más peligrosa que la ira o el odio.
La indiferencia nunca es neutral, siempre es amiga del enemigo, porque beneficia al agresor, nunca a las víctimas, decía Wiesel recordando sus días y noches de horror en los campos de concentración nazis.
Ayer, la presidenta lacerada por ese dolor de ausencia que no se va, hablaba de estas cosas y pedía ser más inteligentes si no se puede ser más bueno.
No hablaba de los que ya vendieron su alma al diablo, sino de aquellos que están a punto de hacerlo en este día. O bien salvarse y elegir al pueblo que los eligió.
No se olvide de este día en el Congreso.
Mire bien quienes entran al recinto y quienes hacen la sesión sólo para la tele, sin dar el debate allí donde reside la cuna de las leyes.
¿Se animarán a dejar por primera vez desde la recuperación de la democracia en 1983 a una presidenta elegida por su pueblo sin su plan de gobierno, sin su presupuesto?
¿De dónde les viene tanta angustia sólo porque al gobierno de los argentinos les pueda hipotéticamente sobrar algo de dinero para hacer más hospitales, más escuelas, más caminos, más aumentos para los jubilados?
¿Será por que a ellos, cuando fueron gobierno, nunca les alcanzó ni para llegar a fin de mes y tuvieron que ajustar los sueldos de los estatales y los jubilados como les pedía el FMI?
No lloren, crezcan, decía alguien que sabía.
No odien, amen. No destruyan, construyan.
Es el Día del Militante.
¿Trajeron las banderas? ¿O vale más envolverse con la desvergüenza de una tapa del Clarín?
La presidenta estuvo ayer en el Luna Park con Alicia Kirchner y miles de ciudadanos que apuestan a un futuro de trabajo para todos.
Después partió a Curuzú Cuatía, esa hermosa ciudad creada por Manuel Belgrano en 1810.
Seguro recordó la carta de Perón a los militantes el día de su retorno a la patria:
"Pocos podrán imaginar la profunda emoción que embarga a mi alma, ante la satisfacción de volver a ver a tantos compañeros de los viejos tiempos, como a tantos compañeros nuevos, esa juventud maravillosa que, tomando nuestras banderas para bien de la patria, está decidida a llevarlas al triunfo"
"En eso andamos, General", habrá pensado Cristina, mientras volvía de Corrientes
por Jorge Giles
Recordemos este día. Que nadie lo olvide fácilmente.
Guardemos esta prosa en algún rincón de la memoria para leerla cuantas veces fuese necesario.
Es 17 de Noviembre, el Día del Militante y entonces, hay que jugarse entero.
Por los ideales, por las convicciones, por los principios.
Por los compañeros que no están, pero muchos más por los que vendrán.
Y estas banderas valen para el que se sienta oficialista y para el que no también, para el militante político, social o cultural.
Valen para todos los que quieran cambiar el mundo, el continente, el país, su provincia, su pueblo.
O tan solo el barrio donde vive, que es una manera de cambiar el mundo.
En tiempos de cambio nadie puede ser indiferente, decía Elie Wiesel.
El militante es ese hombre o mujer al que le duele el odio pero mucho más la indiferencia ante el dolor ajeno.
Tenga el carné que tenga, el militante no puede ser jamás un indiferente, sino su negación.
¿Algún legislador o legisladora podrá decir hoy que justifica su indiferencia ante el dolor de un pueblo?
¿Alguien se atreverá a entrar al recinto de los diputados y gritar a viva voz que le importa un comino si se hace o no el Gasoducto del NEA para abastecer a todos los que habitan en esa zona de la Argentina profunda?
¿Alguien se animará a dejar sin presupuesto las partidas para la Asignación Universal por Hijo?
¿Alguien se animará a no entrar al recinto para sentarse luego con el alma derrotada a la banca de un programa de TN?
En el Día del militante hay que animarse más que nunca a enarbolar las banderas.
Las banderas propias. Las del comité, de la unidad básica, el local, la casa, la parroquia, las banderas de la vida. Las de Yrigoyen y Perón, las del Che y las Evita, las de Lisandro de la Torre y Alfredo Palacios.
Las de Alfonsín y las de Kirchner.
La indiferencia es más peligrosa que la ira o el odio.
La indiferencia nunca es neutral, siempre es amiga del enemigo, porque beneficia al agresor, nunca a las víctimas, decía Wiesel recordando sus días y noches de horror en los campos de concentración nazis.
Ayer, la presidenta lacerada por ese dolor de ausencia que no se va, hablaba de estas cosas y pedía ser más inteligentes si no se puede ser más bueno.
No hablaba de los que ya vendieron su alma al diablo, sino de aquellos que están a punto de hacerlo en este día. O bien salvarse y elegir al pueblo que los eligió.
No se olvide de este día en el Congreso.
Mire bien quienes entran al recinto y quienes hacen la sesión sólo para la tele, sin dar el debate allí donde reside la cuna de las leyes.
¿Se animarán a dejar por primera vez desde la recuperación de la democracia en 1983 a una presidenta elegida por su pueblo sin su plan de gobierno, sin su presupuesto?
¿De dónde les viene tanta angustia sólo porque al gobierno de los argentinos les pueda hipotéticamente sobrar algo de dinero para hacer más hospitales, más escuelas, más caminos, más aumentos para los jubilados?
¿Será por que a ellos, cuando fueron gobierno, nunca les alcanzó ni para llegar a fin de mes y tuvieron que ajustar los sueldos de los estatales y los jubilados como les pedía el FMI?
No lloren, crezcan, decía alguien que sabía.
No odien, amen. No destruyan, construyan.
Es el Día del Militante.
¿Trajeron las banderas? ¿O vale más envolverse con la desvergüenza de una tapa del Clarín?
La presidenta estuvo ayer en el Luna Park con Alicia Kirchner y miles de ciudadanos que apuestan a un futuro de trabajo para todos.
Después partió a Curuzú Cuatía, esa hermosa ciudad creada por Manuel Belgrano en 1810.
Seguro recordó la carta de Perón a los militantes el día de su retorno a la patria:
"Pocos podrán imaginar la profunda emoción que embarga a mi alma, ante la satisfacción de volver a ver a tantos compañeros de los viejos tiempos, como a tantos compañeros nuevos, esa juventud maravillosa que, tomando nuestras banderas para bien de la patria, está decidida a llevarlas al triunfo"
"En eso andamos, General", habrá pensado Cristina, mientras volvía de Corrientes
Publicado en :
No hay comentarios:
Publicar un comentario