Por Gustavo Cirelli
La titular de Radio Nacional, periodista y reconocida intelectual, autora de libros memorables, analiza el rol de la prensa pública, la ofensiva de la corporación mediática y los fenómenos populares que se dieron durante 2010: el festejo del Bicentenario y el adiós a Néstor Kirchner. Además, los premios que recibió la emisora que dirige.
María Seoane lo dice: “El premio ETER a la mejor programación que ganó Radio Nacional fue un acto de justicia.” Y no habla de ella, directora de la emisora desde agosto de 2009. Lo dice Seoane, entonces, por la lista de nombres que recita con admiración: “La radio tiene a Larrea, Dolina, Apo, Ulanovsky, Aliverti, Anguita, Wainfeld, a Víctor Hugo…” Lo dice durante una hora de entrevista. Un diálogo con una intelectual, autora de una decena de libros –algunos de ellos biografías memorables como la del líder guerrillero Santucho o del genocida Videla– en el que analiza el presente de la radio pública y la corporación mediática. También la irrupción del fenómeno popular que se expresó durante los festejos del Bicentenario, esa masiva participación ciudadana que se buscó invisibilizar desde la prensa hegemónica, un fenómeno que tuvo su correlato en la espontánea movilización de un pueblo que despidió los restos del ex presidente Néstor Kirchner. Seoane habla de identidad.
Pero primero, lo primero: el reconocimiento de ETER a la radio. Continúa: “El premio es histórico. Desde lo personal, puedo decir que es una coronación de mi carrera profesional. La radio ha crecido no solamente porque existe un Estado que comprende la necesidad de reformularse en función del interés colectivo, sino porque hay una dirección política en el Estado. El destino de Radio Nacional es siempre el destino del Estado. Si el Estado es jaqueado y liquidado, Radio Nacional es jaqueada y liquida. Hoy hay una dirección en RTA –Radio y Televisión Argentina–, con Tristán Bauer, y un directorio creado por la nueva Ley de Medios de la democracia, que cree que se puede hacer periodismo y buena comunicación con calidad desde lo público.”
Pero más allá de los premios que obtuvo la radio en las últimas semanas, el de ETER y los dos en la Bienal de México –uno para el equipo de investigación por su trabajo El poder de la trata, y el otro para el ciclo de radiodramas de no ficción Secretos argentinos–, Nacional ha crecido en audiencia, ya está entre las emisoras más escuchadas. En agosto de 2009 tenía un share de 2,2, y hoy está en el 7,5. Sostiene Seoane: “Se debe, sin dudas, al talento de sus profesionales, de sus trabajadores, pero además a un cambio de paradigma en la sociedad.”
La titular de Radio Nacional, periodista y reconocida intelectual, autora de libros memorables, analiza el rol de la prensa pública, la ofensiva de la corporación mediática y los fenómenos populares que se dieron durante 2010: el festejo del Bicentenario y el adiós a Néstor Kirchner. Además, los premios que recibió la emisora que dirige.
María Seoane lo dice: “El premio ETER a la mejor programación que ganó Radio Nacional fue un acto de justicia.” Y no habla de ella, directora de la emisora desde agosto de 2009. Lo dice Seoane, entonces, por la lista de nombres que recita con admiración: “La radio tiene a Larrea, Dolina, Apo, Ulanovsky, Aliverti, Anguita, Wainfeld, a Víctor Hugo…” Lo dice durante una hora de entrevista. Un diálogo con una intelectual, autora de una decena de libros –algunos de ellos biografías memorables como la del líder guerrillero Santucho o del genocida Videla– en el que analiza el presente de la radio pública y la corporación mediática. También la irrupción del fenómeno popular que se expresó durante los festejos del Bicentenario, esa masiva participación ciudadana que se buscó invisibilizar desde la prensa hegemónica, un fenómeno que tuvo su correlato en la espontánea movilización de un pueblo que despidió los restos del ex presidente Néstor Kirchner. Seoane habla de identidad.
Pero primero, lo primero: el reconocimiento de ETER a la radio. Continúa: “El premio es histórico. Desde lo personal, puedo decir que es una coronación de mi carrera profesional. La radio ha crecido no solamente porque existe un Estado que comprende la necesidad de reformularse en función del interés colectivo, sino porque hay una dirección política en el Estado. El destino de Radio Nacional es siempre el destino del Estado. Si el Estado es jaqueado y liquidado, Radio Nacional es jaqueada y liquida. Hoy hay una dirección en RTA –Radio y Televisión Argentina–, con Tristán Bauer, y un directorio creado por la nueva Ley de Medios de la democracia, que cree que se puede hacer periodismo y buena comunicación con calidad desde lo público.”
Pero más allá de los premios que obtuvo la radio en las últimas semanas, el de ETER y los dos en la Bienal de México –uno para el equipo de investigación por su trabajo El poder de la trata, y el otro para el ciclo de radiodramas de no ficción Secretos argentinos–, Nacional ha crecido en audiencia, ya está entre las emisoras más escuchadas. En agosto de 2009 tenía un share de 2,2, y hoy está en el 7,5. Sostiene Seoane: “Se debe, sin dudas, al talento de sus profesionales, de sus trabajadores, pero además a un cambio de paradigma en la sociedad.”
–¿Puede explicar el significado de ese cambio de paradigma y cómo se tradujo en crecimiento para la radio?
–La supremacía de la comunicación privada, la comunicación corporativa, hace que la sociedad necesite en el marco de una democratización más grande de la información otras alternativas. Y esa batalla cultural que se ha comenzado a dar, se dio durante 2010, se expresó claramente en los festejos del Bicentenario, y está dada en el marco de popularidad que tiene la radio entre los oyentes, la fidelidad, hay oyentes que clavan la sintonía en Nacional y es lo único que escuchan. Eso no pasa con otras radios. Y hay otro tema que está en discusión: hay una forma muy burda de decir despectivamente que los periodistas somos oficialistas. Qué podemos ser sino oficialistas. Qué puede ser el conjunto de la sociedad argentina que votó a un gobierno mayoritariamente para que lo represente y ese gobierno dirige el Estado que sostiene Radio Nacional, sino oficialista. Pero esto no quiere decir que las minorías políticas no tengan voz, cuando aceptan participar.
–¿Por qué aclara “cuando aceptan participar”?
–Porque desde marzo, por ejemplo, hemos estado llamando reiteradamente al vicepresidente Julio Cobos y nunca aceptó hablar con Nacional. Siempre responde con evasivas para no salir. Lo mismo pasa con la doctora Carrió, lo mismo con la jefa de la Comisión de Libertad de Expresión, la diputada Silvina Giudici. Ellos se rajan las vestiduras diciendo que son republicanos y la verdad es que son absolutamente autoritarios, y por otro lado violadores de la Constitución, porque en verdad, la situación es grave. El RTA se compone por representantes del gobierno, y de la primera, segunda y tercera minoría parlamentaria. La primera es el Frente para Victoria, pero están las otras dos que nunca mandaron sus representantes. Están en rebelión con una ley del Estado. No es posible creer en un discurso institucional de esos sectores de la oposición, son sectores a los que considero golpistas porque no se someten a las leyes del Estado y usan un discurso engañoso. Cuando ellos hablan de oficialismo, vale aclararles que es absolutamente constitucional que en la radio pública seamos oficialistas. ¿Por qué? Porque la sociedad votó al gobierno para que lo represente y administre el Estado, en consecuencia nuestra posición es constitucional. Y este es un tema que no es menor, son argumentos centrales de la batalla cultural: los argentinos deben tener una radio que administre el Estado, hay que tener una voz pública.
–Pero la crítica más usual es que los medios públicos deben ser del Estado y no del gobierno.
–Ese argumento fue reproducido durante años por las corporaciones mediáticas porque el Estado no ha tenido gobiernos con una voz potente, determinante, como tiene hoy. Las corporaciones sí son goebbelianos: miente, miente que algo queda. Y es así que han convencido a muchos de que ser oficialistas es ilegal. No lo es. Es lo que tenemos que hacer.
–Otra paradoja que se acentuó por estos días con el encuentro de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), es la queja permanente que esos medios hacen sobre una supuesta falta de libertad de expresión, y lo hacen a diario precisamente desde los mismos medios que dicen ver amenazadas su libertad para expresarse.
-Aclaremos: la SIP es una corporación empresaria que habla de libertad de expresión cuando se afectan sus intereses económicos, con lo cual es poco creíble que se arrogue la libertad de expresión cuando ese es un tema de los periodistas. Esto también se encuadra dentro del paradigma del que hablábamos. Durante muchos años, en América Latina, por ejemplo, los periodistas han luchado contra Estados autoritarios, cuando el Estado era una amenaza, y eso cambió. Hoy, el Estado garantiza la libertad de expresión. Hace leyes para garantizarla, como fue el caso de ponerle fin al delito de calumnias e injurias. ¿Entonces qué es lo que queda? Por un lado, el ejercicio de la profesión en medios públicos en un Estado que ha abolido las trabas. Y por otro lado están las corporaciones mediáticas que obligan cada vez más a sus periodistas a transformase en prenseros de sus intereses corporativos. Y esto también tiene una explicación histórica: las empresas periodísticas se han convertido en un holding cuyos principales intereses no son la comunicación. Eso, por ejemplo, se vio muy claro en la posición que adoptaron Clarín y La Nación durante el debate de la 125, porque tienen negocios vinculados al agro. Sistemáticamente la información que dieron durante ese conflicto era sesgada, tenía intereses concretos. El mayor problema es que los ocultan detrás del supuesto de la libertad de expresión. El otro ejemplo es reciente: el domingo pasado fue el día de los canillitas y Clarín, Perfil y La Nación regalaron sus diarios. Entonces el problema no es sólo económico, el tema es el poder. Y el poder se dirime en la cabeza de los argentinos. Por eso la cuestión es quién tiene o debe tener más poder, si las corporaciones mediáticas o el Estado que representa a todos los argentinos.
–Ahí, en ese punto, radica un de los ejes centrales de lo que usted define como batalla cultural.
–Sí, y es de una enorme trascendencia. Vaticino que desde el punto de vista del desarrollo de la ciencia y de la técnica, la Ley de Servicios Audiovisuales es imparable. Es como hablar del surgimiento de la burguesía y el fin del feudalismo: los cambios en el modelo de acumulación, en las fuerzas productivas, implicaron que el estamento de la sociedad feudal debía morir. Hoy la apropiación del sentido, de los contenidos, por parte de las corporaciones mediáticas, actúa de la misma forma en que actuó el feudalismo con la burguesía, y su final también es imparable. El proceso ya está en marcha. Con la nueva Ley de Medios, la democratización de la palabra es irreversible, y ya llegó. Cuando se ponen palos en la rueda de la ley sólo se trata de ganar tiempo y dinero. Como lo hicieron los sectores más concentrados durante 30 años de neoliberalismo en el país. Con la muerte de los argentinos, con la destrucción del Estado y del país, ganaron 30 años de tiempo y mucha plata. No hacemos mal en decir que el futuro ya llegó.
–¿Cómo se prepara Radio Nacional para enfrentar ese nuevo escenario comunicacional?
–Lo primero que hay que hacer es reparar el saqueo y el olvido. Ubicar a la radio en un lugar de voz de los argentinos invisibilizada por las corporaciones mediáticas, porque las corporaciones no silencian a las minorías sino a las mayorías. Es antidemocrática la comunicación corporativa. Una de las cosas que se viene con la ley, que es fantástica, es que las empresas que se dedican a la comunicación no tengan una integración con el mercado económico como sucede hoy, que tienen intereses en el negocio financiero, de los bancos, en el petróleo. Las empresas de comunicación en el futuro deberían estar vinculadas de manera vertical sólo al área de la comunicación. Si no es una irrealidad.
–Quizás hoy, como nunca antes, queda al descubierto en algunos medios todo el sistema de negocios que van más allá de lo comunicacional. Los intentos de Clarín por instalar desde sus tapas una agenda que no hace más que exponer sus intereses son notorios. Es hasta burda la manipulación.
–Así es, porque si en el título de un diario se dice que hubo coimas en Diputados durante el debate del presupuesto, un argentino no tiene formas de comprobarlo porque está siempre mediatizado. Se busca instalar la sospecha en el poder político. La antipolítica es algo que a las corporaciones les funcionó siempre. Porque la política implica control, implica, de alguna manera, repartir equitativamente el poder. Instalando la sospecha de que hubo sobornos en el debate del presupuesto sólo quieren perjudicar a la sociedad argentina. ¿Cómo? Para que no haya aumento de salarios, que se restrinja la Asignación Universal por Hijo, que no se pueda pagar la deuda. Lo que intentan es perjudicar, pero revistiendo de moral esa decisión. Es lo mismo que con el Indec. Es cierto que hay que corregir el Indec, pero nunca dicen la verdad, nunca dicen que el Indec fue intervenido –malamente, tal vez, porque el método no era ese– porque ahí adentro había grupos de lobbistas que le pasaban información de los bonos a los acreedores externos, cobrando por eso, en contra del Estado argentino.
–Durante 2010 hubo dos fenómenos de participación popular que quedarán registrados en la historia: los festejos del Bicentenario y las exequias de Kirchner. ¿Qué análisis hace de ambos?
-La radio pública transmitió en directo desde el paseo del Bicentenario. La pregunta que me hago es qué es lo que apareció ahí. Por muchos años nos intentaron convencer que la Argentina no tiene identidad, que su identidad es difusa, melancólica. Y no es verdad: lo que apareció en el Bicentenario fue una Argentina con una identidad y una historia muy nítida, compartida, una Argentina plebeya, la Argentina del siglo XX, de los derechos económicos, políticos, sociales, que dejó atrás el Centenario, que dejó atrás para siempre el país de las minorías para dar paso al de las mayorías, y con un relato histórico que fue el que vimos en el desfile de Fuerza Bruta. Todo eso mezclado con una profunda emoción de los argentinos. Algo se cristalizó ahí. Esa emoción vinculada a la comprensión cultural y política de aquello que nos hizo bien y de lo que nos hizo mal. De eso no se vuelve. Por eso lo que pasó con la muerte de Néstor Kirchner fue poner en evidencia de nuevo ese fenómeno. ¿Quién fue Kirchner: el malo de la película, el hombre que había llegado al poder porque era un ambicioso al que sólo le interesaba el poder y el dinero, o el tipo que hizo posible salir de la crisis y ampliar tremendamente las fronteras de la democracia, el hombre que más institucionalizó la Argentina en los últimos 25 años, que amplió derechos? Y esa es la verdadera institucionalidad. No la vacía de la que hablan los republicanos, y que después votan a favor de las corporaciones. La institucionalidad se basa en el respeto de los derechos de los ciudadanos. Y lo único que hizo Kirchner con los derechos, y que siguió Cristina, fue ampliar y reparar derechos conculcados a los jubilados, a los diversos sexos, a los pobres de toda pobreza, impulsó una Corte Suprema independiente, dio más presupuesto para la ciencia, para la educación. Derechos que se expresaron como gloriosos en la fiesta del Bicentenario. Lo que pasó en el Bicentenario y con la muerte de Kirchner tiene una sola línea histórica, que son las líneas más profundas de la historia, esas que no se ven fácilmente, que sorprenden cuando aparecen. Son como los ríos profundos de la historia que sólo emergen en momentos determinados, pero son decisivos. Porque ocurren muy pocas veces, pero cuando ocurren se produce una fusión política en la historia. De ahí no se vuelve atrás, excepto con una masa de violencia como el golpe del ’76. Pero la Argentina no va para ese lado. No vamos a retroceder.
Publicado en :
http://tiempo.elargentino.com/notas/con-nueva-ley-de-medios-democratizacionde-palabra-es-irreversible
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