Película norteamericana de la década del ’60. Un pueblito del medio oeste. Un periodicucho local, consistente en dos habitaciones, 3 o 4 destartaladas máquinas de escribir Remington con ganas de jubilarse, y una imprenta crujiente fabricada por el propio Gutemberg. Un staff periodístico integrado por un viejito flaco y canoso, pícaro e inteligente, un veterano de mil batallas a cargo de la imprenta, y de todo lo que los demás no puedan hacer. Un periodista gordo y pelado, eterno bebedor de Whisky, pero con buena labia y dueño de una pluma envidiable. El tercer personaje, infaltable, joven y con pinta de galán, se encarga de hacer los reportajes, o quizás es el fotógrafo, y es el protagonista de la película. Una secretaria infartante con aspecto de vampiresa es una presencia opcional. Pero nunca debe faltar. Puede trabajar en el diario o ser empleada de un empresario local.
El galancete comienza una investigación periodística sobre un político local corrupto, o sobre una empresa tenebrosa y explotadora. Los del diario la pasan mal. Todos los presionan. El gordo o el viejito van a parar al hospital... , o al cementerio. Al periodista joven quizás le dan unas piñas.
Al final, el político o el empresario corrupto van a parar a la cárcel, o mejor aún se suicidan, el galancete se transforma en héroe y se queda con la minita más linda del pueblo (que seguramente es la secretaria de la que ya hablamos).
Esa es la imagen de periodismo “profesional” e “independiente” que parecen tener aún algunos. Pero esos diarios no existen más, al menos en las grandes urbes (Quizás aún se encuentren en las ciudades pequeñas, pueblos grandes, del interior).
Hoy los diarios principales son empresas enormes, con cientos de empleados. Sus propietarios tienen intereses muy diversos. Poseen diarios, canales de TV, distribuidoras de TV por cable, fábricas de Papel, productoras de programas de televisión o emprendimientos agrícolas o industriales. E incluso a veces algunos de sus dueños son políticos que ocupan escaños en el Congreso, nacional o local. Aunque esté prohibido. En ocasiones forman parte de grupos periodísticos con intereses en el exterior, que poseen diarios, radios o canales de televisión en otros países.
Y, por supuesto, estos grandes conglomerados mediáticos , oligopolios cartelizados cuasi monopólicos, tienen una línea ideológica y política que defienden. Y son poderosos. Generalmente son más poderosos que los propios gobiernos.
Por eso esos periodistas héroes al estilo del galancete de la peli yanqui son hoy escasos. Podemos encontrarlos en los diarios pequeños de las ciudades más chicas, podemos encontrarlos entre los blogueros, pero difícilmente aparezcan en los grandes diarios de circulación masiva, de Buenos Aires o de cualquier ciudad grande del interior.
¿Qué entienden estos muchachos por “periodismo profesional e independiente”?... Porque el periodista no es independiente ni de su ideología, ni de la línea editorial del medio en el que trabaja. Entonces o busca un medio cuya línea editorial lo satisfaga o deberá someterse a situaciones desagradables. Poner su firma en notas que no lo convenzan demasiado, que le generan cierto asco.
Imaginen ustedes un periodista que piense que la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual es un instrumento democratizador y necesario para garantizar que la “libertad de prensa” no sea reemplazada por la “libertad de los dueños de la prensa” ; que piense que la existencia de oligopolios periodísticos es una amenaza a la libertad de expresión ; que crea que hay que investigar el destino de los chicos nacidos en cautiverio en los setenta, caiga quien caiga. Aunque el que caiga sea un empresario multimillonario.
¿Podría ese periodista trabajar en Clarín?...
Seguramente no. Le iría mejor en, por ejemplo, Página 12.
Por supuesto que el caso opuesto también es válido. Imaginemos un periodista que crea en la teoría de los “dos demonios” y piense que Jorge Rafael Videla es un prócer que merece una estatua en la Plaza de Mayo.
¿Lo imaginan trabajando en “Página 12”?...
Yo creo que le iría mejor en una diario como “La Nueva Provincia” de Bahía Blanca.
Por eso me resulta tan difícil entender a qué llaman, algunos renombrados periodistas, periodismo “profesional” o “independiente”. Todo periodista es rehén de su propia ideología ... y a veces de la ideología del dueño o el editor del medio en el que trabaja. Y me parece que “profesionalismo” significa que el periodista diga lo que piensa, o al menos no diga lo que no piensa. Es decir, que tenga honestidad intelectual.
Pero hay algo más profundo que me preocupa. Porque estos periodistas tan preocupados por la independencia periodística dividen el mundo de la información en dos equipos : el de la prensa profesional e independiente, y el del periodismo “militante”.
Es decir, para estos periodistas su ideología, su verdad, no es suya. Es la verdad profesional, independiente, objetiva.
La verdad de los otros es una “verdad militante”, la verdad del que milita en una fuerza política o apoya a un gobierno y sigue sus directivas. Seguramente por presión o por oscuras razones económicas.
Por lo tanto, si yo digo que mi verdad es profesional e independiente, y la del otro es “militante”, me transformo en el dueño de la verdad. Rechazo cualquier opinión opuesta a la mía : Yo soy la Verdad, yo soy la Objetividad, yo soy el Profesionalismo, yo soy la Independencia, yo soy la Razón, yo soy la Justicia. No acepto que otro pueda opinar distinto y ser una persona decente y objetiva. El otro oculta algo. Alguien lo manda a decir eso.
Esta actitud de los periodistas “profesionales” e “independientes” es profundamente soberbia e intolerante. Es profundamente antidemocrática.
Y aclaro que esta es MI verdad.
No es LA Verdad.
No es la verdad absoluta.
Y estoy seguro de que otros, con toda honestidad intelectual, pueden pensar distinto.
Adrián Corbella, 28 de noviembre de 2010.
Esta nota fue publicada el 5 de diciembre de 2010 por el diario digital tucumano "elDiario24.com" (http://www.eldiario24.com/nota.php?id=210730)
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