sábado, 26 de enero de 2019
Un servidor, por Luis Bruschtein (para "Página 12" del 26-01-19)
26 de enero de 2019
La alineación automática del gobierno argentino con Washington revela no sólo la ideologización de la política exterior argentina, sino su afán por mostrarse como el servidor más fiel de la potencia norteamericana. La afinidad ideológica y la idea simplista de que los gestos de obsecuencia puedan atraer inversiones guían (como argumentos expuestos en público) de manera elemental las relaciones exteriores. En un país sin canciller con vuelo propio, es el presidente Mauricio Macri, con su escaso conocimiento, el que expone a la Argentina con los posicionamientos más desprestigiados en la historia de la región.
Venezuela tiene la mayor reserva de petróleo de alta calidad del mundo. Estados Unidos es el principal comprador del petróleo venezolano y por lo tanto necesita un gobierno dócil en ese país. Desde que Hugo Chávez se convirtió en presidente de Venezuela, Estados Unidos ha impulsado conspiraciones destituyentes. El sistema no tiene nada de democrático en Arabia Saudita. Su gobierno es públicamente responsable de persecución a opositores, e incluso del secuestro, tortura y desaparición de disidentes como el periodista Jamal Khassoggi. Pero Estados Unidos protege al gobierno saudí porque es su aliado en Medio Oriente.
El gobierno de Macri fue uno de los primeros en correr a respaldar el intervencionismo de Washington. Si lo que busca es atraer inversiones o ablandar negociaciones, la experiencia demuestra que no es así. Dos ejemplos: Donald Trump cerró las importaciones de limones argentinos. Para Estados Unidos es menos que un vuelto. Pero para Argentina es la principal exportación de la provincia de Tucumán. Después de muchas vueltas y desplantes, el oficialismo exhibió como triunfo una desgracia: Estados Unidos aceptó los limones a cambio de que Argentina compre su carne de cerdo cuando nadie la quiere porque los cerdos tienen una enfermedad que arruina, encarece su producción y es muy contagiosa.
Segunda negociación “exitosa”: Estados Unidos aumentó los impuestos a la importación de acero y aluminio. En la volteada cayó Argentina. Otra vez mesa de negociación y al final el gobierno anunció como un triunfo que había logrado bajar los impuestos a esos productos argentinos. La contraprestación fue que le pusieron una cuota por la que Argentina tiene que reducir un diez por ciento las exportaciones de acero a los Estados Unidos y un 25 por ciento las de aluminio. Les interesaban tres pepinos los limones ni lo que pudieran recaudar con los impuestos. Lo que querían los campeones del libre mercado era vender su carne de cerdo y evitar la competencia en su mercado interno del acero y el aluminio importado.
La subordinación a la política exterior de Washington no obtuvo beneficios sino maltrato y humillación. No vinieron las inversiones prometidas y por el contrario, Trump presionó para desplazar a las inversiones rusas y chinas sin sustituirlas. A cambio, Estados Unidos facilitó el préstamo del FMI. En medio de los desplantes de Trump a Macri durante la reunión del G-20, el presidente argentino agradeció en forma patética esa gestión que condena a la pobreza a varias generaciones de argentinos.
El maltrato displicente y altanero de Trump en la reunión del G-20 hacia un Macri sumiso, lleno de gestos y actitudes serviciales, reflejó la relación que plantea un gobierno hegemonista con un país emergente.
Pero 2019 es un año electoral y el afán de protagonismo de Macri en el tema Venezuela demuestra que también trata de instalarlo como un tema de campaña para equiparar a Maduro con los gobiernos kirchneristas. Sergio Massa y Juan Manuel Urtubey coincidieron con el oficialismo, como lo han hecho prácticamente desde la asunción de Macri, en sintonía con los radicales oficiales de Cambiemos. Pero el Frente para la Victoria, incluido el PJ, expresó en un comunicado su defensa del derecho a la autodeterminación de los pueblos y en contra del intervencionismo externo en Venezuela.
El tema con relación a Venezuela no es la democracia, sino un gobierno que no se alinea con Washington y que el país es un importante proveedor de petróleo. En Venezuela no hay una dictadura que tomó el poder por asalto. Hay un presidente que ganó elecciones y una Asamblea Constituyente que fue convocada y elegida según lo establecía la Constitución vigente. Estados Unidos dice que no es así. Es una afirmación discutible, y por tanto nadie puede hacer una descalificación absoluta que justifique un intento de golpe parlamentario como el que trató de hacer la oposición respaldada por la Casa Blanca.
Si no hay una dictadura, sino enfrentamientos entre oficialismo y oposición, rige el principio de la libre autodeterminación de los pueblos sin intervención extranjera. Ni siquiera corresponde la aplicación de la Carta Democrática de la OEA.
En cambio, quien nunca fue elegido para presidente es el opositor Juan Guaidó. Paradójicamente esa es la acusación que hace Estados Unidos al presidente venezolano, Nicolás Maduro, que fue votado en elecciones en las que un sector de la oposición no participó porque sabía que iba a perder.
Maduro reconoció su derrota cuando la oposición ganó las elecciones de diciembre de 2015 que le otorgaron el control de la Asamblea Legislativa. Tras el triunfo, la oposición convirtió al Parlamento en una presidencia paralela. Después de dos años de parálisis, Maduro convocó a la Asamblea Nacional Constituyente y la oposición lanzó manifestaciones callejeras muy violentas que terminaron con más de cien muertos de ambos bandos.
Hasta ese momento, la oposición creyó que podía volver a ganar las elecciones. En 2015, una gran cantidad de chavistas se abstuvo de votar disgustada por la crisis económica. Los dos años de enfrentamientos inoperantes entre el Parlamento y el Ejecutivo, más la violencia de las manifestaciones opositoras alejaron de la oposición a ese sector que fue convocado nuevamente por el oficialismo. La militancia chavista lo fue a buscar y llevó a votar a miles que se habían abstenido antes. En ese contexto, la oposición perdió las elecciones regionales y después las presidenciales. En todas esas situaciones, la oposición se dividió, hubo sectores que participaron y otros que no.
Las elecciones fueron limpias, con mayor o menor participación. No hay argumento institucional verdadero para esta ofensiva diplomática que en experiencias anteriores ha terminado en intervención directa.
La fuerte crisis económica que sufre Venezuela tampoco puede ser argumento para una intervención ni bloqueo. Es la consecuencia de un país monodependiente del petróleo. La diversificación de su economía hubiera sido carísima comparada con la renta petrolera, pero aún así necesaria. Ningún gobierno diversificó. Y cuando se desplomó el precio del petróleo, también lo hizo la economía de Venezuela.
Con la inflación más alta desde 1991, con la híper, y una caída récord de la economía, Argentina es lo más parecido a Venezuela, con la diferencia de que la crisis en Argentina no es estructural, como la de Venezuela, sino originada en la ineptitud del gobierno de Macri.
No hay unanimidad en el mundo ni en los organismos internacionales sobre Venezuela. En una OEA muy manejada por Washington y en especial por el ultraconservador vicepresidente Mike Pence, 16 países respaldaron la política de Washington, pero otros 18 no lo hicieron. En Europa, el tema levantó una fuerte polémica. Son más los países que reconocieron la presidencia de Maduro que los que acompañaron a Estados Unidos. Rusia y China advirtieron contra cualquier intervención militar.
En el plano internacional, estos votos se intercambian por otros votos en otros temas. Este mecanismo no funcionó porque en el mundo es evidente que la autoproclamación del opositor Guaidó no tiene efecto real en el interior de Venezuela y que nunca hubiera sido posible si no hubiera sido previamente planificada en Washington o Miami. Pence se reunió en la Casa Blanca con los representantes de los 16 gobiernos aliados la noche anterior a la votación en la OEA. Y después hizo un discurso que se transmitió por las cadenas mediáticas regionales para respaldar el intento de golpe parlamentario de Guaidó.
Maduro rompió relaciones con Estados Unidos, pero Donald Trump dijo que desconocía su autoridad y que el personal de la embajada permanecería en Venezuela. Fue el preludio de un conflicto militar. Maduro hubiera tenido que expulsar del país a los diplomáticos y Trump hubiera enviado tropas para protegerlos. Finalmente Trump aflojó, lo que significó un reconocimiento implícito de la autoridad de Maduro.
Estados Unidos espera una asonada militar o que se creen condiciones para una intervención externa. Las manifestaciones de la oposición y el chavismo fueron muy parejas el primer día. En la jornada siguiente los actos callejeros se escalonaron en distintos barrios y fueron más violentos. En ese contexto, las Fuerzas Armadas y el Poder Judicial reconocieron al presidente Maduro.
Las tragedias de Irak, de Siria y de Libia están muy presentes en el mundo. Fueron invadidos con las mismas excusas que se agitan ahora contra Venezuela y las guerras internas provocadas se prolongaron hasta la actualidad. Ya suman cientos de miles de víctimas y miles de millones las pérdidas. El gobierno de Mauricio Macri quiere asociar a la Argentina a una catástrofe similar en la región y al mismo tiempo instalar la dramática crisis venezolana como un tema de campaña electoral para sacar el eje de su tremendo fracaso en la economía.
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