Iluminada por el estilo confrontativo que los Kirchner asumieron contra la Rural, la Iglesia, los Medios,las Fuerzas Armadas, la juventud ‘nacanpop’, por primera vez en años, cree que con su militancia está haciendo Patria.
Inés es bajita, rubia, de ojos claros y bonita. Es del oeste, de Moreno, tiene 22 años y estudia Sociología en la UBA. Milita en la agrupación John William Cooke y trabaja en los barrios pobres cercanos a su casa. En la Marcha de las Antorchas, que se realizó el lunes por la noche en homenaje a Eva Perón, ella caminó, cantó, se emocionó, saltó y entonó el Himno y la marcha peronista con ese fervor juvenil tan característico de quienes tienen todo por delante para creer y crear. Inés es curiosamente “muy peronista, pero peronista revolucionaria” como se define ella. Y resulta extraño cómo esta chica que se cuelga del cuello de un pibe desgarbado –que a juzgar por los pelos y la barba es compañero de ella en Marcelo T.–, que nació el mismo año que Carlos Menem le ganó la interna a Antonio Cafiero, se defina a sí misma con categorías de tiempos viejos.Algo ha ocurrido con esos muchachos y muchachas que salieron a la luz política tras la crisis de 2001, luego del proceso asambleario y, sobre todo, tras el conflicto con los productores agropecuarios, los juicios por los delitos de lesa humanidad y la pelea con los medios hegemónicos –el Grupo Clarín, como principal foco–: hallaron una épica que desde 1983 no campeaba en estas tierras. La juventud “nacanpop”, por primera vez en muchos años, cree que con su militancia está haciendo Patria. Iluminada, tal vez, por el estilo confrontativo que los Kirchner asumieron contra la Rural, la Iglesia, los medios, las Fuerzas Armadas. Esa épica –tímida y apocada, tal vez, sin la grandilocuencia ni la aparatosidad del “socialismo nacional”– es un fenómeno nuevo y que excede incluso a la dirigencia política, pero es el elemento más transformador culturalmente de este Bicentenario y, de no ser traicionada, puede ser el mejor aporte que el actual proceso le legue a este país. Desde el palco, Emilio Pérsico, Hugo Moyano y Néstor Kirchner –ya es toda una definición la elección de los oradores– le hablaron a esos miles de antorchas que recordaban a Evita. Durante su discurso, el presidente del Partido Justicialista dio dos definiciones más que interesantes para el momento actual: habló de la necesidad de conformar un “frente con la burguesía nacional y los trabajadores” para llevar adelante la “profundización del modelo nacional y popular”.La idea del frentismo es siempre cara para los peronistas. Un frente fue el que llevó a Juan Domingo Perón al gobierno en 1946 y el Frejuli hizo lo mismo con Cámpora y el propio general en 1973. Pero en las palabras de Kirchner, el frentismo no pareció tener sólo un contenido electoralista. En realidad, podrían estar más relacionadas con la vieja tesis gramsciana retomada por John William Cooke en el pequeño ensayo La lucha por la liberación nacional. En ese pequeño libro, “El Bebe” explica la necesidad de formar una alianza entre los sectores que podían participar del proceso de “liberación nacional” –objetivo máximo por aquellos años sesenta–: los trabajadores, los estudiantes, y parte del ejército y la burguesía nacional –inhallable unicornio azul durante muchas décadas–. Cooke sostenía que era el peronismo, como representante de la clase trabajadora revolucionaria, que iba a llevar adelante la política transformadora en el país. En algún sentido, la tesis cookeana fue aplicada por el peronismo en 1973, la diferencia es que la dinámica de enfrentamiento interno hizo que el movimiento, en vez de servir como soporte y elemento de conducción, se deglutiera a sí mismo.En la actualidad, el peronismo no tiene las luchas intestinas que tenía en aquella época, pero tampoco –sobre todo cuando descansa en su rol de maquinaria electoral– la fuerza motora de los años setenta. La discusión hacia el interior del justicialismo está más relacionada con cuestiones de nombres en las marquesinas que por razones ideológicas. Por eso es que, si el kirchnerismo quiere trascenderse a sí mismo, debe construir una herramienta política que le permita aglutinar a los distintos sectores que confluyen mínimamente en la necesidad de sostener, consolidar y “profundizar” el modelo propuesto por los Kirchner.Obviamente que esa herramienta es un arma de doble filo. Aglutina, legitima, consolida el poder de quien conduce pero al mismo tiempo lo obliga, le reclama, lo interpela. Sin embargo, esa construcción orgánica es la que tiene posibilidad de trascender 2011, 2015 o 2019. Justamente, Perón es quien hablaba de la organización como factotum para vencer al tiempo –que es uno de los adversarios más insalvables de todo aquel que tiene poder acumulado– y si hay un déficit que se le puede achacar al actual proceso es la falta de un andamiaje político que contenga, que amplíe y que haga debatir en su seno los métodos y el ritmo de la profundización del modelo.Hoy el kirchnerismo ha superado el peronismo como aglutinador identitario. Hay peronistas ortodoxos, heterodoxos, socialistas, radicales, trotskistas, comunistas, ex montoneros, ex erpianos, progresistas, que pertenecen al espacio que lleva adelante el actual proceso. Ha logrado, además, consolidar sus lazos con algunas agrupaciones de desocupados y también con el movimiento obrero organizado. Ha sostenido a empresarios que parecerían querer formar parte de una burguesía nacional y ha recibido el apoyo de las cámaras de pequeños y medianos empresarios. Sin embargo, no ha podido articular esos sectores, no cuenta con una CGE ni logró sentar a discutir política a los intendentes del conurbano bonaerense con, por ejemplo, un dirigente extrapartidario como Martín Sabbatella. El otro gran déficit parece ser la falta de solidez de los militantes y los cuadros encargados de sostener el andamiaje político más allá de la distribución de recursos y de la incentivación económica antes que la simbólica o la ideológica. Y si por algo pudo trascender el peronismo luego de estar 18 años en el poder, por ejemplo, fue justamente porque estas últimas razones superaban en cantidad y calidad al mezquino interés pecuniario. Militantes y cuadros formados –y parte de la juventud está ávida de ser contenida– son la garantía de que el actual proceso no sea bastardeado.El lunes en Paseo Colón, Kirchner habló una vez más de “profundizar el modelo” y del anhelo de alcanzar el 50 y 50 en la distribución de la renta nacional. Más allá de la discusión sobre los otros ítems de “profundización” –la renacionalización completa del sistema energético, por ejemplo, o el desmantelamiento del sistema financiero de la dictadura– ese ir más allá depende también de la fuerza que esa herramienta política le otorgue a la conducción para enfrentar a los poderes concentrados de la economía. Sin ese andamiaje y la posibilidad de movilización real de gran parte de la sociedad, la capacidad de negociación con los grupos hegemónicos dependerá sólo de la mayor o menor creatividad e ingenio por parte de los dirigentes.Perón decía que en política no había que ser ni apresurado ni retardatario, sino que había que hacer las transformaciones en su medida y armoniosamente para la “felicidad del pueblo”. Los Kirchner parecen compartir ese apotegma, pero hay que reconocerles que en estos años muchas veces han demostrado estar a la izquierda de la sociedad argentina. Después de siete años, han logrado hacer contacto con los jóvenes –como Inés, claro– del Movimiento Evita, de las universidades, de los barrios. Son el sector más dinámico, obviamente, pero también el más proclive a sentirse rápidamente traicionado por las lógicas de la política. Los Kirchner han logrado construir una épica mínima, breve, frágil aún. Deberían cuidarla más allá de las elecciones de 2011. Porque ese y no otro podría ser el gran aporte a la Historia argentina. Los cambios no son sólo económicos en una sociedad. “La batalla es cultural”, dijo al asumir Cristina, desechando tesis más materialista. Tenía razón.
Inés es bajita, rubia, de ojos claros y bonita. Es del oeste, de Moreno, tiene 22 años y estudia Sociología en la UBA. Milita en la agrupación John William Cooke y trabaja en los barrios pobres cercanos a su casa. En la Marcha de las Antorchas, que se realizó el lunes por la noche en homenaje a Eva Perón, ella caminó, cantó, se emocionó, saltó y entonó el Himno y la marcha peronista con ese fervor juvenil tan característico de quienes tienen todo por delante para creer y crear. Inés es curiosamente “muy peronista, pero peronista revolucionaria” como se define ella. Y resulta extraño cómo esta chica que se cuelga del cuello de un pibe desgarbado –que a juzgar por los pelos y la barba es compañero de ella en Marcelo T.–, que nació el mismo año que Carlos Menem le ganó la interna a Antonio Cafiero, se defina a sí misma con categorías de tiempos viejos.Algo ha ocurrido con esos muchachos y muchachas que salieron a la luz política tras la crisis de 2001, luego del proceso asambleario y, sobre todo, tras el conflicto con los productores agropecuarios, los juicios por los delitos de lesa humanidad y la pelea con los medios hegemónicos –el Grupo Clarín, como principal foco–: hallaron una épica que desde 1983 no campeaba en estas tierras. La juventud “nacanpop”, por primera vez en muchos años, cree que con su militancia está haciendo Patria. Iluminada, tal vez, por el estilo confrontativo que los Kirchner asumieron contra la Rural, la Iglesia, los medios, las Fuerzas Armadas. Esa épica –tímida y apocada, tal vez, sin la grandilocuencia ni la aparatosidad del “socialismo nacional”– es un fenómeno nuevo y que excede incluso a la dirigencia política, pero es el elemento más transformador culturalmente de este Bicentenario y, de no ser traicionada, puede ser el mejor aporte que el actual proceso le legue a este país. Desde el palco, Emilio Pérsico, Hugo Moyano y Néstor Kirchner –ya es toda una definición la elección de los oradores– le hablaron a esos miles de antorchas que recordaban a Evita. Durante su discurso, el presidente del Partido Justicialista dio dos definiciones más que interesantes para el momento actual: habló de la necesidad de conformar un “frente con la burguesía nacional y los trabajadores” para llevar adelante la “profundización del modelo nacional y popular”.La idea del frentismo es siempre cara para los peronistas. Un frente fue el que llevó a Juan Domingo Perón al gobierno en 1946 y el Frejuli hizo lo mismo con Cámpora y el propio general en 1973. Pero en las palabras de Kirchner, el frentismo no pareció tener sólo un contenido electoralista. En realidad, podrían estar más relacionadas con la vieja tesis gramsciana retomada por John William Cooke en el pequeño ensayo La lucha por la liberación nacional. En ese pequeño libro, “El Bebe” explica la necesidad de formar una alianza entre los sectores que podían participar del proceso de “liberación nacional” –objetivo máximo por aquellos años sesenta–: los trabajadores, los estudiantes, y parte del ejército y la burguesía nacional –inhallable unicornio azul durante muchas décadas–. Cooke sostenía que era el peronismo, como representante de la clase trabajadora revolucionaria, que iba a llevar adelante la política transformadora en el país. En algún sentido, la tesis cookeana fue aplicada por el peronismo en 1973, la diferencia es que la dinámica de enfrentamiento interno hizo que el movimiento, en vez de servir como soporte y elemento de conducción, se deglutiera a sí mismo.En la actualidad, el peronismo no tiene las luchas intestinas que tenía en aquella época, pero tampoco –sobre todo cuando descansa en su rol de maquinaria electoral– la fuerza motora de los años setenta. La discusión hacia el interior del justicialismo está más relacionada con cuestiones de nombres en las marquesinas que por razones ideológicas. Por eso es que, si el kirchnerismo quiere trascenderse a sí mismo, debe construir una herramienta política que le permita aglutinar a los distintos sectores que confluyen mínimamente en la necesidad de sostener, consolidar y “profundizar” el modelo propuesto por los Kirchner.Obviamente que esa herramienta es un arma de doble filo. Aglutina, legitima, consolida el poder de quien conduce pero al mismo tiempo lo obliga, le reclama, lo interpela. Sin embargo, esa construcción orgánica es la que tiene posibilidad de trascender 2011, 2015 o 2019. Justamente, Perón es quien hablaba de la organización como factotum para vencer al tiempo –que es uno de los adversarios más insalvables de todo aquel que tiene poder acumulado– y si hay un déficit que se le puede achacar al actual proceso es la falta de un andamiaje político que contenga, que amplíe y que haga debatir en su seno los métodos y el ritmo de la profundización del modelo.Hoy el kirchnerismo ha superado el peronismo como aglutinador identitario. Hay peronistas ortodoxos, heterodoxos, socialistas, radicales, trotskistas, comunistas, ex montoneros, ex erpianos, progresistas, que pertenecen al espacio que lleva adelante el actual proceso. Ha logrado, además, consolidar sus lazos con algunas agrupaciones de desocupados y también con el movimiento obrero organizado. Ha sostenido a empresarios que parecerían querer formar parte de una burguesía nacional y ha recibido el apoyo de las cámaras de pequeños y medianos empresarios. Sin embargo, no ha podido articular esos sectores, no cuenta con una CGE ni logró sentar a discutir política a los intendentes del conurbano bonaerense con, por ejemplo, un dirigente extrapartidario como Martín Sabbatella. El otro gran déficit parece ser la falta de solidez de los militantes y los cuadros encargados de sostener el andamiaje político más allá de la distribución de recursos y de la incentivación económica antes que la simbólica o la ideológica. Y si por algo pudo trascender el peronismo luego de estar 18 años en el poder, por ejemplo, fue justamente porque estas últimas razones superaban en cantidad y calidad al mezquino interés pecuniario. Militantes y cuadros formados –y parte de la juventud está ávida de ser contenida– son la garantía de que el actual proceso no sea bastardeado.El lunes en Paseo Colón, Kirchner habló una vez más de “profundizar el modelo” y del anhelo de alcanzar el 50 y 50 en la distribución de la renta nacional. Más allá de la discusión sobre los otros ítems de “profundización” –la renacionalización completa del sistema energético, por ejemplo, o el desmantelamiento del sistema financiero de la dictadura– ese ir más allá depende también de la fuerza que esa herramienta política le otorgue a la conducción para enfrentar a los poderes concentrados de la economía. Sin ese andamiaje y la posibilidad de movilización real de gran parte de la sociedad, la capacidad de negociación con los grupos hegemónicos dependerá sólo de la mayor o menor creatividad e ingenio por parte de los dirigentes.Perón decía que en política no había que ser ni apresurado ni retardatario, sino que había que hacer las transformaciones en su medida y armoniosamente para la “felicidad del pueblo”. Los Kirchner parecen compartir ese apotegma, pero hay que reconocerles que en estos años muchas veces han demostrado estar a la izquierda de la sociedad argentina. Después de siete años, han logrado hacer contacto con los jóvenes –como Inés, claro– del Movimiento Evita, de las universidades, de los barrios. Son el sector más dinámico, obviamente, pero también el más proclive a sentirse rápidamente traicionado por las lógicas de la política. Los Kirchner han logrado construir una épica mínima, breve, frágil aún. Deberían cuidarla más allá de las elecciones de 2011. Porque ese y no otro podría ser el gran aporte a la Historia argentina. Los cambios no son sólo económicos en una sociedad. “La batalla es cultural”, dijo al asumir Cristina, desechando tesis más materialista. Tenía razón.
El subrayado es nuestro [Mirando hacia adentro]
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