El concepto de ‘otredad’ hace referencia a la existencia de ‘otro/s individuo/s’ diferente/s a uno, y por lo tanto, no perteneciente/s a la misma identidad comunitaria. Esta diferencia, que ha sido vista como un problema para algunas tradiciones de pensamiento, es también considerada como evidencia de singularidad para otras. Por lo tanto la noción de otredad debe interpretarse también como un concepto ampliado de ‘valor’.
Ejerciendo la docencia como profesor de Lengua y Literatura en enseñanza media, he introducido el eje temático de ‘Otredad’ en los contenidos textuales de mi materia en 3º y 4º año desde hace una década, y esta experiencia me ha conducido a la posibilidad concreta de trabajar en un proyecto de asignatura que denominé precisamente ‘OTREDAD’. De modo que los textos (novelas, relatos, ensayos) y videos (cine de autor, obras de arte, composiciones musicales) que he proporcionado a los estudiantes durante ese lapso, han estado siempre atravesados por dicho eje temático.
Una de las fuentes de este trabajo fundacional es la obra del filósofo francés Michel Foucault, a quien he estudiado a través de textos como ‘Arqueología del Saber’, ‘Las Palabras y las Cosas’, ‘Vigilar y Castigar’ o ‘Microfísica del Poder’.
Otros pensadores igualmente valiosos por sus contenidos han sido el filósofo de la ciencia Paul Feyerabend, el filósofo de la historia Imre Lakatos (a quien tuve la suerte de seguir en una serie de conferencias dictadas en Paris poco antes de su muerte), y la tesis doctoral de Gilles Deleuze ‘Diferencia y Repetición’.
Mi particular observación de la OTREDAD como asignatura en la enseñanza media, parte del análisis de un concepto central en la filosofía de Foucault: ‘Cuando algo no puede enunciarse en términos de bien y de mal, se lo expresa en términos de normal y anormal’, pero ¿qué es normal y qué es anormal, y para quién?
Según Foucault un ‘grupo de Poder’ establece qué es la ‘verdad’, pero no existe una sola verdad. Entonces ¿qué es el ‘saber’?... el ‘saber’, como descubre Foucault, es ‘lo que un grupo de gente comparte, y decide que es la verdad’. Esa ‘verdad’ define lo correcto y lo incorrecto, la bondad y la maldad, lo normal y lo patológico. Por medio de esta ‘verdad’, el ‘poder disciplinario’ controla la voluntad y el pensamiento en un ‘proceso de Normalización’ que implica: observar, seguir, clasificar, medir y calificar.
De esta forma los individuos ‘normalizados’ cumplen sus roles en la sociedad, una sociedad a la que se ‘normaliza’ por medio del ‘lenguaje’.
Las prácticas sociales llevan a definir determinadas cosas por sus ‘opuestos’: Bueno/Malo, Frío/Caliente, Claro/Oscuro, etc. Hechas estas distinciones, Foucault ‘descubre’ que la gente ‘normal’ se ocupa de decidir lo qué es ‘anormal’, es decir que mediante la ‘anormalidad’ se dan las relaciones de poder en una sociedad: la persona ‘normal’ tiene poder sobre la ‘anormal’. El psicólogo define al ‘loco’, el médico a los ‘pacientes’ y el juez aparece como lo opuesto al ‘delincuente’.
Sin embargo, volviendo a la noción de Otredad, la diferencia no implica que el Otro deba ser estigmatizado o discriminado, ya que las diferencias que distinguen a ese ‘otro’ son constitutivas de una riqueza social capaz de contribuir al crecimiento y reconocimiento mutuo de los individuos.
El concepto de Otredad que pretendo introducir como materia de enseñanza media es una construcción psicológica y un acto social; y tal como lo es el concepto de Persona, Estado o Democracia, su construcción depende de la responsabilidad individual en un marco de alta conciencia de lo colectivo.
Durante el derrotero que inicié en 2008 en torno a esta temática, tuve la oportunidad de ‘observar, seguir, clasificar, medir y calificar’ una gama de voces -aparte de los filósofos citados- que han contribuido a solventar este tema desde la antropología, la literatura, la política, la teología y el arte.
Trabajando en poblaciones escolares emergentes, en tres importantes Villas de la ciudad de Buenos Aires tuve oportunidad de comprobar una sorprendente xenofobia de chicos nativos, a su vez hijos de padres provenientes de países latinoamericanos, que en mayor o menor medida sostenían discursos agraviantes hacia otros alumnos que llegaban a la escuela directamente desde esos países. El ‘Ché bolita’ o ‘Ché paragua’, dirigido por hijos o nietos de personas de aquellas nacionalidades hacia otros que llegaban de aquellos países a la Argentina en busca de un destino mejor, fue probablemente el disparador que me indicó la necesidad de abordar la problemática a través de una materia que la reflejara. Para esto comencé trabajando con textos del mexicano Octavio Paz, conocido como ‘el poeta de la otredad’, gracias a obras como ‘Itinerario’, autobiografía poética que indaga en la otredad del individuo manifiesta como el deseo de encontrar lo perdido, como el frustrado intento del andrógino de Platón que se abraza a la mitad que Zeus, en su cólera, le arrancara para siempre: ‘La otredad empuja a los seres humanos a buscar al complemento del que fueron separados. Así, el hombre se une a la mujer, su otra mitad, la única que lo completa y que, al devolverle la perfección que la voluntad divina alteró, le permite el regreso a la unidad, a la reconciliación’.
Una relectura de ‘Pedagogía del Oprimido’ de Paulo Freire me acercó a la visión política de la otredad, encarnada transversalmente en la obra del educador brasileño, y luego a través de la politóloga Andrea Barrera, puntualmente en su trabajo ‘La Humanización como movimiento entre la alteridad y la otredad en el pensamiento político de Paulo Freire’.
En este escrito la autora resalta que ‘Freire concibe la naturaleza humana no solo como el producto de la consciencia del inacabamiento de los seres humanos y como la posibilidad del desarrollo histórico y continuo de su vocación ontológica, sino que además la concibe como un proceso ético y dialógico. Por ello, la concientización es insuficiente en términos del movimiento de humanización pues no genera, en una suerte de automatismo liberador, la asunción de la responsabilidad que implica ser presencia consciente en el mundo’.
Freire lo explica de la siguiente manera: ‘El verbo asumir es un verbo transitivo y puede tener como objeto el propio sujeto que así se asume […] Asumirse como ser social e histórico, como ser pensante… comunicante, transformador, creador, realizador de sueños, capaz de sentir rabia porque es capaz de amar. Asumirse como sujeto porque es capaz de reconocerse como objeto. La asunción de nosotros mismos no significa la exclusión de los otros. Es la “otredad” del “no yo” o del tú, la que me hace asumir el radicalismo de mi yo.’
A través del cine y el arte contemporáneo, catalizadores de singularidades, y en el multiculturalismo manifiesto en lo que va del nuevo siglo y ya desde fines del anterior, creo que hay material suficiente para nutrir de un vasto programa a esta ‘nueva asignatura pendiente’, que como en tantas otras áreas del corpus pedagógico debería sumarse, agregarse a la enseñanza media desde primero a quinto año, complejizándose a medida que avanza, con debates, textos argumentativos y exposiciones interdisciplinarias en todas las escuelas: públicas y privadas.
Mariano Le Vat
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