¿Qué pensamos ganar, enojándonos con el sector del pueblo que tiene mil razones para estar enojado?
por MARCELO FIGUERAS
Arranco con un pedido de disculpas, porque si algo caracterizó esta semana fue la sobrecarga de análisis socio-políticos. Estamos hasta la coronilla de interpretaciones, ¿o no? Diría Barrionuevo: "Necesitamos dejar de opinar por dos años". Aunque, si por cada opinión se cobrase un dólar, podríamos apaciguar al Fondo hasta fines del '24. De nada, Sergio.
Para colmo carezco de pergaminos para arrogarme el derecho. No soy político, ni periodista político, ni politólogo, ni sociólogo, ni psicólogo progre, ni experto en medios, ni protagonista de una historia aleccionadora. Sólo puedo hablar en mi carácter de tipo cualunque — tan desorientado como los demás por el twist de esta historia, el giro que acaba de dar.
Dentro del marco de general desconcierto, me preocupa uno en particular que percibo en gente del palo. Veo, escucho y leo a mucho compañero que vituperar al votante de Milei, tratándolo como si fuese un idiota incapaz de entender que sería el primer perjudicado si el Peluca llegase a la Rosada. Cuando el votante de Milei —el promedio, digo, porque idiotas hay en todos los sectores— no tiene un pelo de zonzo, es más pillo que yo. En todo caso, se trata de una persona que está en el otro extremo de una cadena de interpretaciones de la que también somos parte. Y dado que ese encono es peligroso como actitud a adoptar de aquí hasta el 22 de octubre (y ni hablar si hay ballotage), es que voy a montarme sobre mi voluntad de entender aunque la realidad duela y sobre la experiencia que aquilata mi cuentakilómetros. Aun al precio de incurrir en el cliché de sumar una opinión más, necesito dejar sentada mi inquietud.
La mayoría de los votos que avalaron a Milei el domingo 13 no fueron emitidos por gente gorila, cerrilmente anti-peronista. Ese voto es patrimonio de Bullrich y Macri, su núcleo duro. El triunfo de Milei expresa al sector del pueblo que se hartó de que los gobiernos no resuelvan sus problemas, ni siquiera los más acuciantes, ofreciendo en cambio un manantial inagotable de excusas, mientras consienten que los poderosos de verdad le encarajinen la vida cada vez más. Muchas de esas personas votaron al peronismo en otras oportunidades, y volverían a hacerlo si lo representase alguien en cuya capacidad de transformación creyesen.
A esta altura, las anécdotas sobre aquellos que declaran su intención de votar a Cristina y que cuando les decís que ella no puede presentarse replican: "Entonces, a Milei", han adquirido carácter de leyenda urbana. No sé cuán veraces son, pero dramatizan una lógica alternativa que es parte de las paradojas de la hora. Cristina y Milei aparecen como figuras antitéticas a primera vista, pero habría que preguntarse qué elementos en común percibe esta gente, si no encuentra una contigüidad entre quien la defendió en los hechos y quien promete hacerlo también, poniendo guita en sus bolsillos vacíos. Porque nosotros creemos que el plan que Milei ofrece para salvar al país es un fiasco, pero por lo menos promete uno. ¿Qué propone Bullrich? Orden, palos y más pobreza. ¿Qué propone Unión x la Patria? Sangre, sudor y lágrimas. Así planteado, no es tan difícil de entender.
Aun entre los que no lo votaron nunca —muchos de los más jóvenes, por ejemplo—, no percibo cerrazón ante el peronismo, o el kirchnerismo, per se. Lo innegable es que están hartos de que los funcionarios los boludéen, y por eso no sorprende que reaccionen contra lo que perciben como una estructura de poder —aceptemos llamarla la casta política, porque se ganó el apelativo— que debería estar al servicio de transformar la realidad y que sin embargo, en los ojos del tipo y la tipa de la calle, no hace mucho más que aferrarse a sus sillones. En este marco, que banquen al muñeco que alza la voz y les grita a los políticos que son todos unos chantas es más que comprensible, por no decir inevitable. Y además hay que asumir que el gobierno de Macri armó este lecho de Procusto, con toda malicia, al entregarnos atados de pies y manos al FMI, y que el gobierno de Alberto empeoró la situación al ceder siempre, en todo, a cada embate de los poderes reales. (La única discusión que cabe al respecto es bizantina: si Alberto dejó hacer porque es pusilánime o si lo hizo tan adrede como Macri hizo lo suyo. A los efectos prácticos, diría Minguito: S'egual. A los efectos del juicio de la historia, por supuesto, no dará lo mismo.)
Lo concreto es que, en la base social, la seguidilla Macri-Alberto puso la cosa tan fula, tan mezquina, que hoy se libra allí una guerra entre pobres que los medios no registran, no ven y, por ende, no iluminan. El Bando de los Pobres Con Trabajo le muestra los dientes al Bando de los Pobres Con Planes. Y todos piensan que el otro forma parte de la causa de sus infortunios, mientras —también— todos la pasan como el culo. En teoría, el Bando de los Pobres con Planes depende del oficialismo que hoy maneja el Estado, pero en la práctica vota a quien se le cante — muchos deben haber votado a Milei, aunque parezca contradictorio, por conciencia de clase o solidaridad con su gente. Pero el Bando de los Pobres Con Trabajo es mucho más numeroso. Y Milei interpela claramente a este sector, mientras que la campaña del oficialismo no interpela a ninguno de los dos Bandos — no les dice nada, o por lo menos nada de lo que necesitan oír.
Nuestra campaña habla de no perder derechos pero, para esa gente, lo que nosotros consideramos derechos son privilegios. ¿Qué le importa el Conicet, o el cine nacional, a un pibe que labura para Rappi? El pibe quiere la guita que le falta para llevar adelante una vida decente y Milei le señala dónde está: la tiene el Estado que te cobra impuestos, que gasta al pedo en Ministerios inútiles, en el Conicet, en subvencionar al cine, que dilapida fortunas en YPF y Aerolíneas y en Télam y en la TV Pública. Por supuesto que es una respuesta falaz, incompleta (quien se queda con la parte del león de la torta de mosca que producimos no, ay, es el Estado) y, por encima de todo lo demás, interesada. Su objetivo principal es desarticular el Estado, en lo cual, hay que subrayar, coincide con lo que se pretende desde los Estados Unidos respecto de nuestro país: que no seamos una nación independiente, con voluntad y plan propio, sino una colonia cortada y entallada a medida, para servir estrictamente a las necesidades del país del norte, y no a las de sus propios ciudadanos.
Algunos de nosotros, por experiencia de vida antes que por conocimiento económico, entendemos que las medidas que Milei propugna no redundarán en los resultados que anuncia. El neoliberalismo modelo full no mejorará la vida de nadie que reviste en ninguno de los Bandos mencionados, al contrario. Pero mucha gente, y en particular la más joven, no tiene por qué ni cómo saberlo. El tipo les dice: "Toquen el timbre y alguien les abrirá la puerta", y hay quien le cree, porque los timbres están para eso, ¿o no? El tema es que el dichoso timbre acciona la trampa que está bajo sus pies, pero eso, por supuesto, no se lo confiesan. Es la misma técnica que aplican hace años, al demonizar los impuestos. Le dicen al piberío que el Estado los vampiriza (en materia de impuestos indirectos como el IVA, presumo, porque es raro que un joven pague Ganancias), y que esa guita se la quedan los funcionarios o la malgastan en "boludeces" como las que antes mencioné (Conicet, Aerolíneas, su ruta). Lo que no le dicen es que, sin la guita que entra en materia de impuestos, se quedarán sin educación pública, sin salud pública, sin subvenciones al transporte público y a los servicios esenciales, y que por ende lo que ahorren en IVA deberán multiplicarlo por mil para pagar todo lo que se les va a encarecer hasta las nubes.
Habrá quien piense: "Y, eso ya deberían saberlo". Y yo pregunto: ¿por qué? ¿Cómo van a saberlo, si nadie se toma la molestia de hablar con ellos, y antes de hablar con ellos, de escucharlos? La falta de políticas oficiales de contención a los más jóvenes, y en particular después de la pandemia, es notable. Con los que no manifiestan inquietudes militantes —o sea: con la mayoría de los jóvenes— no saben qué hacer, o no se hace nada. Pero los "libertarios" sí les hablan. Por eso, basta con que pinches un minuto a cualquiera de estos pibes para que salten con la respuesta automatizada: "¡Demasiados impuestos!" Y nadie les señala la contradicción de que sea un sector tan precarizado como el de los jóvenes quien tome como propia una bandera de los ricachones, que es la queja por antonomasia de los empresarios monopólicos, deseosos de pagarle cada vez menos a la AFIP mientras aumenta precios cada vez más. Hace años que vengo diciendo que nadie del bando popular le habla a esta población. Años. Y no confirmé que estoy en lo cierto el domingo pasado, no señor. Lo confirmé en septiembre del 2022, poco después del atentado contra Cristina, cuando en la TV entrevistaron a un flaco que se presentaba como el mejor amigo del asesino fallido y dijo ante el micrófono: "Qué lástima que no la mató, porque los impuestos hubiesen bajado". Con lo cual vuelvo a la pregunta del principio del párrafo. ¿Por qué deberían saber, entender ciertas cosas, si nadie se tomó el trabajo y el tiempo de conversar con ellos en los términos de su realidad, si nadie escuchó seriamente lo que tienen para decir?
En el campo de la derecha política no son tan tontos como nosotros. Su ofensiva se propuso, y consiguió, segmentar aún más el campo popular. A los dos Bandos que ya mencioné, le sumó un tercero, aquel del que nosotros formamos parte: el Bando de los (Relativamente) Privilegiados. Gente para nada especial, que de todos modos tuvo más suerte que otra y completó su educación formal, cuida de su salud, racionaliza sus hábitos alimenticios y tiene donde dormir y preservarse de los climas extremos. Nada extraordinario, como digo: personas que trabajan, ganan lo suficiente para preservar su dignidad y de tanto en tanto se dan un gusto. Pero que, dado que la crisis perforó el suelo del edificio social, disponen aún de posibilidades que para los desfondados suenan a prerrogativas. Y eso produce distorsiones en materia de juicio y profundiza las diferencias — y el malentendido, del que la derecha saca rédito político.
Para nosotros no sólo es lógico sino un deber defender al Conicet. Pero al agitar ese estandarte como si fuésemos los mejores alumnos de la ciencia, lejos de aclarar y persuadir, nos mostramos como patovicas de una elite que raspa la herida de las diferencias sociales, aunque sea involuntariamente. Lo mismo pasa cuando manifestamos indignación porque Milei admira a Margaret Thatcher. Muchos de los nuestros se ponen como locos y tratan a los seguidores de Milei como traidores a la causa de Malvinas, cuando lo que ocurre es —simplemente— que una porción enorme de esa gente no tiene la más puta idea de quién fue la Thatcher. (Y tampoco tiene por qué saberlo. Hablamos de un personaje extranjero de la era pre Internet. ¿Cuántos de los ingleses de 25 años la identifican? ¡Otro siglo, otro mundo!) Basta con que les preguntemos: "Che, ¿de verdad querés entregar definitivamente las Malvinas a los extranjeros?", para que el grueso de sus votantes responda: "Ah, no, ¡claro que no!" Pero al inflar el pecho como si fuésemos los únicos patriotas de esta tierra, lejos de defender un principio nos mostramos como agresores de la figura que hoy los representa, en nombre de una vieja que no juna ni Cristo. Y eso no suena a principismo. Suena a provocación.
El poder real tensó tanto la soga, que lo que antes era un tejido más o menos compacto ahora se disgregó, al punto de no poder reconocerse como parte de una unidad. Hasta ayer nomás, la sociedad argentina se congregaba alrededor de ciertos fenómenos: programas de TV y músicas y celebraciones patrias y políticas que enamoraban transversalmente, que permitían coincidencias entre sectores sociales diversos. (Lo único que todavía conserva ese poder es el fútbol. Qué lejano parece diciembre del '22, ¿no?) Pero las diferencias entre los Bandos son hoy tan extremas, que en los hechos nos comportamos como gente de distintos planetas. Teóricamente hablamos el mismo idioma, pero en la práctica no podemos entendernos. Nosotros, los (Relativamente) Privilegiados, estamos en condiciones de percibir la utilidad y hasta la belleza de un cenicero de mármol, pero para los microorganismos que quedaron entre el cenicero y la mesa, el objeto carece de belleza y no tiene otra utilidad que la de bloquear la contemplación del cielo. En términos hipotéticos, estaríamos hablando del mismo objeto. Sin embargo, nuestras experiencias al respecto son tan distintas que parece no haber forma de que nos entendamos.
Y nuestros funcionarios y/o candidatos tampoco se destacan por su destreza comunicacional. Para la gente que está más jodida, el FMI es una entidad tan gaseosa como el planeta Mongo que Alex Raymond creó para Flash Gordon. Nadie niega que es un organismo cuyo accionar tiene nefastas consecuencias sobre las vidas de (casi todos) los argentinos. Lo que digo es que parte sustancial de nuestro pueblo está harta de los eufemismos y de los circunloquios y demanda a los candidatos que, si de verdad quieren sus votos, se expresen en términos que puedan comprender y valorar. Porque los tecnicismos sugieren que no tenés nada bueno para decirle, que estás usando el lenguaje como cortina de humo. ¿No es parte de la responsabilidad del político expresarse en términos que involucren al ciudadano, en vez de expulsarlo, de hacerlo sentir un idiota? Perón tendría muchos defectos, pero habló siempre de modo que no dejaba a nadie afuera. Y eso es lo que reclama el pueblo en este momento, que ya de por sí es tan exigente. Menos contado con liqui y más suma fija. Menos dólar agro y más medidas contra los factores inflacionarios. Se le exige a nuestra democracia que haga el esfuerzo de bajar a Tierra y escuchar lo que pasa allá abajo; y que, en caso de que después de escuchar tenga algo para decir, que lo exponga de forma clara y sincera, no en politiqués.
Recuerdo esa escena de Jerry Maguire en la que el personaje de Tom Cruise, un representante de deportistas, trata de convencer al personaje de Cuba Gooding Jr. de que lo elija como manager. Maguire le lanza un papo elaborado, tendiente a demostrar por qué se considera la mejor de sus opciones, pero lo único que el deportista replica es: Show me the money. Mostrame la guita, quiero ver la guita. No me enrosques, no me pelotudées. Recién después de que Maguire le confirma que entendió lo que quiere y se compromete a obtenerlo, el morocho lo confirma como representante. Eso es lo que demanda la mayoría del pueblo a los candidatos. (Los que votaron a Milei en las PASO, desde ya, pero no sólo ellos.) Decime concretamente cómo vas a mejorar mi vida. Y si ya estás en el gobierno, ni hablar: antes que decírmelo, demostrámelo con hechos.
Deberíamos estar agradecidos por el cachetazo que nos comimos el domingo, porque nos re-conectó a la fuerza con el eje de la realidad. Ahora entendimos que urge escuchar a esa gente, en vez de taparle la boca y atosigarla con explicaciones condescendientes. Nos están diciendo con todas las letras cuál es el tema excluyente de hoy, y en qué terminos debe darse la conversación. En vez de mirarnos sin reconocernos, compartamos entre los tres Bandos la tarea de hacer ciertas cuentas elementales. (Porque en solitario, para qué negarlo, las matemáticas no se nos dan con facilidad.)
Hagamos la cuenta de cuánto saldrán el bondi, la luz y el gas si el Estado deja de subsidiar a las empresas. De cuánto saldrá la escuela parroquial si el Estado deja de bancarla. De cuánto deberíamos gastar para que nuestros hijos vayan a la universidad. De cuánto saldrá cada consulta médica sin hospitales públicos. De cuánto saldrá cada remedio sin el PAMI y las obras sociales. De cuánto saldrá la nafta una vez que el Estado se abra de gambas. De cuánto saldrán el pan, la carne y las verduras si el gobierno le da vía libre a los monopolios. De cuánto costará cada alquiler sin regulación que vele por los derechos del inquilino. De cuántos dólares cobraré mensualmente, una vez que mi sueldo se dolarice. De cuánto deberían aumentar nuestros sueldos, para absorber la interminable lista de nuevos gastos que se nos vendrán encima, gracias al shock liberal que Milei y Bullrich coinciden en aplicar a la economía a partir del '24.
Compartamos y comparemos los resultados de estas operaciones en el tono más llano, no es imprescindible inspirar terror. De nada sirve amenazar a la gente, ni tampoco subestimarla. Y mientras tanto, dejemos en un segundo plano la conversación sobre aquellos derechos que de momento sólo preocupan a los del Bando de los (Relativamente) Privilegiados. No porque no haya que defender al Conicet y a la ciencia argentina, por supuesto. De lo que debemos cuidarnos es de no caer como el chivo en el lazo, de no pisar el palito. Porque Milei quiere llevar la discusión al terreno del Conicet, donde no nos queda otro remedio que pararnos en la vereda opuesta a la que ocupan los otros dos Bandos. Pero nosotros no podemos permitir que nos marque la agenda. Cada vez que quiera llevarnos al terreno que nos distancia de sus potenciales votantes, digámosle que de eso hablaremos en otra ocasión. Lo que debe primar ahora son los temas que unen a los tres Bandos, las preocupaciones comunes: el precio del pan, del bondi, de la educación, de la salud, del alquiler. De ser necesario, plántense delante de un espejo y que alguien les susurre al oído: Ñoquicet, chau Télam, chau Ministerio de la Mujer, plebiscito contra el aborto. Practiquen hasta que consigan mantenerse imperturbables, y respondan siempre: Precios, sueldos, empleos, salud, educación, calidad de vida.
No permitamos que nos separen arteramente de sectores del pueblo que, como nosotros, no aspiran a otra cosa que vivir mejor. Distinto es el sector que desea la aniquilación del peronismo, que con tal de darse ese gusto es capaz de aplaudir un ajuste. Con esa gente intolerante y violenta no tenemos nada en común. Pero con el votante prototípico de Milei son más las cosas que nos hermanan que las que nos separan. Y si en vez de escuchar su grito los alienamos, los empujaremos a los brazos del sector anti-peronista, que ya intenta seducirlos con esa sonrisa siniestra que les sale tan bien a Mauricio, a Pato, a Horacio, a Gerardo.
El candidato anti-política y el empresario que lo manipula.
Voy a contarles algo pero no se rían, porque va en serio. Por obra y gracia del zapping volví a ver Batman Returns, segunda de las películas de Tim Burton sobre el Hombre Murciélago. (De las mejores, a mi juicio, esa donde Danny De Vito hace de El Pingüino y Michelle Pfeiffer de Gatúbela.) Y mientras la repasaba, me sorprendió advertir cuánto se parecía a la situación argentina actual.
Les pedí que no se riesen. ¿Ven cómo son?
En Batman Returns, el verdadero poder de Ciudad Gótica no es el alcalde, sino un empresario llamado Max Shreck. (Detalle significativo: Max Shreck es el nombre del actor que interpretó al vampiro en el Nosferatu de Murnau.) Cuando el alcalde actual le retacea la aprobación para construir una planta nuclear —con buenas razones, además—, Shreck se cabrea y ve en El Pingüino una oportunidad. Nacido Oswald Cobblepot, El Pingüino creció como un outsider y siente por los ciudadanos de Ciudad Gótica más desprecio que identificación. (Encuentra, por lo pronto, que los separa un abismo estético.) Pero acepta el plan de Shreck de candidatearse como nuevo alcalde, porque entiende que desde ese lugar de poder su revancha será más fácil. Parte del pueblo lo adopta de inmediato como líder político. (Me divirtieron los banners que, durante una manifestación, lo ensalzan diciendo: Cobblepot es orden.) Y el plan marcha viento en popa, hasta que una grabación le revela a la gente lo que el Pingüino piensa de ella realmente, lo que dice cuando cree que no lo oyen.
¿Ven que la cosa acá no es tan distinta?
Sería importante que nuestra intemperancia —el costado antipopular de cierto "progresismo"— no agreda a quienes debería abrazar en su hora de necesidad, forzándolos a abroquelarse y parir un resultado electoral que ni siquiera ellos están seguros de que les convenga. Porque si Javier Cobblepot gana, la única forma de mantenerse en el poder va a ser la estructura partidaria de Juntos x el Cambio, que Mauricio Shreck pondrá a su servicio porque nada lo calienta más que la posibilidad de dañar al pueblo que lo rechazó y sigue rechazándolo. (Del modo más transparente, la planta nuclear que Shreck proyecta en la película no es para producir energía, sino para afanarse la energía de los demás.) Es que, al lado de Mauricio, el Max Shreck que interpreta Christopher Walken es un nene de pecho. No conozco a nadie del mundo real más parecido a un villano de historieta: la razón de la vida de Macri es, excluyentemente, hacernos sufrir.
Por eso me gustaría que nos hermanásemos con los y las votantes de Milei, con quienes estuvimos codo a codo en tantas marchas. No son el enemigo, y ni siquiera son ese pariente recalcitrante con quien nunca se puede hablar: son tu tío favorito, tu ahijado, el pibe macanudo del chino, tu vieja, tu mecánico de siempre, ¡tu hijo y los amigos a quienes recibís todo el tiempo en casa! No son otra cosa, no son nuestro opuesto: somos nosotros mismos después de ligar ocho manos horribles, una detrás de la otra, en este tute que es la vida. ¿Qué pensamos ganar enojándonos con quienes están ya enojados con toda la razón del mundo, más que establecer una nueva grieta, ya no entre peronistas y anti sino entre pobres y no tan pobres, cuya consecuencia insoslayable sería el triunfo de la derecha? Hagámosles saber que tenemos claro que su suerte y la nuestra están ligadas y que no renegamos de eso, al contrario. No son gente necia y mucho menos suicida.
El uno-dos que le propinaron Macri y Alberto acorraló a un vasto sector del pueblo, que ahora está en el rincón de quien tiene poco o nada que perder. Peor hubiese sido que prendiese fuego a todo. Le prendió fuego a las PASO, nomás. Estaba en su derecho. Hablás con ellos y entienden que muchas de las propuestas de Milei son inviables. Tal vez vuelvan a votarlo, tal vez no. Se pueden cuestionar las propuestas y opiniones del candidato sin adoptar una irritante postura de superioridad. Admitamos que el tipo exhibe una voluntad de cambiar este tinglado que no se percibe en muchos oficialistas, que no transpiran pasión por la causa del pueblo. Los votantes de Milei no son inconscientes. Yo les tengo fe.
Mientras tanto, redirijamos nuestra energía a reclamar al ministro de Economía que se peronice / nestorice, y banquémoslo si lo hace. Otra de las paradojas de este momento: la única forma de que Massa llegue a ser Presidente en diciembre es que se comporte como Presidente a partir de agosto, que más allá de las palabras sus hechos comuniquen que el gobierno de Alberto ya terminó, fue, quedó atrás. Porque si la política no deshace este nudo gordiano, lo cortará de un tajo la anti-política.
La única verdad es la realidad y la realidad es hoy el bolsillo del pueblo.
Y así, diría Falstaff, concluye mi catecismo.
Publicado en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario