Finalizada la Primera Guerra Mundial, comenzó en Estados Unidos un interés por querer estudiar y comprender su propia sociedad. Fue así que J. D. Rockefeller financió una poderosa investigación para conocer los gustos, preferencias y necesidades que tenía el público estadounidense, con el objetivo de poder anular su capacidad de pensamiento crítico y contestatario.
La perspectiva estructural-funcionalista de los años cuarenta, establecida en la Escuela de Chicago, sostenía que los medios de comunicación poseían funciones sociales para con las masas, lo que dejaba en claro que se habían convertido en una institución: atribución de status y prestigio (todo lo que aparecía en el medio adquiría legitimidad social); constante exposición de normas y valores (los medios decían qué estaba bien y mal, siempre desde el deber ser); y, la más importante, la disfunsión narcotizante (denominada así, ya que anulaba la capacidad de despliegue de los sujetos sociales).
Pensadores y analistas llegaron a la conclusión de que los medios son narcóticos sociales (tan efectivos como para que el adicto no reconozca su propia adicción), sino que el subsistema de medios ofrecía tanta información a las personas, que éstas comenzaban a evaluar la posibilidad de informarse sobre las noticias cotidianas como forma de participación, también por la comodidad que esto implicaba. Sin querer, y con una buena estrategia bajo la manga, los medios apelaban a múltiples necesidades sociales: cognoscitivas (búsqueda de información, conocimiento general), afectivo-estéticas (actualidades sobre moda, producción audiovisual de novelas), de integración a nivel personal (informarse a través de la televisión, revista o diario en el hogar, sin moverse del lugar), de integración a nivel grupal (comentando con los colegas del trabajo las noticias del día anterior, o con las amigas sobre el capítulo de ayer), etc. Un medio tenía tanto poder, que podía satisfacer múltiples necesidades al mismo tiempo.
A modo de cierre, podemos sostener que las empresas de comunicación en América Latina continúan teniendo influencias políticas, sociales y culturales, fomentando pautas de consumo en los públicos, ya sea mediante la satisfacción de necesidades, la construcción de ídolos populares, o el derrocamiento de gobiernos. Como hemos visto, desarrollaron técnicas de sometimiento psicológico en las personas, con el objetivo de eliminar cuestionamientos, capacidad de despliegue, y pensamientos ajenos a los dueños de estos conglomerados multimedia.
A diferencia de otros continentes, América Latina continúa la lucha por pensarse a sí misma en su contexto, creando sus propios modelos y visiones. Y la responsabilidad de profundizar políticas públicas de comunicación es una necesidad que debe llevar a cabo tanto el Estado nacional, como el sector privado y el poder público
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