Entrevista al sociólogo y periodista Daniel Rosso
En su libro Máquinas de captura, procura identificar y describir los mecanismos con que las grandes corporaciones mediáticas asedian a los gobiernos que buscan recuperar la autonomía de la política frente al poder económico.
Un libro polémico, en la tradición del ensayo revisionista, aquel que fundaron Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche y Juan José Hernández Arregui, pero que se involucra con problemas de la más acuciante actualidad. Un libro que advierte a la política –tanto a los dirigentes como a los militantes que la ejercen cotidianamente en el territorio, en su lugar de trabajo o de estudio– sobre el funcionamiento de los medios de comunicación concentrados, y su función de "sustracción de legitimidad" de los gobiernos que intentan cierta autonomía frente al poder económico. Un ensayo de 153 páginas que discute sobre periodismo, política y poder. Una catarata de argumentaciones, que se vale de conceptos teóricos de Jacques Derrida, León Rozitchner, Guillermo O'Donnell y Eduardo Rinesi, pero que también se anima a arriesgar en el fragor del debate político utilizando nombres propios. Y ahí aparecen, por ejemplo, los periodistas Jorge Lanata y Bernardo Neustadt, el programa Caiga Quien Caiga (CQC), el periodista Reynaldo Sietecase, o el director de Le Monde Diplomatique edición Cono Sur, José Natanson.
No poca audacia debe reconocérsele al sociólogo y periodista Daniel Rosso, funcionario de la Secretaría de Comunicación Pública, militante del kirchnerismo, un hombre con experiencia en la discusión y en la práctica cuando se habla de medios. Ex secretario del área durante el gobierno porteño de Aníbal Ibarra, Rosso se acercó a la política a través de dos figuras, el historiador Norberto Galasso –que escribió el prólogo del libro en cuestión-- y el fundador de la CTA, Germán Abdala. De hecho, a partir de un contrapunto televisivo entre Neustadt y Abdala, un gremialista que no se resignaba al desmantelamiento del aparato productivo y a un peronismo al servicio de los grupos económicos, Rosso presenta la primera amenaza a la que se enfrenta cualquier proyecto nacional-popular: la democracia de doble delegación. "Cuando la sociedad delega las decisiones en la dirigencia política y esta, a su vez, las delega en las corporaciones", define.
Ese modelo de colonización de la esfera pública por los grupos económicos se alimenta del repliegue de las mayorías a su mundo privado, de la desilusión política, el individualismo y la conversión de los ciudadanos en espectadores. El mejor de los mundos para los economistas neoliberales. "El paso previo es deslegitimar y desvalorizar la política para que los sectores populares se alejen de ella, al no verla como un campo valorable", dice Rosso en su ensayo.
El problema, incluso para los medios de comunicación ligados al establishment, es que los gobiernos resultantes de la delegación de las decisiones al poder económico –el menemismo, la experiencia aliancista de Fernando de la Rúa-- tienen una inexorable fecha de vencimiento. La persistencia en las medidas a favor de intereses minoritarios, advierte Rosso, termina llevando a cualquier gobierno hacia el descrédito: los medios que lo protegían comienzan entonces un proceso de "desenganche". "Se trata de la crónica de una traición anunciada. Acompañan a los gobiernos mientras estos conservan el insumo –la legitimidad– que todos necesitan. Cuando se generaliza la pérdida de legitimidad, se 'desenganchan' de los gobiernos para expresar e incluso acelerar y radicalizar estas corrientes críticas ciudadanas."
¿Pero qué pasó a partir de la irrupción del kirchnerismo? ¿Se puede equiparar la lógica del proyecto iniciado en 2003 con las democracias de doble delegación?
La respuesta que da Rosso a este interrogante es la tesis central de su ensayo Máquinas de captura. Los medios concentrados en el kirchnerismo: el proyecto político iniciado por Néstor Kirchner es la reaparición de una cultura política y una experiencia generacional "maldita" (la lucha por la liberación nacional de los años '60 y '70), que había sido proscripta por la transición democrática, al quedar reducida a su faceta militarista. Para Rosso el proyecto político del kirchnerismo expresa "grados diversos de ruptura" con las grandes corporaciones, al promover "una reconquista de la autonomía de la política con respecto a los grupos económicos". Ese modelo encarna una "democracia sustantiva", que alienta la participación y trata de fortalecer los lazos de representación. Todo lo contrario de la democracia de doble delegación, el molde perfecto para el neoliberalismo.
El conflicto más virulento, sigue Rosso, aparece cuando surgen gobiernos que se desvían de aquella lógica, intentan fortalecer la representación y ampliar la democracia. "La operación de extracción de legitimidad toma entonces la forma de un torbellino inmediato y desenfrenado. Frente a esta acción vampirizante, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos han diseñado instrumentos de relación directa con la ciudadanía", plantea. A partir de allí, y en sus facetas más polémicas e interesantes, el libro de Rosso deriva hacia los efectos que provocó, en el ambiente profesional del periodismo y de los medios, la irrupción del kirchnerismo y el consecuente fenómeno de repolitización de la sociedad.
Sentado en un bar de Congreso, bajo el sol de un sábado con la ciudad semivacía, Rosso dialoga con Tiempo Argentino sobre el libro que acaba de editar Colihue. En la charla se cuelan los argumentos que usa en el libro para referirse al fenómeno de la juventud kirchnerista y La Cámpora. A diferencia de lo que sostienen Sietecase y Natanson, Rosso afirma que los jóvenes camporistas "no tienen una rebeldía propia, sino una rebeldía apropiada". "Detentan la rebeldía del proyecto que militan. Pedirles rebeldía sobre la rebeldía suena a inducirles prácticas individualistas", replica..
En la entrevista desfilan las razones profundas del "volumen de agresividad y operación política" que los medios concentrados le dedican todos los días al kirchnerismo. ¿Será el precio por intentar algo distinto a la "telepolítica concentrada", una democracia en la que el debate público se limita a la comparecencia de los candidatos en los grandes medios, donde son interrogados según
las reglas de los periodistas, quienes, a su vez, se atribuyen la representación exclusiva de los electores? ¿Por qué los grupos económicos intentan "sitiar emocionalmente" a los gobiernos? ¿Alcanza, como respuesta del Estado, intentar una comunicación directa con los votantes? Interrogantes de un debate muy actual.
–Una de sus hipótesis es que la prioridad de los medios concentrados, en su labor periodística, ha cambiado en los últimos diez años. El objetivo, desde que apareció el kirchnerismo, es sustraer legitimidad a la política.
–Exacto. Yo uso como ejemplo el rol que cumplió Caiga Quien Caiga en los '90. Ese programa hizo absolutamente visibles los mecanismos de edición. Lo que la mayoría de los medios siempre intentan ocultar, para construir el hálito de objetividad, CQC en ese período lo puso en un lugar muy visible: entonces, al político al que se entrevistaba se le ponía la nariz de payaso, o aparecía una mano que le pegaba una trompada. Estas técnicas de edición, en el período previo al 2001, lo que hacían era construir "blancos", que en este caso eran los políticos, para que se canalizara la furia social. Así se empezó a generalizar esa técnica en todo un sistema periodístico, que puso también en evidencia un mecanismo general del periodismo en los medios concentrados. Que no es buscar la verdad, sino quitarle legitimidad a la política. Cuando yo hablo de "máquinas de captura", lo que intento decir es que los grandes medios generan toda una agenda muy fuerte y muy propia para sustraerle legitimidad a la política, sobre todo a la política gubernamental. Para que quede como un subsistema débil frente al resto de los poderes. Los medios concentrados actúan entonces como distribuidores de poder en favor de los grupos económicos y en detrimento de la política.
–Usted habla de la reaparición del conflicto en una lectura cercana a lo que propone Laclau con su teoría del populismo. ¿Por qué tanto ensañamiento contra el kirchnerismo, algo que no se veía desde el segundo mandato de Perón?
--El pasaje de la dictadura a la primera democracia fue un pasaje negociado. Como ocurre con todo pasaje de una dictadura a una democracia. Había un núcleo de temas, de valores, de proyectos, que después del primer período de intento de Alfonsín de instalarlos y de ponerlos en escena, finalmente eso fue derrotado.
–Aquello de que "con la democracia se come, se cura y se educa".
–Eso. Que se intentó poner en el centro de la agenda, que es la distribución. La distribución de la educación, de los alimentos, de la salud. La distribución de aquello que hace, para decirlo en términos peronistas, a "la felicidad del pueblo". La distribución de eso, que hace a la felicidad del pueblo, que es lo que intentó poner en escena Alfonsín en sus primeros dos años, fue derrotada.
–También la política de reparación de los crímenes de la dictadura fue derrotada en ese momento.
–Efectivamente. O sea, la distribución de alimentos, salud, educación y justicia, el bienestar del pueblo, fue puesto entre paréntesis. Hasta que vino la crisis de 2001. En 2003, Kirchner, a eso que estaba puesto entre paréntesis le sacó los paréntesis y
lo puso en escena. Pero hay que recordar que la economía es suma cero. Es la administración de recursos que son finitos, que son escasos. Por eso, si el pueblo empieza a recibir beneficios en términos de educación, de salud, de justicia y de bienestar, es porque otros sectores los pierden. No pueden ganar todos. En una economía no ganan todos. Nunca. Si gana un sector, pierde el otro. Y si gana tal sector, pierden los otros. En la Argentina hubo un período, desde 1985 hasta 2001, en el que ganaba el sector concentrado de la economía. Desde 2003 en adelante, hubo un proceso –gradual-- en donde esa ecuación se empezó a invertir. El odio contra el kirchnerismo tiene que ver con esos sectores que por primera vez empezaron a perder. Es lo que genera virulencia. Y el sistema de medios concentrados, después de una primera etapa de negociación, acompañó ese proceso de creciente oposición virulenta.
–¿Y qué es lo que ve hacia adelante? Estamos en un contexto de amesetamiento de la economía nacional y de crisis internacional.
–La líder de este proceso, que es la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, viene llevando adelante un intento de profundización del modelo. De esto se sale con profundización y no con cambio de proyecto. No parece haber ningún riesgo, estando la presidenta en el liderazgo de este proceso, de que se cambie el proyecto. Además, es un proceso en marcha que ha generado procesos sociales de recuperación de derechos en todos los niveles, y una memoria producida en ese nivel no se desarma fácil. Tomemos el ejemplo del período 1955/1973: fueron casi 20 años de memoria potente de "los años felices". Y no estamos hablando de una memoria intelectual, que va y viene, sino de una memoria del cuerpo, de gente que la pasó bien. De esa memoria no se sale fácilmente.
–¿Por qué los medios concentrados no promueven esa vocación a sitiar emocionalmente, de la que usted hablaba antes, pero con los empresarios que han fugado dinero en la Argentina? La acción de las corporaciones suele estar invisibilizada en los grandes medios.
–La política en ese caso actúa como la gran variable de ajuste. Cuando el menemismo expresaba los intereses de los grandes medios concentrados, Menem actuaba como un vocero público de esos intereses minoritarios. Por eso mismo estaba de algún modo condenado a perder legitimidad y prestigio. En los años posteriores, eso efectivamente sucedió.
–¿A eso llama usted el "desenganche" de los medios concentrados?
–Claro. En algún punto de la pérdida de legitimidad y de prestigio de un gobierno dócil, efectivamente, los medios se "desenganchan". Y lo hacen para preservar su capacidad de ser medios. En la actualidad, no sólo le quitan legitimidad a la política sino que hacen un movimiento casi de contorsionista por el cual hablan de política desde afuera de la política. Eso se ve claramente en el programa de Lanata, el caso más extremo. Si uno sigue el discurso de los grandes medios, se puede comprobar cómo ellos van edificando una división en la que ellos construyen la verdad en oposición a un otro, el kirchnerismo, que es todo mentira. En ese esquema, en el que ellos son la verdad y lo otro es todo mentira, no hay discusión argumental, no hay discusión en el interior de la política. Porque en todo caso, lo otro, el kirchnerismo, es algo que no existe, es una mentira.
–Y que no debe ser ni siquiera escuchado.
–Ni discutido. Por esa razón, este periodismo está por detrás de Neustadt. Porque Neustadt hacía una operación de deslegitimación de la política pero desde dentro de la política. Neustadt era un representante político del neoliberalismo, que, según él estaba en las bases sociales de la Argentina, y debatía con los otros relatos. Hoy, en cambio, en los medios concentrados, hay un relato que se atribuye la verdad y que dice que el otro no existe. Eso de no darle existencia al otro, en términos de discurso, es muy peligroso. Es una operación estructural del fascismo. El fascismo no discute con el otro. Dice que el otro no existe. En la "campaña del desierto" había desierto, no había indios. Lo otro no estaba. En las dictaduras, el otro no está. Por eso yo hago referencia a "máquinas de captura". Que es un guiño al filósofo francés Jacques Derrida. La lógica de las "máquinas de captura" que yo veo hoy es que, a diferencia de lo que pasaba durante la dictadura, cuando se decía que el otro no existía y, como no existía, terminó desaparecido, en democracia, la "máquina de captura" puede lograr que el otro no exista, pero en términos simbólicos, de representación. «
Captura
y desaparición
"A diferencia de lo que pasaba durante la dictadura, cuando se decía que el otro no existía y, como no existía, terminó desaparecido, en democracia, la 'máquina de captura' puede lograr que el otro no exista, pero en términos simbólicos, de representación."
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