El modelo de negocio de las
empresas propietarias erosiona las instituciones democráticas. Ha llegado la
hora de cambiarlo
JUSTIN ROSENSTEIN
27 OCT. 2020
En 2008 contribuí a crear el
botón “Me gusta” de Facebook. Queríamos incluir una herramienta que ofreciera a
la gente un vínculo más humano. Más de 10 años después, tenemos pruebas
avasalladoras de que las redes sociales, al dar prioridad a la capacidad de
gustar por delante de la verdad, han tenido unas consecuencias imprevistas y
catastróficas. En Estados Unidos faltan pocos días para unas elecciones sin
precedentes que se han convertido en un referéndum no solo sobre el liderazgo
político, sino también sobre la legitimidad de la democracia. ¿Cómo hemos
llegado hasta aquí? En gran parte, porque las redes sociales han degradado las
relaciones reales, han disminuido la capacidad de la gente de votar en
elecciones justas y libres y han debilitado la fe en la democracia y sus
perspectivas de futuro.
Esto no es ninguna noticia
falsa. Para millones de personas que ya han sufrido las consecuencias, no es
noticia. Hemos visto cómo las redes sociales han desestabilizado elecciones en
todo el mundo. Hemos presenciado cómo se polarizan nuestras conversaciones.
Hemos sido testigos del aumento de los casos de depresión y ciberacoso y de
cómo están cambiando la vida de nuestros hijos. Hemos oído alzar la voz a los
empleados más veteranos de las redes sociales, yo entre ellos.
¿Qué es lo que no hemos visto?
Un cambio estructural. Las redes sociales y sus algoritmos de recomendación de
contenidos están diseñados para que les prestemos la máxima atención. Cuanto
más absorben nuestra atención, más publicidad pueden contratar y más dinero
ganan. Por desgracia, el escándalo, las acusaciones y las mentiras procaces
venden más que la verdad y los matices. Como he dicho en otra ocasión, dar
prioridad a los beneficios a costa del bien público no es ninguna novedad. La
gente tala árboles porque valen más dinero muertos que vivos. La gente mata
ballenas porque valen más dinero muertas que vivas. Y las redes sociales nos
atrapan porque las personas valen más dinero cuando contemplan pantallas que
cuando salen a disfrutar de una vida plena.
Mientras las empresas
tecnológicas tengan incentivos para buscar el máximo beneficio, producirán unas
tecnologías que recompensen a los accionistas en detrimento de la sociedad.
Parecerá absurdo, pero tienen una obligación fiduciaria de hacerlo que es
legalmente vinculante. Sin una drástica transformación de los incentivos
empresariales, las tecnológicas seguirán degradando y poniendo en peligro el
futuro de la democracia.
Con respecto a las elecciones,
las empresas recurren siempre a echar la culpa a los malos contenidos y los
malos usuarios. La desinformación y la manipulación existían mucho antes de que
aparecieran las redes sociales, pero la estructura de las redes y sus
algoritmos las favorecen, se benefician de ellas y permiten que se hagan
virales. En Twitter, las mentiras se difunden seis veces más deprisa que la
verdad. En 2016, Facebook reconoció que el 64% del desarrollo de los grupos
extremistas se producía debido a su propio algoritmo de recomendaciones. Un
estudio hecho en 2020 ha averiguado que la desinformación en Facebook es el
triple de popular que en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos.
Los dos candidatos han dedicado parte de su dinero a anuncios en las redes
sociales. Biden inundó Facebook durante el verano. Trump contrató los espacios
en la página de inicio de YouTube para principios de noviembre. Desde junio,
entre los dos, han gastado 100 millones de dólares en anuncios en Instagram y
Facebook.
Sin embargo, los algoritmos y
los incentivos de las redes sociales hacen que lo que se vuelve viral no sean
los contenidos electorales legítimos. Son las mentiras, el miedo, las teorías
de la conspiración inventadas y las amenazas de violencia. El resultado es el
temor a que haya disturbios sociales en la jornada electoral y los días
posteriores. Los intentos de Twitter y Facebook para etiquetar los mensajes más
escandalosamente falsos y peligrosos van por detrás de las incansables campañas
de desinformación que están deteriorando la fe en la democracia.
Sé que las redes sociales no
tenían intención de convertirse en vehículos de peligrosa propaganda política.
Pero no han hecho los profundos cambios estructurales necesarios, y nosotros,
el pueblo, estamos pagando el precio. A pesar de lo que esas empresas quieren hacernos
creer, la solución no es contratar a más moderadores o descubrir mejor las
informaciones falsas. Esas
cosasnosonmásquetiritas.Elsistemaestároto.Paraquelascosascambienes necesario
transformar la estructura de gobierno corporativo de las compañías. La solución
para salvar nuestra democracia es aplicarles los principios democráticos.
Imaginemos, por ejemplo, si
Facebook tuviera que rendir cuentas ante un consejo popular en vez de un
consejo de administración. Ese consejo popular, formado por accionistas de
múltiples sectores, decidiría los objetivos globales de la empresa, qué
criterios son los importantes y cuándo contratar a un nuevo director ejecutivo.
En lugar de definir el éxito en función de criterios económicos, el consejo
podría pedir que se tuvieran más en cuenta parámetros que refuercen las
instituciones democráticas y las vidas individuales. En las últimas décadas ha
habido muchos países que han utilizado esos procesos democráticos avanzados
para posibilitar que los ciudadanos cambiaran las cosas. En 2015 y 2018,
Irlanda aprobó sendas enmiendas a su Constitución con arreglo a las directrices
de una Asamblea Ciudadana, una muestra representativa de la población que
trabajó mediante una colaboración estructuradayprocesosguiados.En2020,Taiwán gestionó
su brote decovid-19 gracias a unas herramientas de democracia digital que
crearon confianza y participación.
¿Parece utópico? Lo es, en
comparación con lo que tenemos ahora. Pero es posible. Quizá las empresas
decidan cambiar, pero no podemos esperar a que lo hagan. Es vital que los
usuarios de las redes sociales, los políticos y los Gobiernos, así como los
empleados de las propias empresas, ejerzan una presión pública. Y esa presión
comienza con que todo el mundo sea consciente del daño que las redes están
haciendo a nuestras familias y nuestras instituciones. Se intensifica cuando la
gente se niega a aceptar el statu quo y exige cambios por el bien de todos. Y
triunfa cuando llevamos a cabo una acción colectiva: cuando nosotros, el
pueblo, cambiamos el uso que hacemos de las redes y exigimos a los responsables
políticos que cambien ellos también.
Esta labor ya ha empezado. Los
Gobiernos y los políticos han aumentado sus presiones a las plataformas de
redes sociales, incluso con nuevas medidas antimonopolio y de transparencia
pública. Dentro de las empresas, los empleados han empezado a declararse en
huelga y a oponerse a las políticas, acciones y herramientas que no concuerdan
con el bien común o la ética colectiva.ThesocialdilemmafuelapelículamásvistaenNetflixenseptiembre,
algo sin precedentes para un documental. Millones la han visto y han contado
qué efectos negativos han tenido las redes en su vida.
Hemos visto la fuerza de las
presiones públicas en movimientos sociales recientes como el llamamiento
#EndSARS en Nigeria y la reforma de la policía en Estados Unidos, así como en
los cambios provocados por el movimiento #MeToo. Cuanta más presión reciban las
empresas de los usuarios, los reguladores y los empleados, más poder tendremos
para imponer auténticos cambios. En Estados Unidos hemos empezado a votar en
unas elecciones en las que está en juego mucho más que nunca y cuando la fe en
la democracia es excepcionalmente escasa. Si las redes sociales dominan nuestra
esfera pública, debemos garantizar que los principios democráticos sean más
importantes que los beneficios. Nosotros, el pueblo, tenemos derecho a dirigir
las instituciones que configuran nuestra vida. En eso consiste vivir en una
democracia.
Justin Rosenstein es fundador
de OneProject, una iniciativa para promoverla democracia frente a los retos de
la era de internet, y es uno de los protagonistas del documental ‘El dilema de
las redes’. Antes, ayudó a desarrollar herramientas como Google Drive y el
botón Me gusta de Facebook.
Traducción de María Luisa Rodríguez
Tapia.
Publicado en:
https://elpais.com/opinion/2020-10-26/una-amenaza-para-la-democracia.html
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