Más allá de cuál pueda ser el resultado final de las elecciones legislativas del 14 de noviembre, el panorama político argentino muestra una serie de continuidades que son la base sobre las que debe hacerse cualquier análisis o estrategia política.
Hay por un lado un bloque consolidado de derecha que orilla el 40% de los votos. Ha demostrado su capacidad para sobrevivir a una derrota electoral, manteniéndose unido en 2020 y 2021. Más allá de estar integrado por varios partidos políticos, sus legisladores son soldados disciplinados que votan siempre juntos, y sus votantes apoyan a cualquier candidato que se les presente con ese cambiante sello partidario (PRO, Cambiemos, Juntos por el Cambio, Juntos). Contiene en su interior un creciente y poderoso sector que muestra cada vez más rasgos fascistas, y una cada vez mayor tendencia a la violencia verbal, y en menor medida (por ahora), física. En estas legislativas se le han desgajado algunos sectores por derecha, “libertarios” o anarcocapìtalistas, muchas veces con tufillo fascista, pero que a la hora de la verdad, en una ballotage o una votación en el poder legislativo, nadie duda de que aparecerán unidos.
Este bloque tiene capacidad para ganar un ballotage o incluso en primera vuelta; no hay que olvidar que Mauricio Macri, después de hacer el que seguramente fue el peor gobierno que puedan recordar los argentinos vivos, perdió pero logrando un 40% de los votos. Si Macri hubiera hecho un gobierno mediocre, de cinco puntos, hubiera sido reelegido. Perdió porque hizo un gobierno espantoso.
Hay un segundo bloque al que podemos llamar kirchnerista, a falta de mejor denominación, que tiene un peso de aproximadamente un 35% del electorado. Es un bloque menos homogéneo y disciplinado que el de la derecha. A nivel del votante común y corriente, como lo demuestran las PASO de este año, hay enormes diferencias: los seguidores de este sector, si no están conformes, no votan. Hay además muchas diferencias internas: algunos apoyan críticamente al gobierno, otros manifiestan su descontento no votando o buscando alternativas en la extrema izquierda, y los menos están conformes. Hay además infinidad de organizaciones políticas y sociales, y caciques provinciales o municipales, que muchas veces juegan su propio juego.
La quinta parte del electorado aparece como personas independientes, de voto cambiante, ubicadas en posiciones más bien centristas. No todos tienen la misma ideología: hay gente que se considera peronista, otros más bien liberales, y algunos progresistas. Pero son los que definen la elección a favor de alguno de los bloques más grandes.
Finalmente hay más o menos un 5% del electorado que apoya opciones de extrema izquierda. Es un electorado inestable y móvil: algunos optan por el bloque kirchnerista cuando hay situaciones de polarización, y a la vez reciben a los descontentos de ese sector político. La paradoja es que estos partidos, como por ejemplo el FIT, hostigan más al peronismo K que a la derecha, porque saben que allí puedan conseguir nuevos votantes, mientras que el votante de derecha les resulta absolutamente impermeable.
En este marco, los dos bloques grandes necesitan atraer al tercero para ganar. Cristina Fernández de Kirchner lo tiene claro desde hace mucho, por eso en 2015 apoyó la candidatura de Daniel Scioli, y en 2019 a Alberto Fernández –y se alió con Sergio Massa-. Esta necesidad empuja al bloque K, que se ubica naturalmente en una centroizquierda, hacia el centro, porque si asume plenamente su identidad, regala el bloque moderado a la derecha. Pero, si se viste de moderado, sufre tensiones internas y se parte, ya que sus votantes no son soldaditos disciplinados como los de la derecha, sino que deciden su voto con un profundo espíritu crítico.
El factor que más une a este sector es el espanto, ya que el bloque de derecha ha demostrado en el poder su capacidad destructiva, su capacidad para introducir modificaciones estructurales que trascienden un ulterior traspié electoral: endeudamiento descontrolado. cooptación de la justicia y fuertes vinculaciones con los sectores empresarios y mediáticos. Es decir que cuando el bloque peronista K pierde, queda afuera del poder. En cambio cuando la derecha pierde, en realidad empata, ya que mantiene cuotas de poder muy fuertes en la justicia, los medios y el mundo empresario.
Para el votante K el dilema es profundo: si apoya a un gobierno que le resulta demasiado tibio, moderado, siente que renuncia a su identidad. Si se afirma en ella y se rebela, pasa a integrar un sector minoritario que no puede ganar y que le entrega el poder a fuerzas de derecha que amenazan incluso el orden institucional y el sistema democrático.
Cada triunfo de la derecha asume proporciones de catástrofe porque les permite ir consolidando posiciones en espacios de poder. Posiciones que no pierden aunque pierdan el siguiente escrutinio. Y que acotan cada vez más el espacio de poder que gana cualquier fuerza de otro signo que los derrote.
Son triunfos de una fuerza incrustada de sectores fascistas, que va acorralando con cada victoria al sistema democrático.
No es casual que en el distrito que gobiernan desde hace 14 años, CABA, la legislatura se haya transformado en una escribanía que apoya disciplinadamente todas las decisiones partidarias. Y que el poder judicial porteño aparezca profundamente cooptado.
El problema obviamente no se termina en la elección del domingo, pues de cara a 2023 el escenario es idéntico: el bloque kirchnerista va a necesitar de una parte del votante independiente para intentar ganar. Si Alberto no aspira a la reelección, por decisión personal o por números negativos, seguramente Cristina va a apoyar a un moderado, un Massa, un Manzur, alguien con ese perfil, acompañado de un representante duro del kirchnerismo.
Como sucedió en la Europa de los ’30, los Frente Populares representaban alianzas amplias contra fuerzas fascistas que eran vistas como el mal absoluto, y que hermoseaban a figuras de centro y centroderecha que en otro contexto hubieran sido indigeribles.
Como el votante francés que se vio obligado a apoyar al derechista Chirac para frenar al fascista Le Pen, quizás el votante K se vea obligado a apoyar en las próximas presidenciales a un candidato impensado hasta hace muy poco.
Adrian Corbella, 09-11-21
2 comentarios:
es muy difícl a una semana antes del domingo arriesgarse a opinar qué va a pasar. pero me atrevería a opinar que parte de lo que va a pasar va a estar determinado también por el contexto internacional. los milei y otros loquitos se fijan para qué lado se peinan el jopo los de vox en españa antes de peinarse para salir. y los de vox con los demás fascistas que pululan en europa, en cada país. tienen para elegir, los polacos, los húngaros, los franceses, los ingleses, si casi parece 1912. por otro lado, y hablando más del barrio, creo que el macrismo (que está en proceso acelerado de abandonar a macri) por reflejo y copiando al peronismo, se mantuvo unido tras la derrota, hasta acá. no me extrañaría ver la atomización del macrismo si ganan el domingo.
Me gustó el artículo... Especialmente la parte en que queda claro que cada elección que la derecha pierde, en realidad empata
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