La del Sur sirve de puente a la del Norte para una eventual apertura a EE UU mientras China no se mantiene al margen. Claro que en cualquier negociación no pueden faltar ni Rusia ni Japón.
23/10/2021
Por: Patricio Porta
Kim Jong-un reapareció a lo grande durante una exhibición militar por el 76° aniversario de la creación del Partido de los Trabajadores, la fuerza que responde a la dinastía en el poder desde 1948. Rodeado de misiles hipersónicos, capaces de viajar a más de cinco veces la velocidad del sonido y considerados de una precisión imbatible, el líder de Corea del Norte no hizo otra cosa que ostentar parte de su defensa.
Y cuando Kim hace este tipo de despliegue es porque quiere enviarle un mensaje al mundo. Pero esta semana las palabras sonaron menos furiosas. Reivindicó la capacidad militar de su país y culpó a EE UU por la inestabilidad en la península, y mantuvo las formas con Corea del Sur, el vecino con el que retomó el diálogo oficial días atrás.
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Si bien Corea del Norte volvió a probar misiles balísticos en septiembre, algo que replicó Corea del Sur, el propio líder debió admitir a mitad de este año que el país atravesaba una crisis alimentaria, algo que la ONU ya conocía, resultado de las sanciones internacionales por el desarrollo de su programa nuclear y del cierre de las fronteras ante la pandemia, que redujo al mínimo el intercambio con China. Probablemente, lo que Kim busque con la exhibición de tanto poderío bélico sea llamar la atención.
“Corea del Norte tiene enormes sequías, escasez consuetudinaria de alimentos y el deseo de restablecer el vínculo con Corea del Sur. Ahora se viene el invierno y la situación se complica. Han tenido que distribuir entre el pueblo raciones de arroz reservadas para el Ejército, algo sagrado. El desfile bélico no fue tan imponente como el del año pasado, para no irritar a nadie”, dice la politóloga Mercedes Giuffré, que coordina el Grupo Corea del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI).
El secretismo de Estado que cultivó la familia Kim provoca una carrera de especulaciones casi siempre intencionada. Los análisis más serios deben desmontar y volver a unir las pocas pistas que el régimen está dispuesto a filtrar, mediante la información brindada a los organismos internacionales y la propaganda. Observar el comportamiento de los vecinos es otra forma de acercarse al enigma norcoreano. Hecha esta aclaración, María del Pilar Álvarez, experta en Estudios de Corea y el Este de Asia por la Universidad Yonsei de Seúl, descarta el escenario de hambruna inminente. “No hay datos oficiales ni sospechas de algo así a través de la actitud de sus aliados, como Rusia y China. No enviaron asistencia especial. Tampoco el Ministerio de Unificación del Sur indicó una situación crítica como las hambrunas de los ’90”.
Por otra parte, Kim cuenta con Corea del Sur. En 2017, la llegada a la presidencia de Moon Jae-in, un abogado de DD HH hijo de padre norcoreano, revitalizó la “política del sol”, el nombre que lleva la estrategia de acercamiento entre las Coreas, diseñada por otro hombre fuerte del Partido Democrático, el exmandatario y Nobel de la Paz Kim Dae-jung. Cuando Moon no quiso o no pudo evitar que refugiados norcoreanos –desertores para el Norte– enviaran propaganda anti Kim desde de la frontera, al mismo tiempo que fracasaban las negociaciones con el entonces presidente Donald Trump, Corea del Norte detonó el edificio que servía como oficina de enlace entre ambos países. No había lugar para segundas interpretaciones. Fue en junio de 2020 y Moon apenas se inmutó.
Para Álvarez, la cooperación en la península es un compromiso del presidente surcoreano y un objetivo para la contraparte norcoreana, pese a los “momentos mejores y peores, las situaciones de amenaza, tensiones e incidentes. Luego de ofrecerle a Kim un fin formal a la guerra de 1953, que se saldó con la división de la península y un alto el fuego, Moon reconoció que su vecino viene aumentado la tensión por debajo de lo habitual.
“Corea del Sur está siendo un puente entre Corea del Norte y EE UU”, señala Giuffré, quien además sostiene que Joe Biden viró su posición con respecto a Pyongyang: “En enero dijo que no quería tener trato con Corea del Norte si no se avanzaba hacia la desnuclearización total, y en julio, el secretario de Estado Antony Blinken dijo que estaba dispuesto a reunirse con los norcoreanos en cualquier momento y lugar”.
Biden tomó nota de sus antecesores y ahora ensaya un tipo de contacto de “abajo hacia arriba”, a diferencia de Trump, cuya diplomacia “hacia Corea del Norte era de arriba hacia abajo”, personalizando al extremo la relación bilateral, y también de Obama, quien fue “muy terminante, lo mismo que en la época de Clinton, con mucha desconfianza y sin ningún tipo de concesión”.
Sin embargo, Álvarez considera que una política que tenga como objetivo “la desnuclearización a cambio de no se sabe qué” difícilmente pueda prosperar, sobre todo si se pretende alcanzar una agenda de cooperación más profunda. La indefinición implica de forma directa a la Casa Blanca, con cerca de 28 mil soldados que vigilan la península desde Corea del Sur.
Corea del Norte está en el corazón de una encrucijada geopolítica que tiene a EE UU y a China como los adultos involucrados en el problema. Y ambas potencias necesitan forjar una “confianza estratégica mutua” para lidiar con Kim, de acuerdo con Giuffré. “El único que puede ejercer presión sobre Corea del Norte es China, por la dependencia en cuanto a alimentos, combustible e insumos. EE UU necesita tener una relación más estable con China. Cualquier negociación es a seis bandas: las dos Coreas, China, Japón, EE UU y Rusia”, afirma. Kim muestra sus misiles o emite declaraciones por momento crípticas, otras veces más explícitas y desafiantes. El objetivo es obtener concesiones, una estrategia que le rinde o al menos le permite sobrevivir. Su reciente aparición entre armas y militares parece confirmar que Kim lo hizo de nuevo.
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