Arriba: El pasado que pretenden que regrese:
Gonzalo Sánchez de Lozada (BOLIVIA), Carlos Menem (ARGENTINA) y Fernando Cardoso (BRASIL). Venezuela y Ecuador
ni salían en las fotos…
#Si #EvoMorales #Bolivia
América Latina vivió en el siglo XXI una etapa de grandes cambios que afectaron a la mayoría de los países del continente. Si bien los diversos líderes que los protagonizaron (Chávez, Evo, Correa, Lula, Néstor, Maduro, Cristina, Pepe, Dilma) tienen perfiles bastante distintos, e incluso uno puede plantear diferencias entre Néstor y Cristina, entre Chávez y Maduro o entre Lula y Dilma, todos tienen en común el carácter democratizador, el esfuerzo por hacer una redistribución progresista de la riqueza y la lucha por incrementar la soberanía política y económica de los países de la región frente a los poderes imperiales que siempre nos han dominado. Estas coincidencias los llevaron a colaborar estrechamente pese a diferencias ideológicas y de estilo que en el fondo son absolutamente menores.
Las oposiciones a esos líderes también tienen coincidencias y tienden a colaborar entre sí. Poseen, aunque no quieran reconocerlo, una ideología neoliberal. Miran hacia el Norte con simpatía, y quieren volver a lo de siempre, a un continente que sea Patio Trasero del Imperio. Se llenan la boca hablando de democracia, de pluralismo, de independencia judicial y de libertad de prensa aunque esas son las primeras cosas que amenazan cuando toman el poder. Se muestran como opositores “racionales” que pretenden hacer correcciones cuando en realidad representan claramente una Restauración conservadora que quiere, como dijo en un lapsus la entonces gobernadora electa de la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, “cambiar futuro por pasado”.
Los discursos son parecidos, los protagonistas sociales también (una “nueva clase media” que surge en esta década justamente por las políticas de estos gobiernos populares, pero que no los votan), la única diferencia es que mientras que en Venezuela y Brasil tanto Dilma como Maduro le ganaron por muy poco a estas oposiciones restauradoras, en el caso de Argentina Daniel Scioli perdió por 678.000 votos –sobre 25 millones de votantes totales- frente a Mauricio Macri.
Bolivia, por su parte, enfrenta en estos días un plebiscito donde sus ciudadanos deben decidir si le dan la posibilidad de continuidad al proyecto político de Evo, o le abren las puertas a una restauración conservadora al privar al MAS de su mejor candidato (1).
El ejemplo argentino les sirve a todos, venezolanos, brasileños, ecuatorianos y bolivianos, para aprender de errores ajenos y evitar caer ellos mismos en un proceso de retroceso, empobrecimiento y revanchismo que ya está siendo muy penoso para los argentinos.
Cambiemos surge como una alianza entre el PRO –partido neoliberal fundado por Mauricio Macri-, la centenaria UCR y sectores políticos nucleados en torno a la figura de Elisa Carrió, contando con el apoyo de los grupos mediáticos más concentrados. Si bien todos estos sectores han sido opositores seriales a todas las iniciativas del kirchnerismo en la etapa 2003-15, y el nombre de la alianza política vencedora (“Cambiemos”) no deja lugar a muchas dudas, el discurso macrista de campaña se basó en una idea indefinida de “cambio” tomado como “mejora”, y en ese sentido se afirmó que no se tocarían cosas que el kirchnerismo había hecho “bien” –sin precisar porqué entonces se opusieron a ellas en su momento-. El discurso macrista resaltaba también conceptos como el diálogo, el consenso, la libertad de prensa, la independencia del poder judicial, el pluralismo, y la “alternancia”, la necesidad de evitar la perpetuación en el poder de una misma fuerza política o candidato.
Por supuesto que llegados al poder, esta sucesión de objetivos que parecen corresponder casi a una “democracia perfecta” han ido quedando de lado, sumado esto a decisiones económicas que benefician exclusivamente a los grupos empresarios más concentrados: reducción de impuestos a los más ricos, descenso de los gastos en los más pobres, despidos y una batería de medidas (devaluación, quita o reducción de las retenciones y las trabas a la exportación e importación, desarticulación de los programas estatales para controlar los aumentos, quita de subsidios varios) que catapultaron la inflación al triple de lo que venía siendo, sumado al retorno a una política de endeudamiento que pondrá a corto plazo la economía argentina en manos de organismos de crédito internacionales como el FMI.
Pero quizás lo más llamativo sea el estilo político autoritario. El diálogo y el consenso se tradujeron en 200 decretos -sin pasar por el Congreso- en apenas dos meses. Libertad de prensa y pluralismo significa sacar de los medios a todos los periodistas que no son “independientes”, o sea que no comparten la ideología neoliberal del gobierno. Nunca debemos olvidar que los neoliberales no asumen su ideología como tal sino que la consideran el sentido común y por ende la única forma posible de ver la realidad. Por eso los neoliberales siempre dicen que son “independientes”. De la “independencia” del poder judicial tenemos dos ejemplos muy contundentes: el del gobernador jujeño Gerardo Morales que en su quinto día en el poder incrementó la Corte provincial de 5 miembros a 9, incorporando 3 juristas de su partido; y el propio Macri, que intentó poner por decreto –lo que no tiene antecedentes en el sistema político argentino- dos miembros de la Corte Suprema. Morales quedará en la historia por haber sido además responsable del primer preso político de esta etapa de la historia argentina, la dirigente social y diputada del Parlasur Milagro Sala, por cuya libertad han pedido incluso organismos muy reconocidos como Amnesty International (2), o un nutrido grupo de eurodiputados de partidos progresistas (3).
La “tolerancia” y el “diálogo” se completa con la aparición de carros hidrantes en las manifestaciones opositoras, represiones con balas de gomas como no se veían desde hacía muchos años, y los despidos de empleados públicos con la acusación de ser “militantes” (del gobierno anterior) transformando la pertenencia a una ideología en delito y causal de despido.
A estas transformaciones políticas (“Cambiamos”, sin duda) se suma un pico inflacionario muy importante que aún no ha finalizado –este mes aumenta la electricidad entre un 500 y un 700% y el gas cerca del 250%, y no son los únicos aumentos-, los despidos, una apertura de la economía que afectará a las pequeñas empresas locales, y el ajuste de gastos “innecesarios” –sociales- en muchísimas áreas.
Basta con hablar con muchos de los votantes de Macri para comprobar que ellos esperaban otra cosa. Hay un porcentaje importante de esos ciudadanos que no entendieron que consecuencias tenían los anuncios que se hicieron en campaña, que prefirieron escuchar más las prédicas vacías de contenido y los globitos de colores que las políticas concretas que los referentes económicos del PRO anunciaban sin demasiados tapujos.
En una nota publicada en alemán por un conjunto de académicos europeos se afirma:
para terminar concluyendo que la “revolución de la alegría” se está transformando en la “revolución de las balas de goma”
El ejemplo argentino debe servir a aquellos compatriotas latinoamericanos que aún no han perdido a sus gobiernos populares. Debe ser mirado con atención en Bolivia, Venezuela, Ecuador y Brasil.
Un candidato político no es un desodorante, una nueva bebida o un par de zapatillas. Podemos probar una marca nueva de gaseosa, y si no nos gusta no la volvemos a comprar. Pero cuando “probamos” un gobierno, cuando cambiamos por cambiar, luego debemos seguir tomando esa intragable gaseosa por cuatro años.
“Cambio” es una palabra sin contenido. El que está sano y se enferma cambia. El que está vivo y muere cambia. El que tiene un buen trabajo y lo pierde cambia.
Cuando se vive en una etapa en que las cosas están bien y vienen mejorando desde hace tiempo, el cambio seguramente significa una sola cosa: empeorar.
Adrián Corbella
12 de febrero de 2016
Las oposiciones a esos líderes también tienen coincidencias y tienden a colaborar entre sí. Poseen, aunque no quieran reconocerlo, una ideología neoliberal. Miran hacia el Norte con simpatía, y quieren volver a lo de siempre, a un continente que sea Patio Trasero del Imperio. Se llenan la boca hablando de democracia, de pluralismo, de independencia judicial y de libertad de prensa aunque esas son las primeras cosas que amenazan cuando toman el poder. Se muestran como opositores “racionales” que pretenden hacer correcciones cuando en realidad representan claramente una Restauración conservadora que quiere, como dijo en un lapsus la entonces gobernadora electa de la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, “cambiar futuro por pasado”.
Los discursos son parecidos, los protagonistas sociales también (una “nueva clase media” que surge en esta década justamente por las políticas de estos gobiernos populares, pero que no los votan), la única diferencia es que mientras que en Venezuela y Brasil tanto Dilma como Maduro le ganaron por muy poco a estas oposiciones restauradoras, en el caso de Argentina Daniel Scioli perdió por 678.000 votos –sobre 25 millones de votantes totales- frente a Mauricio Macri.
Bolivia, por su parte, enfrenta en estos días un plebiscito donde sus ciudadanos deben decidir si le dan la posibilidad de continuidad al proyecto político de Evo, o le abren las puertas a una restauración conservadora al privar al MAS de su mejor candidato (1).
El ejemplo argentino les sirve a todos, venezolanos, brasileños, ecuatorianos y bolivianos, para aprender de errores ajenos y evitar caer ellos mismos en un proceso de retroceso, empobrecimiento y revanchismo que ya está siendo muy penoso para los argentinos.
Cambiemos surge como una alianza entre el PRO –partido neoliberal fundado por Mauricio Macri-, la centenaria UCR y sectores políticos nucleados en torno a la figura de Elisa Carrió, contando con el apoyo de los grupos mediáticos más concentrados. Si bien todos estos sectores han sido opositores seriales a todas las iniciativas del kirchnerismo en la etapa 2003-15, y el nombre de la alianza política vencedora (“Cambiemos”) no deja lugar a muchas dudas, el discurso macrista de campaña se basó en una idea indefinida de “cambio” tomado como “mejora”, y en ese sentido se afirmó que no se tocarían cosas que el kirchnerismo había hecho “bien” –sin precisar porqué entonces se opusieron a ellas en su momento-. El discurso macrista resaltaba también conceptos como el diálogo, el consenso, la libertad de prensa, la independencia del poder judicial, el pluralismo, y la “alternancia”, la necesidad de evitar la perpetuación en el poder de una misma fuerza política o candidato.
Por supuesto que llegados al poder, esta sucesión de objetivos que parecen corresponder casi a una “democracia perfecta” han ido quedando de lado, sumado esto a decisiones económicas que benefician exclusivamente a los grupos empresarios más concentrados: reducción de impuestos a los más ricos, descenso de los gastos en los más pobres, despidos y una batería de medidas (devaluación, quita o reducción de las retenciones y las trabas a la exportación e importación, desarticulación de los programas estatales para controlar los aumentos, quita de subsidios varios) que catapultaron la inflación al triple de lo que venía siendo, sumado al retorno a una política de endeudamiento que pondrá a corto plazo la economía argentina en manos de organismos de crédito internacionales como el FMI.
Pero quizás lo más llamativo sea el estilo político autoritario. El diálogo y el consenso se tradujeron en 200 decretos -sin pasar por el Congreso- en apenas dos meses. Libertad de prensa y pluralismo significa sacar de los medios a todos los periodistas que no son “independientes”, o sea que no comparten la ideología neoliberal del gobierno. Nunca debemos olvidar que los neoliberales no asumen su ideología como tal sino que la consideran el sentido común y por ende la única forma posible de ver la realidad. Por eso los neoliberales siempre dicen que son “independientes”. De la “independencia” del poder judicial tenemos dos ejemplos muy contundentes: el del gobernador jujeño Gerardo Morales que en su quinto día en el poder incrementó la Corte provincial de 5 miembros a 9, incorporando 3 juristas de su partido; y el propio Macri, que intentó poner por decreto –lo que no tiene antecedentes en el sistema político argentino- dos miembros de la Corte Suprema. Morales quedará en la historia por haber sido además responsable del primer preso político de esta etapa de la historia argentina, la dirigente social y diputada del Parlasur Milagro Sala, por cuya libertad han pedido incluso organismos muy reconocidos como Amnesty International (2), o un nutrido grupo de eurodiputados de partidos progresistas (3).
La “tolerancia” y el “diálogo” se completa con la aparición de carros hidrantes en las manifestaciones opositoras, represiones con balas de gomas como no se veían desde hacía muchos años, y los despidos de empleados públicos con la acusación de ser “militantes” (del gobierno anterior) transformando la pertenencia a una ideología en delito y causal de despido.
A estas transformaciones políticas (“Cambiamos”, sin duda) se suma un pico inflacionario muy importante que aún no ha finalizado –este mes aumenta la electricidad entre un 500 y un 700% y el gas cerca del 250%, y no son los únicos aumentos-, los despidos, una apertura de la economía que afectará a las pequeñas empresas locales, y el ajuste de gastos “innecesarios” –sociales- en muchísimas áreas.
Basta con hablar con muchos de los votantes de Macri para comprobar que ellos esperaban otra cosa. Hay un porcentaje importante de esos ciudadanos que no entendieron que consecuencias tenían los anuncios que se hicieron en campaña, que prefirieron escuchar más las prédicas vacías de contenido y los globitos de colores que las políticas concretas que los referentes económicos del PRO anunciaban sin demasiados tapujos.
En una nota publicada en alemán por un conjunto de académicos europeos se afirma:
“Globos amarillos, música fiestera, el perro Balcarce en el sillón presidencial: con la llegada de Mauricio Macri al gobierno, los grandes medios nacionales e internacionales vaticinaron „la revolución de alegría“ en la Argentina, el fin de la crispación populista y la „vuelta al mundo“ bajo el mando de una centro-derecha posideológica, liberal, democrática. Su gran ídolo, dijo Macri en el reportaje que le hicieron en conjunto Le Monde, The Guardian, La Stampa y El País, es Nelson Mandela. El sarcasmo de esa afirmación parecía ignorar a los periodistas presentes.” (4)
para terminar concluyendo que la “revolución de la alegría” se está transformando en la “revolución de las balas de goma”
“La revolución de las balas de goma no es una revolución. Son balas. Por ahora, de goma. Por ahora.” (4)
El ejemplo argentino debe servir a aquellos compatriotas latinoamericanos que aún no han perdido a sus gobiernos populares. Debe ser mirado con atención en Bolivia, Venezuela, Ecuador y Brasil.
Un candidato político no es un desodorante, una nueva bebida o un par de zapatillas. Podemos probar una marca nueva de gaseosa, y si no nos gusta no la volvemos a comprar. Pero cuando “probamos” un gobierno, cuando cambiamos por cambiar, luego debemos seguir tomando esa intragable gaseosa por cuatro años.
“Cambio” es una palabra sin contenido. El que está sano y se enferma cambia. El que está vivo y muere cambia. El que tiene un buen trabajo y lo pierde cambia.
Cuando se vive en una etapa en que las cosas están bien y vienen mejorando desde hace tiempo, el cambio seguramente significa una sola cosa: empeorar.
Adrián Corbella
12 de febrero de 2016
NOTAS:
(1)
Ver por ejemplo:
Ver también
Zaffaroni:la detención de Milagro Sala es un ''escándalo internacional y una vergüenza''
(4): En español http://adriancorbella.blogspot.com.ar/2016/02/la-revolucion-de-las-balas-de-goma-por.html?spref=tw
El texto original alemán
http://geschichtedergegenwart.ch/die-revolution-der-gummigeschosse-argentinien-unter-mauricio-macri/
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