11 de febrero de 2018
Dicen que cuando André Malraux anduvo por Buenos Aires exclamó: "¡Esta es la capital de un imperio! Pero, ¿el imperio dónde está?". Para el franchute lo lógico era lo que se usaba en Francia. Si había una capital de un imperio, tenía que haber un imperio.
Nosotros hicimos la capital, y como quedamos a la miseria de laburar, nos tiramos a dormir la siesta. Y cuando despertamos, nos habían saqueado media docena de veces y la posibilidad de construir un imperio se había esfumado.
Es difícil pensar a Argentina como imperio. ¿Imperio de qué y para qué? ¿Para ver quién la tiene más grande? ¿Para obligar al mundo a bailar tango? Igual no hay que perder las esperanzas. Si vamos a ser imperio, al menos tenemos la capital, aunque esté llena de baches y se corta la luz a cada rato. Eso sí, tiene un intendente que haría morir de envidia a Calígula.
Churchill también vio una (im)probable grandeza en nosotros. "No dejen que Argentina se convierta en potencia. Arrastrará tras ella a toda América Latina", dijo, probablemente borracho o con el habano cargado de algas alucinógenas.
Esto me recuerda un partido de fóbal que jugué en la reserva del Club Americano de Carlos Pellegrini. Ese día la rompí. Un año después, el técnico contrario, recordando ese partido, gritaba: "marquen al ocho, marquen al ocho". Pero yo apenas podía levantar las piernas. El imperio, en este caso el gran jugador, había pasado de la promesa a la nada.
Pero habrá que rendirse a las evidencia y llegar a la conclusión de que en algún momento Argentina pintaba para grandes cosas. Imperio es mucho decir, pero líder regional o modelo de los países emergentes, podría ser. Es decir: pudo haber sido. Ahora ya no creo, demasiados saqueos.
Quizá estos dos europeos bebían de más y fumaban porquerías, de ahí la confusión. O querían emular al Conde de Aranda, ministro del Carlos III, que ¡dos siglos y medio antes! anticipó que EEUU nos iba a joder la vida a todos. Dijo Aranda: "Llegará un día en que (EEUU) crezca y se torne gigante, y aun (sic) coloso temible en aquellas regiones...".
¿Argentina un imperio? Por ahí estos tipos vieron que jugamos al fóbal mejor que ellos y tuvieron miedo de que hagamos mejor aquello en lo que los otros habían fracasado: Roma, Napoleón habían tenido su imperio, que al fin se cayó a pedazos. ¿Para qué hacer un imperio como Roma si lo que te queda al final son piedritas y deudas, que es lo que nosotros tenemos sin hacer nada? Nos ahorramos el laburo. Viveza criolla.
A nosotros no se nos hubiera ocurrido intentar volvernos un imperio. Pero estos dos hombres miraban como europeos, y el concepto de lo imperial es una cosa de ellos hasta que lo asumió EEUU. Y nosotros, en tanto descendientes del ideario europeo, heredamos estas cosas, las buenas y las taras.
Las buenas llegaron, tarde y mal, rotas, usadas, desvalorizadas: las ideas socialistas y anarquistas, la democracia, el estado de bienestar, etc. En cambio, las malas llegaron con todo el ímpetu y las tuvimos que soportar como si las hubiéramos merecido: fascismo, nazismo, el peor capitalismo, revolución industrial y sus desclasados, contaminación, etc.
Y las cosas malas son más duraderas. Es como el chiste del tipo que va al médico y le dice que quiere vivir cien años. El médico le dice que deje el alcohol, la joda, las minas. "¿Y así voy a vivir cien años, doctor?". "No, pero le van a parecer cien". Acá un renacimiento económico te dura una década y parece un suspiro. Una malaria dura una eternidad que parecen dos.
Y algunas cosas son (o parecen) buenas, y acá las volvemos malas. Como el despotismo ilustrado, el de "todo para el pueblo pero sin el pueblo". Esto, que en principio suena feo, no lo es tanto si se piensa que el pueblo de esa época era gente un tanto... primitiva. Los tipos como Aranda, además de Esquilache, Jovellanos, y el mismo Carlos III, eran gente tirando a brillantes, modernos, y hacían cosas para la gente sin preguntarles lo que querían.
Podría haber sido peor. Podrían no haber querido ningún progreso para el pueblo. Y podrían no haber sido gente ilustrada. Pero lo eran. La definición de Aranda sobre EEUU es de 1783, así que saque cuentas.
A nosotros el despotismo ilustrado nos llegó gastado, cansado, roto. Y lo transformamos en despotismo ignorante. Es decir, déspotas que dicen saber lo que es mejor para nosotros, y que en lugar de brillantes lindan con la idiotez. Aunque exagero: hacer negocios, saben. Evadir impuestos, saben. Afanar con guante blanco, gris o negro, saben. De ahí en más: sarasa y coso.
Y, como si fuera poco, en lugar de modernos son trogloditas. Si fuera por ellos, nos llevarían directo al feudalismo. Ellos de señores y nosotros de vasallos, claro.
Así, cómo vamos a ser imperio. Si había un destino preestablecido de grandeza, se torció en el camino, cuando fuimos saqueados, apaleados y hasta diezmados.
Igual, no desesperemos, que como anda el mundo, un día explota algo, se quema otro algo, Wall Street se hunde, y nos enteramos de vamos primero en el campeonato, con Burundi soplándonos la nuca. Mejor me voy a dormir la siesta, a ver si al despertar, algo cambió... para bien, por una vez en la vida.
javierchiabrando@hotmail.com
Publicado en:
https://www.pagina12.com.ar/94968-el-despotismo-ignorante
martes, 13 de febrero de 2018
El despotismo ignorante, por Javier Chiabrando (para "Página 12" del 11-02-18)
Etiquetas:
André Malraux,
CABA,
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