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martes, 9 de octubre de 2018

La dimensión regional de las elecciones en Brasil, por Juan Chaneton (para "El Comunista" del 08-10-18)



El columnista de la cadena estadounidense Cable News Network (CNN) de propiedad del magnate Ted Turner, el señor Pedro Brieger, sintetizó muy bien, en su columna del viernes 5 de octubre pasado para la Agencia Nodal (que él dirige), la miopía con que “reconocidos especialistas” en temas de política exterior observan el panorama político de América Latina en clave de enigma impenetrable, malgrado sus intenciones, cualesquiera que éstas sean.

Por Juan Chaneton*

*jchaneton022@gmail.com

La tendencia central hoy en la política latinoamericana no es una sedicente resurrección de los modelos soberanistas sino su estertor postrero ante el avance de la globalización en clave de violencia neoliberal en los planos político, jurídico y mediático.
Bajo la mirada de semejantes analistas (Brieger no es el único, claro está),  de la “dimensión regional de las elecciones” en Brasil se desprendía una casi concreta probabilidad de que la restauración neoliberal tocara a su fin en Centro y Sudamérica a favor del triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México y del también probable éxito del candidato de Lula en Brasil. Y no se trata, sólo, de haber acertado o errado en un pronóstico, sino de algo más grave: las fuerzas sociales y políticas antineoliberales y también las anticapitalistas, en este continente, adolecen de una capacidad estructural de comprender holísticamente la materialidad del proceso histórico y, lo que es peor, tampoco les importa, tal vez porque, aunque les importara, no podrían penetrar en los arcanos de una actividad social (la política) que requiere, fundamentalmente, paciencia y horas de estudio para que su acucioso discurrir rinda frutos que ayuden a que “los que menos tienen”  a ponerlos, a ellos, de una buena vez, a saber qué cosa es eso de tener menos. Ningún pobre puede ser digno, dijo una vez Borges en un efluvio unitario, pero aquí cabe el aforismo de Daddy Brieva: el que nunca se bañó con agua fría, mejor que no hable de los pobres.

La tendencia central hoy en la política latinoamericana no es una sedicente resurrección de los modelos soberanistas sino su estertor postrero ante el avance de la globalización en clave de violencia neoliberal en los planos político, jurídico y mediático.

Pensar con optimismo histórico viene a ser casi una marca en el orillo de las izquierdas de todo el orbe, pero tales efluvios de entusiasmo a menudo han devenido también en apreciaciones inexactas por ingenuas, antesala, de ese modo, de derrotas con efectos trascendentes en el tiempo.

La globalización no es sólo un fenómeno vinculado a las nuevas tecnologías de la información, a los flujos financieros y a la posverdad mediática. La globalización es  -también y principalmente-  un fenómeno jurídico. El derecho de la globalización es el derecho neoliberal, que no es el derecho garantista que imperaba en el siglo XX. El derecho neoliberal es un derecho violento que consagra  la violencia como disciplinador social. Es el “derecho penal del enemigo” en la formulación del jurista alemán Günther Jakobs.
No es correcto decir que el soberanismo vuelve -de la mano de López Obrador o Haddad-  sin que se nos anoticie primero acerca de cuál ha sido en ser-en-sí de estos procesos soberanistas, esto es, sin que se nos diga qué es lo que los singularizó y los definió conceptualmente. Si no sabemos qué fueron, tampoco podemos decir que vuelven. Y en ese sentido, decimos que su núcleo político y programático era la industrialización, la inclusión social, la defensa irrestricta de los recursos naturales, el desacople de la política exterior del proyecto hegemónico estadounidense y la apuesta por una multipolaridad en la que Rusia y China emergían como actores principales, todo ello asentado en una representación política que había accedido a una parte del poder del Estado (el Ejecutivo, de modo muy denso) a través de elecciones y con el apoyo de unas fuerzas armadas que ya mutaban también su función hacia posiciones de defensa de la soberanía nacional.

Pues bien, nada de esto vuelve de la mano de Andrés Manuel López Obrador ni volverá de la de Fernando Haddad y mucho es de temer que ello no ocurrirá no porque esos dirigentes no lo quieran así, sino porque el tiempo de la política ha seguido su curso, la realidad ha cambiado y, en el marco de la  actual relación de fuerzas, poco es lo que se podrá avanzar y, más bien, asistiremos a prudentes y realistas corrimientos hacia el “centro”. Con mayor razón cuando ni siquiera ha ganado Haddad, como preveían los analistas.

Operar contra la hegemonía de Estados Unidos a las puertas de los Estados Unidos mismos es lo que hizo la Revolución Cubana. Pero es impensable un proceso mexicano de expropiación del poder económico de su propia burguesía al sur del ahora amurallado Río Bravo. No se trata de confiscar propiedades, se dirá. Y la verdad es que, en esencia, de lo que se trata es de confiscar poder y que ese poder se sustenta en la economía y en la propiedad; pero aun cuando así no fuera, lo que es indudable es que sí se trata de alineamientos en política exterior. Y el margen de AMLO para patear en este punto el tablero estadounidense es problemático. Ya estuvo el domingo 7 de octubre, allí, el secretario de Defensa de EE.UU., James Mattis. Y lo hizo nada menos que para abordar la agenda de “defensa regional” en el “Hemisferio Occidental” y en el marco de la Conferencia de Ministros de Defensa de las Américas, aquelarre militar que, en la era de la globalización, reemplaza a las viejas Conferencias de Ejércitos Americanos que, en el siglo XX, definían y planificaban los golpes de Estado en América Latina. Allí  estuvo el ministro de Defensa de México en representación de López Obrador. De que le haga la venia a Washington dependerá que mañana no le planten a México, mafias del narco mediante, la “amenaza terrorista” que conduzca a ese país al estatus de Estado fallido. Gene Sharp, el cerebro de las “revoluciones de colores”, está bien, goza de excelente salud en realidad,  y vive en Nueva York.

Estados Unidos ha tomado una decisión estratégica en América Latina que es recuperar el tiempo perdido a partir del ALCA en 2005 en Mar del Plata. Con la paciencia de los geoestrategas hoy han logrado un escenario impensable años antes. Avanzaron sobre el campo libre que dejaban las insuficiencias de quienes se les oponían.
La globalización no es sólo un fenómeno vinculado a las nuevas tecnologías de la información, a los flujos financieros y a la posverdad mediática. La globalización es  -también y principalmente-  un fenómeno jurídico. El derecho de la globalización es el derecho neoliberal, que no es el derecho garantista que imperaba en el siglo XX. El derecho neoliberal es un derecho violento que consagra  la violencia como disciplinador social. Es el “derecho penal del enemigo” en la formulación del jurista alemán Günther Jakobs.

Por eso aparecen la guerra jurídica (lawfare), la prisión preventiva bajo la forma del abuso y el también sesgado uso del régimen del arrepentido.

Y en el plano político aparece Macri destilando violencia verbal y se consolida Bolsonaro en el favor de un  pueblo de Brasil que apoya terrorismo de Estado en el marco de la democracia.

Estados Unidos ha tomado una decisión estratégica en América Latina que es recuperar el tiempo perdido a partir del ALCA en 2005 en Mar del Plata. Con la paciencia de los geoestrategas hoy han logrado un escenario impensable años antes. Avanzaron sobre el campo libre que dejaban las insuficiencias de quienes se les oponían.

La debilidad intrínseca de estos procesos soberanistas estribó siempre en que no fueron hijos de ningún auge de masas sino que constituyeron una emergencia respuestista a la crisis capitalista latinoamericana, que exigía una acción política lo más lejana posible de métodos de lucha ya sancionados por la derrota en las décadas anteriores del siglo XX. La autoconfirmación de la identidad cultural de estos procesos los ubicó, asimismo, como la expresión de nuevos modos de hacer política en el marco de la globalización y como opuesto binario de las representaciones partidistas del capital financiero concentrado.

El nacionalismo tiene perspectiva sólo si se trasciende a sí mismo y avanza hacia el no capitalismo, es decir, hacia el socialismo; éste, a su vez, sólo perdurará en el  tiempo  en la medida en que se apoye en su propia especificidad cultural y, por ende, nacional.
Si tuvieron limitaciones en el apogeo de su realidad histórica, en el hipogeo actual no pueden sino acentuarse esas limitaciones. Y lo hacen en la forma de dificultades para enfrentar, en una nueva escala histórica, a un actor hegemónico que ya opera   -urgido por su propia agenda geoestratégica-  despojado de límites jurídicos y morales que antes lo regimentaban y que ahora, al desaparecer o al tornarse más lábiles, lo proyectan al escenario regional y global como nuda fuerza, es decir, como fascismo, etapa superior, en el plano político, de la globalización neoliberal.  Son los anticuerpos del sistema global  -aquejado de terminalidad histórica-  expresándose en las políticas de la potencia hegemónica.  Pero no sólo ahí. Pues el sistema global genera anticuerpos no sólo de tipo político y militar. También, y en primer lugar, esos anticuerpos son de naturaleza cultural. Así, el fascismo como salida política, está siendo cada vez más aceptado en la Europa de hoy: Alemania, Italia, Holanda, Austria, etcétera.

La progresía, entre tanto, sigue jugando el rol de ala izquierda en el tinglado de la representación política neoliberal y no atina a nada antisistémico, excepción hecha de Venezuela donde se pugna en serio por la generación de un nuevo sujeto popular autónomo, lo cual configura un conato de articulación de un poder de nuevo tipo que se propone generar desde abajo un proceso constituyente que funde un nuevo orden soberanista y socialista como nueva etapa posneoliberal en América Latina. Pero la progresía sufre una interna en este punto: algunos tienen miedo de decir que Maduro y la Revolución Bolivariana son agredidos, día y noche, del modo más cruel y artero y de consuno, tanto por el “Estado profundo” como por el delincuente inmobiliario Donald Trump, que no tienen diferencias en este capítulo.

Las dudas y los miedos expresan ideología y expresan valores. Es ésta la situación que hay que romper. Y no se rompe denunciando a la derecha con los archisabidos eslóganes al uso en la perspectiva de ganar una futura elección. Hay que tener una caracterización que vaya un poco más allá de decir que el macrismo expresa “una fuerte derecha” en la Argentina.

La gravedad  del retroceso se mide en términos también culturales. El neoliberalismo está demostrando que se las puede hasta con el lenguaje, pues lo que ayer era indecible ha dejado de serlo hoy. No se paga canon alguno por los exabruptos, aunque éstos consistan en reivindicar el terrorismo de Estado en el marco de la democracia. Es un dato nuevo. Antes no ocurría; y quien cometía la imprudencia era sacrificado en el altar de los valores democráticos. Porque Fernando Siro decía que Videla era un gran hombre y eso le costó. A Bolsonaro y a Macri nada le cuesta decir las mismas o parecidas cosas y el huevo de la serpiente ha  sido ya puesto a punto, y no en Weimar, sino en las principales ciudades de Brasil. Ha avanzado el neoliberalismo y lo hace a favor de sus políticas pero, sobre todo, de nuestras confusiones y vacilaciones. Se hallan éstas a la vista, tanto en  Brasil como en Argentina, si no, ni CFK, ni Lula, ni Bolsonaro estarían hoy donde y en el modo en que están.

La izquierda y las progresías de América Latina no han sabido hasta hoy auto perfilarse en una identidad propia y densa que les permita diferenciar sus posiciones en pro de la “sociedad” y de lo colectivo de otras posturas comunalistas o comunitarias, cuyas raíces serían remotas y de cuño platónico (verbigracia: la “comunidad organizada”, de Perón). Las izquierdas y las progresías al uso también están haciendo agua en el punto de diferenciar claramente sus posturas del nacionalismo y de la antiinmigración. Las izquierdas y las progresías, por fin, fracasan cuando no pueden demostrar la inviabilidad de las soluciones sociales al interior mismo del sistema capitalista que dicen combatir.

No somos nacionalistas contra Brasil, o contra Bolivia, o contra México; lo somos contra los que nos han sojuzgado: Europa y los EE.UU. Pero un impulso nacionalista siempre debe ser parte de una política más amplia que trascienda el nacionalismo (Jameson). El nacionalismo tiene perspectiva sólo si se trasciende a sí mismo y avanza hacia el no capitalismo, es decir, hacia el socialismo; éste, a su vez, sólo perdurará en el  tiempo  en la medida en que se apoye en su propia especificidad cultural y, por ende, nacional.

El kirchnerismo es lo que es y su futuro ni siquiera depende de que gane las próximas elecciones de 2019. Con que conserve los cuatro millones de votos del conurbano ya se ratifica como base social potencial de la resistencia  popular al neoliberalismo en la Argentina. La que fracasa es la izquierda cuando no sabe qué hacer con el kirchnerismo y se sube a su carro (más por falta de política propia que como expresión de una estrategia de poder meditada) o lo combate como si fuera su enemigo.

A su turno, los evangélicos  -esos que no entran en Cuba, al modo como Daesh está declarado ilegal en Rusia-  mandan en Brasil, o por lo menos tienen gran influencia. Le dicen a su feligresía (analfabetos funcionales muchos de ellos) que Dios condena el aborto, la homosexualidad y las drogas. Luego, cuando viene una elección, les dicen abiertamente que no hay que votar candidatos que estén en contra de la ley de Dios, sino a los que están en sintonía con el programa celestial. Bolsonaro condena el aborto, la homosexualidad y las drogas.
Brasil no puede ser potencia global y el PT amenazó con eso; porque si Brasil es potencia global necesariamente jugará con el multilateralismo como programa y éste apunta al fin del hegemonismo estadounidense que, en su debacle, sería sustituido por el humanismo raigal de las culturas eslavas y orientales abriendo, así, para el género humano, de cara al futuro, las anchas avenidas de la paz y de una vida por primera vez digna del adjetivo “humana”.

Los nuevos actores, los nuevos espacios y los nuevos agentes del cambio social están siendo asimilados y neutralizados por los mismos poderes que intentan combatir. Eso es el neoliberalismo hoy. En ese registro se inscribe la mediocridad, la incultura, la superficialidad, el antiinletectualismo y el sectarismo de la izquierda y las progresías. Y esos poderes que tratan de combatir los disciplinan a ellos también no sólo aprovechando e incentivando esas miserias ideológicas sino, asimismo, del muy concreto modo de ganarle la base social para la causa del fascismo. Videla en la Argentina de 1976, no tenía cadenas mediáticas a favor del terrorismo de Estado; Bolsonaro, hoy, sí las tiene. Y el problema reside también, adicionalmente, en que las izquierdas y las progresías no tienen la menor idea de que esto es así, creen que no lo es y se ven a sí mismas bajo la indulgente mirada de la autorreferencialidad y la tranquilidad de la buena conciencia progresista que no sólo permite el sueño reparador de cada día sino, incluso y en primer término, ganarse el derecho a recorrer, en alegría, en paz y como sano esparcimiento de la razón y los sentidos, los paneles, las ferias, las aulas, todo ello lejos, bien lejos, de miradas incómodas y de juicios que no saben ni pueden desmentir. Las progresías, a veces,  son ideológicamente conservadoras y cuando lo son refuerzan, con su práctica social, la dominación y las relaciones de poder. Los votantes del conurbano no son la progresía, son el pueblo, y habrá que prender velas para que un eventual desencanto no lleve a ese pueblo a probar con un Bolsonaro local.

Viven, en el párrafo anterior, toda la grandeza y todos los errores con que Michel Foucault construyó el concepto axial de su narración: el PODER. Hay un “régimen de verdad” en el capitalismo que es la condición para la formación y reproducción del capitalismo -dice el autor de “La verdad y las formas jurídicas”. No es un fenómeno superestructural, entonces. Nace, la verdad, junto con el poder y empieza a permear toda la estructura social. Y en esa línea, cita María Moreno en una excelente nota con título de inmediata reminiscencia borgeana, a Guy Hocquenghem: “Es posible que la política revolucionaria en sí misma sea una instancia represiva “ (Página 12, 7/10/2018, su nota “El íntimo cuchillo en la busarda”). Previamente, la columnista había dictaminado: “Existe, seguro, una responsabilidad de las izquierdas que jamás se liberaron de su puritanismo fundante y adhieren a la sublimación de los deseos y al ascetismo rojo como garantía de luchas “puras” que se centran siempre en la economía y la lucha de clases”. Y bien. Es todo eso lo que pasa. Y mucho más. Por eso está Bolsonaro ahí. Por eso un hombre cansado y privado de su libertad, sin que esa situación haya podido romperse, es el líder del progresismo brasileño. Por eso CFK  -con todo, la única esperanza que queda en América Latina-  es agredida y perseguida en aras de su expulsión de la política.

A las ocho y media de la noche del domingo 7 de octubre todo había sido como tenía probablemente que ser. Ninguna sorpresa, pues en un contexto en el que clamar por que Macri se vaya antes es antidemocrático pero decir que “sólo acepto el resultado si gano” como dijo Bolsonaro, no lo es, todo estaba indicando que las relaciones de fuerza ya no eran las mismas, que el presente nada tenía que ver con el pasado inmediato, y que el futuro se venía configurando en modo interrogación, es decir, un escenario sólo invisible para los que no tienen ideas claras o encuentran ventajas en las oscuras.

Los guarismos no dan para el optimismo: con el 90 % poco más o menos de las mesas escrutadas, 46,82 para la formación fascista PSL y 28,22 para el PT de Haddad. Fracasaron por un campo las encuestas pero, en primer lugar, fracasaron los exitistas auto satisfechos en la autorreferencialidad. Los 12,52 de Ciro Gómez (a la izquierda de Haddad), y el 4,84 de Geraldo Alckmin, más el 2,59 de Joélio Amoedo, no dan como para hacerse demasiadas ilusiones en la segunda vuelta del 28 de octubre, aun cuando insistimos en que la derrota ya ha tenido lugar, se consolida el fin de ciclo soberanista en la región (mal que le pese a Emir Sader), pues que un candidato como Bolsonaro haya hecho la elección que hizo ya es la derrota y es derrota, también, porque, como decimos al principio de esta nota cerrada de trasnoche, aun cuando Haddad hubiera hecho mejor papel, el “poder fáctico” que dijo expresamente que Lula no va a volver a ser presidente ni aunque vuelva a ganar una elección, no iba a asistir serenamente a una restauración de un modelo de Brasil para las mayorías en marcha hacia una sociedad no capitalista, que de eso se trata.

La cadena O Globo (que es como decir el sentido común) apoyó a Bolsonaro y ninguneó a Haddad. Pero dar por ese pito más  de lo que vale es una argucia para eludir nuestra propia responsabilidad. Eso es parte de la explicación pero no es lo esencial de la explicación.

A su turno, los evangélicos  -esos que no entran en Cuba, al modo como Daesh está declarado ilegal en Rusia-  mandan en Brasil, o por lo menos tienen gran influencia. Le dicen a su feligresía (analfabetos funcionales muchos de ellos) que Dios condena el aborto, la homosexualidad y las drogas. Luego, cuando viene una elección, les dicen abiertamente que no hay que votar candidatos que estén en contra de la ley de Dios, sino a los que están en sintonía con el programa celestial. Bolsonaro condena el aborto, la homosexualidad y las drogas.

La contra opción a las dificultades presentes  no puede ser lo mismo que lo ya hecho en aquel ayer. Si el neoliberalismo empieza a configurarse como fascismo, la alternativa al fascismo no puede ser el centro democrático sino el programa nacional con sus reaseguros que impidan que la propia base social que sustenta al modelo sea ganada por la propaganda neoliberal. Y esos reaseguros se perfilan siempre como autoorganización por la base. La hoja de ruta marca, para el pueblo argentino, un hito y un objetivo: las elecciones de 2019 con CFK al tope. Esa colina todavía resiste y puede ser el comienzo no de una restauración del ayer sino de nuevas formas de actividad política que hagan factible y deseable el mañana.

Publicado en:
https://elcomunista.net/2018/10/08/la-dimension-regional-de-las-elecciones-en-brasil/

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