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domingo, 21 de junio de 2015

LA DECISIÓN, por Adrián Corbella





El Frente para la Victoria siempre ha sido una fuerza de composición muy diversa. Institucionalmente, confluyen en él el Partido Justicialista y una docena de partidos más, más varias decenas de fuerzas provinciales. Desde un punto de vista más humano, hay un tronco central muy fuerte proveniente del peronismo, sobre todo de sus sectores más cercanos a los ideales del primer peronismo, junto a sectores nada desdeñables que proceden de diversas fuerzas de izquierda, del radicalismo e independientes. A esta segunda columna del kirchnerismo podría definírsela como “progresista de centro-izquierda”.
Ambos sectores, el peronista y el que no lo es, forman ese núcleo duro del FpV que acompañó a Néstor y Cristina Kirchner en todos estos años, incluso en las flojas elecciones legislativas del 2009 y 2013 –donde se obtuvieron cifras cercanas al 34% de los votos-.
Los votos obtenidos en las elecciones presidenciales, en cambio, fueron mayores (45% en 2007; 54% en 2011) pero allí se sumaron a los votantes kirchneristas habituales otros votantes, menos definidos ideológicamente, que decidieron apoyar en esa instancia, pero que repiensan su voto en cada elección. Estos votantes fluctuantes, grises, “ni” (ni oficialistas ni opositores) pertenecen en muchos casos a sectores del peronismo que no apoyan plenamente el modelo, o son independientes sin partido fijo.
El escenario que dejaron las elecciones legislativas de 2013 fue el de una sangría de votos peronistas que salieron del FpV para sumarse a otras propuestas, como el Frente Renovador de Sergio Massa. En 2015, y más allá del debilitamiento del massismo en estos últimos meses, se ha mantenido esa dispersión del voto peronista entre distintas expresiones electorales. Aunque el sector más numeroso del peronismo sigue perteneciendo al FpV, hay sectores peronistas importantes en el Frente Renovador de Massa, son peronistas de origen los seguidores de los hermanos Rodríguez Saa y del gobernador cordobés De La Sota, y hasta hay dirigentes de origen peronista en “Cambiemos” (Ritondo, Santilli, Reutemann). Estamos definiendo aquí como “peronista”  a aquel que ha tenido una pertenencia prolongada al PJ, más allá de que algunos presenten ciertas excentricidades ideológicas.
Las últimas encuestas nacionales coinciden en otorgar entre un 35 y un 38% de la intención de votos al FpV, y entre un 29 y 31% a la alianza encabezada por el PRO. Es decir que entre las dos fuerzas principales suman cerca de un 70% de los sufragios. El otro 30% se divide entre la extrema izquierda (5% aproximadamente), la centroizquierda de Stolbizer (de 5 a 7%) quedando cerca de un 20% en manos de diversas fuerzas “peronistas” o filoperonistas, como son las conducidas por Sergio Massa, Adolfo Rodríguez Saá y José Manuel de la Sota.
El FpV necesitaría  aumentar su caudal electoral en cerca de un 10 o 15 por ciento para lograr una victoria cómoda en primera vuelta. Es evidente que estos votos no van a conseguirse ni entre los votantes de “Cambiemos”(PROradicalismo) ni en el “Frente de Izquierda y de los Trabajadores” (FIT) que son, por motivos diversos, los más duramente opositores. Pueden conseguirse algunos votos en el espacio de Stolbizer -que tiene sectores filokirchneristas en el socialismo santafesino- pero el espacio al que el FpV apunta claramente es a ese 20% de votos más o menos peronistas que se han dispersado en diversas propuestas.
En este marco hay que ubicar toda la estrategia de campaña diseñada por Cristina Fernández de Kirchner en este año. Primero se lanzaron media docena de precandidaturas presidenciales con perfiles muy diversos, algunos incluso ubicados a la izquierda de CFK (Jorge Taiana). Primero se bajó Julián Domínguez, que medía muy poco. Luego, Cristina pidió “un baño de humildad”, y generó que los 4 candidatos más cercanos ideológicamente a ella se bajaran en rápida sucesión (Aníbal Fernández, Sergio Urribarri, Jorge Taiana y Agustín Rossi). Hay que reconocer que los cuatro, sumados, tenían una intención de votos que no llegaba a los dos dígitos.
Quedaron el Gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, y el Ministro Florencio Randazzo, ambos hombres del PJ de la Provincia de Buenos Aires, y por ende buenos candidatos potenciales para recuperar votos peronistas atrapados en el massismo, que tiene el grueso de sus votantes en esa provincia.
La idea de la Presidenta era mantenerse ajena a la interna, y luego apoyar al vencedor. Una interna enfrenta no a enemigos sino a rivales de un mismo espacio político. Se supone entonces que al terminar, todos marchan juntos detrás del vencedor.
Ambos candidatos tenían sus puntos fuertes y sus debilidades. Scioli fue vicepresidente de Néstor Kirchner en 2003-07, y luego gobernador de la provincia de Buenos Aires (2007-15), en la administración de la cual tuvo sus claroscuros. Tiene un estilo político moderado, y veleidades liberales que molestan a muchos sectores del kirchnerismo más duro. Su entorno incluye a personajes que preocupan a mucha gente, como su hermano José “Pepe” Scioli –que estuvo contra el FpV en 2009- y a los economistas Mario Blejer y Miguel Bein, que no son neoliberales duros, pero tampoco son heterodoxos. Fue un firme sostén del gobierno en momentos difíciles, como fueron la crisis agromediática de 2008 y las complejas elecciones de 2009 y 2013. Y tiene una excelente imagen entre los dirigentes del peronismo de las diversas tendencias, incluyendo a Gobernadores e Intendentes.
Randazzo tenía a su favor sus buenos desempeños ministeriales, primero en Interior, y luego al frente del exitoso proceso de reconstrucción del sistema ferroviario nacional. También gozaba de muy buena imagen en sectores independientes y en el kirchnerismo más duro, más de izquierda. Pero adolecía de un defecto: nunca ha ocupado cargos ejecutivos electivos, ni como Intendente ni como Gobernador.
Reducidas las precandidaturas a dos, Cristina mantuvo su estrategia de neutralidad: ambas representaban al FpV y los ciudadanos deberían decidir con su voto cuál sería la triunfante. Mantuvo esta actitud en un contexto en el que todas las encuestas daban como cómodo ganador a Scioli.
Entonces algo empezó a salirse de los planes previstos. Randazzo adoptó una actitud agresiva hacia Scioli, presentándose como el único candidato K, y acusando a su rival de ser un infiltrado clarinista. Incluso tuvo choques intensos, rozando lo personal, con el gobernador bonaerense, con la esposa de éste, y con otros dirigentes. La interna comenzó a recalentarse, y a adquirir un tono desagradable. Las pasiones crecieron, claramente debido a la estrategia del randazismo. Esto puso a la Presidenta en una situación compleja, porque si mantenía su neutralidad generaba varias consecuencias negativas.
En primer lugar, aparecía avalando las denuncias de Randazzo, cuando para ella ambas candidaturas pertenecían al FpV.

En segundo lugar, se corría un serio riesgo de partir por la mitad al kirchnerismo, y que luego de las PASO los perdedores no votaran al ganador.

En tercer lugar, y pese a que ambas candidaturas la representaban, corría el riesgo de quedar en la posición de “perdedora” en una interna de la que NO había participado.
En este escenario llega la decisión que era lógica, aunque sorprendió a muchos. La interna recalentada debía terminarse, y la manera más simple de hacerlo era avalar al candidato que estaba ganando según las encuestas, que era además el que había mantenido la campaña en el marco señalado por la jefa del espacio.
Jamás sabremos de quien fue la iniciativa de nombrar a Carlos Zannini como vicepresidente de la fórmula de Scioli. Pero fue una jugada de jaque mate, porque el Secretario Legal y Técnico de la Presidencia es la persona que no se apellida Kirchner  de más confianza de la Presidenta (como fue antes de su esposo).
Dicen que nadie le pidió a Randazzo que se bajara. No hacía falta. El lo dijo claramente 48 horas después en su tuiter “competir contra Zannini era competir contra Cristina”, y reafirmó su apoyo a las decisiones presidenciales, aunque el día anterior había dado mensajes menos concluyentes con su carta de renuncia.
Las dificultades que mostró Randazzo para asumir la nueva situación, y las airadas reacciones de muchos de sus potenciales votantes, son la mejor explicación de porqué CFK decidió dar por finalizada la interna presidencial. En una elección casi definida, las pasiones se estaban exaltando, el recalentamiento era cada vez mayor, y las consecuencias de seguir la conflictividad creciente hasta el 9 de agosto hubieran sido, probablemente, muy negativas para las posibilidades electorales del FpV.
Florencio Randazzo es un muy buen cuadro político, que puede exhibir diversos logros en su accionar en estos años. Sin embargo, en la interna del FpV equivocó el camino. La paradoja es que fue justamente el anti-sciolismo extremo del ministro lo que casi obligó a Cristina Fernández de Kirchner a apoyar a su rival, Daniel Osvaldo Scioli. Dos más dos sólo es cuatro en las matemáticas; en política, las cosas son siempre más complejas…


Adrián Corbella
21 de junio de 2015

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