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viernes, 18 de enero de 2019

Las fobias de Bolsonaro, por Alejandro Marcó del Pont (para "El Tábano economista" del 08-01-19)



Por: Lic. Alejandro Marcó del Pont

Nada hay nuevo en las tácticas de las elites despóticas, ya sean fascistas o de extrema derecha, desde el oscuro medioevo hasta la tenebrosa actualidad. En ellas la simbología ha ocupado un lugar central en la legitimidad de los gobiernos autoritarios. Buscar el apoyo de su misma especie, emblemas que definan cierta imagen de solidaridad ideológica, o una profunda cortina de humo y temor, para simples consumidores deficientemente lúcidos con fobias varias, y que enmascaran y ocultan la realidad.

Es cierto que la batalla cultural es la madre de las batallas, tanto que en varios artículos nos referimos a cambiar el vocabulario para dar respuestas a las mismas preguntas de siempre. El ideológicamente desafinado presidente de Brasil arremetió en los primeros días de su gobierno contra las minorías, como protocolo de manual del nacionalsocialismo, desde las LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales) a los indígenas, pasando por los derechos humanos, el marxismo apátrida o simplemente con respecto a los niños y sus colores de vestimenta.

Esta estupidez se traduce en los medios como colores, emblemas y una serie de vocablos psicológicos de temores, llamados fobias, que tendríamos que vincular, para darle una explicación clínica o patológica, a la concentración del ingreso, al despojo, a los negociados y a los beneficios que hay por detrás.

Así, comenzamos con la cromofobia, miedo a los colores. Es una fobia específica que se caracteriza porque la persona que la sufre siente un miedo irracional hacia los colores y, en el caso del subastador moral y económico que gobierna Brasil, se concentra en el color rojo. Muebles, sillas y la bandera nacional son parte del reclutamiento soviético que se ha apoderado de su querido Estados Unidos del Brasil, y al que hay que purificar con la ayuda de algunos creyentes de la iglesia evangélica, negocios mediante.   

Llega a tal extremo su cromofobia que ha solicitado a su deidad presidencial del Norte que no solo intervenga en la explotación del Pre-sal (una de las mayores reservas petroleras del mundo), Embraer (fábrica aeronáutica brasileña que produce aviones comerciales, militares y ejecutivos), Electrobras (empresa de energía), entre otras, sino que ponga una base militar para lidiar con los marxistas. Esto lo dijo, extrañamente, evitando su eritrofobia, el temor a ruborizarse, estrategia que implementó durante toda la campaña, con alguna ayuda mediática.

La nueva ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, Damares Alves, dijo la semana pasada: “En la nueva era de Brasil, los niños visten de azul y las niñas visten de rosa”, sugiriendo que ella abogará por una visión binaria y hetero normativa de los roles de género. La pastora evangélica, retribución ministerial a la iglesia por su apoyo electoral, no sabe que los colores no son patrón exclusivo de la infancia, sino del marketing, y que muchas empresas creen que vender productos a mujeres consiste en pintar de rosa el embalaje.

Pero sigamos con las tonalidades. Hasta ahora el macrismo respira tranquilo ya que ninguno de los miembros del gabinete, ni el mismísimo presidente de Brasil, padece la xantofobia, miedo al color amarillo, trastorno que está contagiando a numerosos miembros de la clase media argentina sin cura económica aparente.

Para algunos politólogos da la impresión de que esa batalla simbólica es pasajera. Creen que lo que se está viendo es una total ausencia de propuestas concretas o directamente expuestas: estos hechos solo recibieron atención porque no hay nada más relevante. La cantidad de personas que se sensibiliza con esa retórica es muy pequeña, incluso entre los electores del propio Bolsonaro. Entre los 57 millones de personas que votaron, ¿cuántos realmente creen que el color de la ropa de niños es relevante? ¿O el color de la silla del Palacio da Alvorada?, residencia presidencial de Brasil. Par mí, más de lo que uno cree.

Al parecer, la verdadera fobia es la oikofobia, el miedo al hogar, a la casa, al propio país o a vivir en él. Entienden, vaya usted a saber con base en qué visión de reclutamiento soviético o marxista que comparten tanto los evangelistas como el presidente, que hay que exorcizar, depurar o liberar a la política interna y también a la política internacional del Partido de los Trabajadores, de los socialistas, y demás odiosos asuntos.

Aquí se terminaron las fobias y comienzan a brotar o manifestarse los negocios, donde Israel juega un papel centralmente bélico y el Departamento de Estado americano, con ayuda religiosa y política, vuelve a controlar los arrebatos populistas del progresismo americano. Por cierto, todos los participantes han dejado claro que ninguno sufre de crometofobia, aversión al dinero.

Publicado en:
https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2019/01/08/las-fobias-de-bolsonaro/amp/?__twitter_impression=true

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