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miércoles, 23 de enero de 2019

El eterno retorno a lo mismo, por Gustavo Rosa (para "Apuntes Discontinuos" del 21-01-19)



El primer apunte de este año electoral comenzó a pensarse en las playas poco pobladas de una ciudad de la Costa acostumbrada a temporadas más abundantes. Comerciantes, hoteleros, feriantes y actores callejeros sintetizaban la sorpresa con una frase irrefutable: “no vino nadie”. El pregón de los vendedores ambulantes llegaba a pocos oídos, más allá de los tentadores manjares ofrecidos. Las peatonales, que otrora bullían de entusiastas paseanderos, ahora exhiben caminantes cabizbajos de bolsillos flacos y locales oscuros donde el año pasado brillaban comercios. Los bares y restaurantes que antes ostentaban largas listas de espera ahora apenas llegan a ocupar la mitad de las mesas. Una decadencia evidente con una sola explicación en la punta de la lengua que pocos se animan a soltar porque, de hacerlo, deberían asumir parte de la responsabilidad de haber optado por el Cambio.
Con todas las letras, los que guardan silencio son los que convirtieron a esta banda de farsantes en el Mejor Equipo de los últimos 50 años, una estupidez que se desmonta apenas escucharlos. Con los resultados a la vista basta para calificarlos como los peores de la historia. Los que no callan, recitan las excusas que se amplifican desde los medios cómplices: a la Pesada Herencia y “se robaron un PBI”, se suma ahora lo del fin de la fiesta, una nueva versión del “les hicieron creer que…”. Esos son los que se enfadan cuando uno señala que no piensan por sí mismos, que se dejan pensar por otros o que repiten las patrañas que escucharon en la tele sin evaluar su veracidad. Lo más crítico que pueden largar es un pueril y descomprometido “al final, son todos iguales”.
Como estaba de vacaciones, traté de no trenzarme en discusiones infructuosas y estresantes. Más escuchar que refutar fue la estrategia, aunque me costó mucho contener las explicaciones que se amontonaban en mi garguero. Lo que sí noté en muchos de estos apologistas sin beneficios es la resignación a la desesperanza: aunque convencidos de que esto no va a mejorar, apuestan a seguir por este camino. Además de tozudos, masoquistas. Y para eso se exponen a quedar como perfectos colonizados, autómatas empobrecidos o necios incurables.
Al parecer, casi todos los centros turísticos padecieron la austeridad, con el atenuante de los que antes vacacionaban en el extranjero y ahora “caen” en el turismo nacional. No porque pese la celeste y blanca sino por la devaluación, que desmorona cualquier sueño. Como el dólar se incrementó en un 105 por ciento el año pasado, este verano se redujo en un 50 por ciento la salida de argentinos al exterior. Y esos que fueron a la Costa en lugar de Cancún no advierten que son víctimas de la recuperación de la exclusividad de una minoría. Pero, como dijo Macri ante las inundaciones, “tenemos que acostumbrarnos”.
Malas costumbres argentas
Ya se jugó mucho con esa frase, así que sólo me limitaré a una que lo sintetiza todo: tenemos que acostumbrarnos a estar cada vez peor. Eso aconseja el Ingeniero, con un cinismo disfrazado de estoicismo y esa entonación humana que nunca le sale. Cuando recita como fábula las consecuencias del cambio climático, omite reconocer que la deforestación para la sobre explotación de la tierra favorece las inundaciones. Para él, todo se resuelve con usar menos energía y andar en bicicleta, como hacen sus amigotes, los especuladores financieros. Tampoco mencionó que la crecida se produjo porque las alcantarillas de las vías estaban elevadas 60 centímetros más de lo planificado y eso impidió el flujo del agua. A la inoperancia también tendríamos que acostumbrarnos, como aconsejó el buen Mauricio.
Además, a la incapacidad de gobernar, porque la inflación de 2018 –ésa que el Gerente prometía bajar en dos minutos- superó el 47 por ciento, cuando habían calculado el 15. El neoliberalismo fracasa una vez más; o triunfa, porque unos pocos están desbordando sus arcas, como los banqueros o los distribuidores de energía. La libertad de mercado, ese latiguillo insostenible, se convierte en un jolgorio de angurrientos. El capitalismo es eso, más aún cuando el Estado alienta y justifica el abuso de las grandes corporaciones. Que la inflación mayorista haya pasado el 73 por ciento indica, no un problema técnico, sino un conflicto ético. La inflación no es un fenómeno climático, sino la acción voluntaria de succionar recursos más allá de la legítima rentabilidad.
Algunos analistas económicos –no los que se abrazan a la pamplina de la tormenta- explican desde la praxis los malos resultados de la economía macrista, como si el problema pasara por la mala aplicación de una receta magistral. Aunque Macri y su pandilla aseguren que estamos por el buen camino, nunca llegaremos al paraíso que prometen. No porque no les salga, sino porque el objetivo es desigualar más para incrementar sus fortunas. A principios del siglo XX fuimos el Granero del Mundo; Macri prometió que seríamos el “supermercado” del mundo; gracias a sus políticas nos transformamos en el casino del mundo con coto de caza incluido. En definitiva, el problema pasa por quiénes son los destinatarios de lo que queremos ser, no por lo que seamos. ¿Por qué tenemos que ser para el mundo lo que no somos para nosotros? ¿Cómo vamos a satisfacer angurrias a costa de exterminar derechos?
Pero claro, los fanáticos del Cambio jamás se plantean estas cosas: cualquier engendro es mejor que la vuelta al populismo. Populismo que no hace más que provocar el derrame de una pequeña parte de lo acumulado por los que se creen dueños del país. Con este modelo de despiadados saqueadores, ni siquiera un mísero goteo se produce, al menos para simular que no sólo les preocupan las planillas. Al contrario, sólo prometen más ajustes –más penurias- para el desbarajuste que provocaron Ellos, que no es más que lo que vinieron a hacer: a desequilibrar el lento equilibrio que estaba construyendo el gobierno anterior.
Aunque no haya un logro del que enorgullecerse, una tercera parte del electorado avalará la continuidad por este túnel oscuro con destino de ciénaga. No porque aprecien las pestilencias del pantano, sino porque prefieren renunciar a una parte del goce propio antes que aplaudir el ascenso ajeno. No porque les preocupe la corrupción, sino porque es la mejor excusa que encuentran para rechazar lo que no comprenden. Porque es más fácil sumarse a la carnavalesca caravana del asesinato de Nisman que reconocerse como engañado. Porque es más sencillo asentir cuando los facinerosos con traje canchero pregonan sobre la cultura del trabajo, que descubrir que las grandes fortunas no son producto del trabajo honesto.
El año electoral promete ser fascinante, histórico, hasta salvaje. La mentira constante de los funcionarios, las falacias mediáticas para manipulados y las escaramuzas y piruetas de los jueces cómplices serán los ponzoñosos platos cotidianos, la píldora alucinógena de las cómodas pantallas. De un lado, la inconcebible prepotencia de un oficialismo arrollador; del otro, una propuesta opositora que se desdibuja a fuerza de tanta unidad y poca transmisión de conciencia; en el medio, expulsados, ajustados, angustiados, millones que esperan la salida que antes desdeñaron. Mientras tanto, el descontento creciente se manifiesta en calles, conciertos, playas a la espera de convertirse en voto. O en otra cosa, si la paciencia colectiva encuentra su límite.

Publicado en:
https://apuntesdiscontinuos.blogspot.com/2019/01/el-eterno-retorno-lo-mismo.html

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