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sábado, 11 de octubre de 2014
Eleições, por Luis Bruschtein (para "Página 12" del 11-10-14)
El candidato que mejor mide para estas elecciones es Cristina
Kirchner. Es la que mantiene la iniciativa política con medidas y
acciones concretas. A pesar de una situación económica complicada, la
oposición no ha podido instalar un solo tema de su agenda desde hace
varias semanas. Pero la Presidenta ya no puede renovar. Las encuestas
muestran que es la política con mejor imagen, pero los posibles
candidatos del Frente para la Victoria, incluyendo a Daniel Scioli, no
tienen los mismos resultados y el kirchnerismo tendrá que esforzarse si
quiere ganar. La semana que pasó hubo comicios presidenciales en Brasil, mañana
serán en Bolivia y los próximos días habrá en Uruguay, además de la
segunda vuelta en Brasil. De los gobiernos populares que rompieron con
décadas de hegemonía neoliberal en América latina, los únicos que tienen
perspectivas electorales relajadas son el de Rafael Correa en Ecuador y
el de Evo Morales en Bolivia. Las proyecciones ponen a ambos dirigentes
a años luz de sus competidores. Para los demás, los comicios implican
un desafío. Dilma Rousseff, Tabaré Vázquez, el candidato del FpV en la
Argentina y el chavista que se presente en 2017 en Venezuela están
cabeza a cabeza con sus competidores de la derecha. Los únicos dos que no tienen problemas, Evo y Correa, son los que
reformaron las constituciones para permitir sus reelecciones. En todos
los demás se pondrán en juego nuevas o viejas figuras que deberán
revalidar títulos para dar comienzo a una nueva etapa de estos procesos
de integración e inclusión que fueron fundados por quienes ya no son, o
no pueden ser, sus candidatos. Los fundadores de estos procesos capitalizaron sus logros. Pero no
se produjo una acción transitiva absoluta hacia quienes los sucedan. No
se trata solamente de la existencia o no de una organización o de un
proyecto explícito que sostenga esas transiciones. Aun cuando esas
organizaciones sean fuertes, como es el caso del PT en Brasil, los
nuevos candidatos heredan sólo una parte del capital que acumularon sus
antecesores. En Brasil, Dilma no es Lula. Ella recibe una porción de los
votos que tuvo Lula y la otra parte está obligada a disputarla. Lo
mismo sucede en Argentina, Venezuela y Uruguay. El presidente José
Mujica terminará su gestión con el 60 por ciento de imagen positiva,
pero Tabaré, que ya fue presidente, deberá disputar voto a voto en la
segunda vuelta con los blancos. En Ecuador y Bolivia este fenómeno se
manifiesta de otra forma, pero es más fuerte aún porque allí nadie
podría imaginar siquiera quiénes serían los candidatos si no estuvieran
Evo y Correa. En el plano más amplio de las definiciones políticas, que es el
electoral, la identificación personal aparece como más fuerte que las
demás posibles: organización, partido, ideología, proyecto. Por lo menos
es así cuando hay una renovación de las identidades políticas. El
kirchnerismo, que inician Néstor y Cristina Kirchner, es una expresión
renovada del peronismo y además suma otras corrientes que no son
peronistas. El PT, que renovó la izquierda brasileña, fue fundado por
Lula, y Dilma es la primera que trata de reemplazarlo como presidenta y
candidata. Estos procesos surgieron en un punto de inflexión a fines y
principios del milenio pasado con el quiebre de los modelos
neoliberales. Lula, Néstor y Cristina, Chávez, Correa o Evo iniciaron
estos procesos de transformaciones populares en sus países. Cada uno
frente a realidades diferentes y puntos de partida también diferentes.
El PT y el Frente Amplio uruguayo habían perdido varias elecciones, pero
fueron identificados a nivel masivo como opción de poder recién a
partir de que fueron gobierno y asumieron los reclamos populares que
habían sido relegados en las nuevas democracias. Como ha sucedido históricamente, esas aperturas constituyeron nuevas
identidades políticas (pese a que algunas de ellas venían de antes),
pero muy centradas en los dirigentes que las iniciaron. Con la misma sincronía con que empezaron, estos procesos entran
ahora en una nueva etapa. Son todos movimientos que dejaron atrás los
paradigmas de las dictaduras del proletariado o democracias populares y
han asumido las reglas de juego de la democracia formal con elecciones
libres. Ya han revalidado su legitimidad en las urnas más de una vez y
la mayoría sorteó los atentados antidemocráticos de sus oposiciones
derechistas, supuestamente “democráticas” y “republicanas”, que
instrumentaron golpes de mercado, golpes judiciales, militares,
policiales, parlamentarios y hasta intentos separatistas. En todos los
casos sufren feroces campañas de difamación y mentiras por parte de los
medios concentrados de comunicación. Pero la etapa que se abre es todavía más difícil porque pasar del
candidato fundador a un candidato normal pone en riesgo la permanencia
en el gobierno. Y la permanencia en el gobierno es la que les otorgó una
identidad. Ser opción de poder es muy diferente a la idea de
contrapoder de la cual proviene la mayoría de estos movimientos. Está el
temor subyacente de que si se pierde el gobierno, se pierde una
identidad. Una opción de poder, cuando no está en el gobierno, lo
disputa, y cuando lo gana, lo ejerce. El contrapoder no hace nada de eso
y en un punto se convierte en funcional al poder establecido. Así
sucede con las izquierdas sectarias y con las propuestas
autogestionarias que se marginan de la sociedad y la política. Participar en el juego democrático es asumir un compromiso que no
asegura la permanencia eterna en el gobierno, pero que exige disputar el
poder permanentemente de todas las formas posibles y usando toda la
caja de herramientas políticas y económicas legales. La democracia exige
una vocación de poder mayor aún de la que necesitan los partidarios de
regímenes que se perpetúan por la fuerza. Porque en democracia el
gobierno se puede perder y hay que buscar las formas democráticas de
mantenerlo o de volver a ganarlo. La derechatrata de esconder ese
valor, requerible para la participación democrática, detrás de una
especie de juicio ético. Para ellos, una cosa es un idealista romántico
–tan inofensivo y simpático– y otra es el que disputa poder. Lo primero
se permite y lo demás es corrupción, igual que la política. Una política
popular con vocación de poder es pecado mortal. El mensaje de la
reacción conservadora siempre es contra la política y contra cualquier
acción que muestre vocación de poder. Se puede ser todo lo anarquista o
izquierdista que se quiera, pero sin hacer política ni disputar poder.
Bajo ese paraguas tan conveniente, muchos de los comunicadores de la
oposición se definen graciosamente como izquierdistas o progresistas con
lo que son usados además para legitimar el falso democratismo de esos
medios reaccionarios. El riesgo está en confundir al poder con un fin en sí mismo, por
eso, lo primero que aclaró Néstor Kirchner, fue que no iba a dejar sus
principios afuera de la Casa Rosada. Es una etapa difícil porque además de que los candidatos fundadores
dan paso a candidatos normales, la transición se produce en una
coyuntura de fuerte desaceleración de la economía. Esta situación
alimenta el malestar de las capas medias que, a pesar de haber sido las
más favorecidas por estos procesos, oscilan entre el respaldo y la
oposición. La Argentina y Brasil han sido los dos países de la región
donde más ha crecido la clase media en estos diez años. Comparada con
2003, la clase media argentina se duplicó. Sin embargo, de ella
provienen los sectores más recalcitrantes y hasta violentos de la
oposición. Las ciudades de Buenos Aires y San Pablo, que han sido muy
beneficiadas por las políticas de sus gobiernos nacionales, en especial
sus barriadas populares, constituyen baluartes derechistas emblemáticos. Es una etapa donde juegan las múltiples variables de la democracia.
Si los nuevos candidatos ganan, habrán superado esa transición. Si no lo
hacen, la novedad será que habrá en el llano movimientos populares con
vocación de poder, o sea opciones concretas para los intereses
populares. El llano quiere decir además bloques legislativos nacionales,
provinciales y municipales, intendentes y gobernadores y otra gran
cantidad de resortes institucionales. Ese entramado amortiguará la
reacción conservadora cuando quiera avanzar sobre los logros que se
alcanzaron en estos años. Es difícil, por ejemplo, que Brasil, Uruguay o
Argentina abandonen de la noche a la mañana al Mercosur y otros
organismos de integración regional, como vienen anunciando desde la
oposición en estos países. El desafío de los procesos populares en la
región es tratar de consolidar lo que se avanzó, en un contexto
económico difícil para la mayoría de los países y con una fuerte presión
para la restauración conservadora. Los procesos electorales serán sólo
uno de los obstáculos que deberán sortear porque estos procesos ya no se
pueden decidir en una sola coyuntura.
Soy "Profesor de Enseñanza Secundaria, Normal y Especial en Historia" recibido en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Ejerzo desde 1991 como docente en escuelas secundarias de Capital Federal y el Gran Buenos Aires.
Desde marzo de 2010 edito el Blog "Mirando hacia adentro", cuyas imagenes originales serán publicadas en esta página satélite.
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