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domingo, 18 de agosto de 2013

El dilema oficialista ante el mensaje de las urnas, por Alberto Dearriba (para "INFOnews" del 17-08-13)


Arriba: El modelo neoliberal de los noventa se sostuvo echando dólares al pozo sin fondo de la deuda, para mantener la ficción del 1 a 1. El "realismo" económico de los neoliberales consiste en endeudarse hasta morir...
[Imagen y pie de la misma es responsabilidad exclusva de "Mirando hacia adentro"]


   

Panorama político


La presidenta se dispone a debatir el modelo con los actores económicos, pero sostendrá los ejes de una política que resultó exitosa.


Cualquier gobierno acumula en diez años en el poder un rosario de reclamos que terminan expresándose inevitablemente en el cuarto oscuro, pese a los éxitos obtenidos durante su gestión. El domingo pasado, en las urnas, pesaron más la inflación, las restricciones al atesoramiento de dólares y las denuncias de corrupción, que la innegable prosperidad conseguida desde 2003 hasta hoy.
Como en 2009, los opositores volvieron a pronosticar un fin de ciclo y a exigir cambios en las políticas oficiales, a lo cual la presidenta respondió con su intención de abrir un debate sobre el modelo con los "titulares" y no con los "suplentes". Es saludable que la jefa de Estado se muestre dispuesta al diálogo con los agentes económicos, pero en verdad, es impensable que surjan de allí modificaciones esenciales a una política que, pese a sus achaques, demostró ser capaz de crecer durante una década a un ritmo promedio superior al 7 por ciento anual, reducir drásticamente el desempleo del 23 al 7 por ciento y bajar la pobreza. Buena parte de esos logros se produjo mientras el capitalismo sufre su peor crisis a nivel mundial.
Cuando el gobierno ratifique finalmente su intención de profundizar el modelo en vez de cambiarlo radicalmente, los opositores repetirán seguramente que el gobierno no escucha sus reclamos. Pero más que de sordera, se trata en verdad de dos proyectos distintos.
El antikirchnerismo bate el parche con la inflación, pero no dice que para controlarla con métodos ortodoxos es preciso aplicar un plan de estabilización que tiene costos sociales elevadísimos. Sostiene que el gobierno se ha desentendido, o más aún, que niega la inflación, pero lo cierto es que se niega a darle a la sociedad la amarga pócima del ajuste.
Toda medida económica puede tener un beneficio, pero seguramente también un costo. En la Argentina, parece demostrado que no existe industrialización sin inflación. No es que el gobierno no escuche el reclamo de los sectores de ingresos fijos que son los más perjudicados por las remarcaciones, sino que optó por pagar ese precio a cambio del crecimiento.
El gobierno no provoca la inflación como le endilga la oposición, sino que la padece políticamente en las urnas. Son los empresarios los que apelan al expediente de la remarcación en lugar de satisfacer la mayor demanda con inversiones tendientes a aumentar la oferta. En un clima de expansión del consumo promovido por el salario, es difícil entender por qué no aumenta la oferta de un modo que calme a los precios.
Los opositores medran electoralmente batiendo el parche de la inflación y a veces se atreven a decir que hay que reducir el nivel de emisión monetaria. Pero no explican que esa emisión solventa inversiones públicas que generan empleo y sostiene los planes de contención social. Claman por frenar el flagelo, pero no se atreven a decir claramente que, en términos ortodoxos, sólo es posible frenar la inflación con menor consumo, es decir con salarios y jubilaciones más bajas. Proponen una tregua que se parece a la paz de los cementerios, porque efectivamente los precios se frenarían ante la merma de consumidores en capacidad de pagarlos.
El menemismo es un ejemplo claro y cercano del costo social de un plan de estabilización: consiguió frenar el alza de los precios en 1991 con la convertibilidad, pero la experiencia terminó con una cuarta parte de la mano de obra activa desempleada. En diez años, el modelo neoliberal trocó la hiperinflación por hiperdesempleo. En un lapso similar, el kirchnerismo logró poner en marcha a la industria, crecer a niveles inéditos, reducir la desocupación y bajar la pobreza, pero a cambio reapareció la inflación. De todos modos, es cierto que ni medida por los indicadores privados, la tasa de inflación es similar a las existentes antes de la convertibildiad.
Para controlar el flagelo y satisfacer las demandas de estabilidad expresada en las urnas, el gobierno tendría que cambiar de signo. Debería abandonar su razón de ser y adoptar precisamente las políticas de las cuales reniega y a las cuales denunció desde un principio como causantes de muchos males.
Las estadísticas demuestran por ejemplo cómo fue creciendo la inseguridad a medida que aumentaba el desempleo durante el menemismo. Los precios estaban calmos, pero cada vez más argentinos eran arrojados a la marginalidad. Muchos cruzaron los límites y no todos volvieron a la legalidad cuando la situación social mejoró. Atravesados ciertos límites, el retorno es sumamente difícil. Quienes viven esperando que sus hijos vuelvan a casa tienen derecho a ilusionarse con las propuestas del ganador del domingo. Pero el gobierno sabe que tampoco en esta materia existen soluciones mágicas, sino que se trata de un cóctel de trabajo, educación, policías honestos y jueces justos. Obviamente, el gobierno no puede confesar que no hay solución en el corto plazo. Y si se decidiera brutalmente militarizar la sociedad, no es improbable que los muertos fueran más de los que se intenta evitar.
Los asesores del ganador del domingo plantearon la necesidad de "tocar el tipo de cambio". Sin eufemismos, eso quiere decir devaluar drásticamente y no como lo hace el gobierno en cuentagotas. De ese modo, el gobierno se evitaría por ejemplo el costo político que tiene la restricción al atesoramiento de dólares. Sólo un pequeño sector puede dedicarse a atesorar en divisas verdes, pero millones de trabajadores se verían perjudicados por semejante medida, ya que la devaluación implica siempre una brutal transferencia de ingresos. Dicho de otro modo, el gobierno obtendría tal vez con el voto de muchos que no lo votaron el domingo, pero perdería el de mucho más que lo votaron. En cada caso, el dilema es si pensar en los seis puntos perdidos frente a 2009 o en los 25 logrados.
También dijeron los asesores económicos de Sergio Massa que el gobierno debería "aprovechar" la abundancia de capital financiero existente en el mundo, pero el gobierno prefiere pagar deuda con reservas internacionales porque la Argentina debería oblar tasas de interés usurarias para obtener dinero fresco, en virtud del default al cual se llegó precisamente después del abuso de reiterados préstamos y refinanciaciones para pagar la deuda externa.
El gobierno se ha limitado a "vivir con lo nuestro" y sólo acepta tomar asistencia internacional para proyectos productivos, pero no para pagar la hipoteca externa que heredó y contribuyó a disminuir en términos de PBI. Prefiere pagar el costo de restringir el acceso al dólar, los engorros de limitar las importaciones y saldar deuda con reservas internacionales antes de salir del problema con crédito externo. En términos políticos, probablemente le hubiera resultado más conveniente tomar financiación externa que, en última instancia, la pagarían las administraciones venideras, pero prefirió aferrarse a una estrategia que es central para el modelo.
En suma, no es improbable que se produzcan algunos cambios a partir de las propuestas de los actores económicos o que sean motorizados por el propio gobierno en atención al mensaje de las urnas. Pero es impensable que el gobierno persiga metas antiinflacionarias o "toque" el tipo de cambio como proponen algunos opositores. Porque es cierto que debe tratar de desentrañar por qué perdió media docena de puntos a nivel nacional en relación con la peor elección legislativa que fue la de 2009, pero no puede olvidar que una cuarta parte de los votantes siguió adhiriendo al modelo, pese a los efectos no deseados. A ellos se debe.



Publicado en:
http://www.infonews.com/2013/08/17/politica-92592-el-dilema-oficialista-ante-el-mensaje-de-las-urnas.php

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