"En la acción política la escala de valores (…)
es la siguiente: primero la Patria, después el
Movimiento, y luego los Hombres."

Juan Domingo Perón

Sostiene Ernesto Laclau que el tema de la representación política es de suma importancia en la problemática del populismo. La identidad popular tiene una estructura interna esencialmente representativa: la construcción de la categoría pueblo sería imposible sin mecanismos de representación. Por otra parte, la acción del pueblo debe insertarse en un sistema en el que funcionen las instituciones democráticas. El pueblo y el institucionalismo son dos caras de la democracia que es necesario articular: una la vertiente populista y participativa, y la otra representativa, formal, que implica la gestión y el funcionamiento de aparatos y poderes del Estado. En las democracias latinoamericanas del siglo 21, se vuelve necesario conectar las formas institucionales con los proyectos populares de transformación política. Unilateralizar cualquiera de estas dimensiones puede conducir a derrotas históricas: sólo la presencia combinada de ambos factores ofrece una perspectiva realista en la ruta política. Si bien estos dos aspectos de la democracia se conectan y relacionan, es necesario destacar sus diferencias ya que no se superponen.
En la Argentina es preciso diferenciar la perspectiva institucionalista, el Frente para la Victoria, de la construcción popular que emergió y se fue forjando como una nueva identidad. A partir del año 2003 en la Argentina se configuró un nuevo actor político: el pueblo kirchnerista. Este sostiene un proyecto nacional, popular, democrático, aliado al bloque de las democracias latinoamericanas, que lo ubica como un componente esencial en la constitución de un imaginario emancipatorio. Conforma una de las identidades políticas más originales, interesantes y novedosas de la historia argentina. El Frente para la Victoria y el kirchnerismo expresan dos dimensiones de la democracia, que poseen su propia legitimidad en los sentidos institucionalista y populista. El general Perón sostenía que una cosa es gobernar y otra es conducir; son dos roles que suponen distinta lógica, y que no siempre coinciden en un mismo nombre. Gobernar atañe a la democracia representativa, corresponde a los representantes del pueblo elegidos por la mayoría. Conducir refiere al líder del pueblo: ocupa ese lugar quien encarna la hegemonía popular. Cristina, líder indiscutida de la construcción, en el 2016 dejará de ser la presidenta, pero continuará con la tarea de la conducción del proyecto nacional y popular.

"La verdadera democracia es aquella donde
el gobierno hace lo que el pueblo quiere
y defiende un solo interés: el del pueblo.”

Como expresa la cita de J. D. Perón, en la democracia el pueblo gobierna, es soberano. Para que esta formulación se cumpla y no sea sólo un enunciado vacío, se requiere un Estado que tenga sus raíces en la voluntad popular: que escuche, que no se someta a los poderes corporativos y no se convierta en pura gestión, administración o burocracia. Sostiene Laclau que la representación constituye un proceso en dos sentidos: un movimiento del representado hacia el representante y otro inverso, del representante al representado. La opción más democrática es aquella en la que predomina el primer movimiento. La construcción de un Estado al servicio de la emancipación no se relaciona con la gestión de una persona singular, sino con la potencia colectiva. Obtener semejante Estado forma parte de la política que lleva a cabo el proyecto nacional y popular. Sólo la acción del pueblo con poder hegemónico es capaz de determinar de qué lado de la frontera política –emancipación o neoliberalismo –, se ubicará el presidente representando al Estado. En el otro movimiento, el representante debe respetar fielmente la voluntad popular: es necesario que el presidente gobierne escuchando las demandas populares, y que el Estado se inserte en el proyecto político del pueblo, por lo que la elección del presidente no es un acto burocrático sino una acción política.
El cambio cultural que propone Cristina incluye una nueva lógica: pensar con la categoría del "nosotros", más allá de los límites que impone el "yo". En el interior del kirchnerismo se escuchan algunas voces que, con la liviandad propia de las redes sociales, afirman "me gusta " o "no me gusta" (Scioli, por ejemplo), o "si tal es el candidato yo no lo voto”. Es evidente que los presidenciables presentan diferencias que los singularizan, sea en la capacidad discursiva, proveniencia o militancia, pero los candidatos no "salen con fritas" o "a la carta" para satisfacer los gustos de cada uno. En los proyectos colectivos no se trata del predominio de preferencias narcisistas en la elección de los representantes. Tampoco es cuestión de volver a la antigua política moralista de la bajada de línea verticalista o del disciplinamiento entendido como ser una oveja del rebaño. Comenzar a pensar con nuevas categorías propias de los colectivos supone dejar de lado individualismos y soportar la tensión de las diferencias, conflictos y desacuerdos. El candidato del Frente para la Victoria será el que elija la mayoría, según el procedimiento de las primarias abiertas propuesto por Néstor Kirchner. Integrar un colectivo no es un simulacro de un montón de "gente" que funciona como "grupo", sino la experiencia de aprender a estar con los otros y, si es necesario, "tragarse algunos sapos".
Laclau establece tres condiciones para la emergencia de un pueblo: cadenas de equivalencia representadas hegemónicamente a través de significantes vacíos, desplazamientos de las fronteras a través de significantes flotantes, y una heterogeneidad radical que impide tanto el cierre de lo social como que la representación sea absoluta. Esto significa que la construcción no cierra, no es un todo, y ningún representante la representa ni satisface totalmente: hay un resto heterogéneo que causa la política. La permanencia de la construcción populista no está garantizada sino que puede desarmarse y estallar la cadena de diferencias.
Para evitarlo es necesaria la constante articulación de las lógicas diferenciales y equivalenciales. La equivalencia, representada a través de significantes vacíos, se logra con la constitución de fronteras antagónicas dentro de lo social, lo que no significa anular las diferencias o "uniformar la tropa", sino aceptar, reconocer, saber hacer con las diferencias y la tensión que ellas producen.
El colectivo no tiene que descansar en el presidente, porque eso significaría una política transformada en gestión y la desaparición del pueblo como agente de la experiencia política. El presidente es sólo un representante que no garantiza al Estado ni remplaza la acción popular directa. Es el pueblo quien debe hacerse cargo de la responsabilidad de custodiar la gestión de los poderes que integran el Estado. Sea quien sea el presidente, es posible producir control democrático para que los representantes gobiernen sometidos a la voluntad popular. Dependerá de la inteligencia y la acción política del pueblo que ciertos significantes flotantes integren el campo popular y no el del adversario.
La creencia en los "garantes", los personalismos, los nombres propios, más que en la potencia del cuerpo colectivo, constituye un infantilismo político o una minoría de edad, en términos de Kant, y un peligro para la salud y la continuidad de la construcción popular, al quedar atada a una existencia personal.
La frontera de la batalla política que se juega en la Argentina está claramente trazada: el antagonismo actual que divide dos campos es proyecto nacional y popular o neoliberalismo.
Este año se votan dos proyectos de país y, a través de ellos, un curso de la historia y el destino del pueblo. Una madurez democrática, inteligente y apasionada es el desafío que tenemos por delante.

* Magister en Ciencias Políticas (IDAES-UNSAM)