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lunes, 13 de mayo de 2013

EL MODELO COREANO, por Fernando Krakowiak (para “Cash” –Página 12- del 12-05-13)




Por Fernando Krakowiak

Desde Seúl

“Es como si Haití se hubiera convertido en Suiza”, afirma el economista coreano Ha-Joon Chang, de la Universidad de Cambridge, cuando explica la transformación que vivió su país. La esperanza de vida en Corea del Sur era de 53 años en 1960, incluso por debajo de 62,4 que hoy registra Haití. El año pasado fue 80,7, casi el mismo nivel de Suiza, que promedió 82,5 años, según datos del Indice de Desarrollo Humano del PNUD. Durante ese período, Corea del Sur protagonizó un desarrollo económico que le permitió elevar su ingreso per cápita de 100 a 20.000 dólares. Lo más interesante es que lo hizo a partir de un proceso de industrialización con una fuerte intervención del Estado, algo que es visto casi como una herejía por los defensores del libre mercado. Además, los años de mayor crecimiento fueron en un contexto de inflación anual cercana al 20 por ciento, dejando en claro que ésta no es necesariamente un obstáculo para la expansión.
Corea es una península asiática de apenas 99.500 kilómetros cuadrados, superficie similar a la provincia del Chaco, donde viven 50 millones de personas. Entre 1910 y 1945 estuvo bajo dominio colonial japonés y sus actividades económicas principales eran la agricultura y la pesca. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, soviéticos y estadounidenses se repartieron el país en dos mitades. En el norte del paralelo 38, Kim II-Sung, un líder comunista que había integrado la guerrilla antijaponesa, obtuvo el poder con el apoyo del líder ruso Joseph Stalin. En el sur, Estados Unidos bendijo a Syngman Rhee. Ese equilibrio precario estalló en junio de 1950, cuando las dos se enfrentaron militarmente, motivando la intervención de Estados Unidos, China y la Unión Soviética, entre otros países. El conflicto se extendió por tres años y cuando parecía ir camino hacia una guerra nuclear, las potencias firmaron un armisticio y se reflotó la división gestada en 1945.
A partir de la década del ’60, bajo la conducción del dictador Park Chung-hee, el padre de la actual presidenta Park Geun-hye, la parte sur inició su proceso de desarrollo con la puesta en marcha de planes quinquenales que promovieron inversiones privadas a cambio de fuertes incentivos, fundamentalmente crédito barato y subsidios a las empresas capaces de generar divisas a partir de la exportación. En 1962 el ingreso per cápita era de 100 dólares y se exportaban mercaderías por 55 millones de dólares al año. Al finalizar esa década, el ingreso per cápita se había duplicado y las ventas al exterior ya bordeaban los 1000 millones, fundamentalmente con la venta de telas, pescados, maderas y hortalizas.
En la década del ’70, fue el turno de la industrialización pesada. La empresa Posco, que actualmente es una de las productoras de acero más grandes del mundo, inició sus actividades en 1972. Fue en este período cuando también se desplegaron los grandes conglomerados industriales, conocidos como chaebols: Samsung, Hyundai, Daewo y LG, entre otros. Estas firmas montaron astilleros, terminales automotrices y también se especializaron en electrónica, siendo el principal motor del desarrollo coreano. Samsung, por ejemplo, había sido fundada en 1938, durante la ocupación japonesa, pero se dedicaba a la exportación de pescado, verduras y frutas. Recién en los ’70 comenzó a fabricar productos electrónicos y el año pasado fue el primer proveedor mundial de semiconductores y smartphones.
La economía del país asiático creció en la década del ’60 a un promedio anual de 7,7 por ciento, en los ’70 casi al 9,0 por ciento y en los ’80, al 7,9 por ciento. La mejora de esos años se explica por múltiples causas, entre las que sobresalen el proteccionismo estatal, la mano de obra barata, la inversión en educación y un fuerte nacionalismo económico. Cuando el desarrollo todavía era una meta, la prioridad no sólo era obtener divisas sino también cuidarlas. El proteccionismo se expresaba en restricciones a la importación de bienes de consumo y aranceles altos. Además, estaba prohibido viajar al extranjero, salvo para comerciar o estudiar. El discurso nacionalista era el complemento ideal de esas medidas al exaltar el sacrificio personal y tildar de traidores a la patria a quienes las boicoteaban.
La búsqueda de autosuficiencia de Corea del Sur no fue para cerrarse sobre sí misma sino para comerciar agresivamente con el exterior desde una posición de mayor fortaleza. De hecho, el proteccionismo no alcanzó a los productores nacionales de bienes de capital. En ese caso, se optó por importar tecnología en virtud de acuerdos de licencia y desarrollar vínculos con multinacionales. Eso les permitió asimilar tecnologías extranjeras y desarrollar capacidades propias en el largo plazo para terminar agregando valor a sus ventas.
En 1979, las exportaciones ya le reportaban al país 15.000 millones de dólares anuales y el ingreso per cápita se había elevado a 1700 dólares. Una década más tarde, las ventas externas sumaban 62.000 millones anuales y el PBI per cápita 6100 dólares. Por entonces, Corea del Sur ya era conocida como uno de los tigres asiáticos, junto a Singapur, Hong Kong y Taiwan. En treinta años, este país concretó la transición de una economía agrícola a una industrial, proceso que a Holanda, Gran Bretaña, Alemania, Francia y Estados Unidos les llevó en promedio más de un siglo.
Corea del Sur no sólo demostró la importancia que tiene una fuerte intervención del Estado al momento de apuntalar el desarrollo, con premios y castigos o la gestión directa de empresas. También dejó en claro que la estabilidad económica no es sinónimo de estabilidad de precios. En las primeras dos décadas de fuerte crecimiento, la inflación se mantuvo cerca del 20 por ciento anual. En los ’60, la suba de precios promedió un 17,4 por ciento y en los ’70 un 19,8 por ciento, con la producción industrial y el empleo creciendo como nunca antes. Recién en los ’80, el índice registró una baja significativa, al promediar un 6,8 por ciento anual.
La creciente liberalización financiera de los ’90 introdujo los mayores desequilibrios dentro de este modelo de desarrollo que sufrió su primera gran crisis en 1997, víctima de los movimientos especulativos del capital y el sobreendeudamiento de muchas firmas. Corea del Sur no tenía en ese momento una moneda fuertemente sobrevaluada ni un déficit alto en cuenta corriente, pero algunos de sus pares asiáticos sí tenían una moneda apreciada (Indonesia), un fuerte déficit corriente (Malasia) o ambos problemas (Tailandia y Filipinas). El temor que generó la región en los inversores terminó arrastrando también a Corea. Entonces debió recurrir a un préstamo millonario del Fondo Monetario Internacional (FMI) para evitar el default. Esa “ayuda” vino acompañada de una serie de condicionalidades, como reducción de barreras arancelarias y apertura del mercado de capitales, lo que motivó un nuevo resurgir del nacionalismo coreano. Algunos diarios inclusive llegaron a comparar a ese acuerdo con la firma del tratado de anexión a Japón en 1910 y se buscó limitar la incidencia del FMI. De hecho, si bien Corea del Sur avanzó con una paulatina liberación de sus mercados, nunca resignó su estrategia industrial ni entregó el control de sus grandes empresas a capitales extranjeros. Lo que hizo fue apuntalar la recuperación orientando su desarrollo aún más hacia actividades basadas en las tecnologías de la información y las comunicaciones (ver aparte).
Corea ya es la novena economía más grande del mundo y su PBI per cápita es de 20.000 dólares. Más del 90 por ciento de sus exportaciones, que representan el 40 por ciento de su PBI, son bienes industriales. Es el primer fabricante mundial de semiconductores y teléfonos móviles, el segundo productor de barcos y el quinto de automóviles. Además, evidencia mejoras notables en el Indice de De-sarrollo Humano que elabora el PNUD, expresadas en la baja de la mortalidad infantil y las subas de la esperanza de vida y la tasa de escolaridad. En las grandes ciudades, como Seúl, Busan y Daejeon, se observa una fuerte inversión en infraestructura, tanto pública como privada, y, a diferencia de las fases iniciales de industrialización, el consumo interno ya no está reprimido. Tal vez la mayor paradoja en este contexto de prosperidad es la posición de Corea en foros multilaterales como el G-20 y la Organización Mundial del Comercio, donde ahora reivindica el libre comercio, incluso entre países con una marcada desigualdad, olvidando que no fue ése el camino por el que alcanzó el desarrollo


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