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viernes, 24 de mayo de 2013

2003-2013 : “FIESTA POPULISTA”, DÓLARES Y SENTIDO COMÚN, por Adrián Corbella (para "Mirando hacia adentro" del 24-05-13)



Cuando una fuerza política impone la hegemonía de un grupo social, y lo mantiene el tiempo suficiente, genera paralelamente una hegemonía socio-cultural que captura, coloniza, el “sentido común” y lo somete a ese control ideológico; es decir, lo aliena.
Para mucha gente seria, responsable y conservadora, y por ende amante del “sentido común”, los gobiernos a los que despectivamente califican de “populistas” son derrochadores e irresponsables, y los contraponen a fuerzas ortodoxamente liberales que instalan administraciones serias, confiables, coherentes, plagadas de “sentido común”. Cuando las “Fiestas Populistas” acaban llegan esos tecnócratas de saco oscuro y corbata discreta a “sincerar” los números y volver las cosas a los cauces “normales”.
Lo curioso es que ésta interpretación de la realidad no resiste el más mínimo análisis. Veamos nuestra propia experiencia.
En Argentina, la última etapa de aplicación de estas “serias”, “racionales” y “realistas” políticas liberales fue la etapas 1989-2001, es decir durante los gobiernos de Carlos Menem y su sucesor ideológico, Fernando De La Rúa. Una etapa de orientación opuesta, de “Fiesta Populista”, sería la década kirchnerista que arranca el 25 de mayo de 2003 y se extiende hasta el presente.
La etapa neoliberal de los noventa tiene unas bases ideológicas muy concretas.  Los neoliberales piensan que el Estado no debe intervenir en las actividades económicas, dejando todo en manos de la regulación automática que genere el mercado. La existencia del Estado es sólo tolerada, y se la reduce a su mínima expresión.
Es convicción de los liberales que la concentración de la riqueza en pocas manos favorece la inversión productiva y la generación de trabajo –Teoría del Derrame-, debido a lo cual favorecen impuestos de tipo indirecto y no recargan con impuestos excesivos a los que más tienen y ganan –cargas a las que llaman “impuestos distorsivos”-.
Los gobiernos de estos años favorecieron de cara al interior una desregulación de la economía y el sistema financiero que permitía a los grandes grupos económicos –nacionales o extranjeros- fijar las reglas de juego sin interferencias estatales. Se estableció un sistema laboral flexibilizado –eliminación de las paritarias, surgimiento de las ART, descenso de las cargas patronales- lo cual teóricamente aumentaría la oferta laboral –aunque llegaron a cifras de desocupación y subocupación record-. De cara al exterior se reguló fuertemente la cotización de la divisa norteamericana: el valor del peso se fijó por ley en un dólar (1 a 1, “convertibilidad”) pero para que esta ficción pudiera sostenerse era necesario un ingreso continuo de dólares al país. Este ingreso de divisas era casi imposible en forma genuina (exportaciones) porque el 1 a 1 abarataba las producciones importadas y encarecía las nacionales, con lo cual exportar se volvía casi irreal para muchos sectores productivos.
Descartado el ingreso “genuino” de divisas, se recurría a tres mecanismos muy perniciosos: el endeudamiento, las privatizaciones y la apertura financiera. La deuda externa se triplicó en estos años. Se vendió o concesionó todo lo que se pudo: se privatizaron las empresas de servicios, se establecieron peajes en las rutas, se vendieron las reservas de oro del banco central.  Los capitales especulativos operaban a su antojo, se llevaban sus utilidades en dólares y se retiraban precipitadamente ante el menor asomo de crisis, hundiendo al país en un abismo.
Muchos sectores sociales, incluyendo a sectores mayoritarios de la clase media, vieron positivamente este modelo pues permitía acceder con facilidad a los bienes importados, viajar al exterior y ahorrar en dólares (un berretín argentino) pero no comprendían que eso se estaba financiando con un endeudamiento creciente que algún día habría que pagar. Argentina era por esos años un país completo gastando lo que no se tenía, “tarjeteando”.
De hecho, y de forma indirecta, esos viajes al exterior, esas importaciones baratas, y el ahorro en dólares de algunos sectores más favorecidos estaba siendo pagado en buena medida por aquellos obreros que sufrían el cierre de sus fuentes de trabajo (por el 1 a 1 y las importaciones) y se hundían en la pobreza o la indigencia.
Por lo tanto los noventa tuvieron mucho de “Fiesta” irresponsable: se logró una bonanza en importantes sectores (viajes al exterior, importaciones, ahorro en dólares) pero con el poco genuino recurso de destruir la estructura productiva del país, desgarrar su tejido social, entregar los resortes de la economía a intereses corporativos internos o externos, y endeudarse en cifras imposibles de pagar.
¿Quién, en su economía privada, se endeudaría alocadamente y vendería sus propiedades para vivir la gran vida por un corto tiempo para quedar luego endeudado más allá de sus posibilidades?... Y sabiendo además que esa deuda le quedaría a sus descendientes… y a algunos vecinos que, si bien no fueron invitados a la fiesta, debieron contribuir a pagarla…
Es una muestra clara de lo que significa “hegemonía cultural” el hecho de que una política tan irresponsable pueda ser vista por tanta gente como algo serio y realista.
Los basamentos conceptuales del otro modelo, de la mal llamada “Fiesta Populista” que en la Argentina actual está representada por el kirchnerismo, son también muy concretos, y tienen una clara raigambre keynesiana.
John Maynard Keynes fue el economista británico que encontró la manera de salir de la Crisis de 1930, que había generado millones de desocupados, y una situación que aparentemente no tenía salida. El desocupado no tiene trabajo, y por lo tanto no tiene dinero y no compra, es decir no hay demanda de productos. Y al no haber demanda no tiene sentido generar oferta, es decir, no tiene sentido producir, generar trabajo.
Keynes planteaba la necesidad de una intervención estatal para reconstruir la demanda generando trabajo, aún en el caso de que este trabajo generado por el Estado fuera innecesario o improductivo. El objetivo era fortalecer el mercado interno protegiéndolo del exterior y poner dinero en los bolsillos de la gente para que ésta compre, se fortalezca la demanda y sea necesario volver a producir.
Este tipo de estrategias se aplicaron en la Argentina kirchnerista que pugnaba por salir de las consecuencias del 2001 y  que luego intentaba no caer en las garras de la crisis mundial del 2008. Se logró un fortalecimiento del mercado interno a partir de un incremento salarial vía paritarias, el mejoramiento de las jubilaciones y la ampliación de éstas a millones de ancianos que no había completado sus aportes, y de medidas como la Asignación Universal por Hijo.
La estructura impositiva no se modificó  de raíz –lamentablemente- pero si se generaron mecanismos (como las retenciones al agro o los combustibles) para grabar en mayor medida a algunos sectores de altos ingresos.
El tipo de cambio se administró conservando una paridad que permite a la industria local ser competitiva, a la vez que se bajaron costos internos, no reduciendo los salarios (clásica receta neoliberal), sino con intervención estatal en los valores de la energía, los combustibles, el transporte y los servicios básicos (subvenciones, retenciones). Esto permitió una  modesta pero consistente reindustrialización que, sumada al incremento del valor de las exportaciones agrarias, permitieron ir pagando auténticamente la deuda, es decir, provocando su descenso (la deuda ha descendido en su monto, en la relación deuda-PBI, y en el porcentaje de deuda en divisa extranjera).
A partir de 2012 comenzaron a aplicarse serias restricciones a la compra de dólares, y se anunció la intención de desdolarizar la economía, medida resistida por los sectores acostumbrados a ahorrar en dólares. Argentina no emite dólares. Los dólares ingresan al país merced a la actividad productiva (exportaciones, inversiones). Y existe una vieja costumbre argentina de ahorrar en dólares: la gente compraba los billetes surgidos del ámbito productivo y los atesoraba (“debajo del colchón”, en cajas de seguridad de los bancos locales o en cuentas en el exterior), con lo cual los sacaba del circuito productivo, generando una carencia que en otros tiempos  se suplía con endeudamiento externo.
Esta práctica era muy curiosa: el país pedía un préstamo en dólares con altísimos intereses, lanzaba esos dólares al mercado para que fueran comprados por gente que los guardaba o los sacaba del país. Y luego TODOS (los que tenían los dólares y los que no tenían nada) debían pagar durante años esas deudas, y soportar las condiciones que los acreedores ponían (“planes de ajuste”, “reformas estructurales”). Obviamente, los que más sufrían las consecuencias sociales de esos condicionamientos impuestos por los acreedores eran los que no habían comprado ni un dólar, ni habían viajado al exterior: un auténtico “subsidio estatal” a los sectores más favorecidos, pagado por los pobres.
Esa deuda que se había generado, se refinanciaba ad eternum, por lo que el país pagaba y pagaba obligaciones que no paraban de aumentar.
Sólo una mente alienada por la captación cultural e ideológica puede considerar estas prácticas como una política “seria”, “responsable” y “dotada de sentido común”.
Frente a un modelo neoliberal que plantea endeudamiento creciente, ajuste continuo, venta de activos del Estado, destrucción del aparato productivo, salida continua de capitales del país o del circuito productivo, y la renuncia a controlar los resortes principales de la propia economía, el modelo “populista” (neokeynesiano) plantea un crecimiento del PBI a partir de exportaciones y mercado interno, el fortalecimiento de éste generando mayor demanda, el desendeudamiento merced a un auténtico pago de la deuda, la conservación dentro del circuito productivo de las divisas generadas por las actividades productivas y la reparación del rol regulador del Estado.
Ni siquiera es necesario preguntarse cuál es una “Fiesta” irresponsable y cuál una política seria. La respuesta cae de maduro.

Adrián Corbella, 15 de mayo de 2013.




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