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jueves, 21 de febrero de 2019

NO ES UN INVIERNO, ES UNA NUEVA EDAD GLACIAL, por Adrián Corbella



En junio de 1959, Álvaro Alsogaray, Ministro de Economía del Presidente Frondizi, pronunció en un discurso televisado una frase que se haría famosa: “hay que pasar el invierno”.
Los liberales siempre repiten este tipo de frases. El mensaje es que ellos impulsan políticas duras, de ajuste, que generan consecuencias dolorosas, un “invierno”, pero si se las sigue por cierto tiempo van a corregir los problemas económicos y llegará la “Primavera”. Al invierno siempre lo sucede la primavera.
El gobierno cambiemita repite ese remanido mensaje. Ellos tomaron medidas duras para corregir la “pesada herencia”, que inicialmente era la herencia de la década kirchnerista, y ahora resulta que quieren corregir los 70 años de “decadencia” que vinculan con el peronismo (aunque el peronismo en sus distintas versiones, aún incluyendo el menemismo neoliberal, gobernó sólo la mitad de ese período).
Estos duros años cambiemitas en los que se hace “lo que hay que hacer”, “lo que se hace en todo el mundo”, serían el invierno al que eventualmente, en el segundo, tercer o noveno semestre del año, sucedería la “Primavera”.
Los votantes cambiemitas tienen en general esa perspectiva: soportan estoicamente un presente de una dureza creciente en la convicción de que es un invierno que permitirá superar esos “70 años de decadencia” y llegar a una primavera venturosa.
El gran problema es que toda esta perspectiva es un gigantesco error.
En primer lugar, Argentina no lleva 70 años de decadencia. Lleva más de cien. Los responsables de esa “decadencia” no son ni el peronismo en particular ni los “populismos” en general, sino los propios liberales.
Argentina se organizó a fines del siglo XIX para venderle materias primas a Inglaterra –y comprarle a ella todo lo demás-. Los británicos eran la potencia hegemónica. Cuando, a comienzos del siglo XX, Estados Unidos reemplazó a Inglaterra como potencia dominante, nuestro modelo económico comenzó a agonizar. Para Argentina resultaba imposible venderle nuestras materias primas (carne, trigo, lana, cuero) a Estados Unidos porque ellos producen y exportan los mismos productos. La Odisea macrista con los limones tiene muchos antecedentes. Los biomas de Argentina y Estados Unidos son muy parecidos; por eso tenemos casi las mismas producciones primarias. Por eso nos cuesta tanto venderle productos agropecuarios a la potencia del norte.
La victoria norteamericana en la Primera Guerra Mundial (1918), significó el final de nuestro modelo agroexportador. Era necesario pasar a un modelo más industrial. Pocos lo advirtieron, y los que lo hicieron no fueron escuchados.
El peronismo identificó el problema e intentó resolverlo; lo hizo de forma imperfecta, pero arremetió contra el gran problema estructural de la economía argentina. Por lo tanto el peronismo no es el problema, sino que es por el contrario parte de la solución a dichas dificultades.
Los liberales, sobre todo desde 1976, sólo sueñan volver a un pasado de producción primaria (levemente “modernizado” con el agregado de finanzas y servicios) que murió hace más de cien años. No pueden aceptar ese deceso, e intentan una y otra vez “cambiar Futuro por Pasado”.
Luego viene la otra gran cuestión… ¿Todos los países del mundo hacen lo que está haciendo el gobierno cambiemita?, ¿Es lo único que se puede hacer?. Hay que contestar NO a las dos preguntas. En realidad nadie hace lo que se está haciendo aquí. Los liberales argentinos analizan algunas políticas que se implementan en los países desarrollados (algunas, no todas) y postulan que haciendo eso nos vamos a desarrollar. Les falta la dimensión histórica: los países desarrollados se desarrollaron haciendo otras políticas. No se hicieron ricos siendo liberales; se hicieron liberales luego de hacerse ricos.
Inglaterra, que al ser el primer país en desarrollarse tenía la ventajas de no tener competencia, fue el más liberal. Pero sin exagerar : las leyes de granos y las de navegación (que protegían a la agricultura y la marina mercante inglesas) tuvieron vigencia hasta 1846, cuando Inglaterra ya estaba en la cima.
Estados Unidos necesitó para industrializarse aplastar a sangre y fuego a la aristocracia sureña que era esclavista, librecambista y favorable a las exportaciones primarias.
Alemania se industrializó cuando Prusia primero y el Zollverein (Unión aduanera alemana) después protegieron a la naciente industria alemana de la competencia inglesa. El ideólogo de éstas políticas fue Friedrich List, economista heterodoxo con muchos puntos de contacto con un argentino que lo precedió: Manuel Belgrano.
Canadá inició su desarrollo a fines del siglo XIX a partir del gobierno de John Alexander McDonald, que cerró la economía a la competencia norteamericana y creció a partir del fortalecimiento del mercado interno.
Corea DEL SUR, más cerca de nosotros en el tiempo, se industrializó con políticas muy proteccionistas, cerrando su economía tanto a la entrada de productos extranjeros como a la salida de divisas.
Ningún país del mundo se ha desarrollado abriendo su economía al exterior, y permitiendo que las importaciones ingresen como un tsunami destruyendo todo. Es un planteo absurdo pensar que ese es el camino al desarrollo.
Ningún país próspero del mundo se endeuda alocadamente sin generar con esos recursos actividades que permitan ampliar la capacidad de repago de la economía para hacer frente a esas obligaciones.
El aumento continuo de energía, servicios, combustibles y transportes, muy por encima de los salarios y de los otros precios de la economía, es una política que carece de toda lógica, no tiene antecedentes, genera inflación y lleva a la economía y a la sociedad al abismo.
Ningún país serio permite que se fuguen alegremente los capitales, sin intentar ni el más mínimo control, ya que esos capitales son vitales para la economía y pertenecen a todos (no sólo a los vivos que se los llevan). Financiamos la fuga con deuda. La deuda es de todos, mientras que los que fugan son una minoría de delincuentes de guante blanco.
Por lo tanto no es cuestión de “darles tiempo”, de apechugar mientras llega la primavera, de “apoyar al Presidente porque si al Presidente le va bien nos va bien a todos”. Persistir en un error no lo va a transformar en un acierto. Esa actitud va a empeorar todos los problemas.
Estas políticas no van a tener éxito ni en el segundo, ni en el tercero ni en el vigésimo semestre.
Argentina necesita un Cambio. Necesita cambiar el cambio por otro gobierno que desarrolle otras políticas, exactamente las opuestas a las que se vienen desarrollando.
Tenemos en octubre una posibilidad de lograrlo, porque este infierno, esta noche neoliberal, no es un invierno que precede a la primavera. Es el comienzo de una nueva edad glacial.
Votemos bien, para que salga el sol.


Adrián Corbella
21 de febrero de 2019

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