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domingo, 26 de abril de 2015

ENREDADERAS, por Carlos Barragán (para "Tiempo Argentino" del 26-04-15)


No sé si la veda política vale también para pensar. Porque me senté en el fondo de mi casa, y no se me ocurre nada porque miro la medianera y descubro que mi vecino -en realidad el encargado del galpón de al lado donde nadie vive- decidió recortar una franja de 30 cm de enredadera del lado de mi casa. O sea que decidió que ahora me quede toda una franja donde aparece la pared fea y no tenga más mis hojas verdes para mirar. A lo mejor plantearlo como una intrusión en mi domicilio sea demasiado. A lo mejor no, porque es adentro de mi casa.
El año pasado la planta había pasado para su techo –es cierto que yo no la recorté y eso le tapa la canaleta y podría mojarse la abundante mercadería que guarda- pero en aquella oportunidad este muchacho rubio decidió quitar la planta y tirármela en mi casa. Para eso cortó los alambres que la sostenían, la arrancó, la destruyó y me provocó un desastre. Trabajé dos días para quitar el cadáver colgante de mi enredadera, después de salir a la vereda a increparlo. En realidad, mi idea era increparlo, pero decidí preguntarle por qué había cometido esa salvajada sin consultarme en lugar de pedirme que la cortara. Me aguanté de decirle lo que sentía, o de hacer lo que tenía ganas de hacer porque soy este tipo de la tele, el kirchnerista, y no da que me insulte con un vecino y mucho menos que la discusión termine mal. Esto tendría que haber pasado antes de 678, pensé aquella vez. Y después pensé que quizá sin mi presencia en 678 esto no hubiera ocurrido de esta manera.
Hoy votamos en esta ciudad. Y le digo que aunque estas líneas delaten mi amargura del momento, me siento muy feliz de estar del lado de los que cuidamos la enredadera.
Por cuestiones que no decidí resulta que un poco represento a todo un colectivo de personas, y un poco a usted, y al gobierno también, y entonces ahora con un celular grabando un momento de enojo sería fácil hacerme aparecer como un salvaje ultraK. Usted me entiende. Imaginesé la escena tan conveniente para los medios opositores. Pero este año corté la enredadera justo sobre la medianera, y sin embargo al encargado rubio del galpón de al lado le pareció poco. Decidió que mi planta debía terminar 30 cm por debajo de mi pared. De mi casa. Me sacó 30 cm de enredadera el hombre, por 7 metros que tiene de largo, el muchacho rubio me sacó 2 metros cuadrados de mis hojas verdes que no deberían molestarlo en absoluto. Y acá estoy preguntándome si lo que hizo es sencillamente un pequeño fascismo patotero sin filiación partidaria, o si es una provocación para ver si reacciono mal, o si se trata de un castigo político del estilo “a este kirchnerista yo lo voy a joder”.
Entiendo que la anécdota puede parecer muy menor, pero me sirve para dos cosas. Una, para que pueda poner en algún lado la impotencia que siento, y disculpe si para eso le hago perder su tiempo. Y dos, para ver cómo después de doce años de kirchnerismo, seguimos siendo un contrapoder. Quiero decir, imagínese a mi amigo podador, al encargado rubio del galpón, si le hubiera tocado tener que lidiar con la enredadera de un oficialista famoso pero de otro signo. Se la hago más fácil: imaginesé al rubio del galpón si yo fuera Nelson Castro, Leuco o Santo Biasati. Seguramente lo hubiera pensando varias veces antes de tomar las duras medidas que tomó conmigo. Y me juego lo que me queda de enredadera a que no se le hubiera ocurrido que tenía derecho a arremeter contra las plantas de estos representantes del poder. Es que todo podador antidemocrático tiene buen olfato para saber dónde está el poder de verdad. Sabe dónde puede podar y dónde mejor no meterse.
El poder de podar al otro. Y me voy a reprimir (hoy me estoy reprimiendo muchas cosas) de hacer un análisis más psicológico. La poda como metáfora de castración, y la poda para que mi enredadera -que puede ser entendida como una extensión de mí- no toque ni con una hojita su mundo incontaminado. La enredadera que es un avance de libre vitalidad, contra la tijera que le pone un límite al libertinaje vegetal. En este caso el límite avanzó dentro de mi propio espacio municipal, catastral, domiciliario, y también humano, psicológico. Entró en mi propio campo de decisiones. Y estoy muy agradecido por tener este espacio donde escribir y poder así evitar otros espacios donde resolver esta cuestión tan molesta. Que en realidad no estoy resolviendo nada. Mi enredadera ya no llega a recortar el cielo, y el rubio ya se dio el gusto de podar un pedazo de mi vida. Pero puedo compartirlo con ustedes que entienden que no estoy hablando de plantas, sino de dos maneras de estar en el mundo.
El mundo de los que avanzan podando para cuidar su galpón con mercadería, y este mundo nuestro. Este mundo sin galpón y que tiene las tijeras prohibidas. Un mundo de enredaderas que no paran de crecer y de recibir ataques sin aviso, con el único permiso que da la prepotencia de los encargados que saben quién es el dueño de las tijeras. Hoy votamos en esta ciudad. Y le digo que aunque estas líneas delaten mi amargura del momento, me siento muy feliz de estar del lado de los que cuidamos la enredadera. Y no es que quiera que avance por sobre los techos de nadie, pero sí pretendo que avance por toda nuestra casa. Hasta el cielo.




Publicado en:
http://www.infonews.com/nota/196535/enredaderas

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te super entiendo es la amargura del q no vive ni deja vivir un pobre idiota