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martes, 27 de septiembre de 2011

Las historias de un peruca en el Patio Bullrich, por Demián Verduga (para “Miradas al Sur” 25-09-11)

Arriba : “Mis clientes opositores creían que las primarias las ganaba Duhalde”, dice Balmaceda. || La casa Bullrich funcionó desde 1867 como consignataria de hacienda y casa de remates. (ESTEBAN WIDNICKY)

Miradas al Sur. Año 4. Edición número 175. Domingo 25 de septiembre de 2011

Por

Demián Verduga

dverduga@miradasalsur.com


Enrique Balmaceda tiene su local de lustrabotas en un subsuelo del shopping. a mirada de un sociólogo callejero sobre el fenómeno peronismo–antiperonismo.

Jueves, 16.30. Por el corredor principal del shopping Patio Bullrich circula gente caminando y mirando las vidrieras de los locales. Chaquetas marca UMA por 2.498 pesos; zuecos de la diseñadora Paula Cohen por 980. En el Patio –como le dicen los habitúes– se respira un aire de exclusividad, el de un sitio al que sólo un puñado de elegidos con efectivo suficiente puede acceder. Una primera mirada indicaría que es un tipo de lugar en el que deberían abundar los opositores al Gobierno. En parte es así, pero hay sorpresas, hallazgos cotidianos que explican una cifra. Ésa que descolocó a parte de la dirigencia política y de los analistas de opinión: el 50,25 por ciento de los votos que Cristina Fernández logró en las primarias.
Si se camina hasta el fondo del corredor central y se baja por la escalera hacia el primer subsuelo, de pronto, aparece un hall. Se ve la puerta con vidrios que da al estacionamiento y la garita en la que se les cobran los tickets a los automovilistas. También, en un ángulo, se ve un hombre sentado en un banquito, inclinado hacia adelante, lustrando los zapatos de un tipo de traje y corbata que habla por celular. El hombre que lustra es Enrique Balmaceda, alias Quique. Ahora, mira por encima del hombro, ve al cronista y sugiere un título para la nota:
–Deberías ponerle: un peronista en el Patio Bullrich.
Quique tiene su local en este hall de paso. Consiste en una estantería, con espejo, en la que se ofrecen frascos con pomada para lustrar zapatos; una silla acolchonada para los clientes y el banquito en el que se sienta Balmaceda. Él mismo dirá en un rato: “Este es mi lugar en el mundo”.
Cuando termina de lustrar se pone de pie. Es morocho, con algunas canas, y mide menos de 1,70. “El lustrabotas es como el peluquero –dice para arrancar–. Se hace amigo de los clientes y habla de todo.” Pero Quique tiene una pasión, la política. Así que de lo que más conversa –y discute– con sus clientes es de eso. Por su local han pasado Guillermo Coppola, Jorge Asís y el ex juez de la corte suprema Enrique Moline O’Connor. Son nombres que ilustran el tipo de clientes que tiene, público del Patio. Quique, por eso, es una suerte de sociólogo callejero que tiene hecho un trabajo de campo sobre cómo piensan ciertos sectores de la clase alta argentina. Contará anécdotas y no dará nombres.
“Hay un Blaquier que viene –dice y no suelta el nombre completo–. Una semana antes de las elecciones del 14 de agosto apareció.” Balmaceda cuenta con lujo de detalles. Dice que el Blaquier se sentó en la silla para los clientes, recostó su zapato en el apoyapié y tiró, para empezar el debate:
–Gana Duhalde. Cristina no pasa el 38 por ciento y Duhalde la aplasta en el ballottage.
–¿Está seguro? –retrucó Balmaceda, mientras agarraba la lata de pomada–. Mire que en mi barrio veo otra cosa.
–Estoy seguro –contestó el Blaquier sin nombre de pila.
Quique, ahora, sonríe al recordar la anécdota. “Después del 14 volvió y me dijo: ‘Lo felicito, che’.” El cronista le pregunta si el Blaquier no le dijo nada más. “Sí, también remarcó que cambiar de caballo a mitad del camino era complicado y que, además, enfrente del Gobierno no había nada. Pero lo que más me llamó la atención es que el tipo, como otros que pasan por acá, estaba tranquilo. Yo pensé que iba a venir sacado, pero no”.

Los que se sumaron. El local de Quique –como se contó– está en el hall que da al estacionamiento. Esto hace que por allí pase buena parte de los clientes que visitan el shopping y también los trabajadores. De hecho, ahora se ve uno de seguridad por el vidrio. El hombre viene del estacionamiento. Abre la puerta y, mientras cruza el hall hacia la escalera, pregunta:
Quique, ¿qué haces?
–Una nota.
El de seguridad se detiene antes de subir la escalera y mira por encima del hombro.
–De acá, vas directo a Hollywood –dice.
Al rato, aparece otro compañero. Quique lo presenta. Se llama Francisco y tiene puesto de subgerente. Francisco viste con pantalón gris y tiene un bigote casi blanco.
–A éste, yo lo hice kirchnerista –dice Quique.
Francisco, que está parado junto a Quique, dice:
–No es así.
Después cuenta que lo que sí es verdad es que él no era partidario del Gobierno, que antes tenía una opinión negativa. Cuando se le pregunta por qué, remarca que pensaba las mismas cosas que dicen la mayoría de los que se oponen: “Que el Gobierno era confrontativo, que no querían dialogar, que la plata de los planes sociales se iba al clientelismo”. El cronista le pregunta qué lo hizo cambiar de opinión. “Varias cosas. Pero, entre otras, charlar con gente que pensaba de otro modo influyó y yo también empecé a verlo diferente.” El cronista le pregunta por qué ahora apoya al Gobierno. El subgerente da una respuesta cotidiana:
–El sueldo me está alcanzando para hacer arreglos en mi casa. Hago el altillo, el garaje, esas cosas. Voy de a poco y algunas las hago yo mismo. Esa es una actividad que comparto con mi hijo, que crea momentos con mi hijo… –mira su reloj de muñeca y agrega–: Disculpame, me tengo que ir.
Al rato, aparece otra empleada del shopping que saluda a Balmaceda con un beso en la mejilla. El uniforme de la mujer, una pollera negra con delantal blanco, sugiere que es empleada de limpieza. Su nombre es Claudia. Balmaceda le cuenta la nota y ella accede a participar. Claudia dice que votó por Cristina en las primarias y que tiene una queja: “Nosotros (los de limpieza) estamos tercerizados en todos los shoppings. Deberían hacer algo con eso”. Después, al igual que el subgerente, recurre a una anécdota personal para explicar su adhesión política:
–Yo soy de Ituzaingo y mi hijo recibió la netbook. A mí no me alcanzaba la plata para comprársela.
La mujer mira a Quique.
–Me tengo que ir, suerte –le dice
–Gracias –contesta Quique.
Por unos minutos no pasa gente por el hall. Quique se para al lado de la silla en la que se sientan sus clientes y apoya el codo en el respaldo. “Te imaginarás que no todos piensan así, acá. Hay algunos que odian al Gobierno. La otra vez pasó una de las chicas que trabaja en un negocio de perfumería. No sé cómo empezamos a charlar de política.” Balmaceda cuenta que, con buen tono, el debate se puso intenso y la chica le dijo:
–Mi cuñado y su mujer no hacen nada porque reciben la Asignación Universal por sus cuatro hijos y se conforman con eso.
Quique dice: “Qué va sé, no tiene conciencia de clase”. Y luego dirige la mirada hacia la escalera. Hay un hombre que viste de traje informal color beige. El cronista, que ya lleva casi dos horas en el local, no puede evitar mirar los zapatos del hombre: son marrón claro.
–¿Me puedo sentar? –pregunta el cliente.
–Claro –dice Quique.
El hombre se acomoda en la silla, pone su zapato izquierdo en el apoyapié. Quique se acomoda en el banquito. La mano va al frasco de pomada.

Bar Francesca. Antes de salir del Patio, el cronista busca otro testimonio para sumarlo al de Balmaceda. En el corredor principal del shopping hay un bar que se llama Francesca. La barra está contra una pared y las mesas, ordenadas en círculo, ocupan todo el centro del corredor. Hay tres mujeres, en la misma mesa, que toman un café. Una de ellas tiene los labios pintados de rojo, usa un collar dorado y estira su largo cuello, como para mirar el mundo desde arriba. También hay dos jóvenes, en otra mesa, ante una botella de champagne. Sin exagerar ni juzgar, el ambiente del bar es coherente con el resto del Patio. Los mozos visten un delantal que les llega casi hasta los tobillos. Este medio consulta a varios de ellos y todos coinciden: “El dueño de acá es kirchnerista”. El “dueño” se llama Guillermo Willy Reinwick.
Uno de los mozos se explaya más y cuenta que en las heladeras de Francesca hay varias botellas de champagne que no se pueden abrir. “Las está guardando para festejar el triunfo de Cristina el 23 de octubre”, dice, se da media vuelta y se aleja hacia una mesa desde la que le hacían señas con la mano.

Nota al pie. Las anécdotas de esta crónica no pueden ni pretenden reemplazar un estudio sociológico, sólo describir lo compleja, diversa y desafiante que es la composición de los 10.363.919 de votos que sacó Cristina en las primarias. Y otra cosa, al margen, si el 23 de octubre las urnas arrojan un resultado parecido al de las internas abiertas, en Francesca tendrán motivos sobrados para descorchar las botellas que atesoran.

Publicado en :

http://sur.elargentino.com/notas/cronica-las-historias-de-un-peruca-en-el-patio-bullrich

1 comentario:

KOLINA COMUNA 8 dijo...

me gustó mucho esta nota!!