Por Eduardo Blaustein (para Miradas al Sur)
Clarín, La Nación y el duhaldismo fracasaron en cuestionar el último resultado electoral.
Tras la noche en que se conocieron los resultados del 14 de agosto, esa (no tan) minoría intensa conformada, entre otros, por políticos, periodistas, intelectuales, consultores, gente de la cultura y militantes se preguntaba, entre la curiosidad y el morbo, si Clarín y La Nación modificarían en algo su modo de relacionamiento con el Gobierno. Nadie esperaba autocrítica, sí quizás equilibrios dialogantes. La respuesta fue más o menos aquí no pasó nada, excepto por titubeantes y tardíos reconocimientos a la gestión gubernamental, pero mucho más por el modo casi insultante con que ambos diarios trataron a los espacios opositores, sin hacerse cargo de que eran ellos quienes los venían libreteando. La breve y forzada campaña de instalación sobre la turbiedad presunta del sistema electoral argentino fue, hasta el desenlace del caso Candela, la última respuesta a la pregunta poselectoral, coronada el miércoles pasado con dos titulares de tapa que practicaron una inversión de rutina: en lugar de que la noticia fuera que los datos confirmados por la Justicia Electoral verificaban la transparencia de los comicios y ampliaban la diferencia obtenida por el oficialismo, los titulares siameses de Clarín y La Nación clamaron contra los supuestos ataques del ministro del Interior contra esos diarios. Hay que admitirlo: se esfuerzan en el rebusque.Entre tantas paradojas surgidas de la conferencia de prensa ofrecida por Florencio Randazzo emergió una muy curiosa: la reacción de los periodistas de Clarín y La Nación acusando al ministro de autoritario contrasta con la absoluta libertad que tuvieron para increparlo en virtual cadena noticiosa nacional. El hecho de que pregunten si ahora “habrá que pedirle permiso al Gobierno” para publicar determinadas informaciones contrasta a la vez con el permiso que sí le pidieron a la última dictadura, aún cuando más que dóciles o timoratos fueron generosos dadores de argumentos para fortalecerla. Lo demás es sabido: incapaces de salir del encierro de una cultura corporativa, creyendo que como periodistas gozan de alguna inmunidad que los pone por encima de la sociedad de los mortales, confunden deliberadamente la crítica con el ataque.A Randazzo apenas si se le podría no reprochar, sino apenas matizar, el tiempo que se tomó para hablar de lo publicado por los diarios. Pero éste es un caso en el que la reacción oficial se apoya en argumentos impecables. Fue evidente la mala intención de la cobertura de los diarios, confundiendo justicia electoral con Gobierno, exacerbando denuncias opositoras (para ser justos fue el duhaldismo el protagonista de las peores maniobras) claramente inconsistentes para cualquier periodista con unos pocos años de oficio, manipulando las declaraciones del juez electoral Manuel Blanco, ocultando que nunca hubo denuncias judiciales reales, escondiendo en el caso de Clarín las declaraciones aclaratorias de Ricardo Lorenzetti o cuestionando a Lorenzetti por hacerlas, llevando a la escala nacional “irregularidades” que fueron incluso menores que las registradas en elecciones anteriores. También tiene razón el oficialismo en recordar que en 2009, con una diferencia de dos puntos y no de 38, Néstor Kirchner, aún visiblemente golpeado, aceptó los resultados, en un escenario que también venía con instalados fantasmas de fraude. Un cierre posible de la operación fallida de la oposición corrió por cuenta de una figura del PRO en general prudente, Federico Pinedo, quien en una serie de desplazamientos retóricos bizarros partió de relativizar la idea del fraude a la necesidad de evitar la naturalización de una cultura del fraude.Seguramente con algún margen de ingenuidad, a la oposición le solemos pedir que se autonomice de los medios para poder ganar en consistencia discursiva y propositiva. Hay que entenderlos: si son frágiles ahora, tienen buenas razones para creer que serán más débiles e irrelevantes sin aliarse con el poder comunicacional dominante. Pero aún así hace tiempo que surgieron matices en los discursos. Los más astutos vienen dando muestras de un mayor reconocimiento a lo hecho por el Gobierno: eso incluye (dificultosamente) a Francisco de Narváez, a Binner, a Alberto Rodríguez Saá, a Víctor Fayad (“la gente no quiere cambiar”) y últimamente hasta a Mauricio Macri. Claro que a menudo tales modificaciones en el discurso obedecen a disputas internas o a la necesidad de distanciarse de referentes poco atractivos (Macri versus todos, la campaña de corte de boleta de Roberto Iglesias en Mendoza).Como cierre tristemente de rutina, habrá que subrayar con qué poco llegan algunos espacios opositores al escenario electoral próximo: discutiendo mal y fracasando, ya sea en la denuncia del fraude que nunca existió o prolongando ese mismo fracaso en la propuesta de la boleta única. Es todo lo que consiguieron en casi tres semanas para modificar las cosas. Siempre espasmódicos, cortitos, antes hablaban maravillas del voto electrónico, antes de los males de la lista sábana. Ahora descubren que la institucionalidad toda se juega en la boleta única. Llamativo: según sea el modelo de boleta única a legisladores, se convierte en sábana automática porque en ella aparecen apenas los tres primeros nombres propios. Después dicen que no saben comunicar proyectos de gobierno.
Publicado en :
http://sur.elargentino.com/blogs/eduardo-blaustein/fraude-el-ultimo-macanazo-de-las-estrategias-opositoras
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