Por
Mario Rapoport,
Mario Rapoport,
economista e historiador - UBA
octubre@miradasalsur.com
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Del discurso de la Presidenta Cristina Fernández en la celebración del Día de la Industria en Tecnópolis, pueden sacarse varias conclusiones. Ante todo, que no es el viento de cola económico sino la voluntad política la que preside el desarrollo de una nación. Pese a nuestras riquezas naturales y humanas hubo oportunidades que se dejaron pasar y otros países aprovecharon.El origen de gran parte de los fracasos estuvo en procesos de inestabilidad institucional y en el hecho de que diferentes sectores corporativos se beneficiaron de circunstancias favorables sin compartirlas con el resto de la población.Ya sostenía Vicente Fidel López en el debate de la ley de aduanas de 1876, en forma premonitoria, que cuando la República Argentina tuviera 40 millones de habitantes no podría llegar a mantenerlos sino a condición de que fueran ricos por el trabajo; por la transformación y valorización de sus productos y no por la simple posesión de tierras.En otra coyuntura histórica crucial, el Consejo Nacional de Posguerra, que convocó Perón en 1944, discutió el sentido que debía darse al proceso de industrialización por sustitución de importaciones que se vivía en esos años. El modelo agroexportador, basado en el intercambio entre manufacturas provenientes del exterior y bienes primarios, ya se había agotado como fórmula de crecimiento económico, y el desarrollo industrial no podía detenerse, como algunos pregonaban entonces, a costa del empleo, el nivel de vida y la capacidad de trabajo de la mayoría de los argentinos.Ahora, la Presidenta nos habla de “industrializar la ruralidad” y crear tecnologías de punta en el sector industrial, superando las antinomias agro-industria y mercado interno-exportación, y tendiendo a la plena ocupación y a una mayor participación de las pymes. En síntesis, integrar y diversificar el desarrollo en el marco de una economía industrial avanzada.Decía un viejo proverbio chino que el pasado no se puede evitar, pero es posible transformar el presente en un futuro promisorio: una tarea en la que todos estamos comprometidos. Este es el camino que nos señala Tecnópolis.
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