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domingo, 24 de julio de 2011

LOS TRAJES DE ZELIG, por Enrique Masllorens (para "Tiempo Argentino" del 24-07-11)

Arriba : Leonard Zelig, personaje de la vieja película protagonizada por Woody Allen. Aunque en la versión argentina el actor protagónico es otro ...
[La imagen es responsabilidad exclusiva de "Mirando hacia adentro"]



Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 24 de Julio de 2011
Por Enrique Masllorens


Periodista y dirigente porteño.




Los radicales sinceros que habitan Buenos Aires deben intuir que Mauricio Macri es la avanzada de un pasado que quiere destruir todos los logros que supimos conseguir.



Esta bendita Buenos Aires, tan cambiante, tan diversa, tan imprevisible y por ende tan desafiante, ha mantenido durante todo el siglo pasado, y gran parte de este, una sólida identidad –a veces algo conservadora, a veces algo progresista– que se reconocía a sí misma como adherente de la Unión Cívica Radical.


Algunas veces esa identificación fue como un escudo para oponerse al peronismo, en otros momentos para diferenciarse de los conservadores orgánicos y militantes, y también un núcleo duro y convencido de los valores pregonados de institucionalidad, república y hasta algo de anticlericalismo. Como en todos los grandes partidos políticos han existido y existen líneas internas, variantes que a veces llegan a ser casi antitéticas, pero que, en el caso del radicalismo, el rango de las disidencias es más chato, más asordinado, más light.


Cualquier analista o lector aplicado de los resultados de las elecciones en la Ciudad podía inferir que la Avenida Rivadavia era una suerte de columna vertebral, de hilo conductor de la savia radical y que, a los bordes de su largo recorrido porteño, se afincaba un electorado que –aun fuera de las compulsas electorales– se identificaba o se reconocía como radical. En las buenas y en las malas. Aun durante las dictaduras esa pertenencia podía ser expuesta y refrendada, cosa que nunca pudo ocurrir con el peronismo, ese hecho maldito del país burgués.


Pero sin viajar tanto en el tiempo, una decisiva presencia de simpatizantes del radicalismo consiguió, con su voto y su participación militante y convencida, hacer a Raúl Alfonsín presidente de la Nación, y a Fernando de la Rúa, primer jefe de gobierno y luego también presidente.


La Universidad de Buenos Aires fue la gran cantera de la militancia partidaria y, más allá de manejos clientelares o gerenciales, sumaron voluntades de a miles, se formaron en los principios doctrinarios. Franja Morada expresaba algunos valores principistas, democráticos y de compromiso con la memoria y la justicia.


Los jóvenes militantes acompañaron y respaldaron a Raúl Alfonsín cuando en la Exposición Rural “el campo” lo abucheaba y el presidente les endilgaba a los ganaderos el pavor y complicidad que habían sentido y tenido con los genocidas de la última dictadura cívico-militar. Retemplaron su espíritu cuando el presidente denunciaba la campaña de desmoralización y de operar para los mercados que lideraba el diario Clarín, porque empezaban a descubrir la cara verdadera del grupo monopólico que luego de ser cómplice y sostén de la dictadura, se había camuflado dentro de la ola de libertad e institucionalidad, para agazaparse y atacar a todos aquellos que pudieran recortar sus intereses.


También aplaudieron y se enorgullecieron cuando –ya fuera del poder– Alfonsín explicaba que si la sociedad eventualmente se derechizara, la UCR debía acostumbrarse a perder elecciones pero nunca volverse conservadora.


A todos ellos, tanto los jóvenes de la década de 1980, como los que siguieron en su momento a Ricardo Balbín, a don Arturo Illia y a su gran ministro de Salud el doctor Arturo Oñativia, los ha unido como orgullo de pertenencia esa frase liminar de la UCR: “Se rompe pero no se dobla.” Una marca de origen, un compromiso con los ideales y la ciudadanía, y fundamentalmente con su propia historia.


Es verdad que la incapacidad manifiesta del gobierno de De la Rúa contribuyó en mucho para aumentar el descrédito entre los radicales. Sumado a la continuidad de las políticas neoliberales que nos llevaron al estallido del 19 y 20 de diciembre de 2001, aunque habría que recordar la “pequeña ayuda” de algunos socios del progresismo porteño que también apoyaron a Domingo Cavallo y que terminaron recortando sueldos, jubilaciones, y derechos sociales y laborales.


Más acá en el tiempo, debe ser difícil de digerir que la candidata a jefa de gobierno de la UCR haya sido alguien que sólo fungió como aplicada defensora de los monopolios. De ahí, seguramente, las razones del doloroso 2% que Silvana Giudici consiguió el pasado 10 de julio.Pero donde aquellos honestos y coherentes radicales deben sentir la mayor de sus confusiones, es en las actitudes y en el discurso de su candidato presidencial. Quien exhibe como un logro esencial el hecho de usar los trajes de su padre Raúl y busca imitar los gestos y la voz de quien fuera el líder de Renovación y Cambio, parece estar usando la ropa del inolvidable personaje de Woody Allen, el camaleónico Leonard Zelig.


En esa ficción, Zelig tiene un extremo caso de inseguridad que lo impulsa a camuflarse entre sus congéneres, adaptando su apariencia para poder ser aceptado. Así este mutante se codea y mimetiza con Adolph Hitler, el Papa Pío XI, Al Capone, o el Magnetto de los años treinta, el empresario periodístico William Hearst, entre otros. Su inestabilidad lo lleva a correr riesgos increíbles y sin sentido.


¿Y qué otra cosa parece estar haciendo Ricardito Alfonsín cuando se asocia con aquellos que siempre combatieron las ideas radicales, en general, y las de su padre en particular? Macri, De Narváez, Biolcati, Magnetto, ¿representan o garantizan aunque fuera uno solo de los principios radicales? Los que ha elegido como compañeros de ruta, ¿no son funcionales y tributarios del ex senador Eduardo Duhalde, que preparó el terreno para anticipar la salida de la presidencia de Don Raúl?


Los radicales sinceros que habitan Buenos Aires deben intuir que Mauricio Macri es la avanzada de un pasado que quiere destruir todos los logros que supimos conseguir. Que vienen por la vuelta de las AFJP, por la restauración conservadora, por el olvido y exculpación de los delincuentes de lesa humanidad. Que son los que hacen campañas sucias, espían a los ciudadanos, que abandonaron la educación y la salud públicas.


Los que –finalmente– vienen por la clase media.


El domingo 31 habrá en el cuarto oscuro dos opciones, dos modelos. Inclusión o exclusión. Estado presente y solidario, o privatizaciones y negocios para pocos. El pensamiento de Raúl Alfonsín o la ambición de Ricardito Alfonsín.De corazón a corazón, espero y confío que los auténticos radicales elegirán las primeras opciones. Y votarán a Daniel Filmus.


1 comentario:

sonoio dijo...

moriremos con ls botas puestassi es necesario!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
abrazo