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jueves, 7 de julio de 2011

LA FUERZA PROPIA DE LA PRESIDENTA EN LA COALICIÓN DE GOBIERNO, por Edgardo Mocca (para "Revista Debate" e "Iniciativa")




5 Julio, 2011 Iniciativa


por Edgardo Mocca*



No es muy común ver a ciertos editorialistas preocupados y sensibilizados por el “malestar” en el peronismo a causa del avance del “cristinismo” sobre sus posiciones. Curiosamente solidarios con Moyano, Scioli, los intendentes del conurbano y los gobernadores justicialistas, los comentaristas de la oposición mediática entienden que la designación de los candidatos a vicepresidente, vicegobernador de la provincia de Buenos Aires y las listas de diputados en todo el país expresan un estilo concentrador y autoritario por parte de la presidente. Para llegar a esa conclusión solamente les hace falta una pequeña omisión: Cristina no eligió “diputados”, ni “vices”, sino que influyó, en directa relación con la fuerza política de la que dispone, en el armado de las listas de candidatos para las internas abiertas y obligatorias de agosto.
Cualquiera de los supuestamente afectados por sus decisiones tenía todo el derecho de trabajar durante los meses previos para presentar candidaturas alternativas en esas internas. Ishi, intendente de José C. Paz competirá con Scioli por la candidatura a la gobernación provincial. En su momento también había insinuado esa posibilidad el dirigente sindical Viviani, cuando en una de las escenas tensas de la relación entre la CGT y la presidente, deslizó la posibilidad de apoyar a Massa en contra del actual gobernador para la elección en la provincia de Buenos Aires.
Si ese y otros amagos de rebeldía y disputa no se concretaron, no fue por la bondad de sus gestores, que hoy son presentados por la gran prensa como víctimas del despotismo presidencial. Fue sencillamente porque la diferencia de volumen electoral entre la presidente y cualquier otro candidato oficial era y es abismal. Así de sencilla es la política, que no incluye entre sus reglas el regalo de posiciones a quien no está en condiciones de conseguirlas por sí mismo. Quienes hoy llenan páginas de diarios y saturan micrófonos y pantallas con el sonsonete de la “falta de democracia” en el oficialismo podrían preguntarle a Solanas cómo fue el tratamiento que recibió de sus fugaces aliados del frente progresista a la hora de armar las listas comunes. El cineasta no se conformó y armó su propia quinta: un recurso que a nadie le es negado. Desde esta elección no hay tampoco nadie que no tenga la posibilidad de integrar un partido o coalición y disputar posiciones en su interior por medio de las internas abiertas y obligatorias. En última instancia, ese es el principal mérito de la nueva legislación político-electoral, el de abrir la posibilidad de que sean los ciudadanos y no el dedo de las cúpulas partidarias el que decida candidaturas ejecutivas y listas de candidatos.De modo que reducido todo el barullo alrededor de autoritarismos y víctimas, a puro humo mediático queda algo más sustancioso. Es el carácter de las decisiones que tomó la presidente. Qué significan Boudou como candidato a vicepresidente, Mariotto como acompañante de Scioli en la fórmula presidencial y el peso relativo de los cuadros sindicales, menor al que se esperaba en el edificio de la calle Azopardo. Nadie puede quejarse de falta de argumentación por parte de Cristina Kirchner: dio dos claves muy precisas en sendas presentaciones en las que anunció en una su candidatura y en la otra el nombre de su acompañante. Dijo la presidente cuando anunció la candidatura de Boudou que su criterio de elección central era el compromiso con el rumbo político, algo un poco distinto de la “lealtad” que suele entenderse más en términos personales que ideológicos. Un par de días antes habló de su voluntad de construir un “puente entre generaciones”. Componiendo las dos formulaciones queda la idea de una ratificación del proyecto en curso y una renovación gradual de sus actores protagónicos.
Pasemos del enunciado militante, que corresponde perfectamente al lugar dirigencial de Cristina Kirchner, y coloquémosnos en un plano analítico. Desde esta perspectiva quedan pocas dudas respecto de que la máxima dirigente de la coalición oficialista ha resuelto sostener y desarrollar la fuerza que es específicamente propia, dentro de la coalición diversa y heterogénea que la reconoce como principal dirigente. Ya hemos hablado del derecho que le compete, dada la actual relación de fuerzas en el conglomerado oficialista; podemos agregar ahora alguna consideración sobre la racionalidad de la estrategia adoptada.
Cuando decimos coalición no estamos hablando estrictamente de la relación de un partido, el justicialismo, con otras fuerzas partidarias menores. Estamos hablando de un amplio movimiento que tiene en su interior al Partido Justicialista, que a los efectos de una mirada realista de la política es, en sí mismo, una coalición política apoyada sustancialmente en los pilares de sus estructuras territoriales provinciales y locales, sólidamente entrelazadas con los estados provinciales en los que gobierna o es principal oposición. Es, pues, un partido fuertemente “estatizado” y sus estrategias nacionales surgen de dos fuentes: el liderazgo nacional, cuando existe y en la medida en que es reconocido y el choque de las espadas de los caudillos territoriales.


La estructura sindical ha recuperado en los años de los Kirchner un nivel de protagonismo en los asuntos justicialistas que claramente había perdido en los años noventa; pero de ninguna manera tiene el volumen que tuvo en gran parte de la historia del peronismo, cuando fue concebida como “la columna vertebral del movimiento”. Se trata de una evolución que tiene mucho que ver con las transformaciones de la estructura productiva y de la cultura política operadas en el país en las últimas tres décadas.


Por su parte, el movimiento (digamos así, kirchnerista) es claramente más amplio que el partido justicialista y sus contornos menos claros. Se ha ido nutriendo de afluentes diversos: el peronismo excluido o autoexcluido de la estructura justicialista en tiempos del menemismo, corrientes de militantes de izquierda, referentes de organizaciones sociales, líderes de los organismos de derechos humanos, personalidades del mundo de la cultura y de las ciencias y un importante emergente juvenil más identificable por su adhesión al gobierno que por su compromiso orgánico con el partido.
Esta fuerza que aquí reducimos forzosamente a un vago mapa orientativo y que en la práctica tiene una complejidad enorme, es el dispositivo de apoyo con que contaría un eventual segundo período de gobierno de la actual presidente. Período, además, que según la Constitución actualmente en vigencia significa el último en que podrá gobernar en forma consecutiva. Es decir que en estos cuatro años se estaría dirimiendo la suerte del movimiento que ganó el gobierno en 2003. Se estaría definiendo si el fenómeno kirchnerista es de una naturaleza pasajera íntimamente vinculada a una manera político-discursiva de salida de la crisis de 2001 o se convertirá en un actor de peso en la escena política durante los años ulteriores.


No es simplemente un liderazgo el que se está disputando; es un proyecto político y una forma de expresarlo: nada casual, en ese sentido, fue la referencia de la presidente a Boudou como un dirigente no solamente comprometido con un gobierno sino dispuesto a enfrentar a las corporaciones. Es toda una definición política de esas que no se encuentran en los documentos programáticos sino en las entrañas del conflicto político.
Claro que el armado de la presidente no significa -por lo menos no necesariamente- alambrar el propio territorio y declarar la guerra al resto de los componentes de la coalición que hoy gobierna. Malentendidos de este tipo aparecen cada vez que Cristina pone en escena las tensiones internas y demarca territorios. Así fue cuando Moyano amenazó con un paro general del transporte como respuesta a un exhorto judicial que lo perjudicaba. En aquel momento quedaron claras dos cosas: que la presidente se sentía en condiciones políticas de enfrentar a quienes privilegiaran intereses sectoriales por sobre los generales y que eso no significaba un portazo terminal para las relaciones entre gobierno y movimiento obrero. Fue un ejercicio hegemónico. La expresión de que se está en situación política de hacerse cargo de los intereses del conjunto.
Si nos remitimos a esa escena podemos entender mejor el mensaje de las decisiones sobre las candidaturas. No hay la intención de enfrentar ni al partido ni a la dirigencia sindical. Hay el propósito de hacer valer una relación de fuerzas indiscutiblemente favorable, para armar el mejor escenario de gobierno y parlamentario en función de la lucha por la continuidad política del proyecto puesto en marcha en 2003. Asistiremos a una interesante dialéctica de unidad y lucha en el interior de la coalición kirchnerista. La unidad es necesaria para evitar que un eventual nuevo gobierno fracase, lo que perjudicaría el futuro del conjunto. La lucha es inevitable porque de su resultado depende la configuración de la política argentina para el próximo período.






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