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domingo, 31 de julio de 2011

DEBEMOS DEJAR DE SORPRENDERNOS, por Enrique Martínez (para "Tiempo Argentino" del 26-07-11)



Democracia y elecciones

Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 26 de Julio de 2011


Presidente del INTI.


A partir de 2003, se produjo una situación política que probablemente no haya estado en los planes de los sectores más poderosos. Apareció un gobierno de corte popular que no fue cooptable y que –aquí está lo más inesperado– construyó una política económica y social exitosa.



La relación entre la sociedad argentina y la dirigencia política no ha sido ni permanente, ni lineal, ni de las mejores. El uso de la fuerza militar para frenar o lisa y llanamente destruir los intentos de democratización y de mejora de las perspectivas de los sectores más humildes, viene desde el fondo de nuestra historia. Desde la instalación del voto masculino universal y obligatorio, en 1912, es conocida la serie de golpes con que se buscó bloquear los intentos de recorrer caminos de cambio, como resultado del voto popular.
Los golpes se fueron con la guerra de Malvinas, en que quedó en claro hasta qué punto la cúpula castrense y sus mandantes civiles podían ser fácil presa de maniobras como las de Margaret Thatcher para recuperar su imagen. En 1983 comenzó un período cuyo fin formal no está siquiera en las mentes más febriles, por el cual desaparecieron las proscripciones y se regularizó el uso de las urnas para elegir a los gobernantes. Casi 30 años de ejercicio continuado del instrumento muestra que es eso, un instrumento, al que se le puede dar una gama de usos, no uno solo.

En particular, los mentores de los golpes militares, por supuesto han mantenido sus objetivos –preservar sus privilegios– y han ido construyendo una forma sistemática de adaptar esa búsqueda al uso del sistema electoral.

Tienen un solo camino bloqueado: exponer con crudeza sus metas y encarnarlas en un personaje. La derecha explícita no gana elecciones en la Argentina de hoy, que aún tiene muchas deudas sociales internas. Sólo las puede ganar en países con mucho menores asimetrías al interior de su comunidad y, aun así, se cuida bien de diseñar campañas de manipulación donde el objetivo de concentrar el poder no aparezca de manera tan brutal.

Si no pueden decir la verdad, les quedan tres variantes:


a) Poner un títere en el gobierno –en el caso óptimo, un socio– que tenga cierto predicamento social que le permita competir electoralmente.


b) En caso de no ser exitosa la primera alternativa, cooptar o comprar al elegido por el voto popular.


c) Si ambas opciones no son posibles, desacreditar con todos los medios al alcance la gestión de los elegidos, aspirando a su reemplazo en el siguiente turno electoral.


Cualquiera de los tres escenarios, que ya se han dado en estos 30 años, está lleno de tensiones, porque es casi obvio que, en plazos de duración variable, por esas vías varios sectores sociales serán perjudicados. De tal modo, la sociedad queda lejos de la posibilidad de reflexionar con serenidad y orden sobre el mejor futuro común. Y los resultados negativos, tanto sobre los sectores más humildes como sobre la clase media, producen el deterioro de la credibilidad en el sistema político, que deja de ser deseado para pasar a ser soportado. La factura la pagan los que están a la vista –los dirigentes políticos– en lugar que los beneficiarios últimos de la inequidad. Esta lógica funciona en una espiral descendente, que es la explicación más inmediata y certera de la crisis de 2001 con su reclamo de “que se vayan todos”.

A partir de 2003, sin embargo, se produjo una situación política que probablemente no haya estado en los planes ni en el imaginario de los sectores más poderosos del país. Apareció un gobierno de corte popular que no fue cooptable y que –aquí está lo más inesperado– construyó una política económica y social exitosa. A mucha gente empezó a irle mejor en el país. En realidad, a toda la gente, porque las empresas más poderosas ganaron y ganan más dinero que nunca gracias a un mercado interno fortalecido y exportaciones que crecen en un mercado internacional con demanda insatisfecha.

Uno diría, entonces, ¿por qué los poderosos no se suman al proyecto? Pues porque el gobierno ha ido progresivamente achicando los espacios de inequidad, lo cual elimina lo que se podría calificar como la ganancia más perversa, la ganancia abusiva. En particular, se ha bloqueado la especulación financiera, esa que permite hacer dinero sólo con dinero y que lleva al capitalismo mundial de crisis en crisis. En este sentido, Argentina es hoy un “mal” ejemplo, que si fuera imitado masivamente podría lesionar muchos intereses financieros en el planeta.

Por lo que fuera, los adversarios del actual camino son varios y fuertes.

¿Y la fracción de la sociedad cuya confianza tocó fondo hace diez años y luego se encuentra con una situación económica positiva que no esperaba?

Allí está el nudo. Estos compatriotas, en alta proporción, siguen sin recuperar la confianza en los gobiernos; siguen descreídos de la política; piensan que el nuevo entorno favorable se debe en buena medida a su propio esfuerzo y en consecuencia se ocupan del tema electoral con cuenta gotas y como un hecho administrativo. Es más: la participación en la política ha pasado para mucha gente a ser un episodio cuasi deportivo, donde se compite; se gana o se pierde y luego se cambia de equipo preferido, ante una nueva competencia.

Del lado de la dirigencia, aparecen candidatos mediáticos; se hacen alianzas que se destruyen a la primera elección perdida –o hasta ganada–; desaparecen las internas de los partidos más consolidados, porque las listas se ordenan puertas adentro.

Del lado de los ciudadanos, se pierde el vínculo partidario; se vota al conocido, que es aquel que muestra la televisión, ya que el interés por informarse se evapora. La participación efectiva, de tal modo, queda reducida a su mínima expresión.En ese contexto se dan elecciones como la de la provincia de Santa Fe, en que el socialismo oficialista gana sólo 21 intendencias sobre 43 en juego y pierde la elección de diputados provinciales, pero gana la gobernación.

La alianza conducida por Agustín Rossi pierde lejos la gobernación, pero gana la elección en Diputados y gana 19 intendencias, número mayor al que tenía.

El PRO obtiene el segundo lugar –muy cercano– para gobernador, pero saca sólo el 14% para Diputados y no gana una sola intendencia.

A mi criterio, perdieron –perdimos– todos, porque la combinación de un instrumento electoral apto para sociedades más informadas, como la boleta única, con el clima social arriba descrito, lleva a un aquelarre donde una cara conocida en televisión, sin haber dicho nada propositivo en una campaña corta, casi es elegido gobernador. Creo que así se marcha hacia la pérdida de jerarquía de las convocatorias electorales, lo cual es lamentable.

Sin ir más lejos, el próximo 14 de agosto serán las primarias abiertas, que buena parte de la oposición descalifica de antemano porque ya ha hecho su rosca propia y no presentará opciones múltiples. Lo que es una deficiencia de los actores, se le asigna a la estructura legal, que es muy valiosa y debe fortalecerse.

Es imperioso entender cómo se recupera el instrumento electoral, como expresión plena de una sociedad comprometida, que pueda conocer los desafíos pendientes y también las asechanzas presentes. Cada uno de nosotros algo puede hacer. Por empezar, descubrir los títeres cuando aparecen en el horizonte y no darles piedra libre a los titiriteros, que son la verdadera amenaza. En Santa Fe, en la Ciudad de Buenos Aires, donde sea que estén.


por Enrique Mario Martínez.

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