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jueves, 20 de junio de 2013

EL 20 DE JUNIO Y EL VALOR DE LOS SIMBOLOS, por Adrián Corbella (para “Mirando hacia adentro” del 20-06-13)




Imagen : de arriba a abajo y de izquierda a derecha: El general español Goyeneche con la franja albiceleste de los Borbones ; un Tallit judío ; la Virgen con el manto; la bandera griega actual; la bandera argentina de tiempos de Rosas con un azul noche, los gorros frigios y el sol encarnado; la bandera original del Reino de Grecia; la bandera del Estado de Israel; la bandera sanmartiniana del Ejército de los Andes; otro Tallit, en un tono de azul más claro. En el centro, Belgrano enarbolando la bandera.


“Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional; espero que sea de la aprobación de V.E. ” . Una escueta nota con la que Manuel Belgrano comunicó a las autoridades de Buenos Aires que había creado el pabellón nacional argentino. Las preguntas surgen de inmediato… ¿Por qué no tenían bandera?... ¿La habían perdido?... ¿Se la habían olvidado?...La noticia: ¿Fue recibida con entusiasmo?....
En realidad, la cuestión es más compleja. En junio de 1812, a dos años del comienzo de la Revolución de Mayo, las autoridades del Río de la Plata seguían usando el pabellón español. Esa era la enseña que flameaba en el Fuerte de Buenos Aires, donde nadie se animaba a pronunciar en voz alta la palabra “independencia”.  Este pabellón fue enviado a Belgrano junto con la orden de guardar la nueva bandera.
Belgrano resistió la orden ya que  se enfrentaba en combate al absurdo problema de combatir con la misma bandera que el enemigo –como si dos equipos de fútbol se enfrentaran usando la misma camiseta-. La creación de una bandera propia era una necesidad práctica, pero también era un mensaje político, implicaba una profundización del proceso revolucionario en un momento en que la influencia dominante en el poder porteño (Bernardino Rivadavia) ansiaba exactamente lo opuesto. Tener una enseña propia ayudaba en la construcción simbólica que siempre es tan importante en un proceso de profundos cambios políticos, pues brinda un universo de identificación que polariza, y obliga a alinearse a los dubitativos.
Lógicamente, Belgrano, que fue un gran rebelde, un gran irreverente, no le hizo demasiado caso a la orden recibida, e insistió con tozudez en su uso: la bandera reapareció aquí y allá, hasta que finalmente fue aceptada por las autoridades como símbolo “nacional” de un nuevo Estado que no se proclamaría hasta el 9 de julio de 1816, que no haría una Constitución hasta 1853, que no lograría evitar la guerra civil permanente hasta casi 1880, que recién lograría un sistema electoral más o menos prolijo con la Ley Sáenz Peña de 1912, y que no podría evitar los golpes de estado permanentes hasta 1983.
En los momentos de grandes transformaciones, de cambios casi revolucionarios, es raro que las cosas se hagan  con gran prolijidad. Belgrano advertía con claridad que para profundizar el proceso revolucionario la naciente comunidad tenía que asumir una identidad propia. Y se hizo cargo del problema dando una bandera a las Provincias Unidas del Sud –que aún no eran claramente “Argentina”-.
Mucho se ha discutido acerca de las características de la bandera original. El celeste belgraniano parece haber sido un poco más oscuro –aunque menos oscuro que el azul noche que se usaba en tiempos de Rosas-;  sobre la disposición de los colores se duda (¿horizontal o vertical?... ¿azul, blanco y azul o al revés?), así como sobre las razones por las que se eligieron el azul y el blanco. Sobre esto último hay dos teorías principales, que en realidad son una sola. Unos dicen que los colores se eligieron porque se copió el manto de la Virgen, mientras que para otros son una muestra de adhesión a la familia real española, los Borbones, que usaban esos colores.
Ambas explicaciones remiten a lo mismo, ya que el color familiar de los Borbones, que se utilizaba en bandas diagonales  sobre la ropa muy similares a la banda presidencial argentina, se eligió debido al manto de la Virgen. La familia Borbón era, en el siglo XVII, de religión calvinista, y se hicieron católicos para asumir la Corona francesa  –que habían heredado-. El azul claro y el blanco son colores de gran significación en las religiones judeo-cristianas, que aparecen en el Tallit judío y en el Manto de la Virgen, así como en las banderas de países donde el vínculo del poder estatal con la religión es fuerte, como Israel –que copia los colores del Tallit, el manto de oración de los judíos-  o de Grecia –que heredó el fuerte vínculo Iglesia-Estado de los bizantinos, y tiene en su bandera un campo azul con una cruz blanca representando a la Iglesia ortodoxa-.
En definitiva, el uso de los colores azul y blanco arrancaría en el judaísmo, que luego lo legó a los cristianos. En un pasaje del Antiguo Testamento (Números, 15:37-41) Dios le dice a Moisés:
«38 Habla a los hijos de Israel, y diles que se hagan franjas en los bordes de sus vestidos, por sus generaciones; y pongan en cada franja de los bordes un cordón de azul.

Sea cual sea la explicación preferida, Belgrano tuvo el mérito de diseñar la primera bandera argentina y defenderla contra una opinión dominante, más moderada, plagada de “sentido común”, que pedía no desafiar a un poder imperial español cuya capacidad militar todavía se temía.
Manuel Belgrano fue uno de esos personajes de los que está plagada la historia de América Latina. Estaba muy alejado de la perfección; era, por el contrario, un hombre común realizando tareas extraordinarias. Era un abogado y economista metido por necesidad a militar y político. Un hombre tozudo e irreverente que consumió su vida como una tea luchando por sus ideales.
Estos héroes imperfectos, estos héroes humanos con errores y limitaciones, son muy importantes. Nos enseñan que la historia no la escriben esos personajes de ficción que nos pintaban en la historia tradicional, puros e inmaculados, más parecidos a superhéroes de Hollywood que a personas reales.
La historia no es relato perfecto protagonizada por supermanes. Muy  por el contrario, la historia la escribimos y protagonizamos nosotros.

Adrián Corbella, 17 de junio de 2013
adriancorbella.blogspot.com






1 comentario:

Mabel dijo...

Muy bueno
Lo más importante creo es q Belgrano era rebelde y desafío a los buróratas
LA BANDERA ES un signo claro de que de la revolución
ya no se volvía .
Mientras muchos discutían esperar y ver q pasaba en Europa los criollos revolucionarios sabían exactamente q la libertad era el objetivo y q no importaba lo q pasará afuera Eramos soberanos