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jueves, 7 de marzo de 2013

CHÁVEZ HA MUERTO… POR AHORA, por Juan Chaneton (para “Nos Comunicamos” de marzo de 2013)





Tomar la pluma para referirnos a Hugo Chávez, a la Revolución Bolivariana que él alumbró en Venezuela pero que insinuaba extender su ejemplo al conjunto de nuestro continente latinoamericano, nos enfrenta a la evidente necesidad de la memoria y a la amarga imposibilidad de olvidar el horror.
Es el ejercicio de la memoria el que nos lleva a aquellos días de pueblada desesperada y violenta, de violencia ejercida desde abajo, desde el subsuelo de la humillación secular y del sufrimiento sin bálsamo a la mano. Irrumpen con estrépito en la historia venezolana los días del Caracazo, insurrección obrera y popular que dio al traste con las medidas de ajuste, de más privaciones, de más hambre, de más carencias, de más dolor para los pobres, que pretendía implementar, en aquel 1989, el presidente burgués Carlos Andrés Pérez.
La circunstancia histórica se estaba pariendo a sí misma. Y, al hacerlo, echaba las bases de la Revolución Bolivariana. Porque mirando al futuro y auscultando posibles derroteros que se bifurcan ante la revolución latinoamericana, aparece la tentación de depositar todo el peso de las tareas históricas en los líderes. Y los líderes no hacen la historia; es ésta la que los modela y los empuja, muy luego, a la arena donde la lid se libra contra los enemigos de clase.
La deificación del líder es, en todo caso, una artimaña inteligente a que echan mano los pueblos cuando de enfrentar a enemigos poderosos y sin códigos se trata. Pero hay diferencias entre el Dios cristiano y la Historia. Aquél es una persona con la cual los pueblos entran imaginariamente en una relación de amor, en tanto la divinidad de la Historia no se compadece del hombre, ni perdona sus errores. La Historia no está para amar a la humanidad. Su función es otra. Es castigar. Pero también –y esto es lo que importa destacar ahora- la Historia genera las circunstancias bajo las cuales los hombres podrán sacar de dentro de sí todo el caudal de valores, de cualidades, de códigos y de virtudes que los erigirán en constructores de proyectos que chocarán con la Historia y la enderezarán todo lo posible hacia rumbos deseados por los pueblos. Es la dialéctica Historia-individuo.
Hugo Chávez, el revolucionario que talla ya a la altura de los libertadores del continente, comenzó a ser parido por la Historia ya desde aquel Caracazo. Y su sensibilidad, por demasiado humana, no pudo dejar de advertirle, que “vivimos en un país de desigualdades obscenas y de desposeídos en el límite de la pesadilla”. Eso lo dijo tres años más tarde, en 1992, cuando los paracaidistas de la boina roja se sublevaron y fueron provisoriamente derrotados por las fuerzas del statu quo. “No hemos alcanzado los objetivos… por ahora…”, dijo el jefe en aquel día amargo. Había nacido la Revolución Bolivariana.
Si bien se mira, la simplificación tiene, a veces, valor didáctico. Chávez se ganó el amor del pueblo y el odio de los enemigos del pueblo. Pero no de cualquier enemigo. Se trata de los enemigos que quieren poner de rodillas, frente a ellos, a toda la humanidad. La dimensión de nuestro Comandante caído puede aquilatarse por ese hecho: era un obstáculo para planes geoestratégicos que involucraban a todo el planeta. América Latina, con la referencia ideológica de Cuba y el motor a toda marcha del segundo productor mundial de crudo, constituía un proyecto que, de consolidarse, significaría (significa) una catástrofe para los anglosajones del Norte y para las burguesías y coronas reales de Europa, que esos son los enemigos de nuestra Humanidad.
Un líder supera la media cuando mira más lejos que sus pares. Y en América Latina hay varios líderes que miran lejos. En ello reside el peligro para el imperialismo. Cuando en la reciente Cumbre de Santiago de Chile el hijo de Bolívar que acaba de partir advirtió que “…si no hay revolución energética tampoco habrá futuro”, estaba señalando un norte, una meta, un objetivo tan indeclinable para nuestros pueblos como inaceptable para los Estados Unidos. Este país ya no puede vivir sin robar los recursos naturales de otros y las políticas soberanistas que llevan adelante Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y Brasil habían devenido sustentables en el tiempo debido a que, en el intercambio regional, Venezuela garantizaba el vital recurso energético sin el cual no podemos aspirar a vencer al imperio en esta lucha desigual que ya está entablada y que no tiene retorno.
Porque podrán haber restauraciones neoliberales parciales en el continente de cara al futuro. Pero lo andado hasta hoy por los pueblos a los que Chávez les habló una y otra vez, eso ya constituye un activo ideológico en la conciencia de las masas; y desconocer los logros para regresar a modelos económico-sociales que ya causaron mucho dolor no sólo no será posible sino que funcionará como fuente de reacciones ofensivo-defensivas por parte de pueblos que, cada vez más, saben qué es justicia y qué es mentira disfrazada y cómo y con qué armas hay que luchar contra el imperio y los candidatos que aquí gestionan sus intereses.
Chávez soñaba con un futuro que para él no era futuro sino escenario cotidiano que su visión de estadista le permitía ver con claridad. Si así no fuera, no habría planteado que integración era sinónimo de eje Caracas-Buenos Aires; no habría explicado, una y otra vez, que un Banco del Sur es indispensable para avanzar en el proceso integrativo; no habría propuesto, reiteradamente, crear un centro de resolución de controversias relativas a inversiones de carácter regional, ya que el CIADI en un ámbito para perder, no para ganar, y nuestros Estados nacionales no tienen por qué ir a perder frente a las multinacionales; y tampoco habría propuesto explorar las posibilidades financieras que permitieran concretar el Gasoducto del Sur, desde Caracas hasta Tierra del Fuego, utopía propia de visionarios que es utopía hasta que se concreta.
Unidos seremos inconquistables… Seamos libres y lo demás no importa nada. Y a los argentinos nos suena familiar el aserto. Claro, lo dijo San Martín una vez. Pero también lo repetía Chávez cada vez que cuadraba.
Chávez cayó en combate y con las armas en la mano. Los pueblos desamparados del mundo lo viven como una muerte violenta. Y tal vez haya sido asesinado. No hay por qué descartar a priori las aserciones del compañero de luchas del comandante Chávez, el vicepresidente Nicolás Maduro. El tiempo dirá lo que tenga que decir o lo que pueda decir.
¿Ha sido arrojada al destierro el alma de Hugo Chávez, envuelta en llamas, rumbo a parajes celestiales, como él siempre supo que alguna vez ocurriría...? ¿Está él, ahora, sentado a la diestra de Dios, descansando de tanto trajín, apenado por tanta obra inconclusa, se halla en cada casa, en cada rancho, en cada piedra, en cada árbol, en los caminos de su amada Venezuela, en los rincones de Barinas, niño nuevamente, jugando a las adivinanzas, diciendo voy a ser cuando sea grande, nadando en las turbulentas aguas del Orinoco, padre Orinoco...? ¿Es ejemplo ya ingresado al templo de los magnánimos, Bolívar y Martí, seamos libres y lo demás no importa nada...? ¿Será eso? ¿Será así? Inspirará, de nuevo, revoluciones sin explotadores ni explotados, con sólo paz, pan y trigo, como dijo en Santiago de Chile? ¿Han tomado nota los que quedan que sin revolución energética no habrá futuro para nadie y sin integración tampoco y sin socialismo nada será irreversible y que el capitalismo es el gran enemigo del género humano? Eso decía el comandante de paracaidistas Hugo Chávez Frías, Presidente Chávez, votado masivamente por su pueblo y venía arrinconando a la burguesía poco a poco... ¿Cuántos Chávez esperan su turno en cada niño venezolano...?

Juan Chaneton

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